sábado, 26 de diciembre de 2015

Carlos Astrada, filosofía peronista y las raíces del ser nacional

Carlos Astrada.

El caso de Astrada es, sin dudas, una de las más paradigmáticas operaciones del aparato cultural del sistema destinadas a confinar al ostracismo a los pensadores e intelectuales que no comulgaron con el credo de las clases dominantes. Y fue muy efectiva. Sujeto a un impiadoso y sintomático olvido, Carlos Astrada, uno de los mayores filósofos argentinos, ha permanecido en un cono de sombra del cual es preciso que la política definitivamente lo rescate.


Brillante y original, su obra constituye una referencia ineludible a la hora de trazar el molde de lo que conocemos como pensamiento nacional. Al igual que otros grandes hombres, su cercanía al peronismo –y en particular el rol central que tuvo en el Congreso Nacional de Filosofía de 1949- lo convirtieron en un “maldito” para la academia y la historia oficial.


Argentino de pura sepia, Astrada nació en Córdoba, el 26 de febrero de 1894. Falleció el 23 de diciembre de 1970 en la ciudad de Buenos Aires. Desde su temprana juventud hasta su muerte, la vida de Astrada estuvo sumergida completamente en el mundo de la filosofía y su obra fecunda es uno de los principales aportes de la filosofía al pensamiento nacional.


Escribe: Alejandro Gonzalo García Garro




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“A diferencia de los negadores de lo nacional, Astrada ha buscado el ser nacional para el país. En Astrada la realidad argentina está en profundidad. Y lo que es más, la intuición emocional de la tierra nativa”.
Juan José Hernández Arregui. “La formación de la conciencia nacional”.


Sobre el Primer Congreso Argentino de Filosofía

En el año 1947, por iniciativa del rectorado de la Universidad Nacional de Cuyo, se convocó al “Primer Congreso Argentino de Filosofía, con participación de todos los países hispanohablantes”. El 20 de abril de 1948 el Poder Ejecutivo lo declaró  de interés nacional  y el presidente Perón dispuso que el Congreso pasara a denominarse “Primer Congreso Nacional de Filosofía”.
 
Perón y Evita en el Congreso de Filosofía de Mendoza en 1949.
El Estado puso a disposición de los organizadores todos los recursos para garantizar el éxito de este primer encuentro internacional. El Congreso se celebró en Mendoza entre el miércoles 30 de marzo y el sábado 9 de abril de 1949. El propio Perón intervino pronunciando una conferencia  como cierre durante la sesión de clausura, ceremonia celebrada en el Teatro Independencia de Mendoza en la tarde del sábado 9 de abril de 1949, con la presencia de María Eva Duarte de Perón, todos los Ministros que integraban el Gabinete Nacional, los Rectores de las Universidades argentinas, otras autoridades y los congresistas. Perón ofreció en esa intervención, plena de referencias históricas filosóficas, las principales posiciones ideológicas del justicialismo. Este texto sería difundido posteriormente en forma de libro titulado “La Comunidad Organizada”.

Los años finales de la década del 40 fueron muy ricos para el pensamiento argentino. El gobierno peronista, que logró una democratización social sin precedentes, ofrecía el marco propicio para que se profundicen grandes cuestiones pendientes como el tema de los orígenes y el destino de la nacionalidad argentina.

Perón dando su discurso en el Congreso de Filosofía.
El protagonismo que tuvo Perón en el congreso con su discurso de cierre, aprovechando para presentar la filosofía justicialista al mundo, a lo que se le debe sumar el contexto internacional de la postguerra, le dieron al encuentro un carácter político evidente que fue muy criticado por algunos filósofos y sectores académicos que pretendían una encuentro aséptico y apolítico.

Llegaron (o mandaron ponencias) filósofos destacados como Hans Georg Gadamer discípulo del existencialista Martín Heidegger, el tomista francés Jacques Maritain, Julián Marías, José Vasconcelos, Gabriel Marcel, entre otros reconocidos intelectuales  del mundo. Ese Primer Congreso Nacional de Filosofía fue clave, no sólo por las discusiones filosóficas que se realizaron, sino también porque tuvo, reitero, un fuerte matiz político ya que, dos meses antes de la reunión se había reformado la Constitución Nacional, hacía menos de dos años que había concluido la segunda guerra mundial, la humanidad tomaba nota de los Juicios de Nuremberg, Hiroshima y Nagasaki y se advertían los primeros escarceos de la guerra fría, que dominaría al planeta durante más de cincuenta años .

Carlos Astrada fue el filósofo insignia del primer peronismo y máximo referente del Congreso de Filosofía de 1949.

