lunes, 17 de octubre de 2016

A 100 años del ascenso al poder de Yrigoyen (2): Don Hipólito en el gobierno, la clase media intenta la toma del poder

Fue muy desagradable... Han desenganchado los caballos y han arrastrado la carroza presidencial por las calles, vociferando injurias y lanzando vivas. Parecía el carnaval de los negros... Hemos calzado el escarpín de baile durante tanto tiempo y ahora dejamos que se nos metan en el salón con bota de potro”. 


Palabras proferidas por Don Benigno Ocampo, Secretario del Senado y personaje emblemático de la oligarquía. Estas expresiones fueron proferidas ante sus amigos en la confitería Blas Mango comentando los sucesos de la asunción de Yrigoyen. Citado por Jorge Abelardo Ramos.



Alejandro Gonzalo García Garro.


Como dijimos, llegó el esperado 12 de octubre de 1916. Ya está Don Hipólito Irigoyen en la Casa Rosada. Allí se lo puede ver sin ocultar cierto fastidio o displicencia hacia la multitud que lo aclama. Ha llegado a la más alta magistratura de la Nación el nieto de un mazorquero fusilado. El sobrino de Alem. “El hombre del misterio” como subtitula Manuel Gálvez su biografía. El comisario de Balbanera. El dirigente político que nunca se dirigió a la multitud, que jamás hizo un discurso en público y que, sin embargo con especial carisma había convencido con su rara elocuencia a miles de argentinos, uno por uno... Hombre de estampa criolla que, irreductiblemente, durante más de 25 años optó, según las circunstancias, por la insurrección armada, la intransigencia o la abstención. Antimitrista furibundo, de estirpe federal, el “Cesar pardo” como lo llamó la oligarquía despechada. Y, detrás de éste caudillo singular venía el torrente radical... “la chusma” tan temida por los hombres del régimen: “hijos de la inmigración y nietos de próceres “como algún cronista  había expresado, pero, abundaban más, mucho más,  hijos de gringos que nietos de próceres...

Acompañado por una multitud nunca vista hasta entonces en actos de esta naturaleza que se calcula en más de cien mil personas presta juramento en el Congreso. Viste de frac. No leyó el habitual mensaje de asunción ni oculta su desgano en la ceremonia legislativa. En la marcha que va desde el Congreso a la Casa de Gobierno, el público exaltado desengancha los caballos del carruaje y lo arrastra a pulso con ferviente devoción. Se repite la misma escena cuando el Restaurador en 1835... el fantasma de la federación atosiga algunos periódicos oligarcas que no ahorran calificativos en la comparación.

Pero, junto al pueblo, también arriba al gobierno una falange de aventureros, arribistas, oportunistas de toda laya que ingresan desordenadamente por la puerta que acababa de abrirse. Revolotean alrededor de los presupuestos para ocupar sus lugares, ahora que la UCR llega al gobierno es el turno de estos personajes. De este modo aparece en el seno del partido una nueva fuerza que busca aprovecharlo y lo corrompe, inesperado refuerzo de la oligarquía que acechaba dentro y fuera del gobierno. Esta fuerza  prefigura la futura burocracia del gobierno de Yrigoyen. Se produce un fenómeno casi inevitable en las revoluciones populares: la burocratización del poder. Esta burocracia se genera normalmente dentro del proceso mismo de la revolución popular, en ella medra, y paralizándola, contribuye a su estrangulamiento y degeneración.

Yrigoyen constituye su primer gabinete con hombres que por primera vez hacían su aparición en la vida pública nacional. Salvo el Ministro de Relaciones Exteriores, Honorio Pueyrredón, “un ministro prestado del mitrismo”, según el mismo Presidente lo dijera, los demás pertenecían en su mayoría a las burguesías provinciales: viejos luchadores del partido, con méritos locales sin duda pero desconocidos en Buenos Aires. Esto provocaría el primer escándalo entre quienes no podían admitir un gobierno sin los figurones de la oligarquía vernácula. Los hombres del régimen desplazado se burlan de los apellidos y de las vestimentas de los nuevos funcionarios y la prensa, haciendo gala de su tilinguearía congénita, se hace eco.

Al momento de asumir la presidencia algunos de los hombres del régimen viven ese escenario con gran temor, creen que el triunfo del radicalismo constituirá una catástrofe social y llevará al país a la ruina. Le temen también muchos sectores del clero católico que lo imaginan masón, espiritista y desdeñoso del matrimonio y las prácticas religiosas. Algunos de los implicados en los grandes negociados de los  gobiernos anteriores se aterran también y se imaginan represalias y cárcel. “Todos temen a Yrigoyen salvo sus partidarios, la clase media y los pobres”,  escribe Manuel Gálvez.

Más, el pánico oligárquico y el miedo de los corruptos se aplaca, los ánimos se tranquilizan cuando al jurar expresa: “No he venido a castigar ni a perseguir, sino a reparar”. Esta expresión la repetirá muchas veces, e intentará realmente cumplir con la “reparación” histórica de la Nación para restaurarla “en la plenitud de sus fueros”. Pero su gobierno entrañaba una debilidad orgánica que no tardará en manifestarse... 

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