martes, 18 de octubre de 2016

A 100 años del ascenso al poder de Yrigoyen (7): Movimiento obrero, “obrerismo” y masacres

La chispa encendida por los obreros metalúrgicos de los talleres Vasena propagó el incendio de la Semana Trágica (6 al 13 de enero de 1919) que dejó como prenda de la reacción centenares de muertos y heridos, pero también un baldón sobre Yrigoyen que el proletariado argentino nunca olvidó y la reacción se lo recordó con hipócrita saña”. 
Rodolfo Puiggrós. “Historia crítica de los partidos políticos argentinos. Tomo II. El Yrigoyenismo”. 


Alejandro Gonzalo García Garro


   
El Obrerismo

Historiadores de diferentes escuelas y tendencias han definido a la política de Yrigoyen con relación al movimiento obrero con el concepto de “obrerismo”. Escribe Manuel Gálvez al respecto:

Hay en Yrigoyen un socialismo sentimental, patriótico, cristiano y paternal. Su obrerismo se parece un poco al laborismo británico y otro poco al aprismo peruano ([1]). Con el aprismo que pretende la liberación del indio – tiene de común su movimiento de masas, su exaltación mística del jefe, su amor hacia la plebe, su actitud revolucionaria; pero le separa del aprismo el matiz marxista que tiene en lo económico este partido peruano”.

Para José María Rosa, en cambio, más lacónico, entiende que obrerismo en Yrigoyen es sinónimo de paternalismo. Este paternalismo se manifestó en diferentes ocasiones durante su gobierno cuando, Yrigoyen, intervino en forma favorable al movimiento obrero en algunas de las numerosas huelgas declaradas durante los primeros años de su gobierno, mediando en conflictos de sindicatos con patronales y, acercándose como nunca antes un gobierno lo hizo a diferentes organizaciones obreras. Ese paternalismo u obrerismo fracasaría en dos graves ocasiones: en la Semana Trágica en enero de 1919 producida en Buenos Aires y en las huelgas de obreros y peones rurales de Santa Cruz en los años 1920, 1921 y 1922.

Antes de 1916 existían pocas leyes obreras. El nuevo presidente envía una serie de proyectos de los cuales sólo una parte alcanza sanción legislativa. Los mismos socialistas, con el argumento que dichos proyectos eran parte de una “política demagógica y burgués” se oponen frecuentemente a ellos. Así ocurrió con el de las jubilaciones ferroviarias y con la ley de protección a los trabajadores del campo. Aunque parezca inverosímil, el máximo dirigente socialista, Juan B. Justo, convencido librecambista, estaba aliado a los poderosos terratenientes como así también a las empresas británicas dueñas de los ferrocarriles y enfrentado a la incipiente burguesía industrial nativa.

Muchos proyectos quedaron sin sanción legislativa bloqueados por el Congreso reaccionario. Tales por ejemplo el del contrato colectivo de trabajo y el de jubilación de los trabajadores de la industria y comercio. Otros, aunque sancionados, fueron declarados inconstitucionales por la Suprema Corte en donde, como vimos se había enquistado los hombres más retrógrados del régimen. Por último, mucho quedó sobre el papel por falta de resortes suficientes para efectivizarlo. También en esta temática de la cuestión obrera y social se puede percibir la debilidad congénita del movimiento radical que neutraliza sus propias proyecciones. No obstante toda esta legislación y todo este voluntarismo, más que como realidad,  vale como antecedente. Yrigoyen fue un precursor de la legislación obrera aunque ese rol se lo atribuyan falazmente los socialistas. Su obrerismo, limitado por condiciones objetivas y por las propias contradicciones del radicalismo mostró una luz, un camino que se transitará resueltamente a mediados de la década del 40.

El ascenso del movimiento obrero

El ascenso del movimiento obrero en Argentina no fue invariablemente pacifico. Por el contrario estuvo marcado por una serie de conflictos sociales y huelgas que se incrementaron a partir del final de la primera guerra. En 1917 se contabilizaron 138 huelgas; en 1918, 196 conflictos laborales y en 1919, 367 paros con un total de casi 310.00 huelguistas. Esta espiral ascendente tiene su momento culminante en los sucesos de la Semana Trágica.