Sobre Carlos Astrada

Carlos Astrada.
En cuanto a los filósofos argentinos, en esos años el existencialismo europeo que lo expresaban Martín Heidegger y Jean Paul Sartre, entre otros, en Argentina era estudiado y difundido por el filósofo Carlos Astrada. Pero también se manifestaba por esa época otra fuerte corriente de pensamiento en nuestro país que era la filosofía tomista católica encabezada por monseñor Nicolás Octavio Derisi. Excedería los límites de esta nota comentar los contenidos de las conferencias y las polémicas desatadas en los diferentes temas filosóficos tratados. Si entiendo que es imprescindible hacer una referencia mínima en estas líneas a un pensador argentino, que hizo importantes aportes para la comprensión de la argentinidad: Carlos Astrada. 

Si uno atendiera a la simple cronología, a una enumeración de nombres y hechos, el cordobés Carlos Astrada podría aparecer como un pensador agudo pero ecléctico y contradictorio que recorre todo el arco filosófico y político del siglo XX argentino llevado por los aires de la época: heideggeriano en los años 30, peronista en los 40 y tempranos 50, marxista en los 60; hacia el final de su vida maoísta. Mao Tsé Tung lo recibió en China porque el Partido Comunista Chino estaba en conocimiento de la crítica que Astrada le dirigía al PC soviético por su carencia de pensamiento dialéctico.

La biografía que traza Guillermo David en su portentoso ensayo “Carlos Astrada. La filosofía argentina” (2004) lo muestra exactamente al revés: como un intelectual riguroso, por momentos quizá demasiado rígido, para quien la posibilidad de cambiar de perspectiva estaba asociada a la necesidad de mantener su coherencia en la búsqueda de una verdad. Este pensador nacional era un hombre austero, con aspecto bien criollo, con rasgos de nuestros pueblos originarios, que había nacido en Córdoba en 1894 y murió olvidado en Argentina en el año 1970, el 23 de diciembre. En la cátedras de “Pensamiento argentino y latinoamericano”, que se dictan en las facultades argentinas la inclusión de la obra de Carlos Astrada queda a criterio del docente y suele ser muy marginada.

Sujeto a un impiadoso y sintomático olvido, Carlos Astrada, el mayor filosofo argentino, ha permanecido en un cono de sombra del cual es preciso que el pensamiento nacional definitivamente lo rescate. Astrada convocó a diversas tradiciones filosóficas para articularlas en el “Humanismo de la Libertad”. Al anti-humanismo de Heidegger oponía la vertiente de los humanismos occidentales como condición para reformular una nueva imagen del hombre. El ansia que late en la filosofía libertaria de Astrada no es el hombre de la razón, ni el homo economicus del liberalismo, ni el homo faber del pragmatismo sino un hombre centrado en su humanidad como centro de todo valor, rescatado de las alienaciones por la praxis. Este es, en una apretada síntesis, la novedosa propuesta filosófica de Astrada.

El Mito Gaucho

"El Mito Gaucho", de Astada.
El gran aporte de Astrada al pensamiento nacional lo hace en su libro más conocido, “El Mito Gaucho” publicado en 1948. En su obra dice que todo pueblo tiene un destino histórico fundado en un mito, en una “sustancia mítica” como la denomina. Y en nuestro caso es el mito del Martín Fierro. Esto supone un programa de vida, un trabajo a realizar y una misión que cumplir. Para Astrada, la “geopisque” hace del hombre argentino un arquetipo germinal, de un origen que olvidó y que, so pena de traicionar o desertar de si mismo, tiene que retomar para mantener la continuidad y la progresión de su ser. El hombre argentino es el hombre pampeano, es el que nace del mito gaucho plasmado en el poema de José Hernández. “Es un ser de lejanía”, una sombra en fuga y dispersión sobre su total melancolía… Este ser argentino, “no obstante a la vertiginosa y avasallante avalancha forastera”, la inmigración, se reveló tan fuerte que no sucumbió al alud colonizador. Atinó a replegarse, a recluirse, a esperar…

Las clases dirigentes durante generaciones traicionaron nuestro mito fundacional e intentaron remplazarlo por el mito europeo. Y, a pesar de esta transgresión, la oligarquía no pudo extirpar el núcleo nacional de un pueblo que aún espera la realización de su destino histórico. En palabras de Hernández Arregui: “Para Astrada, Martín Fierro es la historia nacional en su pasado, en su presente extraviado y en su futuro inconcluso”.

Filosofía, Cultura y Proyecto Nacional

Y, en ese mismo año, 1948, en que Astrada intentaba encontrar el ser argentino en nuestro máximo poema nacional, otro escritor, Leopoldo Marechal, desde la ficción literaria publicaba “Adán Buenosayres”, obra canónica de la literatura nacional, en la que también incursiona en el problema de la argentinidad, sus orígenes y su destino.

