“Fue muy desagradable... Han desenganchado los caballos y han arrastrado la carroza presidencial por las calles, vociferando injurias y lanzando vivas. Parecía el carnaval de los negros... Hemos calzado el escarpín de baile durante tanto tiempo y ahora dejamos que se nos metan en el salón con bota de potro”.
Palabras proferidas por Don Benigno Ocampo,
Secretario del Senado y personaje emblemático de la oligarquía. Estas expresiones fueron proferidas ante sus amigos en
la confitería Blas Mango comentando los sucesos de la asunción de Yrigoyen.
Citado por Jorge Abelardo Ramos.
Alejandro Gonzalo García Garro.
Como
dijimos, llegó el esperado 12 de octubre de 1916. Ya está Don Hipólito
Irigoyen en la Casa Rosada. Allí se lo puede ver sin ocultar cierto fastidio o
displicencia hacia la multitud que lo aclama. Ha llegado a la más alta
magistratura de la Nación el nieto de un mazorquero fusilado. El sobrino de
Alem. “El hombre del misterio” como subtitula Manuel Gálvez su biografía. El
comisario de Balbanera. El dirigente político que nunca se dirigió a la
multitud, que jamás hizo un discurso en público y que, sin embargo con especial
carisma había convencido con su rara elocuencia a miles de argentinos, uno por
uno... Hombre de estampa criolla que, irreductiblemente, durante más de 25 años
optó, según las circunstancias, por la insurrección armada, la intransigencia o
la abstención. Antimitrista furibundo, de estirpe federal, el “Cesar pardo”
como lo llamó la oligarquía despechada. Y, detrás de éste caudillo singular
venía el torrente radical... “la chusma” tan temida por los hombres del
régimen: “hijos de la inmigración y nietos de próceres “como algún
cronista había expresado, pero, abundaban
más, mucho más, hijos de gringos que
nietos de próceres...
Acompañado
por una multitud nunca vista hasta entonces en actos de esta naturaleza que se
calcula en más de cien mil personas presta juramento en el Congreso. Viste de
frac. No leyó el habitual mensaje de asunción ni oculta su desgano en la
ceremonia legislativa. En la marcha que va desde el Congreso a la Casa de
Gobierno, el público exaltado desengancha los caballos del carruaje y lo
arrastra a pulso con ferviente devoción. Se repite la misma escena cuando el
Restaurador en 1835... el fantasma de la federación atosiga algunos periódicos
oligarcas que no ahorran calificativos en la comparación.
Pero,
junto al pueblo, también arriba al gobierno una falange de aventureros,
arribistas, oportunistas de toda laya que ingresan desordenadamente por la
puerta que acababa de abrirse. Revolotean alrededor de los presupuestos para
ocupar sus lugares, ahora que la UCR llega al gobierno es el turno de estos
personajes. De este modo aparece en el seno del partido una nueva fuerza que
busca aprovecharlo y lo corrompe, inesperado refuerzo de la oligarquía que
acechaba dentro y fuera del gobierno. Esta fuerza prefigura la futura burocracia del gobierno
de Yrigoyen. Se produce un fenómeno casi inevitable en las revoluciones
populares: la burocratización del poder. Esta burocracia se genera normalmente
dentro del proceso mismo de la revolución popular, en ella medra, y
paralizándola, contribuye a su estrangulamiento y degeneración.
Yrigoyen
constituye su primer gabinete con hombres que por primera vez hacían su
aparición en la vida pública nacional. Salvo el Ministro de Relaciones
Exteriores, Honorio Pueyrredón, “un ministro prestado del mitrismo”, según el
mismo Presidente lo dijera, los demás pertenecían en su mayoría a las
burguesías provinciales: viejos luchadores del partido, con méritos locales sin
duda pero desconocidos en Buenos Aires. Esto provocaría el primer escándalo
entre quienes no podían admitir un gobierno sin los figurones de la oligarquía
vernácula. Los hombres del régimen desplazado se burlan de los apellidos y de
las vestimentas de los nuevos funcionarios y la prensa, haciendo gala de su
tilinguearía congénita, se hace eco.
Al
momento de asumir la presidencia algunos de los hombres del régimen viven ese
escenario con gran temor, creen que el triunfo del radicalismo constituirá una
catástrofe social y llevará al país a la ruina. Le temen también muchos
sectores del clero católico que lo imaginan masón, espiritista y desdeñoso del
matrimonio y las prácticas religiosas. Algunos de los implicados en los grandes
negociados de los gobiernos anteriores
se aterran también y se imaginan represalias y cárcel. “Todos temen a Yrigoyen
salvo sus partidarios, la clase media y los pobres”, escribe Manuel Gálvez.
Más,
el pánico oligárquico y el miedo de los corruptos se aplaca, los ánimos se
tranquilizan cuando al jurar expresa: “No he venido a castigar ni a perseguir,
sino a reparar”. Esta expresión la repetirá muchas veces, e intentará realmente
cumplir con la “reparación” histórica de la Nación para restaurarla “en la
plenitud de sus fueros”. Pero su gobierno entrañaba una debilidad orgánica que
no tardará en manifestarse...
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