Hace 100 años, Hipólito
Yrigoyen asume la presidencia de la Nación. Un día llegó el por entonces tan
esperado 12 de octubre de 1916. Ya está Don Hipólito Irigoyen en la Casa
Rosada. Allí se lo puede ver sin ocultar cierto fastidio o displicencia hacia
la multitud que lo aclama. Ha llegado a la más alta magistratura de la Nación
el nieto de un mazorquero fusilado. El sobrino de Alem. “El hombre del
misterio” como subtitula Manuel Gálvez su genial biografía. El comisario de
Balbanera. El dirigente político que nunca se dirigió a la multitud, que jamás
hizo un discurso en público y que, sin embargo con especial carisma había
convencido con su rara elocuencia a miles de argentinos, uno por uno... Hombre
de estampa criolla que, irreductiblemente, durante más de 25 años optó, según
las circunstancias, por la insurrección armada, la intransigencia o la
abstención. Antimitrista furibundo, de estirpe federal, el “Cesar pardo” como
lo llamó la oligarquía despechada. Y, detrás de éste caudillo singular venía el
torrente radical... “la chusma” tan temida por los hombres del régimen: “hijos
de la inmigración y nietos de próceres “como algún cronista había expresado, pero, abundaban más, mucho
más, hijos de gringos que nietos de
próceres...
Pero, ¿cuál es el balance
histórico de Yrigoyen? ¿cuál fue la naturaleza política de su gobierno, los
fundamentos políticos y doctrinarios tanto de él como del primer radicalismo en
el poder? Publicaré una serie de viejos textos (1, este es el primero de ellos) sobre la UCR e Yrigoyen a modo
de homenaje para recordar esta fecha central de la historia argentina y dar
respuesta a estas preguntas y otras más.
Acá va el primer texto del dossier: “Algunas
consideraciones a manera de apuntes sobre la naturaleza del radicalismo”.
Alejandro Gonzalo García Garro.
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A 100 años
del ascenso al poder de Yrigoyen (1): Algunas consideraciones a manera de
apuntes sobre la naturaleza del radicalismo
Todos los movimientos populares, todas las tendencias de progreso –
Moreno o Facundo, Rosas o Dorrego, Yrigoyen
o Perón – enfrentaron no a un enemigo interno sino a una coalición de la
oligarquía de su época con el imperialismo dominante.”
Carta
de John William Cooke a Juan Perón, fechada el 18 de octubre de 1962. En “Correspondencia
Perón- Cooke”, Tomo II.
“Perdida ya la memoria de las multitudes federales, ellas reaparecen en
la escena con el radicalismo que es su cause de protesta y esperanza. Si el
hombre del ayer remoto valió un hombre porque valía una lanza, este hombre del sufragio valió un
hombre porque valía un voto. Dejó de ser
cosa despreciable para el patrón, para el Juez de Paz, para el Comisario,
porque la Libreta de Enrolamiento le dió
cotización en las jerarquías humanas”.
Arturo
Jauretche. “Los profetas del odio y la yapa”
Para
comprender con claridad el paso por la historia de Hipólito Yrigoyen (1916-1922
y 1928-1930) y del primer radicalismo (que incluye la presidencia de Alvear) es
preciso analizar que fue el radicalismo en cuanto movimiento político y
desentrañar su naturaleza; cuales fueron las clases, sectores sociales e
intereses económicos que se expresaron a través de él y en que marco económico
y social se desenvolvió.
El tema es
que el radicalismo en general y el yrigoyenismo en especial constituyeron
fenómenos mucho más complejos que los que suelen afirmar tanto panegiristas
como adversarios que han simplificado o mitificado los hechos históricos de tal
manera que, al lector se le hace difícil percibir críticamente el radicalismo
como fenómeno histórico. En este punto es mi intención correr el velo de la
mitología romántica radical para descubrir al radicalismo como hecho histórico
comprensible.
