“La chispa encendida por los obreros
metalúrgicos de los talleres Vasena propagó el incendio de la Semana Trágica (6 al 13 de enero de 1919) que dejó como prenda de la reacción centenares de muertos
y heridos, pero también un baldón sobre Yrigoyen que el proletariado argentino
nunca olvidó y la reacción se lo recordó con hipócrita saña”. Rodolfo
Puiggrós. “Historia crítica de los partidos políticos argentinos. Tomo II. El
Yrigoyenismo”.
Alejandro Gonzalo García Garro
El Obrerismo
Historiadores
de diferentes escuelas y tendencias han definido a la política de Yrigoyen con
relación al movimiento obrero con el concepto de “obrerismo”. Escribe Manuel
Gálvez al respecto:
“Hay
en Yrigoyen un socialismo sentimental, patriótico, cristiano y paternal. Su
obrerismo se parece un poco al laborismo británico y otro poco al aprismo
peruano ([1]).
Con el aprismo que pretende la liberación del indio – tiene de común su
movimiento de masas, su exaltación mística del jefe, su amor hacia la plebe, su
actitud revolucionaria; pero le separa del aprismo el matiz marxista que tiene
en lo económico este partido peruano”.
Para
José María Rosa, en cambio, más lacónico, entiende que obrerismo en Yrigoyen es
sinónimo de paternalismo. Este paternalismo se manifestó en diferentes
ocasiones durante su gobierno cuando, Yrigoyen, intervino en forma favorable al
movimiento obrero en algunas de las numerosas huelgas declaradas durante los
primeros años de su gobierno, mediando en conflictos de sindicatos con
patronales y, acercándose como nunca antes un gobierno lo hizo a diferentes
organizaciones obreras. Ese paternalismo u obrerismo fracasaría en dos graves
ocasiones: en la Semana Trágica en enero de 1919 producida en Buenos Aires y en
las huelgas de obreros y peones rurales de Santa Cruz en los años 1920, 1921 y
1922.
Antes
de 1916 existían pocas leyes obreras. El nuevo presidente envía una serie de
proyectos de los cuales sólo una parte alcanza sanción legislativa. Los mismos
socialistas, con el argumento que dichos proyectos eran parte de una “política
demagógica y burgués” se oponen frecuentemente a ellos. Así ocurrió con el de
las jubilaciones ferroviarias y con la ley de protección a los trabajadores del
campo. Aunque parezca inverosímil, el máximo dirigente socialista, Juan B.
Justo, convencido librecambista, estaba aliado a los poderosos terratenientes
como así también a las empresas británicas dueñas de los ferrocarriles y
enfrentado a la incipiente burguesía industrial nativa.
Muchos
proyectos quedaron sin sanción legislativa bloqueados por el Congreso
reaccionario. Tales por ejemplo el del contrato colectivo de trabajo y el de
jubilación de los trabajadores de la industria y comercio. Otros, aunque
sancionados, fueron declarados inconstitucionales por la Suprema Corte en
donde, como vimos se había enquistado los hombres más retrógrados del régimen.
Por último, mucho quedó sobre el papel por falta de resortes suficientes para
efectivizarlo. También en esta temática de la cuestión obrera y social se puede
percibir la debilidad congénita del movimiento radical que neutraliza sus
propias proyecciones. No obstante toda esta legislación y todo este
voluntarismo, más que como realidad,
vale como antecedente. Yrigoyen fue un precursor de la legislación
obrera aunque ese rol se lo atribuyan falazmente los socialistas. Su obrerismo,
limitado por condiciones objetivas y por las propias contradicciones del
radicalismo mostró una luz, un camino que se transitará resueltamente a
mediados de la década del 40.
El ascenso del movimiento obrero
El
ascenso del movimiento obrero en Argentina no fue invariablemente pacifico. Por
el contrario estuvo marcado por una serie de conflictos sociales y huelgas que
se incrementaron a partir del final de la primera guerra. En 1917 se
contabilizaron 138 huelgas; en 1918, 196 conflictos laborales y en 1919, 367
paros con un total de casi 310.00 huelguistas. Esta espiral ascendente tiene su
momento culminante en los sucesos de la Semana Trágica.
Narrar
los hechos, la lucha memorable de los trabajadores, sería cuestión de muchas
páginas. La historia oficial ha escamoteado o desvirtuado lo ocurrido;
intentaré en ésta, en apretada síntesis, hacer una crónica de los hechos con su
correspondiente interpretación. Pero antes de comenzar la crónica es importante
considerar dos temas que tuvieron incidencia en la Semana Trágica: la
organización y los aspectos ideológicos del movimiento obrero organizado en
esos tiempos y las influencias políticas externas que pudieron operar sobre los
acontecimientos.
