sábado, 15 de octubre de 2016

A 100 años del ascenso al poder de Yrigoyen (1): Algunas consideraciones a manera de apuntes sobre la naturaleza del radicalismo

Hace 100 años, Hipólito Yrigoyen asume la presidencia de la Nación. Un día llegó el por entonces tan esperado 12 de octubre de 1916. Ya está Don Hipólito Irigoyen en la Casa Rosada. Allí se lo puede ver sin ocultar cierto fastidio o displicencia hacia la multitud que lo aclama. Ha llegado a la más alta magistratura de la Nación el nieto de un mazorquero fusilado. El sobrino de Alem. “El hombre del misterio” como subtitula Manuel Gálvez su genial biografía. El comisario de Balbanera. El dirigente político que nunca se dirigió a la multitud, que jamás hizo un discurso en público y que, sin embargo con especial carisma había convencido con su rara elocuencia a miles de argentinos, uno por uno... Hombre de estampa criolla que, irreductiblemente, durante más de 25 años optó, según las circunstancias, por la insurrección armada, la intransigencia o la abstención. Antimitrista furibundo, de estirpe federal, el “Cesar pardo” como lo llamó la oligarquía despechada. Y, detrás de éste caudillo singular venía el torrente radical... “la chusma” tan temida por los hombres del régimen: “hijos de la inmigración y nietos de próceres “como algún cronista  había expresado, pero, abundaban más, mucho más,  hijos de gringos que nietos de próceres... 
Pero, ¿cuál es el balance histórico de Yrigoyen? ¿cuál fue la naturaleza política de su gobierno, los fundamentos políticos y doctrinarios tanto de él como del primer radicalismo en el poder? Publicaré una serie de viejos textos (1, este es el primero de ellos) sobre la UCR e Yrigoyen a modo de homenaje para recordar esta fecha central de la historia argentina y dar respuesta a estas preguntas y otras más.

Acá va el primer texto del dossier: “Algunas consideraciones a manera de apuntes sobre la naturaleza del radicalismo”. 


Alejandro Gonzalo García Garro.


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A 100 años del ascenso al poder de Yrigoyen (1): Algunas consideraciones a manera de apuntes sobre la naturaleza del radicalismo


Todos los movimientos populares, todas las tendencias de progreso – Moreno o Facundo, Rosas o Dorrego, Yrigoyen  o Perón – enfrentaron no a un enemigo interno sino a una coalición de la oligarquía de su época con el imperialismo dominante.”
Carta de John William Cooke a Juan Perón, fechada el 18 de octubre de 1962. En “Correspondencia Perón- Cooke”,  Tomo II.

“Perdida ya la memoria de las multitudes federales, ellas reaparecen en la escena con el radicalismo que es su cause de protesta y esperanza. Si el hombre del ayer remoto valió un hombre porque valía  una lanza, este hombre del sufragio valió un hombre porque valía  un voto. Dejó de ser cosa despreciable para el patrón, para el Juez de Paz, para el Comisario, porque la Libreta de Enrolamiento le dió  cotización en las jerarquías humanas”.
Arturo Jauretche. “Los profetas del odio y la yapa”

Para comprender con claridad el paso por la historia de Hipólito Yrigoyen (1916-1922 y 1928-1930) y del primer radicalismo (que incluye la presidencia de Alvear) es preciso analizar que fue el radicalismo en cuanto movimiento político y desentrañar su naturaleza; cuales fueron las clases, sectores sociales e intereses económicos que se expresaron a través de él y en que marco económico y social se desenvolvió.
El tema es que el radicalismo en general y el yrigoyenismo en especial constituyeron fenómenos mucho más complejos que los que suelen afirmar tanto panegiristas como adversarios que han simplificado o mitificado los hechos históricos de tal manera que, al lector se le hace difícil percibir críticamente el radicalismo como fenómeno histórico. En este punto es mi intención correr el velo de la mitología romántica radical para descubrir al radicalismo como hecho histórico comprensible.

Movimiento/partido
En cuanto a su naturaleza política es imprescindible tener en cuenta que la Unión Cívica Radical, por sus características e incluso por la propia definición de su fundador, Yrigoyen, es más un movimiento que un partido político orgánico de cuadros, pese a ser el primer ensayo de esto. El fundamento movimientista del radicalismo descansa en que éste se arroga “la reivindicación de la Nación falseada en sus principios rectores” y en la pretensión de querer representar a todas las aspiraciones postergadas. Tales enunciados movimientistas, innegablemente amplios e imprecisos produjeron la siguiente consecuencia: cuando el objetivo central y aglutinante del radicalismo fue alcanzado, las contradicciones internas comenzaron a manifestarse iniciando un proceso de diversificación que caracterizará toda la historia del movimiento. ([1])
A la estructura un tanto inorgánica que caracteriza al movimiento radical, Hipólito Yrigoyen la construyó ex profeso e incluso explicó en el Manifiesto de 1905: “La UCR no es un partido en el concepto militante. Es una conjunción de fuerzas emergentes de la opinión nacional”.