Movimiento/partido
En cuanto a
su naturaleza política es
imprescindible tener en cuenta que la Unión Cívica Radical, por sus
características e incluso por la propia definición de su fundador, Yrigoyen, es
más un movimiento que un partido político orgánico de cuadros, pese a ser el
primer ensayo de esto. El fundamento movimientista del radicalismo descansa en
que éste se arroga “la reivindicación de la Nación falseada en sus
principios rectores” y en la pretensión de querer representar a
todas las aspiraciones postergadas. Tales enunciados movimientistas,
innegablemente amplios e imprecisos produjeron la siguiente consecuencia: cuando
el objetivo central y aglutinante del radicalismo fue alcanzado, las
contradicciones internas comenzaron a manifestarse iniciando un proceso de
diversificación que caracterizará toda la historia del movimiento. ([1])
A la
estructura un tanto inorgánica que caracteriza al movimiento radical, Hipólito
Yrigoyen la construyó ex profeso e incluso explicó en el Manifiesto de
1905: “La UCR no es un partido en el concepto militante. Es una conjunción
de fuerzas emergentes de la opinión nacional”.
Sus orígenes, contexto histórico y sectores
expresados
Recordemos
por otro lado que, en verdad, los orígenes del radicalismo argentino se
encuentran en la revolución del 90´, que fue un intento de golpe de estado
“institucional” donde confluyeron
mitristas, autonomistas, socialistas y roquistas.
El
radicalismo desde su génesis fue la expresión política de la democracia formal
y burguesa en una sociedad dominada por una oligarquía terrateniente asociada
al capital extranjero. Tuvo las mismas vacilaciones y debilidades que sufría la
burguesía de un país oprimido por el imperialismo y reveló, cuando llegó al
gobierno, su inequívoco contenido de clase al reprimir con puño de hierro las
luchas del incipiente movimiento obrero organizado.
Pero,
irrefutablemente, fue también un movimiento nacional y popular que ejercía un
profundo atractivo para las masas necesitadas de una acción emancipadora que
elevara al conjunto nacional y destruyera las relaciones de dependencia que la
enajenaban a la oligarquía políticamente expresada en el régimen.
Veamos ahora
la relación y dependencia del radicalismo con los diversos sectores sociales que componían el
cuadro sociológico de la Argentina de 1916. Durante la primera presidencia de
Yrigoyen, el radicalismo representaba aún a tres sectores de la burguesía
nativa: un sector que podemos llamar la mediana burguesía que era el eje del
yrigoyenismo. La pequeña burguesía o sectores de capas medias que era su apoyo
de masas. Y el sector de la gran burguesía expresados por los “azules”,
(casualmente... el color de los unitarios de otrora) que serán los futuros
“antipersonalistas”. ([2])
Yrigoyen,
trató de mantener el equilibrio tanto en el interior del partido como en el
aparato del Estado y tuvo para cada uno de estos sectores mencionados una
política diferente y es justamente, en
este carácter policlasista y pendular de la política de Yrigoyen en que se
puede apreciar claramente el carácter movimientista mencionado más arriba.
En relación
con la gran burguesía, el yrigoyenismo trató de no romper nunca los puentes. No
tocó por cierto la base de su poder económico: Ni sus grandes propiedades
territoriales; ni las fábricas, propiedad de los monopolios; ni los grandes
bancos particulares. En lo que se refiere a los grandes latifundistas, que
poseían en ese entonces el 70 % de la propiedad de las tierras y más del 50 %
del ganado vacuno, el gobierno de Irigoyen
se limitó al rescate de la tierra
pública evitando que se la siga enajenando a precio vil a los terratenientes.
Acción política ésta influenciada por los ganaderos medianos a los que Irigoyen
estaba ligado como criador de hacienda. En éste terreno, los intereses entre
los grandes y pequeños ganaderos, recién chocarán durante su segunda
presidencia.
