viernes, 11 de septiembre de 2020

El golpe del 11 de septiembre de 1852 y el efímero control de Urquiza sobre Buenos Aires

En sólo seis meses: De Caseros a la secesión del “Estado Libre de Buenos Aires”



EL ACUERDO DE SAN NICOLÁS

 

Hay sólo un hombre para gobernar la Nación Argentina, y es Don Juan Manuel. Yo estoy preparado para rogarle que vuelva aquí”. (Palabras pronunciadas por Urquiza el 1 de junio de 1852, en forma confidencial al Almirante inglés Gore, según consta en el informe de Gore a Malmsbury, citado por José María Rosa en “Historia Argentina” T.6 Pág. 34).

 

Después de Caseros, el General Urquiza se instala en la residencia del Restaurador en Palermo y desde allí comienza a conducir un proceso político, especialmente complejo. Tiene dos cuestiones para solucionar con urgencia: la provincia de Buenos Aires estaba acéfala y segundo, urgía armar un esquema político a escala nacional, con los caudillos provinciales, que lo pudiese sustentar. 

El primer problema, la acefalía de la Gobernación de Buenos Aires la resuelve con la designación provisional del Vicente López y Planes (autor del Himno Nacional), patricio de prestigio, federal histórico amigo de D. Juan Manuel, respetado por la mayoría. El esquema nacional con el apoyo de los caudillos provinciales lo encontrará en el Acuerdo de San Nicolás que será además el antecedente inmediato de la Constitución Nacional. 

El Acuerdo de San Nicolás nace en la idea, otra vez, de consolidar una alianza del interior para contrarrestar el poder de Buenos Aires. Urquiza convoca entonces a los antiguos caudillos provinciales, que mantenían aún su poder para reunirse en la ciudad de San Nicolás. Cursa a los gobernadores una invitación a congregarse recomendando que pidieran a las legislaturas autorización para tomar decisiones. 

El 20 de mayo de 1852 se produce la primera sesión en la que el gobernador de Buenos Aires era el único que no tenía poder delegado por la Legislatura porteña. Pero tampoco lo había solicitado, en la sospecha que las provincias intentarían limitar cualquier decisión que implicara ventajas para Buenos Aires. Solicitó permiso de asistencia a las reuniones del Acuerdo, pero sin tomar ningún tipo de compromiso. 

Las sesiones preliminares y el convenio al que llegaron los gobernadores no hicieron más que confirmar las sospechas naturales de los porteños. Las disidencias entre porteños y provincianos eran varias, entre las más problemáticas estaban: 

a) Primero, la forma de convocatoria en cuanto al número de congresales representantes por cada provincia El acuerdo resolvió fijar dos por provincia haciendo abstracción de la población total. Buenos Aires pretendía imponer uno por cada 15.000 habitantes siguiendo los lineamientos de la Constitución unitaria de 1826. 

b) La sola polémica sobre una posible federalización de Buenos Aires también erizaba a los porteños. Sin embargo, la resistencia mayor la provocó la creación del gobierno provisional con poderes más amplios que los que tuvo Rosas. 

c) Y, que sea designado Urquiza como Director Provisional era para la burguesía portuaria demasiado. La excusa para la ruptura y la secesión ya había aparecido, era cuestión de esperar la oportunidad. 

En cuanto al Acuerdo de San Nicolás ha pasado a la historia como la referencia inmediata de la Constitución Nacional de 1853. Y, ciertamente es así, el texto comienza de esta manera  declarando su objeto: “Acercar el día de la  reunión de un congreso general que con arreglo a los tratados existentes y al voto unánime de todos los pueblos de la república, ha de sancionar la constitución política que regularice las relaciones que deben existir entre todos los problemas argentinos, como pertenecientes a una misma familia, que establezca y defina los altos poderes nacionales y afiance el orden y la prosperidad interior, y la respetabilidad exterior de la Nación”. 