Pero no todo era reflexiones sobre el  “ser nacional” o la “argentinidad” en el mundo de la cultura. Por el contrario, la irrupción del peronismo produjo una verdadera crisis en el mundo de las letras especialmente. Muchos escritores miraban con desprecio a los Marechal, a los Manzi, a los Discépolo que habían decidido ir detrás de un “demagogo” como Perón. Me refiero a los literatos de “Sur”, Victoria Ocampo, Bioy Cásares o el mismo Jorge Luis Borges que para esa época publica “La fiesta del monstruo”, metáfora literariamente irrelevante de la “barbarie peronista”. De hecho es “Muerte y transfiguración de Martín Fierro”, del inconfundible antiperonista Ezequiel Martínez Estrada tal vez la contra obra al planteo de Estrada sobre el Martín Fierro.

Le sugiero, al lector que le interese esta temática en especial, recurrir al ensayo de Abelardo Ramos  “Crisis y resurrección de la literatura argentina” donde con claridad el autor expone, la relación entre literatura y poder político en el marco de un país dependiente. En menor medida también la excelente obra "Imperialismo y Cultura" de Hernández Arregui puede servir.

Para ir cerrando, cabe decir que es cierto que en su última etapa Astrada deja de lado su incondicional apoyo al peronismo y asume una postura más crítica, tanto del peronismo como de distintas figuras de la historia argentina, particularmente Rosas. Pero este giro de su vida no menoscaba sus extraordinarios aportes a la filosofía del campo nacional, ni puede esconder el hecho de que su mayor protagonismo como intelectual lo tuvo con Perón, escribiendo una de las páginas más relevantes de la filosofía en Argentina.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Romance al martirio de Dorrego

El fusilamiento del Manuel Dorrego , ordenado por Juan Lavalle el 13 diciembre de 1828, fue tal vez uno de los hechos sangrientos que más secuelas trajo para la vida política argentina. El asesinato de Dorrego desató una guerra civil que durará hasta 1852 y que seguirá luego hasta provocar el aniquilamiento de los caudillos del interior por la "civilizada" Buenos Aires.


Desde Esteban Echeverria, hasta Ernesto Sábato, los intelectuales de las clases dominantes han querido tergiversar este hecho, negando la dimensión política de Dorrego y ocultando la criminalidad de Lavalle.


Desde el lejano asesinato hasta el presente se advierte un intento, una política, de diluir y colectivizar las culpas históricas. El culpable de cada crimen no es quién lo comete y quienes fueron sus cómplices directos, hay que negar la culpa, licuarla. O convertir en víctimas a los victimarios.


El relato que pretende exculpar a Lavalle construye una explicación de las luchas civiles desde una historia "sin buenos ni malos", donde se degollaron unos a otros, donde tanto unos como otros concurrieron como iguales a la construcción del la Argentina actual.


Esto es una trampa del sistema, que impide visualizar y diferenciar los verdaderos proyectos políticos subyacentes, tanto los que promovieron nuestro progreso como los que fueron responsable de nuestro atraso y estancamiento como Nación.


El propio Lavalle apelaba al juicio histórico de su acto. Pues bien, éste señala que, tras el asesinato de Dorrego, crimen que el pueblo ni justificó ni justificará jamás, se impuso la primera tiranía en tierras argentinas e instaló el golpismo militar como método político para consumar la entrega y la enajenación de las riquezas patrimoniales de la Nación. Y esto fue así, aunque muchos hoy lo ignoren, y a pesar de que las clases dominantes hayan negado, mentido y ocultado desde hace casi 190 años. 


"Este crimen horrendo es el más atroz e injusto que se haya cometido en toda la historia de la Patria. No tiene justificación alguna, fusilar al gobernador legal de un Estado que ha sido libremente elegido por sus conciudadanos. Y si ese hombre es nada menos que un soldado de la Independencia, oficial de San Martín y de Belgrano, héroe en el campo de batalla, no solamente es un crimen atroz contra un hombre, lo es contra todo un país y contra toda la civilización", analizaba Juan Perón en  "Breve historia de la problemática argentina."


Escribe: Alejandro Gonzalo García Garro


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Golpe de Estado


No haré un recorrido histórico de los hechos que desencadenaron el fusilamiento de Manuel Dorrego ni del contexto político en el que se desarrollaron, en esta ocasión voy a detenerme en la interpretación y la lectura histórica-política que el aparato cultural del sistema ha realizado de este magnicidio.

Presionado por Inglaterra, sin los factores de poder que lo apoyen, Dorrego tuvo que firmar la paz con el Brasil (luego de ganar la batalla de Ituzaingo) aceptando la mediación inglesa que impuso la independencia de la Banda Oriental. Así nacía la República Oriental del Uruguay en agosto de 1828. Dorrego había sido políticamente derrotado y el estado oriental, ahora "independiente" se convertía en un instrumento geopolítico estratégico en manos de la política británica en el Río de la Plata. Llegaba la hora del contragolpe oligárquico.

