“Según Diego Luis Molinari, durante la primera presidencia, Yrigoyen le manifestó en reiteradas ocasiones que el gran error de su vida política consistía en haber arribado al poder legalmente y no por medios revolucionarios”.
Jorge Enea Spilimbergo. “El Radicalismo, Historia crítica. 1870 –1974”.
Alejandro Gonzalo García Garro
¿La soledad de Yrigoyen?
A
la heterogeneidad del movimiento radical se le debe agregar la ambigüedad en su
discurso político. Estos dos factores integrados producen disímiles y hasta
contradictorias reacciones en las diferentes provincias luego del triunfo
radical. Al no existir un programa nacional en común, ni una doctrina que las
unifique en la acción comienzan a manifestarse las diferentes líneas
provinciales.
En
Cuyo, el caudillo Lencinas, que había conseguido el triunfo gracias al apoyo de
los roquistas, se enfrenta con los grandes bodegueros mendocinos. El
“bloquismo”, fenómeno muy similar al lencinismo, actuó en San Juan y realizó
también una política de características sociales a favor de los sectores más
postergados de la provincia. En Córdoba surgen “los radicales rojos” que
proponían audaces medidas para resolver la cuestión social. En Jujuy el
gobernador asume la defensa de las comunidades originarias marginadas y propone arrojar a la puna a los hombres del
viejo régimen. Lo mismo ocurre en Tucumán donde el primer mandatario provincial
se pone al frente de los cañeros y enfrenta a los monopolios de la industria
azucarera. Otras provincias radicales, como Santa Fe, estaban en disidencia,
por intereses sectoriales, con la conducción nacional de Yrigoyen. Las demás
provincias seguían gobernadas por los conservadores que habían llegado por
medios fraudulentos; Buenos Aires entre otras, conducida por el poderoso
Marcelino Ugarte. Difícil el panorama si se le agrega la división ya manifiesta
entre los “antipersonalistas” que son la cuña oligárquica en el movimiento y
los “personalistas” adictos a Yrigoyen.
Sin
embargo, las limitaciones principales del gobierno de Yrigoyen, no la
constituyen las situaciones provinciales ya que este tema se solucionará con
las intervenciones. Las vallas verdaderamente infranqueables son la composición
mayoritariamente opositora en el Congreso y el carácter oligárquico y
reaccionario enquistado en el Poder Judicial.
En
la Cámara de Diputados había sólo 45 diputados radicales contra 70 opositores.
En el Senado de la Nación, 26 miembros pertenecían a la oposición y cuatro
apenas eran radicales. A estos números se le debe agregar que los legisladores
radicales reclutados entre una minoría intelectual adicta al radicalismo no
eran yrigoyenistas e incluso manifiestamente anti- irigoyenistas en algunos
casos. Y, si bien en las elecciones legislativas posteriores de 1918, 1920 y
1922 aumentaron los legisladores radicales, pocos eran leales al caudillo. Esta
minoría en ambas Cámaras condenó a la impotencia al gobierno que no pudo poner
en marcha sus proyectos más transformadores. Por otra parte, el Poder Judicial
era una institución fosilizada en más de 20 años. Se había amparado allí una
exclusiva “nobleza de toga” intocable, ajena y hostil con los intereses
nacionales y populares que sobrevivirá tranquilamente otras décadas más ya que
no corría riesgo de cuestionamientos por parte de un Ejecutivo legalista y
menos, peligros de pedidos de juicios políticos iniciados en el Congreso.
A
todas estas condiciones, objetivamente adversas, sumémosle otra no menos
importante: Yrigoyen no sólo gobierna sin prensa sino contra la prensa a la
cuál se enfrenta desde un primer momento. Los grandes periódicos están en su
contra y los diarios amarillos publican una serie interminable de injurias,
calumnias, infamias varias, se mofan de su persona y de su especial manera de
expresarse. Ellos popularizan el mote de “El Peludo”, lo ridiculizan y le
inventan historias amorosas inexistentes, filiaciones y oscuras relaciones. “El terror de los zaguanes de Balbanera”
le dice la prensa más amarilla. Y no sólo con él es la guerra que le han
declarado los medios gráficos sino con todos los miembros de su gabinete.
Yrigoyen,
intransigente, podría haber subsidiado con publicidad oficial a algunos de
ellos para al menos atemperarlos pero se niega terminantemente. Jamás consiente
a que le hagan un reportaje y los periodistas no tienen la entrada fácil a la Casa
de Gobierno.
