lunes, 17 de octubre de 2016

A 100 años del ascenso al poder de Yrigoyen (3): La encrucijada: reformismo democrático o revolución nacional y popular

“Según Diego Luis Molinari, durante la primera presidencia, Yrigoyen le manifestó en reiteradas ocasiones que el gran error de su vida política consistía en haber arribado al poder legalmente y no por medios revolucionarios”.  

Jorge Enea Spilimbergo. “El Radicalismo, Historia crítica. 1870 –1974”.



Alejandro Gonzalo García Garro

¿La soledad de Yrigoyen? 


A la heterogeneidad del movimiento radical se le debe agregar la ambigüedad en su discurso político. Estos dos factores integrados producen disímiles y hasta contradictorias reacciones en las diferentes provincias luego del triunfo radical. Al no existir un programa nacional en común, ni una doctrina que las unifique en la acción comienzan a manifestarse las diferentes líneas provinciales.

En Cuyo, el caudillo Lencinas, que había conseguido el triunfo gracias al apoyo de los roquistas, se enfrenta con los grandes bodegueros mendocinos. El “bloquismo”, fenómeno muy similar al lencinismo, actuó en San Juan y realizó también una política de características sociales a favor de los sectores más postergados de la provincia. En Córdoba surgen “los radicales rojos” que proponían audaces medidas para resolver la cuestión social. En Jujuy el gobernador asume la defensa de las comunidades originarias marginadas  y propone arrojar a la puna a los hombres del viejo régimen. Lo mismo ocurre en Tucumán donde el primer mandatario provincial se pone al frente de los cañeros y enfrenta a los monopolios de la industria azucarera. Otras provincias radicales, como Santa Fe, estaban en disidencia, por intereses sectoriales, con la conducción nacional de Yrigoyen. Las demás provincias seguían gobernadas por los conservadores que habían llegado por medios fraudulentos; Buenos Aires entre otras, conducida por el poderoso Marcelino Ugarte. Difícil el panorama si se le agrega la división ya manifiesta entre los “antipersonalistas” que son la cuña oligárquica en el movimiento y los “personalistas” adictos a Yrigoyen.

Sin embargo, las limitaciones principales del gobierno de Yrigoyen, no la constituyen las situaciones provinciales ya que este tema se solucionará con las intervenciones. Las vallas verdaderamente infranqueables son la composición mayoritariamente opositora en el Congreso y el carácter oligárquico y reaccionario enquistado en el Poder Judicial.

En la Cámara de Diputados había sólo 45 diputados radicales contra 70 opositores. En el Senado de la Nación, 26 miembros pertenecían a la oposición y cuatro apenas eran radicales. A estos números se le debe agregar que los legisladores radicales reclutados entre una minoría intelectual adicta al radicalismo no eran yrigoyenistas e incluso manifiestamente anti- irigoyenistas en algunos casos. Y, si bien en las elecciones legislativas posteriores de 1918, 1920 y 1922 aumentaron los legisladores radicales, pocos eran leales al caudillo. Esta minoría en ambas Cámaras condenó a la impotencia al gobierno que no pudo poner en marcha sus proyectos más transformadores. Por otra parte, el Poder Judicial era una institución fosilizada en más de 20 años. Se había amparado allí una exclusiva “nobleza de toga” intocable, ajena y hostil con los intereses nacionales y populares que sobrevivirá tranquilamente otras décadas más ya que no corría riesgo de cuestionamientos por parte de un Ejecutivo legalista y menos, peligros de pedidos de juicios políticos iniciados en el Congreso.

A todas estas condiciones, objetivamente adversas, sumémosle otra no menos importante: Yrigoyen no sólo gobierna sin prensa sino contra la prensa a la cuál se enfrenta desde un primer momento. Los grandes periódicos están en su contra y los diarios amarillos publican una serie interminable de injurias, calumnias, infamias varias, se mofan de su persona y de su especial manera de expresarse. Ellos popularizan el mote de “El Peludo”, lo ridiculizan y le inventan historias amorosas inexistentes, filiaciones y oscuras relaciones. “El terror de los zaguanes de Balbanera” le dice la prensa más amarilla. Y no sólo con él es la guerra que le han declarado los medios gráficos sino con todos los miembros de su gabinete.

Yrigoyen, intransigente, podría haber subsidiado con publicidad oficial a algunos de ellos para al menos atemperarlos pero se niega terminantemente. Jamás consiente a que le hagan un reportaje y los periodistas no tienen la entrada fácil a la Casa de Gobierno.