La derrota diplomática de la guerra con el Brasil y el descontento de las tropas que regresaban desmoralizadas, fueron utilizados como excusa por los unitarios para conspirar contra el gobernador. Ese era el plan, como lo anticipaba el acérrimo enemigo de Dorrego Julián Segundo de Agüero en su carta a Vicente López: "el ejército volverá al país y entonces veremos si hemos sido vencidos".

Mediante una sucesión de maniobras supervisadas por el Imperio Británico, con el agudo ojo de Lord Ponsomby, la oligarquía porteña desplegó un plan destituyente. El gobernador federal es derrocado, y Lavalle, al frente del ejército, se lanza a la captura del "coronel del pueblo". Fue en la noche del 10 de diciembre cuando Dorrego cae prisionero de las armas unitarias. Lo llevan al campamento central de Lavalle en la localidad de Navarro, allí se desencadenará la última escena de esta tragedia.

Captura y magnicidio


Ahora debemos desentrañar, recurriendo a reconstrucción histórica y a los documentos, si Lavalle fue plenamente conciente del crimen que cometió, y si el mismo fue una decisión política deliberada o no.

Reconstruyendo los hechos desencadenantes, recapitulamos que el 11 de diciembre de 1828 llega la noticia de la captura de Dorrego a Buenos Aires. El 12 tiene lugar el conclave masónico secreto en el cual se ratifica la decisión de fusilar a Dorrego. Los confabulados se movilizan; quieren evitar que Lavalle vacile ante su antiguo camarada de armas. Los "doctores" de Buenos Aires deciden robustecer la decisión del militar amotinado de fusilar al jefe del Partido Federal. Le acosan, le hostigan epistolarmente. Con misivas intrigantes, los hombres salientes de la política porteña gravitan en la decisión del futuro magnicida:

"Después de la sangre que se ha derramado en Navarro, el proceso del que la ha hecho correr, está formado: ésta es la opinión de todos sus amigos de usted; esto será lo que decida de la revolución; sobre todo, si andamos a medias... En fin, usted piense que 200 o más muertos y 500 heridos deben hacer entender a usted cuál es su deber... "Cartas como éstas se rompen, y en circunstancias como las presentes, se dispensan estas confianzas a los que usted sabe que no lo engañan, como su atento amigo y servidor Juan C. Varela". (Carta de Juan Cruz Varela dirigida a Lavalle del 12 de diciembre de 1828.

Salvador María del Carril también le insinúa la necesidad de tomar medidas contundentes contra Dorrego, en carta del 12-12-1828 le expresa: "(...) Ahora bien, general, prescindamos del corazón en este caso (...) Así, considere usted la suerte de Dorrego. Mire usted que este país se fatiga 18 años hace, en revoluciones, sin que una sola haya producido un escarmiento (...) En tal caso, la ley es que una revolución es un juego de azar en el que gana hasta la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella. Haciendo la aplicación de este principio de una evidencia práctica, la cuestión me parece de fácil resolución. Si usted, general, la aborda así, a sangre fría, la decide; si no, yo habré importunado a usted; habré escrito inútilmente, y lo que es más sensible, habrá usted perdido la ocasión de cortar la primera cabeza a la hidra, y no cortará usted las restantes; ¿ entonces, qué gloria puede recogerse en este campo desolado por estas fieras?. Nada queda en la República para un hombre de corazón".

Juan Lavalle se niega a recibir a Dorrego. No hay clemencia, la suerte del gobernador está echada. Dorrego escribe sus últimas cartas... Eran las 2 y media de la tarde en Navarro. Dorrego está preparado para recibir a la muerte, el Padre Castañer, su primo, le dio auxilio religioso. Después, suena la descarga. Dorrego ha sido asesinado.

Parto de la violencia criminal de la oligarquía


El fusilamiento de este mártir nacional será el primer ejemplo cruel de la violencia que el régimen desencadenará permanente y sistemáticamente contra los hombres que intentaron resistir la entrega. Vendrán más: Facundo Quiroga, Martiniano Chilavert, el Chacho Peñaloza, y una incontable lista de perseguidos y asesinados por la oligarquía en nombre de una "revolución libertadora" que como la de Lavalle tenía un solo objetivo: la entrega de la Patria al vasallaje imperialista.

La historia argentina es violenta. Desde el desembarco de los españoles a sangre y fuego hasta los 30.000 desaparecidos; pasando por los genocidios de las últimas montoneras del siglo XIX, los fusilamientos de la Patagonia, la represión de la Semana Trágica, los bombardeos de Plaza de Mayo en 1955, los asesinatos de los basurales de José León Suárez, el fusilamiento del General Valle, la lista es casi interminable... nuestra historia está formada por bloques de terror que han construido un muralla que todavía hoy nos circunda.