Narrar los hechos, la lucha memorable de los trabajadores, sería cuestión de muchas páginas. La historia oficial ha escamoteado o desvirtuado lo ocurrido; intentaré en ésta, en apretada síntesis, hacer una crónica de los hechos con su correspondiente interpretación. Pero antes de comenzar la crónica es importante considerar dos temas que tuvieron incidencia en la Semana Trágica: la organización y los aspectos ideológicos del movimiento obrero organizado en esos tiempos y las influencias políticas externas que pudieron operar sobre los acontecimientos.

Dos tendencias orientaban el movimiento obrero de entonces: el socialismo y el anarquismo ([2]). La primera se asentaba sobre los gremios mejor remunerados como los trabajadores de los servicios públicos en su mayor parte extranjeros. La segunda, organizados en la FORA (Federación Obrera Regional Argentina, de tendencia anarco sindicalista) tenía su base social en los gremios mas explotados, que contenían a su vez una composición más criolla que los anteriores, como los portuarios, marítimos o del gremio de la carne. Ambas tendencias tenían en común su desconexión con el país real. Ambas líneas estaban concentradas en “luchar contra la burguesía”, es decir los patrones industriales de Buenos Aires. Estas tendencias ideológicas envasadas en Europa e importadas sin pasar por el tamiz de la realidad, impedían comprender el escenario de un país semi colonial como Argentina; donde el enemigo no está exclusivamente adentro sino también afuera: el capital financiero internacional y su aliado nativo, la oligarquía terrateniente expresada políticamente en el “régimen”.

En cuanto a la influencia desde el exterior, transcribo la brillante pluma de Abelardo Ramos refiriendo el influjo de la Revolución Rusa:

“La historia del mundo cambiaba bruscamente su curso. De la guerra había brotado la revolución. En Buenos Aires, el efecto fue electrizante. El difuso mañana de los himnos socialistas había llegado a su fin. Una ola de irresistible entusiasmo y de esperanzas anegó por un momento las viejas disputas entre sindicalistas, anarquistas y socialistas. Fue una hora de éxtasis donde los oprimidos y explotados del mundo entero se sentían invadidos por el sentimiento de la victoria”.

Es evidente que este clima de triunfalismo llegó de alguna manera a los cuadros dirigentes más lúcidos e informados. Pero es preciso tener en cuenta que los hechos de enero de 1919, no fueron parte de una estrategia para la toma del poder e instaurar desde allí la dictadura del proletariado (como lo creían ciertos sectores del imaginario reaccionario) sino que fue la consecuencia de una huelga general descontrolada y salvajemente reprimida.

La Semana Trágica

El 2 de diciembre de 1918 los obreros de los talleres metalúrgicos de Pedro Vanesa se declaran en huelga. La empresa empleaba aproximadamente 2.500 obreros y la huelga declarada es de carácter puramente gremial en solidaridad con algunos obreros despedidos sin causa anteriormente.

El año 1918 termina sin variantes y no se avizora un arreglo del conflicto. La patronal, a comienzos del año decide contratar a un cuerpo de “carneros” para romper la huelga lo que provoca los primeros choques violentos entre éstos y los trabajadores en paro.

El día 7 de enero es el día que marca el comienzo de la tragedia: tres obreros caen muertos en una refriega en donde participa el Escuadrón de Seguridad, en el mismo hecho caen heridos algunos policías. El día 9 de enero una impresionante columna de trabajadores que va a enterrar a sus muertos es atacada a mansalva por la policía y el Ejército. Contemporáneamente se producen tiroteos en los alrededores de los talleres dejando un saldo de nuevos muertos y más heridos.

El Ejército patrulla los barrios obreros atacando alevosamente a la población indefensa. Reina el desconcierto y el caos... toda la ciudad se convulsiona, la policía balea a todos los transeúntes que se animan a andar por las calles, los comercios cierran, se paraliza el transporte y las calles quedan desiertas. Sólo quedan los huelguistas acosados por la jauría policial ahora reforzada por civiles reaccionarios que se lanzan a la caza de obreros.

Los trabajadores declaran la huelga general. La FORA, anarco-sindicalista, resuelve asumir la conducción del movimiento y convoca a una reunión de delegados sindicales de diferentes tendencias. Recibe la solidaridad de los sindicatos autónomos y de algunos gremios anarquistas disidentes con la central.

Pero ni estas organizaciones ni los “partidos obreros” son capaces de dirigir la lucha que ya está rebasada por un verdadero caos, desmadrado, minado por las diferencias internas y acorraladas por la agresión que no cesa. La desunión, la desorganización, y las tendencias conciliadoras de los reformistas quitaron cohesión a la masa trabajadora que combatió inmolándose durante toda la semana en un  vértigo alocado de sangre y fuego.