Sus orígenes, contexto histórico y sectores expresados
Recordemos por otro lado que, en verdad, los orígenes del radicalismo argentino se encuentran en la revolución del 90´, que fue un intento de golpe de estado “institucional”  donde confluyeron mitristas, autonomistas, socialistas y roquistas.
El radicalismo desde su génesis fue la expresión política de la democracia formal y burguesa en una sociedad dominada por una oligarquía terrateniente asociada al capital extranjero. Tuvo las mismas vacilaciones y debilidades que sufría la burguesía de un país oprimido por el imperialismo y reveló, cuando llegó al gobierno, su inequívoco contenido de clase al reprimir con puño de hierro las luchas del incipiente movimiento obrero organizado.
Pero, irrefutablemente, fue también un movimiento nacional y popular que ejercía un profundo atractivo para las masas necesitadas de una acción emancipadora que elevara al conjunto nacional y destruyera las relaciones de dependencia que la enajenaban a la oligarquía políticamente expresada en el régimen.
Veamos ahora la relación y dependencia del radicalismo con los diversos sectores sociales que componían el cuadro sociológico de la Argentina de 1916. Durante la primera presidencia de Yrigoyen, el radicalismo representaba aún a tres sectores de la burguesía nativa: un sector que podemos llamar la mediana burguesía que era el eje del yrigoyenismo. La pequeña burguesía o sectores de capas medias que era su apoyo de masas. Y el sector de la gran burguesía expresados por los “azules”, (casualmente... el color de los unitarios de otrora) que serán los futuros “antipersonalistas”. ([2])
Yrigoyen, trató de mantener el equilibrio tanto en el interior del partido como en el aparato del Estado y tuvo para cada uno de estos sectores mencionados una política diferente y es justamente,  en este carácter policlasista y pendular de la política de Yrigoyen en que se puede apreciar claramente el carácter movimientista mencionado más arriba.
En relación con la gran burguesía, el yrigoyenismo trató de no romper nunca los puentes. No tocó por cierto la base de su poder económico: Ni sus grandes propiedades territoriales; ni las fábricas, propiedad de los monopolios; ni los grandes bancos particulares. En lo que se refiere a los grandes latifundistas, que poseían en ese entonces el 70 % de la propiedad de las tierras y más del 50 % del ganado vacuno, el gobierno de Irigoyen  se limitó  al rescate de la tierra pública evitando que se la siga enajenando a precio vil a los terratenientes. Acción política ésta influenciada por los ganaderos medianos a los que Irigoyen estaba ligado como criador de hacienda. En éste terreno, los intereses entre los grandes y pequeños ganaderos, recién chocarán durante su segunda presidencia.
En lo referente a lo que llamamos la mediana burguesía, productora para el mercado interno Yrigoyen intentó y logró relativamente protegerla ampliando y unificando un postergado mercado interno. De allí su preocupación por los ferrocarriles, los proyectos fallidos de extender sus líneas hacia las zonas más postergadas del país, su lucha por las tarifas ferroviarias que perjudicaban a los ganaderos no ligados a los frigoríficos ni al gran capital monopolista. Allí también su preocupación por recuperar las tierras fiscales repartidas entre la gran burguesía terrateniente y de establecer un control nacional sobre el petróleo.

Radicalismo y clase media
Pero, donde el radicalismo se expresa palmariamente es en las políticas dirigidas a reparar y satisfacer  las necesidades de las nuevas capas medias contenidas en la Argentina de principios de siglo. Se logra sin duda alguna ampliar la base social del sistema democrático a partir del logro de la reforma electoral. Esa es la bandera esencial del yrigoyenismo, la que arrastra detrás de él a las masas de la pequeña burguesía urbana y rural.
Y, no se limita el yrigoyenismo a la reparación electoral y democrática sino que va más allá cuando el estudiantado, de extracción esencialmente pequeño burguesa, genera el movimiento denominado Reforma Universitaria que es ante todo una exigencia de democratización de la vida cultural, especialmente universitaria. El gobierno, como veremos en el punto correspondiente de éste capítulo,  apoya el movimiento estudiantil e institucionaliza sus reclamos.
También favorece a estos sectores en el terreno económico: cuando ante el accionar de los monopolios, que en la comercialización de los granos  esquilman a los pequeños chacareros, tomará medidas “estatistas” o proteccionistas fijando los precios de la cosecha y  comercializando las bolsas de granos por medio del Estado para frenar la especulación.