Particularmente, el fusilamiento cometido en diciembre de 1828 en la figura del Coronel Manuel Dorrego, a la sazón Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, fue tal vez el hecho sangriento que más consecuencias trajo para la vida política argentina. Desde el primer momento, este asesinato desata una guerra civil que durará hasta 1852 y que seguirá luego, aunque por otros motivos, hasta provocar el aniquilamiento de los caudillos del interior por la "civilizada" Buenos Aires. Una profunda ruptura política fue engendrada por los cuatro disparos que se clavan en el cuerpo de Dorrego.

Lavalle y la comprensión histórica de sus actos


"Incrédulo como soy de la imparcialidad que se atribuye a la posteridad... fragüe el acta de un consejo de guerra para disimular el fusilamiento de Dorrego porque si es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a los muertos", le aconsejaba Salvador María del Carril a Lavalle en una carta después del fusilamiento de Dorrego.

Haciendo caso omiso de los consejos, luego de la ejecución, Lavalle envía a Buenos Aires el siguiente parte: "Participo al gobierno delegado, que el coronel Don Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división."

"La historia, el Señor Ministro, juzgará imparcialmente, el coronel Dorrego ha debido o no morir; si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él, puedo haber estar poseído de otro sentimiento que el del bien público."

"Quisiera persuadirse el pueblo de Buenos Aires, que la muerte del Coronel Dorrego, es el sacrificio mayor que puedo hacer en su obsequio".

"Saludo al Señor ministro, con toda atención".

"Juan Lavalle"

Como leemos en la misiva, Lavalle tenía plena conciencia de su conducta, del magnicidio cometido y del dolor causado.

La política de la historia


"...Lo que se nos ha presentado como historia es una política de la historia, en que ésta es sólo un instrumento de planes más vastos, destinados precisamente a impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de una conciencia histórica nacional...", nos enseñaba Arturo Jauretche.

A más de 190 años y siguiendo a Don Arturo, es procedente indagar como el aparato cultural del sistema y la historia oficial falsificó, negó, ocultó y mintió los hechos que tratamos en esta nota.

Lavalle, como lo dice en el parte del fusilamiento, ingenuamente expresa que confía en el juicio de la historia. Como vimos, del Carril, luego vicepresidente de Urquiza, propone mentir y engañar a los vivos y a los muertos. Y así fue. Se mintió u ocultó a través de la consiguiente operación histórica ideológica que ejecutó el aparato cultural del sistema. Hoy, muchos, directamente ignoran lo que pasó y las nefastas consecuencias.

Manuel Dorrego.
¿Dónde colocar a Dorrego?



La historia liberal no puede colocar en el panteón oficial a Dorrego. Primero porque el propio Mitre lo considerada como "el único prócer federal". Segundo, porque no pueden reivindicar un hombre al que mandaron asesinar impunemente. ¿Dónde colocarlo entonces a Dorrego, dónde encaja?

Es preciso olvidar el asesinato, achicar su figura, negar su trascendencia. Así, ha tenido mayor difusión la banal anécdota de su burla a la voz aflautada de Belgrano que sus denuncias contra el ominoso empréstito Baring que comprometía no sólo a Rivadavia, sino también a miembros de la elite porteña. Se lo tacha con el calificativo de "loco", "insubordinado" "conspirador" y se opta por recordarlo como un héroe de las guerras de la independencia más que como el brillante tribuno que criticó audazmente la "aristocracia del dinero".

La "espada sin cabeza"


Ya en el siglo XIX, las plumas de oligarquía eran conscientes de que Lavalle era indefendible. Acusarlo de impulsivo, hombre sin razón, fue la forma de ocultar la criminalidad de sus actos y la matriz antidemocrática de su política. El joven "romántico" Esteban Echevarria, el mismo que antes lo elogiaba, le escribía un poema donde se pretendía dibujar la silueta histórica de Lavalle. Echeverria, disfrazado de Lord Byron local, le coloca el mote de espada sin cabeza en estos versos:

"Todo estaba en su mano y lo ha perdido.
Lavalle es una espada sin cabeza.
Sobre nosotros entre tanto pesa
su prestigio fatal, y obrando inerte
Nos lleva a la derrota y a la muerte"
Lavalle, el precursor de las derrotas.
OH, Lavalle! Lavalle, muy chico era
para echar sobre sí cosas tan grandes”.

Para los jóvenes de la "ciudad de las luces", Lavalle no era un asesino, ni un golpista. Era sólo un hombre "sin luces", cuyo principal error no eran sus atroces crímenes, sino haber sido derrotado. Y con su derrota haber posibilitado el ascenso de Juan Manuel de Rosas.