Dos
tendencias orientaban el movimiento obrero de entonces: el socialismo y el
anarquismo ([2]). La
primera se asentaba sobre los gremios mejor remunerados como los trabajadores
de los servicios públicos en su mayor parte extranjeros. La segunda,
organizados en la FORA (Federación Obrera Regional Argentina, de tendencia
anarco sindicalista) tenía su base social en los gremios mas explotados, que
contenían a su vez una composición más criolla que los anteriores, como los
portuarios, marítimos o del gremio de la carne. Ambas tendencias tenían en
común su desconexión con el país real. Ambas líneas estaban concentradas en
“luchar contra la burguesía”, es decir los patrones industriales de Buenos
Aires. Estas tendencias ideológicas envasadas en Europa e importadas sin pasar
por el tamiz de la realidad, impedían comprender el escenario de un país semi
colonial como Argentina; donde el enemigo no está exclusivamente adentro sino
también afuera: el capital financiero internacional y su aliado nativo, la
oligarquía terrateniente expresada políticamente en el “régimen”.
En
cuanto a la influencia desde el exterior, transcribo la brillante pluma de
Abelardo Ramos refiriendo el influjo de la Revolución Rusa:
“La
historia del mundo cambiaba bruscamente su curso. De la guerra había brotado la
revolución. En Buenos Aires, el efecto fue electrizante. El difuso mañana de
los himnos socialistas había llegado a su fin. Una ola de irresistible
entusiasmo y de esperanzas anegó por un momento las viejas disputas entre
sindicalistas, anarquistas y socialistas. Fue una hora de éxtasis donde los
oprimidos y explotados del mundo entero se sentían invadidos por el sentimiento
de la victoria”.
Es
evidente que este clima de triunfalismo llegó de alguna manera a los cuadros
dirigentes más lúcidos e informados. Pero es preciso tener en cuenta que los
hechos de enero de 1919, no fueron parte de una estrategia para la toma del
poder e instaurar desde allí la dictadura del proletariado (como lo creían
ciertos sectores del imaginario reaccionario) sino que fue la consecuencia de
una huelga general descontrolada y salvajemente reprimida.
La Semana Trágica
El
2 de diciembre de 1918 los obreros de los talleres metalúrgicos de Pedro Vanesa
se declaran en huelga. La empresa empleaba aproximadamente 2.500 obreros y la
huelga declarada es de carácter puramente gremial en solidaridad con algunos
obreros despedidos sin causa anteriormente.
El
año 1918 termina sin variantes y no se avizora un arreglo del conflicto. La
patronal, a comienzos del año decide contratar a un cuerpo de “carneros” para
romper la huelga lo que provoca los primeros choques violentos entre éstos y
los trabajadores en paro.
El
día 7 de enero es el día que marca el comienzo de la tragedia: tres obreros
caen muertos en una refriega en donde participa el Escuadrón de Seguridad, en
el mismo hecho caen heridos algunos policías. El día 9 de enero una
impresionante columna de trabajadores que va a enterrar a sus muertos es
atacada a mansalva por la policía y el Ejército. Contemporáneamente se producen
tiroteos en los alrededores de los talleres dejando un saldo de nuevos muertos
y más heridos.
El
Ejército patrulla los barrios obreros atacando alevosamente a la población
indefensa. Reina el desconcierto y el caos... toda la ciudad se convulsiona, la
policía balea a todos los transeúntes que se animan a andar por las calles, los
comercios cierran, se paraliza el transporte y las calles quedan desiertas.
Sólo quedan los huelguistas acosados por la jauría policial ahora reforzada por
civiles reaccionarios que se lanzan a la caza de obreros.
Los
trabajadores declaran la huelga general. La FORA, anarco-sindicalista, resuelve
asumir la conducción del movimiento y convoca a una reunión de delegados
sindicales de diferentes tendencias. Recibe la solidaridad de los sindicatos
autónomos y de algunos gremios anarquistas disidentes con la central.
Pero
ni estas organizaciones ni los “partidos obreros” son capaces de dirigir la
lucha que ya está rebasada por un verdadero caos, desmadrado, minado por las
diferencias internas y acorraladas por la agresión que no cesa. La desunión, la
desorganización, y las tendencias conciliadoras de los reformistas quitaron
cohesión a la masa trabajadora que combatió inmolándose durante toda la semana
en un vértigo alocado de sangre y fuego.