Radicalismo y clase obrera
Por último, es necesario analizar las políticas del radicalismo frente a la clase obrera. Más es preciso remarcar que, si bien por definición, la clase obrera era en ese entonces la única con capacidad transformadora, no estaban dadas las condiciones objetivas para realizar la anhelada revolución social pues se trataba de un sector social absolutamente minoritario y reducido en la práctica a una sola ciudad: Buenos Aires.
El objetivo del gobierno de Yrigoyen fue desde el principio controlar el movimiento obrero mediante la combinación de reformismo y represión, utilizando a la pequeña burguesía aliada como colchón en esa lucha de clases.
El reformismo se expresó en la sanción de una legislación “obrerista” y tuvo su mejor “aliado” en el Partido Socialista que anuló en su interior, a los obreros más calificados en su mayoría extranjeros. Pero, cuando los sectores más desposeídos de los trabajadores comenzaron sus reclamos que se convertirían en conflictos masivos debido a la expansión económica y el crecimiento  demográfico del sector, el gobierno radical no titubeó en reprimir de la manera más cruenta. Ejemplo de estas violentas represiones obreras son la “Semana Trágica” en 1919 y las huelgas patagónicas en 1920 y 1921.
Mucho se ha escrito sobre ésta cuestión que trata de las encontradas y contradictorias relaciones entre el radicalismo y el movimiento obrero. Ningún historiador ha dejado de opinar al respecto sea justificando o condenando la política del radicalismo hacia los trabajadores durante el primer gobierno radical. De todos estos historiadores he elegido el que considero ha realizado el análisis más lúcido y además conciso que explica este hecho histórico. Me refiero a Alberto Belloni, que en su magnífica obra “Del anarquismo al peronismo” subraya:

“Yrigoyen quiso acercarse a los trabajadores, aplastados por las condiciones de trabajo y cerradas sus posibilidades de estructurar el gran movimiento obrero que necesitaba el país por los cerrados esquemas de su dirección. Estas condiciones prefijaban un estrecho marco a la política irigoyenista; jaqueado, a su vez por los sectores antinacionales y antipopulares y por la cuña oligarquica metida en su partido...El fracaso del movimiento radical demuestra la debilidad e incapacidad de la clase media o pequeña burguesía de hacer por si misma la gran política de transformar el país, quebrando a la reacción oligárquica, y de la burguesía exportadora ligada a los intereses imperialistas. La única fuerza, segura y firme para llevar hasta sus últimas consecuencias esta política, es la clase obrera.”