Los mira como enemigos y realmente lo son, y, cuando la lucha se hace más encarnizada clausura la sala de prensa de la Casa Rosada. Él prefiere defenderse y hacer prensa desde el diario oficial. Un medio gráfico pesado, mal diseñado que sólo tira 20.000 ejemplares que ni los propios radiales leen. No obstante, todas las mañanas se reúne el presidente con el redactor en jefe para repasar los titulares y le suministra ideas para algunos artículos. Ese sería el famoso “diario de Yrigoyen…”

Palacio y Jorge Ramos y de quienes entendían a Yrigoyen


A Yrigoyen podríamos decir que solamente lo entendían los grandes sectores populares que le dieron su voto. Ellos y nadie más... No era comprendido por los “doctores” de su partido, ni por los pocos intelectuales que su movimiento había reclutado. Menos podían comprenderlo los “independientes” educados en otra ética política, “los intelectuales de izquierda o de derecha” o los claustros universitarios. En el decir de José María Rosa, “toda la Argentina audible y visible, desde el Jockey Club, el Congreso, las Academias y hasta el pequeño corrillo de una mesa de café, estuvieron contra el “Peludo”.

Dos historiadores revisionistas, que ideológicamente se encuentran en las antípodas; Ernesto Palacio y Jorge Abelardo Ramos; nacionalista católico el primero y marxista de la autodenominada izquierda nacional el segundo, coinciden extrañamente en un punto en común: Si Yrigoyen, que llegó prácticamente plebiscitado al gobierno en 1916, con el apoyo incondicional del pueblo hubiera hecho una especie de “Golpe de Estado salvador”, interviniendo ambas Cámaras del Congreso y el Poder Judicial otra hubiera sido la historia argentina. Si Yrigoyen y el cuerpo de abogados que lo asesoraba no hubiesen tenido tanto prurito legal y se hubiera animado a clausurar diarios y encarcelar enemigos hubiera puesto en marcha la anhelada Revolución Nacional que tuvo que esperar 30 años para ser parida por el peronismo... Si, en vez de haber indultado en masa a los hombres del régimen con su expresión equívoca de “no he venido a castigar ni a perseguir...” y hubiese sido implacable con la reacción conservadora, no hubiese acaecido el golpe reaccionario del 30 y se hubiesen evitados muchos males futuros en la Argentina...  Pero la historia no se escribe en pretérito pluscuamperfecto sino tratando de describir los hechos históricos tal cual ocurrieron, con sus miserias y sus horrores, con sus “enigmas” incluso y sus inevitables contradicciones. La historia es lo que ocurrió y no lo que debería haber ocurrido...

D. Hipólito Yrigoyen no era Mussolini, ni tampoco era Lenin. Las condiciones socioeconómicas y políticas de la Argentina de 1916 no eran las mismas que las del Reino de Italia de entonces ni muchos menos la de la Rusia de los zares. La fallida revolución radical de 1905 no fue ni la marcha sobre Roma ni la toma del Palacio de Invierno. El heterogéneo movimiento popular que conformaba el radicalismo no tenía  ningún punto en común con los fascios italianos o el sólido partido de cuadros que era el bolchevismo ruso. El yrigoyenismo fue un fenómeno popular que sólo puede comprenderse desde la realidad histórica argentina. No es necesario y, además confunde escribir la historia desde lo que no fue o desde lo que pudiese haber sido.

Yrigoyen y desde donde mira la Historia


No es desatinado que los historiadores tengan opinión y hagan, si procede por razones pedagógicas, historia comparada... Es políticamente correcto hacer política con la historia. Más entramos entonces en el terreno de la opinión. Y recordemos que, epistemológicamente la opinión es una afirmación no cierta, basada en argumentos válidos pero no evidentes, opuestos a otros argumentos también válidos.

Yo puedo opinar que el yrigoyenismo fue un movimiento reformista que profundizó dentro de sus carencias la democratización de la sociedad argentina. Otros podrán opinar que fue un intento de revolución frustrada que terminó resultando funcional al régimen que decía combatir. Opiniones. Pero si la opinión, producto de la revisión histórica, se limita a reseñar melancólicamente frustraciones y realizar románticas reminiscencias de los derrotados se convierte a la historia en una saga de antihéroes malditos.


Y en verdad, la historia como instrumento de liberación nacional no es la narración de las vicisitudes de los héroes gloriosos ni de los antihéroes fracasados, sino la procesada desde una Argentina real y concreta que tiene un solo sujeto histórico: el Pueblo. Concepto éste que no representa una entidad metafísica sino una realidad tangible que ha tenido y tiene un protagonismo decisivo en los grandes momentos de la historia argentina. Uno de esos momentos fue el yrigoyenismo que, mas allá de sus limitaciones naturales, contó con el apoyo de las masas populares herederas de la causa federal que volverán a resurgir con otros matices y con diferente carácter en la Revolución Peronista.

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