Las
usinas de rumor de la reacción difunden que los trabajadores están dispuestos a
realizar la “revolución social”. Los diarios del establishment se hacen eco del
murmullo y atizan el fuego. Esto funciona como contraseña para que se larguen a
la calle, en una verdadera caza de obreros y de “rusos”, las agrupaciones que
se organizaron a tal efecto: La “Asociación del Trabajo” conducida ¡Cuándo no!
Por un Anchorena... Se trata en ésta instancia de Joaquín S. de Anchorena y la
“Liga Patriótica” que sobrevivirá varios años más de la mano de un
protofascista, el Doctor Manuel Carlés. Estas verdaderas bandas, formadas por
niños bien y compadritos, fueron aleccionadas en el Centro Naval y las armas
les fueron proveídas por la policía.
Para
detener el baño de sangre, la FORA se aviene a levantar el paro general
extendido a todo el país sobre la base de la aceptación por parte de la empresa
Vasena del petitorio obrero y la libertad de todos los detenidos. Los
socialistas y los comunistas de reciente formación se allanan al acuerdo. Sólo
un sector ultra de los anarcosindicalistas disidentes, proclama “la huelga revolucionaria por tiempo
indeterminado” pero esta decisión arriesgada no logra consenso y muere en
el intento.
El
día 11 de enero el industrial Vasena accede, por mediación de Yrigoyen, a las
condiciones solicitadas. Y la FORA levanta finalmente el paro. Nunca se ha
podido conocer las cifras reales de estos sucesos.
La lectura histórica y los muertos
Es
interesante hacer notar las diferencias según los autores: Felix Luna estima
los muertos entre 60 a
65 civiles y 4 de las fuerzas de seguridad, números estos que coinciden con los
oficiales. Oddone, citado por Abelardo Ramos, calcula en 700 los muertos de las
jornadas. Alberto Belloni hace ascender a 3.000 los muertos y centenares de
heridos. José María Rosa opta por no arriesgar cifra alguna... Nadie será
condenado por estas muertes.
La
trágica semana de enero de 1919 queda como una experiencia para el movimiento
obrero señalando la necesidad de un autentico partido político, que sepa
conducir la acción espontánea de las masas.
Los
hechos han ocurrido bajo el gobierno de Yrigoyen, lo que implica una
contradicción, que se explica, por la propia impotencia del yrigoyenismo en
imponerse plenamente a la oligarquía. La lucha de los obreros fue utilizada por
los provocadores para descargar la sangrienta represión. El general Dellepiane,
jefe militar de la ciudad, dirá que fue invitado por los enemigos de Yrigoyen
para que aprovechara el momento para derrocarlo, a lo que el militar se negó.
Las posiciones se aclaran, la reacción no pretendía solamente reprimir a los
obreros sino también derrocar por medio de un golpe de Estado al presidente
Yrigoyen.
A
manera de síntesis final y evaluando la Semana Trágica críticamente Spilimbergo
señala que:
“Esto
no es lo peor: a punto estuvo la oligarquía, so pretexto de restaurar el orden,
de sacar las tropas a la calle, derrocar a Yrigoyen, aplastar al proletariado
con enconadas represiones, y restaurar su imperio. Este es el lógico saldo de
los putchs aventureros, hacen tambalear al gobierno democrático –burgués, sin
aproximarse al triunfo; pero dándole oportunidad a la oposición de derecha para
ensayar su juego reaccionario.”
La Patagonia Rebelde
También
bajo la presidencia de Yrigoyen sucede un hecho similar en la Patagonia. En
1920, los peones, agobiados por las duras condiciones de trabajo, elevan un
petitorio solicitando algunas mejores mínimas. Parecía que la patronal se había
olvidado que los obreros eran seres humanos: las empresas aprovechaban la ola
de desocupación en Buenos Aires y contrataban a los “parados” para ir a
trabajar como peones al Sur, a Río
Gallegos o a San Julián, firmando contratos por la cual percibían un sueldo
miserable y comprometiéndose a realizar “todo trabajo en cualquier capacidad
que le fuera requerido”.
Pero,
las empresas británicas de la Patagonia y sus socios de la oligarquía porteña
hacen oídos sordos a los reclamos. Los trabajadores recurren a la huelga y los
ingleses a la policía y a sus propios matones a sueldo para reprimir toda
acción posible.
En
1922 se organiza nuevamente el paro que esta vez alcanza grandes proyecciones.