           
Fundamentos doctrinarios y pautas programáticas
Es importante exponer cuales fueron los fundamentos doctrinarios de su accionar político y las pautas programáticas que ordenaron la gestión de gobierno en la primera presidencia de Irigoyen. Pero, se puede afirmar que el radicalismo llegó al poder, en 1916, sin un programa definido, sin respuestas concretas a los problemas económicos y sociales con los que habría de enfrentarse desde el gobierno.
Su programa se limitaba,  según declaración de la convención Nacional reunida en mayo de 1916, al vago propósito de “realizar un gobierno amplio, dentro de las finalidades superiores de la Constitución”.  O como expresa Yrigoyen en una de sus cartas fechadas en 1910 “restablecer la moralidad pública, las instituciones de la República y el bienestar general”. ([3])
En los documentos oficiales de la Unión Cívica Radical y en los herméticos textos de Irigoyen, los problemas económicos se definen no como una posición doctrinaria del movimiento, sino a partir de la crítica a las políticas del régimen.
Fueron, se podría decir, planteos éticos llevados al campo de la política económica, basados en la fe de las “fuerzas morales” que son por excelencia las promotoras del “progreso”. Se criticaba el despilfarro del gobierno de turno, el peso de la deuda externa, la política tributaria de expoliación y la inversión de los fondos públicos, incontrolada, y con “fines desconocidos”, eufemismo que en realidad se refería a los negociados y las corruptelas cometidas por los dirigentes del “régimen falaz y descreído”.
La cuestión social se compendiaba en el anhelo de alcanzar el “bienestar general”, se incluía así a todos los sectores sociales. La solidaridad como valor trascendental era proclamada como principio fundamental del movimiento. Solidaridad que alcanzaba incluso al postergado proletariado nacional y  recriminaba al régimen por haber desatendido las “justas pretensiones” de aquel y, por haber respondido con violencia armada o leyes de excepción a los reclamos de los trabajadores.
La vaguedad programática del radicalismo fue la consecuencia de haberse afirmado como un  movimiento en el que tuviera cabida “todos los elementos que quieran ponerse sinceramente al servicio del verdadero bienestar del país”. Al consolidarse en su naturaleza más como un movimiento político y no como partido político orgánico (pese a ser el primer intento de ello) dejó de lado el tratamiento y la sistematización de los problemas económicos y sociales. La elaboración de un programa de gobierno hubiera significado provocar un enfrentamiento entre los diversos sectores sociales que se volcaron a sus filas.
Esta actitud de rechazo hacia la elaboración de un programa concreto fue la expresión de un tácito compromiso entre los heterogéneos sectores sociales componentes del movimiento. Se evitó así la discusión de un programa para encauzar la lucha tras objetivos políticos inmediatos, limitando sus planteos a la reparación institucional, evitando aquellos que hubieran podido llevarlos a una inevitable ruptura interna, en virtud de la diversidad de intereses y compromisos de clase. Estos conflictos, cuidadosamente sorteados al comienzo habrían de estallar durante el gobierno de Irigoyen poniendo de manifiesto múltiples disidencias en todos los ámbitos tanto gubernamentales nacionales como partidarios y provinciales.
Hubo algunos sectores del radicalismo que, más decididos a transformar al movimiento en un partido político, sostuvieron la necesidad elaborar un programa que fuese lo suficientemente amplio, incluyendo sólo aquellas declaraciones sobre las cuales no surgieran discrepancias y que además sirvieran para fortalecer la unidad del movimiento. Ese programa de unidad, debía excluir, “temas como la teoría librecambista o de protección a las industrias nacionales” que llevaría la discusión hacia un callejón sin salida. Se propuso entonces un moderado proteccionismo a las industrias, tendiente a favorecer a los sectores de consumidores; una legislación protectora del proletariado que no perjudicara “los legítimos derechos del patrón” y un estímulo a la introducción de capitales extranjeros conjuntamente con la aspiración a lograr “nuestra independencia económica.”

Las contradicciones internas
Evidentemente se desconocía ingenuamente las contradicciones implícitas en los polos de esos mismos postulados o se las negaba por razones demagógicas... El convencimiento de una posible conciliación entre el capital y el trabajo, entre la expansión del capitalismo financiero y el desarrollo nacional autónomo llevó a los dirigentes radicales a la negación del carácter mismo del imperialismo.
Fueron estas mismas contradicciones con las que se tuvo que enfrentarse Yrigoyen y, naturalmente no pudo resolverlas, siendo finalmente bloqueado en la impotencia para realizar una transformación profunda de la realidad económica y social. Los compromisos de clase de la dirigencia y las condiciones históricas mismas en las que se desarrolló, imposibilitaron al radicalismo el cumplimiento de esa tarea transformadora.

Una necesaria reivindicación histórica
Con todo, fue evidente que surgió como un movimiento popular, sosteniendo reivindicaciones hasta entonces desconocidas.
No le faltaron intenciones progresistas, aunque en la práctica, fueron ahogadas en sus propias ambigüedades o tuvieron escasa incidencia en el orden vigente.
Manuel Gálvez, sin duda el mejor biógrafo del caudillo del Balbanera y además exegeta de sus escritos inescrutables, en su libro, “Vida de Hipólito Yrigoyen”, ensaya una explicación de esta situación sui generis del radicalismo en su etapa fundacional: la carencia de programa. El radicalismo, dice, es un movimiento idealista y romántico porque se rige por sentimientos y no por ideas. Pero, si la UCR no tiene un programa de ideas, Yrigoyen -manifiesta Gálvez- si lo tiene, aunque más en su “intuición que en su voluntad” y naturalmente no definido y menos, expresado orgánicamente. Ese programa tiene su origen en algunos principios, “mitad krausista, ([4]) mitad cristianos”, en los cuales el caudillo cree firmemente. Ellos son, la convicción profunda de la igualdad humana, la fraternidad y la igualdad entre los pueblos, la paz, y la austeridad en las formas de vida.
Estos principios, que podrían calificarse de ideológicos – doctrinarios, son los que conducirán sus políticas concretas: un obrerismo paternalista, similar a un socialismo práctico y reformista. Un anticapitalismo tibio. Pacifismo y neutralidad en la política exterior. Y un espiritualismo respetuoso de todas las creencias religiosas.
El radicalismo tuvo, sobre todo en sus orígenes algo de místico, de mesiánico, y practicó el culto a Yrigoyen a quien llegará a convertir en un verdadero Mito. Pero la incondicional adhesión popular a un caudillo suele no ser suficiente para el logro de los grandes objetivos nacionales...
Yrigoyen, dirá José María Rosa, “sólo tenía el pueblo consigo” y continúa: “Un gran pueblo y un gran jefe no bastan para una gran obra; se necesita una categoría de hombres adoctrinados en el pensamiento del jefe que puedan acompañarle. Sin ellos, los hombres providenciales de la Argentina serán relámpagos en la noche”.