Negar y olvidar


En su derrotero auto justificatorio, las clases dominantes recurren a cualquier artilugio discursivo. Y, si es posible negar, olvidar que Dorrego fue asesinado por la oligarquía, mejor. En este sentido es revelador leer al historiador neomitrista Félix Luna (recientemente fallecido) que en su libro: "Breve historia de los Argentinos" escribe al respecto: "Lamentablemente (sic) el gobernador de Buenos Aires, Manuel Dorrego, un federal que gozaba de la confianza de los caudillos del interior, fue derrocado por un cuerpo de los antiguos combatientes de la guerra con Brasil, encabezado por Juan Lavalle. Este hecho abrió nuevamente un período de guerra civil, que se dio en dos escenarios: Buenos Aires y el interior." ¿Tan "breve" es esa historia de los argentinos que no hay una línea para referirse al fusilamiento de un gobernador electo por el pueblo? ¿Tan breve es, que no hay espacio para comentar tamaño magnicidio en el que todos reconocen comienzan las desventuras del pueblo argentino?

Es preciso negar y olvidar o sino... ¿Dice algo el Manual del Alumno X sobre la matanza que vino después del fusilamiento de Dorrego? ¿Por qué no? ¿Será que no es "académico" decirlo? ¿Se menciona en los manuales de historia oficial a Juan Cruz Varela que desde "El Pampero" exige que "se deben degollar cuatro mil para mantener quieta esa gaucha canalla"? No, no se lo menciona. La política de la historia oficial es falsificar y negar, total.... En una población que en la campaña de Buenos Aires, escenario de esas atrocidades, no pudo haber superado las 150 mil almas ¿Qué proporción son 4 mil? Hoy, con una población 40 veces superior, hablaríamos de 160 mil desaparecidos, y en solo un año. Pero, claro, no eran más que gente pobre, gauchos, gente sin abogados que los defiendan, condenados a dejar sus osamentas en la pampa, la "canalla" que no se merecía ni ser cristianamente sepultada. Todos los genocidios cometidos por la oligarquía a lo largo de la historia, fueron sistemáticamente negados por la historia oficial. Esa es la verdad, la amarga verdad.

¿Fue un error, un exceso?


¿Pero, cómo explica, cuando no la niega, la historia oficial el fusilamiento de Dorrego? A muchos les han enseñado que el fusilamiento en los campos de Navarro fue un "error" de Lavalle.

Un "lamentable" error. Ese es la infantil razón que esgrime: un error. La historia oficial está repleta de errores de ese tipo.... Un "exceso" dirían 150 años después, para justificar la última dictadura militar.

¿Y con Lavalle qué hacer?


Juan Lavalle creía en el juicio de la historia, y lo invocaba para su criminal proceder. La historiografía oficial, la de la oligarquía y el aparato cultural, absolverá totalmente al ejecutor de Dorrego que se alió a los franceses para invadir su propia patria años más tarde de aquel criminal asesinato.
Juan Lavalle.

Los restos de Lavalle, representante de la oligarquía porteña, fueron repatriados en 1861, después de Pavón, en la época que el Estado de Buenos Aires se encontraba escindido de la Confederación... No es de extrañar que tal repatriación, en ese contexto histórico, fuera simbólicamente una ratificación de poder de la oligarquía portuaria.

Y tampoco es de extrañar que el monumento a Lavalle, que se alzó en la plaza que lleva su nombre en 1887 durante la presidencia de Juárez Celman, se haya levantado en el terreno de lo que era el antiguo solar que pertenecía a la familia Dorrego.

Convertir al victimario en víctima


Y el aparto cultural decide no solamente justificar el magnicidio de Lavalle calificándolo de error, sino que va por más: convierte al victimario en víctima.

La construcción de "Lavalle-Víctima" es una operación cultural que José Pablo Feinman desenmascara en su libro "La sangre derramada": "En el fusilamiento de Dorrego se ha insistido, a lo largo de toda nuestra historia, en ver a dos víctimas: al fusilado y al fusilador. Dorrego muere y es la gran víctima del federalismo. Lavalle no muere pero permanece hundido en una desdicha que, con frecuencia, pareciera ser mayor que la de Dorrego: es la desdicha que genera la culpa. Lavalle ha sido la principal victima de su temperamento, de su pasión descontrolada, de los malos consejos de sus consejeros. Esta imagen -victima, del Lavalle-tragedia ha sido desarrollada por el referente masculino de la nación, Ernesto Sábato, en una trama lateral de su novela "Sobre héroes y tumbas". Convocó, con su infalible efectividad, la adhesión, la emoción y el deslumbramiento de los sectores culturales medios argentinos. En verdad, la vigencia de ese Lavalle se debe en gran medida a las paginas que Sábato le dedicara en esa novela fetiche, deudora kitsch de las filosofías de la tragedia, publicada a comienzos de la década del sesenta".