La FORA anarquista conduce la lucha. Los agentes de los monopolios británicos
operan sobre las autoridades y logran que se envíen tropas del ejército al
mando del teniente coronel Héctor P. Varela. Tal es el impune descaro del
imperio británico que amenaza con el envío de una escuadra en defensa de las
propiedades de sus “nacionales”.
La
violencia se desata, se apalea peones, se los saca de noche, se los fusila y se
queman los cuerpos. Los trabajadores, muchos de ellos extranjeros, resisten
como pueden. Acosados por el hambre y la persecución entran en las estancias
para aprovisionarse de alimentos, caballos y armas para luego lanzarse
nuevamente a la inconmensurable Patagonia a resistir como sea y donde sea. Las
tropas del ejército cometen todas las tropelías y atrocidades posibles.
Comienza una guerra de policía como las que hacían Mitre y Sarmiento contra los
montoneros del Chacho. El jefe militar Varela los persigue y convierte la sublevación
en una guerra de exterminio. Divide el ejército en columnas que marchan a las
estancias ocupadas por los “revoltosos”.
¿Cuántos fueron los muertos?
Debe
acabarse con ellos. “¿Cuantos fueron los muertos en la hecatombe?”, se pregunta
José María Rosa. “Los cálculos los hacen subir a 1.500 para una población de
7.000 habitantes en todo el territorio. Es decir: casi todos los hombres”.
Los
obreros no han nacido para la guerra y son vencidos, solamente algunos logran
escapar a Chile cruzando la cordillera. Parece que la pesadilla ha terminado
para la oligarquía, pero no es así para los anarquistas. En enero de 1923, un
obrero anarquista, alemán, Kurt Wilckens, arrojó una bomba contra el Teniente
Coronel Varela que lo mató. “Lo hice para vengar a los obreros caídos en Santa
Cruz” declaró. El atentado provocó una ola de represión indiscriminada contra
el movimiento obrero. Y... a este círculo dantesco e interminable de muertes y
venganzas lo completa el asesinato del anarquista Wilckens en la Cárcel de
Encausados; el ejecutor, un tal Pérez Millán, que había participado en la
represión patagónica será a su vez asesinado un año después por un militante
libertario.
Tampoco
hubo responsables ni investigaciones sobre esta masacre. Y, hasta la justicia
histórica tardó en llegar, ya que durante años la historia oficial ocultó
celosamente el tema. En 1928, un corajudo escritor, José María Borrero publica
un libro titulado: “La Patagonia Trágica” que relata el comienzo de los hechos.
Una segunda parte, en la que se narra la represión, “Orgías de Sangre” no llega
a publicarse.
Habrá
que esperar a los comienzos de la década del 70 para que algunos curiosos de la
historia se enteren de lo ocurrido. El responsable fue Osvaldo Bayer, que en
1972 publica el primer tomo de “La Patagonia rebelde”, ensayo histórico que fue la base del guión de
la película homónima dirigida por Héctor Olivera que puso en conocimiento al
gran público de los sangrientos sucesos que acabo de narrar sumariamente.
[1] “Aprismo
peruano”, deviene de APRI (Alianza Popular Revolucionaria Americana). El
aprismo es un movimiento continental de centro–izquierda, fundado por Raúl Haya
De la Torre en 1924. A
pesar de sus aspiraciones continentales
y sus relaciones internacionales, como partido, solo tiene presencia
orgánica en el Perú. Su línea política se enmarca en el socialismo democrático
adaptado a la realidad indo americana. Actualmente Alan García, que fue el
discípulo más distinguido de Haya de la Torre es su máximo dirigente y, al momento de escribir éste libro está
ejerciendo la presidencia a la Republica hermana del Perú por segunda vez.
[2] Menciono solamente a los anarquistas y a los
socialistas y no a los comunistas porque para esa fecha no tenían todavía una
existencia orgánica y estaban en plena etapa fundacional. El comunismo en la
Argentina nace de una escisión del Partido Socialista, o más bien, de una
expulsión que realiza el PS de un grupo
de militantes porque éstos, acusaban a la dirigencia socialista de haber
traicionado los principios revolucionarios internacionalistas de “La Internacional”,
en esos momentos conducida por Lenín. Los expulsados del Partido Socialista, en
1918, realizaron un Congreso donde nace el Partido Socialista Internacional,
cuyo nombre finalmente cambia en 1920,
llamándose definitivamente hasta hoy, Partido Comunista. De muy poca
incidencia en sus comienzos, en el año 1921 contaba solamente con
representación de veinte centros obreros y no tenían más de 700 afiliados.
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