Las usinas de rumor de la reacción difunden que los trabajadores están dispuestos a realizar la “revolución social”. Los diarios del establishment se hacen eco del murmullo y atizan el fuego. Esto funciona como contraseña para que se larguen a la calle, en una verdadera caza de obreros y de “rusos”, las agrupaciones que se organizaron a tal efecto: La “Asociación del Trabajo” conducida ¡Cuándo no! Por un Anchorena... Se trata en ésta instancia de Joaquín S. de Anchorena y la “Liga Patriótica” que sobrevivirá varios años más de la mano de un protofascista, el Doctor Manuel Carlés. Estas verdaderas bandas, formadas por niños bien y compadritos, fueron aleccionadas en el Centro Naval y las armas les fueron proveídas por la policía.

Para detener el baño de sangre, la FORA se aviene a levantar el paro general extendido a todo el país sobre la base de la aceptación por parte de la empresa Vasena del petitorio obrero y la libertad de todos los detenidos. Los socialistas y los comunistas de reciente formación se allanan al acuerdo. Sólo un sector ultra de los anarcosindicalistas disidentes, proclama “la huelga revolucionaria por tiempo indeterminado” pero esta decisión arriesgada no logra consenso y muere en el intento.

El día 11 de enero el industrial Vasena accede, por mediación de Yrigoyen, a las condiciones solicitadas. Y la FORA levanta finalmente el paro. Nunca se ha podido conocer las cifras reales de estos sucesos.

La lectura histórica y los muertos

Es interesante hacer notar las diferencias según los autores: Felix Luna estima los muertos entre 60 a 65 civiles y 4 de las fuerzas de seguridad, números estos que coinciden con los oficiales. Oddone, citado por Abelardo Ramos, calcula en 700 los muertos de las jornadas. Alberto Belloni hace ascender a 3.000 los muertos y centenares de heridos. José María Rosa opta por no arriesgar cifra alguna... Nadie será condenado por estas muertes.

La trágica semana de enero de 1919 queda como una experiencia para el movimiento obrero señalando la necesidad de un autentico partido político, que sepa conducir la acción espontánea de las masas.

Los hechos han ocurrido bajo el gobierno de Yrigoyen, lo que implica una contradicción, que se explica, por la propia impotencia del yrigoyenismo en imponerse plenamente a la oligarquía. La lucha de los obreros fue utilizada por los provocadores para descargar la sangrienta represión. El general Dellepiane, jefe militar de la ciudad, dirá que fue invitado por los enemigos de Yrigoyen para que aprovechara el momento para derrocarlo, a lo que el militar se negó. Las posiciones se aclaran, la reacción no pretendía solamente reprimir a los obreros sino también derrocar por medio de un golpe de Estado al presidente Yrigoyen.

A manera de síntesis final y evaluando la Semana Trágica críticamente Spilimbergo señala que:

“Esto no es lo peor: a punto estuvo la oligarquía, so pretexto de restaurar el orden, de sacar las tropas a la calle, derrocar a Yrigoyen, aplastar al proletariado con enconadas represiones, y restaurar su imperio. Este es el lógico saldo de los putchs aventureros, hacen tambalear al gobierno democrático –burgués, sin aproximarse al triunfo; pero dándole oportunidad a la oposición de derecha para ensayar su juego reaccionario.”

La Patagonia Rebelde

También bajo la presidencia de Yrigoyen sucede un hecho similar en la Patagonia. En 1920, los peones, agobiados por las duras condiciones de trabajo, elevan un petitorio solicitando algunas mejores mínimas. Parecía que la patronal se había olvidado que los obreros eran seres humanos: las empresas aprovechaban la ola de desocupación en Buenos Aires y contrataban a los “parados” para ir a trabajar  como peones al Sur, a Río Gallegos o a San Julián, firmando contratos por la cual percibían un sueldo miserable y comprometiéndose a realizar “todo trabajo en cualquier capacidad que le fuera requerido”.

Pero, las empresas británicas de la Patagonia y sus socios de la oligarquía porteña hacen oídos sordos a los reclamos. Los trabajadores recurren a la huelga y los ingleses a la policía y a sus propios matones a sueldo para reprimir toda acción posible.