En lo
referente a lo que llamamos la mediana burguesía, productora para el mercado
interno Yrigoyen intentó y logró relativamente protegerla ampliando y
unificando un postergado mercado interno. De allí su preocupación por los
ferrocarriles, los proyectos fallidos de extender sus líneas hacia las zonas
más postergadas del país, su lucha por las tarifas ferroviarias que
perjudicaban a los ganaderos no ligados a los frigoríficos ni al gran capital
monopolista. Allí también su preocupación por recuperar las tierras fiscales
repartidas entre la gran burguesía terrateniente y de establecer un control
nacional sobre el petróleo.
Radicalismo
y clase media
Pero, donde
el radicalismo se expresa palmariamente es en las políticas dirigidas a reparar
y satisfacer las necesidades de las
nuevas capas medias contenidas en la Argentina de principios de siglo. Se logra
sin duda alguna ampliar la base social del sistema democrático a partir del
logro de la reforma electoral. Esa es la bandera esencial del yrigoyenismo, la
que arrastra detrás de él a las masas de la pequeña burguesía urbana y rural.
Y, no se
limita el yrigoyenismo a la reparación electoral y democrática sino que va más
allá cuando el estudiantado, de extracción esencialmente pequeño burguesa,
genera el movimiento denominado Reforma Universitaria que es ante todo una
exigencia de democratización de la vida cultural, especialmente universitaria.
El gobierno, como veremos en el punto correspondiente de éste capítulo, apoya el movimiento estudiantil e
institucionaliza sus reclamos.
También
favorece a estos sectores en el terreno económico: cuando ante el accionar de
los monopolios, que en la comercialización de los granos esquilman a los pequeños chacareros, tomará
medidas “estatistas” o proteccionistas fijando los precios de la cosecha y comercializando las bolsas de granos por
medio del Estado para frenar la especulación.
Radicalismo
y clase obrera
Por último,
es necesario analizar las políticas del radicalismo frente a la clase obrera.
Más es preciso remarcar que, si bien por definición, la clase obrera era en ese
entonces la única con capacidad transformadora, no estaban dadas las
condiciones objetivas para realizar la anhelada revolución social pues se
trataba de un sector social absolutamente minoritario y reducido en la práctica
a una sola ciudad: Buenos Aires.
El objetivo
del gobierno de Yrigoyen fue desde el principio controlar el movimiento obrero
mediante la combinación de reformismo y represión, utilizando a la pequeña
burguesía aliada como colchón en esa lucha de clases.
El
reformismo se expresó en la sanción de una legislación “obrerista” y tuvo su
mejor “aliado” en el Partido Socialista que anuló en su interior, a los obreros
más calificados en su mayoría extranjeros. Pero, cuando los sectores más
desposeídos de los trabajadores comenzaron sus reclamos que se convertirían en
conflictos masivos debido a la expansión económica y el crecimiento demográfico del sector, el gobierno radical
no titubeó en reprimir de la manera más cruenta. Ejemplo de estas violentas
represiones obreras son la “Semana Trágica” en 1919 y las huelgas patagónicas
en 1920 y 1921.
Mucho se ha
escrito sobre ésta cuestión que trata de las encontradas y contradictorias
relaciones entre el radicalismo y el movimiento obrero. Ningún historiador ha
dejado de opinar al respecto sea justificando o condenando la política del
radicalismo hacia los trabajadores durante el primer gobierno radical. De todos
estos historiadores he elegido el que considero ha realizado el análisis más
lúcido y además conciso que explica este hecho histórico. Me refiero a Alberto
Belloni, que en su magnífica obra “Del anarquismo al peronismo” subraya:
“Yrigoyen quiso acercarse a los trabajadores, aplastados por las
condiciones de trabajo y cerradas sus posibilidades de estructurar el gran
movimiento obrero que necesitaba el país por los cerrados esquemas de su
dirección. Estas condiciones prefijaban un estrecho marco a la política
irigoyenista; jaqueado, a su vez por los sectores antinacionales y
antipopulares y por la cuña oligarquica metida en su partido...El fracaso del
movimiento radical demuestra la debilidad e incapacidad de la clase media o
pequeña burguesía de hacer por si misma la gran política de transformar el
país, quebrando a la reacción oligárquica, y de la burguesía exportadora ligada
a los intereses imperialistas. La única fuerza, segura y firme para llevar
hasta sus últimas consecuencias esta política, es la clase obrera.”