Los
mira como enemigos y realmente lo son, y, cuando la lucha se hace más
encarnizada clausura la sala de prensa de la Casa Rosada. Él prefiere
defenderse y hacer prensa desde el diario oficial. Un medio gráfico pesado, mal
diseñado que sólo tira 20.000 ejemplares que ni los propios radiales leen. No
obstante, todas las mañanas se reúne el presidente con el redactor en jefe para
repasar los titulares y le suministra ideas para algunos artículos. Ese sería
el famoso “diario de Yrigoyen…”
Palacio y Jorge Ramos y de quienes entendían a Yrigoyen
A
Yrigoyen podríamos decir que solamente lo entendían los grandes sectores
populares que le dieron su voto. Ellos y nadie más... No era comprendido por
los “doctores” de su partido, ni por los pocos intelectuales que su movimiento
había reclutado. Menos podían comprenderlo los “independientes” educados en
otra ética política, “los intelectuales de izquierda o de derecha” o los
claustros universitarios. En el decir de José María Rosa, “toda la Argentina audible y visible, desde el Jockey Club, el Congreso,
las Academias y hasta el pequeño corrillo de una mesa de café, estuvieron
contra el “Peludo”.
Dos
historiadores revisionistas, que ideológicamente se encuentran en las
antípodas; Ernesto Palacio y Jorge Abelardo Ramos; nacionalista católico el
primero y marxista de la autodenominada izquierda nacional el segundo,
coinciden extrañamente en un punto en común: Si Yrigoyen, que llegó
prácticamente plebiscitado al gobierno en 1916, con el apoyo incondicional del
pueblo hubiera hecho una especie de “Golpe de Estado salvador”, interviniendo
ambas Cámaras del Congreso y el Poder Judicial otra hubiera sido la historia
argentina. Si Yrigoyen y el cuerpo de abogados que lo asesoraba no hubiesen
tenido tanto prurito legal y se hubiera animado a clausurar diarios y
encarcelar enemigos hubiera puesto en marcha la anhelada Revolución Nacional
que tuvo que esperar 30 años para ser parida por el peronismo... Si, en vez de
haber indultado en masa a los hombres del régimen con su expresión equívoca de
“no he venido a castigar ni a perseguir...” y hubiese sido implacable con la
reacción conservadora, no hubiese acaecido el golpe reaccionario del 30 y se
hubiesen evitados muchos males futuros en la Argentina... Pero la historia no se escribe en pretérito
pluscuamperfecto sino tratando de describir los hechos históricos tal cual
ocurrieron, con sus miserias y sus horrores, con sus “enigmas” incluso y sus
inevitables contradicciones. La historia es lo que ocurrió y no lo que debería
haber ocurrido...
D.
Hipólito Yrigoyen no era Mussolini, ni tampoco era Lenin. Las condiciones
socioeconómicas y políticas de la Argentina de 1916 no eran las mismas que las
del Reino de Italia de entonces ni muchos menos la de la Rusia de los zares. La
fallida revolución radical de 1905 no fue ni la marcha sobre Roma ni la toma
del Palacio de Invierno. El heterogéneo movimiento popular que conformaba el
radicalismo no tenía ningún punto en
común con los fascios italianos o el sólido partido de cuadros que era el
bolchevismo ruso. El yrigoyenismo fue un fenómeno popular que sólo puede
comprenderse desde la realidad histórica argentina. No es necesario y, además
confunde escribir la historia desde lo que no fue o desde lo que pudiese haber
sido.
Yrigoyen y desde donde mira la Historia
No
es desatinado que los historiadores tengan opinión y hagan, si procede por
razones pedagógicas, historia comparada... Es políticamente correcto hacer
política con la historia. Más entramos entonces en el terreno de la opinión. Y
recordemos que, epistemológicamente la opinión es una afirmación no cierta,
basada en argumentos válidos pero no evidentes, opuestos a otros argumentos
también válidos.
Yo
puedo opinar que el yrigoyenismo fue un movimiento reformista que profundizó
dentro de sus carencias la democratización de la sociedad argentina. Otros
podrán opinar que fue un intento de revolución frustrada que terminó resultando
funcional al régimen que decía combatir. Opiniones. Pero si la opinión,
producto de la revisión histórica, se limita a reseñar melancólicamente
frustraciones y realizar románticas reminiscencias de los derrotados se
convierte a la historia en una saga de antihéroes malditos.
Y
en verdad, la historia como instrumento de liberación nacional no es la
narración de las vicisitudes de los héroes gloriosos ni de los antihéroes
fracasados, sino la procesada desde una Argentina real y concreta que tiene un
solo sujeto histórico: el Pueblo. Concepto éste que no representa una entidad
metafísica sino una realidad tangible que ha tenido y tiene un protagonismo
decisivo en los grandes momentos de la historia argentina. Uno de esos momentos
fue el yrigoyenismo que, mas allá de sus limitaciones naturales, contó con el
apoyo de las masas populares herederas de la causa federal que volverán a
resurgir con otros matices y con diferente carácter en la Revolución Peronista.
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