En 1922 se organiza nuevamente el paro que esta vez alcanza grandes proyecciones. La FORA anarquista conduce la lucha. Los agentes de los monopolios británicos operan sobre las autoridades y logran que se envíen tropas del ejército al mando del teniente coronel Héctor P. Varela. Tal es el impune descaro del imperio británico que amenaza con el envío de una escuadra en defensa de las propiedades de sus “nacionales”.

La violencia se desata, se apalea peones, se los saca de noche, se los fusila y se queman los cuerpos. Los trabajadores, muchos de ellos extranjeros, resisten como pueden. Acosados por el hambre y la persecución entran en las estancias para aprovisionarse de alimentos, caballos y armas para luego lanzarse nuevamente a la inconmensurable Patagonia a resistir como sea y donde sea. Las tropas del ejército cometen todas las tropelías y atrocidades posibles. Comienza una guerra de policía como las que hacían Mitre y Sarmiento contra los montoneros del Chacho. El jefe militar Varela los persigue y convierte la sublevación en una guerra de exterminio. Divide el ejército en columnas que marchan a las estancias ocupadas por los “revoltosos”.

¿Cuántos fueron los muertos?

Debe acabarse con ellos. “¿Cuantos fueron los muertos en la hecatombe?”, se pregunta José María Rosa. “Los cálculos los hacen subir a 1.500 para una población de 7.000 habitantes en todo el territorio. Es decir: casi todos los hombres”.

Los obreros no han nacido para la guerra y son vencidos, solamente algunos logran escapar a Chile cruzando la cordillera. Parece que la pesadilla ha terminado para la oligarquía, pero no es así para los anarquistas. En enero de 1923, un obrero anarquista, alemán, Kurt Wilckens, arrojó una bomba contra el Teniente Coronel Varela que lo mató. “Lo hice para vengar a los obreros caídos en Santa Cruz” declaró. El atentado provocó una ola de represión indiscriminada contra el movimiento obrero. Y... a este círculo dantesco e interminable de muertes y venganzas lo completa el asesinato del anarquista Wilckens en la Cárcel de Encausados; el ejecutor, un tal Pérez Millán, que había participado en la represión patagónica será a su vez asesinado un año después por un militante libertario.

Tampoco hubo responsables ni investigaciones sobre esta masacre. Y, hasta la justicia histórica tardó en llegar, ya que durante años la historia oficial ocultó celosamente el tema. En 1928, un corajudo escritor, José María Borrero publica un libro titulado: “La Patagonia Trágica” que relata el comienzo de los hechos. Una segunda parte, en la que se narra la represión, “Orgías de Sangre” no llega a publicarse.

Habrá que esperar a los comienzos de la década del 70 para que algunos curiosos de la historia se enteren de lo ocurrido. El responsable fue Osvaldo Bayer, que en 1972 publica el primer tomo de “La Patagonia rebelde”,  ensayo histórico que fue la base del guión de la película homónima dirigida por Héctor Olivera que puso en conocimiento al gran público de los sangrientos sucesos que acabo de narrar sumariamente.




[1] “Aprismo peruano”, deviene de APRI (Alianza Popular Revolucionaria Americana). El aprismo es un movimiento continental de centro–izquierda, fundado por Raúl Haya De la Torre en 1924. A pesar de sus aspiraciones continentales  y sus relaciones internacionales, como partido, solo tiene presencia orgánica en el Perú. Su línea política se enmarca en el socialismo democrático adaptado a la realidad indo americana. Actualmente Alan García, que fue el discípulo más distinguido de Haya de la Torre es su máximo dirigente y,  al momento de escribir éste libro está ejerciendo la presidencia a la Republica hermana del Perú por segunda vez.

[2]  Menciono solamente a los anarquistas y a los socialistas y no a los comunistas porque para esa fecha no tenían todavía una existencia orgánica y estaban en plena etapa fundacional. El comunismo en la Argentina nace de una escisión del Partido Socialista, o más bien, de una expulsión que realiza  el PS de un grupo de militantes porque éstos, acusaban a la dirigencia socialista de haber traicionado los principios revolucionarios internacionalistas de “La Internacional”, en esos momentos conducida por Lenín. Los expulsados del Partido Socialista, en 1918, realizaron un Congreso donde nace el Partido Socialista Internacional, cuyo nombre finalmente cambia en 1920,  llamándose definitivamente hasta hoy, Partido Comunista. De muy poca incidencia en sus comienzos, en el año 1921 contaba solamente con representación de veinte centros obreros y no tenían más de 700 afiliados.

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