[1] La idea de movimiento, congénita al radicalismo, reaparecerá en repetidas oportunidades en la historia argentina. La última más importante  fue la experiencia del “Movimiento de Renovación y Cambio”  que llevó a la presidencia al Dr. Raúl Alfonsín que, a su vez intentó, fallidamente, el armado del “Tercer Movimiento Histórico”.
[2] Bajo el calificativo de “personalista” se encubría la lucha contra el espíritu intransigente y revolucionario del radicalismo irigoyenista. El cuño oligárquico dentro del partido eran los “antipersonalistas” o “azules” que echaban mano al concepto de personalista para transformar el partido en un apéndice del régimen. Ese era el verdadero conflicto de fondo. Los antipersonalistas sostenían que  estaban en contra de la política personal que imponía el caudillo. Los yrigoyenistas sostenían en cambio que sus opositores internos no eran más que una forma encubierta de conservadorismo, un sesgo  reaccionario y oligárquico. Y que ellos, los yrigoyenistas  interpretaban el carácter popular y democrático del movimiento. Estas dos tendencias sobreviven a Yrigoyen y a Alvear, máximo exponente del “antipersonalismo”. 
[3] Julio Irazusta en su obra “Breve historia de la Argentina” refiriéndose a las carencias programáticas del Yrigoyen expresa: “Ahora bien, ninguna reforma se produce sin que la preceda una mudanza en las ideas... El triunfo liberal contra Rosas se debió a los escritores emigrados, cuyas ideas fueron aplicadas por Urquiza en los decretos del Director Provisorio. Nada semejante en la época anterior al advenimiento de Yrigoyen, entre la gestación del partido radical y su llegada al poder. Su ideario era muy vago de la decencia administrativa y la pureza del sufragio. Contenía algunos atisbos sobre urgencias sentidas por el país en desarrollo: temor ante las enajenaciones de fuentes de riqueza nacional entregadas al extranjero, desarrollo de los ferrocarriles estatales. Pero todo se hallaba en estado de nebulosa. Y el partido carecía de un equipo que hubiese expresado con precisión estos problemas, que por lo demás no habían madurado aún”. Este  historiador, que tiene una visión idealista de la historia, hace a mi entender una inteligente pero a su vez parcial reflexión ya que las ideas, nacen y se desarrollan en relación dialéctica con el mundo material, económico, y en la Argentina de principios del Siglo XX, por su situación objetiva  de país semicolonial agro exportador había una sola idea: El liberalismo. Ideología ésta, la cual el yrigoyenismo no niega sino que por el contrario la sostiene  en su variante de liberalismo social y democrático al que le agrega, un cierto sesgo nacional.
[4] El krausismo es una doctrina filosófica que en la práctica se expresaba en la defensa de la tolerancia académica y la libertad de pensamiento contra el dogmatismo. Debe su nombre al filósofo alemán postkantiano Karl Krause (1781- 1832). En realidad es un sistema filosófico menor, poco original y ecléctico que se desvaneció al poco tiempo. Pero llegó a tener gran difusión en España gracias a un gran divulgador de ideas de ese tiempo que fue Julián Sanz Del Rio. Es una mezcla de teísmo y panteísmo reconciliados con un profundo respeto por la ética y la tolerancia. Tal vez Yrigoyen, que era profesor de Filosofía en colegios de Enseñanza Media, no haya leído a Krause directamente sino a algunos de sus divulgadores. Y el krausismo significó para el caudillo una posición antagónica al positivismo escéptico que era la filosofía oficial del régimen. Tal vez Yrigoeyen no leía la metafísica de Krause pero si tuvo la intuición de comprender el mensaje ético y humanista de la obra del pensador. En la constante prédica moralista de Yrigoyen, en su pacifismo en materia de política exterior y en el concepto de solidaridad que siempre utilizaba en sus expresiones, en su estilo de vida austero, solitario y casi hermético se ven las huellas del pensamiento de Karl Krause, filosofo éste que también fue cultivado por otro presidente radical: Arturo Illia.

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