Fundamentos
doctrinarios y pautas programáticas
Es
importante exponer cuales fueron los fundamentos doctrinarios de su
accionar político y las pautas programáticas que ordenaron la gestión de
gobierno en la primera presidencia de Irigoyen. Pero, se puede afirmar que el
radicalismo llegó al poder, en 1916, sin un programa definido, sin respuestas
concretas a los problemas económicos y sociales con los que habría de
enfrentarse desde el gobierno.
Su programa
se limitaba, según declaración de la
convención Nacional reunida en mayo de 1916, al vago propósito de “realizar
un gobierno amplio, dentro de las finalidades superiores de la Constitución”. O como expresa Yrigoyen en una de sus cartas
fechadas en 1910 “restablecer la moralidad pública, las instituciones de la
República y el bienestar general”. ([3])
En los
documentos oficiales de la Unión Cívica Radical y en los herméticos textos de
Irigoyen, los problemas económicos se definen no como una posición doctrinaria
del movimiento, sino a partir de la crítica a las políticas del régimen.
Fueron, se
podría decir, planteos éticos llevados al campo de la política económica,
basados en la fe de las “fuerzas morales” que son por excelencia las
promotoras del “progreso”. Se criticaba el despilfarro del gobierno de
turno, el peso de la deuda externa, la política tributaria de expoliación y la
inversión de los fondos públicos, incontrolada, y con “fines desconocidos”,
eufemismo que en realidad se refería a los negociados y las corruptelas
cometidas por los dirigentes del “régimen falaz y descreído”.
La cuestión
social se compendiaba en el anhelo de alcanzar el “bienestar general”,
se incluía así a todos los sectores sociales. La solidaridad como valor
trascendental era proclamada como principio fundamental del movimiento.
Solidaridad que alcanzaba incluso al postergado proletariado nacional y recriminaba al régimen por haber desatendido
las “justas pretensiones” de aquel y, por haber respondido con violencia armada
o leyes de excepción a los reclamos de los trabajadores.
La vaguedad
programática del radicalismo fue la consecuencia de haberse afirmado como
un movimiento en el que tuviera cabida “todos
los elementos que quieran ponerse sinceramente al servicio del verdadero
bienestar del país”. Al consolidarse en su naturaleza más como un movimiento
político y no como partido político orgánico (pese a ser el primer intento de
ello) dejó de lado el tratamiento y la sistematización de los problemas
económicos y sociales. La elaboración de un programa de gobierno hubiera
significado provocar un enfrentamiento entre los diversos sectores sociales que
se volcaron a sus filas.
Esta actitud
de rechazo hacia la elaboración de un programa concreto fue la expresión de un
tácito compromiso entre los heterogéneos sectores sociales componentes del
movimiento. Se evitó así la discusión de un programa para encauzar la lucha
tras objetivos políticos inmediatos, limitando sus planteos a la reparación
institucional, evitando aquellos que hubieran podido llevarlos a una inevitable
ruptura interna, en virtud de la diversidad de intereses y compromisos de
clase. Estos conflictos, cuidadosamente sorteados al comienzo habrían de
estallar durante el gobierno de Irigoyen poniendo de manifiesto múltiples
disidencias en todos los ámbitos tanto gubernamentales nacionales como
partidarios y provinciales.