Cuando se publicó la novela, se produjo además una exitosa obra musical inspirada en el texto y así, la muerte oprobiosa de Manuel Dorrego, gran patriota, tiene hoy menos popularidad que la de su verdugo, Juan Lavalle, cantada épicamente por Ernesto Sábato, a pesar de haber combatido contra su patria como jefe de las fuerzas terrestres del bloqueo francés y haber muerto en un incidente policial oscuro.

El general Lavalle, en la mencionada novela, viene a ser la figura emblemática del héroe romántico. "Una espada sin cabeza", como lo llamó Echeverría: pura pasión, poca razón, mucha contradicción. En la novela, Lavalle simboliza el ser puro manipulado, inimputable y tirado luego a la basura por la minoría ilustrada.

Sábato y la justificación de la oligarquía


No es extraño tampoco que un intelectual como Sábato haya escrito esta historia y de esa manera. Dirigente comunista en su juventud, eterno detractor del peronismo, Sábato fue premiado por la "Libertadora" con la intervención del diario "El mundo" en 1955. Fue uno de los primeros en aportar una interpretación nefasta y gorila del peronismo tras el derrocamiento de su segundo gobierno, la cual apareció publicada bajo el título de "El otro rostro del peronismo" en el año 1956. En este ensayo, Sábato critica ásperamente al peronismo sosteniendo que "el motor de la historia es el resentimiento que, en el caso argentino, se acumula desde el indio, el gaucho, el gringo, el inmigrante y el trabajador moderno, hasta conformar el germen del peronista, el principal resentido y olvidado". Así es el nivel de análisis científico de un ex marxista: el motor de la historia no es la lucha de clases ni las fuerzas de producción sino el resentimiento. En ese libelo, tampoco se priva Sábato de calificar a Perón como nazi, tirano, corrupto y cuanto calificativo infame se le pueda ocurrir al lector.

Su ambigua trayectoria continúa cuando el 19 de mayo de 1976, Jorge Rafael Videla lo invitó, a un almuerzo en la casa rosada al que asistió con un grupo de escritores argentinos, entre los que se encontraban Jorge Luis Borges, Horacio Esteban Ratti y el cura Castellani. Luego del encuentro Sábato declaró a la prensa: "El general Videla me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura del presidente". Esas elogiosas palabras resuenan en los laberintos de la historia argentina, todavía...

El mismo Sábato, ya mutado en mariposa democrática, sería nuevamente funcional: vendría el juicio a la Junta, los aplausos, el papel de sabio que está más allá del bien y del mal, la Conadep, el "Nunca Más" y su personal contribución: el adefesio ideológico-moral llamado "teoría de los dos Demonios". Ambos contendientes tienen la culpa, guerrilleros y militares, peronista y antiperonistas, unitarios y federales, Lavalle y Dorrego. Es preciso colectivizar la culpa. Las ideologías han muerto. Ni víctimas ni verdugos.

"Sin buenos ni malos"


El relato de la oligarquía que pretende exculpar a Lavalle construye una explicación de las duras y trágicas luchas civiles desde una historia "sin buenos ni malos", donde se degollaron unos a otros, donde tanto unos como otros concurrieron como iguales a la construcción del la Argentina actual. Eso es una trampa del sistema, que nos impide visualizar y diferenciar los verdaderos proyectos políticos subyacentes, tanto los que promovieron nuestro progreso como los que fueron responsable de nuestro atraso y estancamiento como Nación.

Este argumento quiere exculpar a los responsable principales. Es absurdo por donde se lo mire. No tienen la misma responsabilidad un militante de una organización armada de los 70 que la cúpula golpista que cometió un genocidio y entregó la económica nacional. El genocidio del Gaucho o del Indio no se podrá justificar jamás por la supuesta "barbarie" de sus actos aislados. No fueron, ni son, ni somos, todos iguales, ni tenemos las mismas responsabilidades. Lavalle y Dorrego no son las dos caras de una misma moneda; son dos visiones totalmente distintas de país, dos formas antagónicas de concebir la política, la economía, la democracia y el rol del pueblo.

Colectivizar la culpa


Desde el lejano asesinato de Dorrego hasta el presente se advierte un intento, una política, de diluir y colectivizar las culpas históricas. El culpable de cada crimen no es quién lo comete y quienes fueron sus cómplices directos, hay que negar la culpa, licuarla. Esos son los disvalores que rigen en una sociedad ahistórica, sin memoria y moralmente debilitada. El pueblo argentino lleva esta carga amoral en sus espaldas que es preciso removerla, sacudirla definitivamente.