El Acuerdo suprimía además los derechos de tránsito; afirmaba la libertad de comercio; convocaba al Congreso General Constituyente que debía reunirse en Santa Fe en el mes de agosto y cuyos representantes serían elegidos de acuerdo a las leyes locales; cada provincia enviaría dos diputados que procederían con la mayor libertad de voto y de conciencia, sin la menor restricción en sus poderes y una vez elegidos sus personas resultaban inviolables y ninguna autoridad o individuo podía acusarlos o molestarlos por sus opiniones; indicaba también que la Constitución se sancionaría por el sistema de mayoría de sufragios. 

Retrato sobre el acuerdo de San Nicolás


En realidad, todas estas disposiciones se encontraban ya en el Pacto Federal acordado hacía unas décadas en Santa Fe ya que, los poderes federales que le correspondían por el Pacto eran los que los gobernadores delegaron a Urquiza, concentrando en su persona un poder de tal magnitud que a los porteños le resultaba intolerable. 

Los deberes y atribuciones del “Director Provisional de la Confederación Argentina” estaban detallados en el Acuerdo: Instalar y abrir las sesiones constituyentes, promulgar la ley fundamental de la Nación, nombrar una vez sancionada el primer presidente constitucional de la Argentina, representar la soberanía y custodiar la indivisibilidad nacional, mantener la paz interior y asegurar las fronteras. Tenía además el carácter de General en Jefe de todos los ejércitos de la Confederación, reglamentaría la navegación de los ríos y tendría en su persona la representación de las relaciones exteriores de la Nación.

Demasiado para Buenos Aires. El Acuerdo, producto de una necesidad de lograr la unidad nacional después de Caseros, al concentrar en Urquiza poderes discrecionales, se convirtió en inmediato en excusa y factor de discordia entre Buenos Aires y el resto de las provincias. Por ingenuidad o torpeza política de Urquiza, o quizá como consecuencia natural de la inviabilidad histórica de su proyecto, el proyecto segregacionista de los porteños ya estaba en marcha.

 

EL GOLPE DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1852

 

Urquiza, Benavides y todos los que pretendan apoyar su política de despotismo y retroceso, son otros tantos obstáculos para la organización nacional. Es necesario suprimirlos. Entre ellos y nosotros no hay más arreglo posible que una capitulación a discreción”. (Mitre en el diario “El Nacional”, 13 de octubre de 1852)

Como adelantamos, Vicente López y Planes no había sido facultado por la Legislatura de Buenos Aires para suscribir decisiones durante la reunión efectuada en San Nicolás. Por lo tanto, el nombramiento de Urquiza como Director no era admitido para los porteños, como tampoco era válido el contenido del Acuerdo. Faltaba la aprobación de la poderosa provincia de Buenos Aires, aunque las demás estaban decididas a llevar adelante los proyectos de Urquiza, estuviesen o no de acuerdo los porteños.

Buenos Aires se encontró de pronto en manos de Urquiza y de los caudillos aliados que querían el puerto para todo el país y la distribución de las rentas entre todas las provincias. Para los porteños estas demandas eran inconcebibles.

Bartolomé Mitre.

Los acontecimientos comienzan a precipitarse, el clima de desconfianza hacia Urquiza crece en la ciudad- puerto. Vicente López envía el texto del Acuerdo de San Nicolás a
la Legislatura donde es debatido en las llamadas “jornadas de junio”. En éstas circunstancias hace su aparición pública Bartolomé Mitre recién llegado del exilio: “El lenguaraz del clan portuario en la Legislatura fue el joven diputado Mitre. De muchacho había sido jardinero en la estancia de Prudencia Rosas; luego estudió artillería en el sitio de Montevideo, donde compuso rimas de circunstancias. La ciudad cosmopolita le llenó la cabeza de ideas generales, lo hizo más porteño aún. Cuando llegó a Buenos Aires, después de Caseros, ya era un “pálido proscrito” profesional. Su énfasis declamatorio, aunque insustancial, encantó a la ciudad. Militar de notable ineptitud en un país de espadas, Mitre seria convertido por la Buenos Aires mercantil en su más vacuo tribuno” (Jorge Abelardo Ramos. “Revolución y contrarrevolución en Argentina”.  T. I. Pág. 165).