Hubo algunos
sectores del radicalismo que, más decididos a transformar al movimiento en un
partido político, sostuvieron la necesidad elaborar un programa que fuese lo
suficientemente amplio, incluyendo sólo aquellas declaraciones sobre las cuales
no surgieran discrepancias y que además sirvieran para fortalecer la unidad del
movimiento. Ese programa de unidad, debía excluir, “temas como la teoría
librecambista o de protección a las industrias nacionales” que llevaría la
discusión hacia un callejón sin salida. Se propuso entonces un moderado
proteccionismo a las industrias, tendiente a favorecer a los sectores de
consumidores; una legislación protectora del proletariado que no perjudicara “los
legítimos derechos del patrón” y un estímulo a la introducción de
capitales extranjeros conjuntamente con la aspiración a lograr “nuestra
independencia económica.”
Las
contradicciones internas
Evidentemente
se desconocía ingenuamente las contradicciones implícitas en los polos de esos
mismos postulados o se las negaba por razones demagógicas... El convencimiento
de una posible conciliación entre el capital y el trabajo, entre la expansión
del capitalismo financiero y el desarrollo nacional autónomo llevó a los
dirigentes radicales a la negación del carácter mismo del imperialismo.
Fueron estas
mismas contradicciones con las que se tuvo que enfrentarse Yrigoyen y,
naturalmente no pudo resolverlas, siendo finalmente bloqueado en la impotencia
para realizar una transformación profunda de la realidad económica y social.
Los compromisos de clase de la dirigencia y las condiciones históricas mismas
en las que se desarrolló, imposibilitaron al radicalismo el cumplimiento de esa
tarea transformadora.
Una
necesaria reivindicación histórica
Con todo,
fue evidente que surgió como un movimiento popular, sosteniendo
reivindicaciones hasta entonces desconocidas.
No le faltaron
intenciones progresistas, aunque en la práctica, fueron ahogadas en sus propias
ambigüedades o tuvieron escasa incidencia en el orden vigente.
Manuel
Gálvez, sin duda el mejor biógrafo del caudillo del Balbanera y además exegeta
de sus escritos inescrutables, en su libro, “Vida de Hipólito Yrigoyen”, ensaya
una explicación de esta situación sui generis del radicalismo en su etapa
fundacional: la carencia de programa. El radicalismo, dice, es un movimiento
idealista y romántico porque se rige por sentimientos y no por ideas. Pero, si
la UCR no tiene un programa de ideas, Yrigoyen -manifiesta Gálvez- si lo tiene,
aunque más en su “intuición que en su voluntad” y naturalmente no
definido y menos, expresado orgánicamente. Ese programa tiene su origen en algunos
principios, “mitad krausista, ([4]) mitad cristianos”, en
los cuales el caudillo cree firmemente. Ellos son, la convicción profunda de la
igualdad humana, la fraternidad y la igualdad entre los pueblos, la paz, y la
austeridad en las formas de vida.
Estos
principios, que podrían calificarse de ideológicos – doctrinarios, son los que
conducirán sus políticas concretas: un obrerismo paternalista, similar a un
socialismo práctico y reformista. Un anticapitalismo tibio. Pacifismo y
neutralidad en la política exterior. Y un espiritualismo respetuoso de todas
las creencias religiosas.
El
radicalismo tuvo, sobre todo en sus orígenes algo de místico, de mesiánico, y
practicó el culto a Yrigoyen a quien llegará a convertir en un verdadero Mito.
Pero la incondicional adhesión popular a un caudillo suele no ser suficiente
para el logro de los grandes objetivos nacionales...
Yrigoyen,
dirá José María Rosa, “sólo tenía el pueblo consigo” y continúa: “Un
gran pueblo y un gran jefe no bastan para una gran obra; se necesita una
categoría de hombres adoctrinados en el pensamiento del jefe que puedan
acompañarle. Sin ellos, los hombres
providenciales de la Argentina serán relámpagos en la noche”.
[1] La idea de movimiento,
congénita al radicalismo, reaparecerá en repetidas oportunidades en la historia
argentina. La última más importante fue
la experiencia del “Movimiento de Renovación y Cambio” que llevó a la presidencia al Dr. Raúl
Alfonsín que, a su vez intentó, fallidamente, el armado del “Tercer Movimiento
Histórico”.