La opinión pública fue soliviantada por la prensa y las jornadas de junio no brindaron la calma necesaria para el desarrollo del debate. La barra, enceguecida ante la idea de que el único objetivo del Acuerdo era la liquidación de Buenos Aires obstaculizó las sesiones e incluso injuriaron y agredieron algunos miembros del gobierno. A fines de junio, Vicente López presenta la renuncia a la Legislatura que la acepta nombrando en su reemplazo al general Pinto, presidente del cuerpo.

Urquiza se decide a intervenir. Disolvió la legislatura, desterró a quienes se habían opuesto al acuerdo, y asumió el gobierno de la provincia en ejercicio de las facultades que le habían sido conferidas como Director Provisorio. Mientras tanto en las provincias se elegían los constituyentes que debían reunirse en Santa Fé.

El 8 de septiembre se embarcó Urquiza rumbo a Santa Fe con el objeto de inaugurar el Congreso Constituyente después de delegar el mando en su ministro de Guerra, el entrerriano General Galán y de dictar una amplia amnistía política. Tres días después, el 11 de septiembre, estalló el golpe, lo encabezaba militarmente el General Pirán y el General Madariaga que había logrado sublevar un destacamento de correntinos. La conducción civil del golpe era ejercida por el rivadaviano Valentín Alsina y el joven diputado Mitre.

La revolución triunfó sin que se produjeran enfrentamientos: los militares leales a Urquiza quedaron prisioneros y las tropas de Galán se retiraron de Palermo rumbo a la campaña a buscar refuerzos que no encontraron. De inmediato los civiles se hicieron cargo del gobierno, restablecieron la Legislatura, su presidente el General Pinto asumió como gobernador provisorio nuevamente y formó un gabinete con el eje en la persona de Valentín Alsina.

Se restableció la soberanía provincial que era el propósito que aunaba la ciudad con la campaña bonaerense, a los civiles y militares y a los viejos rosistas con los emigrados unitarios. El nuevo gobierno se dispuso de inmediato a modificar las relaciones con las provincias. Decidió que no reconocería ningún acto emanado del Congreso de Santa Fe al que no aceptaba como autoridad nacional, ordenó retirar los diputados de las sesiones y reasumió la dirección de las relaciones exteriores. De hecho, Buenos Aires se desvinculaba de la Confederación. Inmediatamente reconocieron la independencia del Paraguay y enviaron al interior una delegación para explicar la posición del gobierno y los alcances del movimiento. Pero las provincias habían cerrado filas en torno a Urquiza y la revolución se encontró aislada iniciándose, desde ese momento, un periodo de más de diez años de secesión, guerra económica y enfrentamientos armados.

Para comprender la verdadera naturaleza política del golpe septembrino es preciso señalar la inconmovible unidad que se estableció entre antiguos rosistas y los unitarios emigrados alrededor de la defensa de los intereses portuarios. La manifestación más clara de esta alianza fue lo que se denominó “el abrazo del Coliseo”. Allí se abrazaron paradigmáticamente las figuras más representativas de ambos sectores: Lorenzo Torres, el legislador preferido y   más lúcido que tuvo Rosas y Valentín Alsina, rivadaviano, unitario y porteño típico.

¿Que había en el fondo de la intransigencia de Buenos Aires a aceptar la Constitución Nacional y del interés de las provincias de ingresarla en la Confederación? Era, en su fundamento económico el viejo pleito que planteaba la posesión del puerto único. Las provincias habían aspirado siempre a compartir las rentas y las ventajas comerciales del puerto estratégicamente ubicado. Los acuerdos de carácter nacional entraban en punto muerto apenas afloraba el problema de la posesión de esa puerta abierta al mundo exterior. Los constituyentes de Santa Fe lo resolvieron... sin la presencia y sin el acuerdo de Buenos Aires. Y otra vez Buenos Aires se impone, formalizará al tramite en Pavón y culminará el proceso con Mitre en la presidencia de la Nación con el interior federal doblegado y entregado, entre ellos, principalmente, por el propio Urquiza.

Escribe: Dr. Alejandro Gonzalo García Garro