[2] Bajo el calificativo de
“personalista” se encubría la lucha contra el espíritu intransigente y
revolucionario del radicalismo irigoyenista. El cuño oligárquico dentro del
partido eran los “antipersonalistas” o “azules” que echaban mano al concepto de
personalista para transformar el partido en un apéndice del régimen. Ese era el
verdadero conflicto de fondo. Los antipersonalistas sostenían que estaban en contra de la política personal que
imponía el caudillo. Los yrigoyenistas sostenían en cambio que sus opositores
internos no eran más que una forma encubierta de conservadorismo, un sesgo reaccionario y oligárquico. Y que ellos, los yrigoyenistas interpretaban el carácter popular y
democrático del movimiento. Estas dos tendencias sobreviven a Yrigoyen y a
Alvear, máximo exponente del “antipersonalismo”.
[3] Julio Irazusta en su obra
“Breve historia de la Argentina” refiriéndose a las carencias programáticas del
Yrigoyen expresa: “Ahora bien, ninguna reforma se produce sin que la preceda
una mudanza en las ideas... El triunfo liberal contra Rosas se debió a los
escritores emigrados, cuyas ideas fueron aplicadas por Urquiza en los decretos
del Director Provisorio. Nada semejante en la época anterior al advenimiento de
Yrigoyen, entre la gestación del partido radical y su llegada al poder. Su
ideario era muy vago de la decencia administrativa y la pureza del sufragio.
Contenía algunos atisbos sobre urgencias sentidas por el país en desarrollo:
temor ante las enajenaciones de fuentes de riqueza nacional entregadas al
extranjero, desarrollo de los ferrocarriles estatales. Pero todo se hallaba en
estado de nebulosa. Y el partido carecía de un equipo que hubiese expresado con
precisión estos problemas, que por lo demás no habían madurado aún”. Este historiador, que tiene una visión idealista
de la historia, hace a mi entender una inteligente pero a su vez parcial
reflexión ya que las ideas, nacen y se desarrollan en relación dialéctica con
el mundo material, económico, y en la Argentina de principios del Siglo XX, por
su situación objetiva de país semicolonial
agro exportador había una sola idea: El liberalismo. Ideología ésta, la cual el
yrigoyenismo no niega sino que por el contrario la sostiene en su variante de liberalismo social y
democrático al que le agrega, un cierto sesgo nacional.
[4] El
krausismo es una doctrina filosófica que en la práctica se expresaba en la
defensa de la tolerancia académica y la libertad de pensamiento contra el
dogmatismo. Debe su nombre al filósofo alemán postkantiano Karl Krause (1781-
1832). En realidad es un sistema filosófico menor, poco original y ecléctico
que se desvaneció al poco tiempo. Pero llegó a tener gran difusión en España
gracias a un gran divulgador de ideas de ese tiempo que fue Julián Sanz Del
Rio. Es una mezcla de teísmo y panteísmo reconciliados con un profundo respeto
por la ética y la tolerancia. Tal vez Yrigoyen, que era profesor de Filosofía
en colegios de Enseñanza Media, no haya leído a Krause directamente sino a
algunos de sus divulgadores. Y el krausismo significó para el caudillo una
posición antagónica al positivismo escéptico que era la filosofía oficial del
régimen. Tal vez Yrigoeyen no leía la metafísica de Krause pero si tuvo la
intuición de comprender el mensaje ético y humanista de la obra del pensador.
En la constante prédica moralista de Yrigoyen, en su pacifismo en materia de
política exterior y en el concepto de solidaridad que siempre utilizaba en sus
expresiones, en su estilo de vida austero, solitario y casi hermético se ven
las huellas del pensamiento de Karl Krause, filosofo éste que también fue
cultivado por otro presidente radical: Arturo Illia.
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