Lavalle, el General Juan Galo de Lavalle, el valeroso héroe de nuestra independencia cometió un crimen, él y sus cómplices deben ser juzgados por la verdad histórica, sin prejuicios y sin leyendas románticas que suavicen el personaje o distorsionen los hechos. El propio Lavalle apelaba al juicio histórico, pues bien, éste señala que, tras el asesinato de Dorrego, crimen que el pueblo ni justificó ni justificará jamás, impuso la primera tiranía en tierras argentinas e instaló el golpismo militar como método político para consumar la entrega y la enajenación de las riquezas patrimoniales de la Nación.

Él no es merecedor ni de la justificación de su crimen ni de la compasión que puede despertar su supuesto arrepentimiento posterior. Pero su proceder me permite establecer un denominador común en todos los golpes de estado: lo llevan adelante soldados, algunos nacionalistas y disfrutan de sus beneficios los liberales, los hombres de negocios que consideran deben de detentar el poder político que han perdido en manos de los sectores populares que tanto desprecian. Esa es la matriz innegable de todos los quiebres institucionales en la historia argentina.

Escribe: Alejandro Gonzalo García Garro.

domingo, 6 de diciembre de 2015

“Felipe Varela viene...”: El interior federal contra Mitre y la Proclama del 6 de diciembre de 1866

El 6 de diciembre de 1866 el caudillo federal Felipe Varela se levantó en armas contra el gobierno de Mitre. En esa ocasión lanza una proclama política que, junto con el Manifiesto que elaborará en 1868, son documentos políticos de enorme relevancia para el pensamiento federal. Varela se diferencia de otros caudillos federales porque tiene una lucidez política para interpretar, evaluar y comunicar los alcances del movimiento. José Pablo Feimann, en su obra más sincera, “Filosofía y nación”, opina que “la proclama del 66 y el Manifiesto del 68, constituyen uno de los más altos momentos del pensamiento argentino”.


En repudio a la política oligárquica de Mitre y en abierta oposición la Guerra de la Triple Infamia, el 6 de diciembre de 1866 Felipe Varela comienza uno de los últimos intentos revolucionarios de las luchas civiles del siglo XIX, uno de los estertores finales del país federal, con un programa de lucha americano, digno y nacional, pero materialmente irrealizable y políticamente impotente.


Escribe: Alejandro Gonzalo García Garro
 

Felipe Varela. Cuadro “El quijote de los caudillos”, de Octavio Calvo.

Contra Mitre y la Guerra de la Triple Infamia

Internamente para Argentina la guerra contra el Paraguay significó la continuación necesaria y lógica de la guerra de la oligarquía mitrista contra el Litoral y el interior del país. La conflagración agudizó todas las contradicciones no resueltas a lo que se le sumó la impopularidad de la misma.

El maestro Fermín Chávez comenta que: “La guerra del Paraguay fue impopular en todas las provincias ya que, gestada en gabinetes y trastiendas, se la consideró una empresa de Buenos Aires; de los porteños y brasileros. Los propios jefes mitristas dejaron testimonios de lo que ocurría, informando que los voluntarios iban al ejercito atados codo con codo”.

El cuadro es grave para la Republica mitrista, la Argentina de 1860 se estaba empezando a parecer a la del 1820. Los federales se alinean políticamente con los paraguayos, son “paraguayistas”, incluso algunos de sus mejores cuadros se alistan en las filas paraguayas como Telmo López, hijo del Brigadier Don Estanislao López, Patriarca de la Confederación. El gauchaje se niega a ir a pelear contra un pueblo hermano del Paraguay. Los “voluntarios” tienen que ser llevados al frente engrillados. Ni el propio Urquiza, que seguía siendo el “jefe” formal del Partido Federal puede garantizar los entrerrianos, que se desbandan en Arroyo Basualdo.

Se forma una corriente de opinión antibelicista. Pensadores y publicistas de la talla de José Hernández, su hermano Rafael, Agustín de Vedia, Miguel Navarro Viola y Carlos Guido y Spano denuncian en panfletos y diarios el crimen de la guerra contra el pueblo hermano del Paraguay. Pero ésta será la hora brillante de Alberdi que, desde Francia, esclarece en innumerables folletos los intereses específicos de la guerra. Deja escritos notables, categóricos, que son devorados por los argentinos de ese tiempo. La oligarquía no perdonará jamás tamaña afrenta. Mitre desde su diario “La Nación” lo llamará “traidor”, “sicario” y “renegado”. Sarmiento con su impune facilidad para alzar calumnias lo denunciará de “estar  a sueldo de Solano López”.

El conocimiento público del “Tratado de la Triple Alianza” y la absurda derrota de Mitre en Curupaitý fueron dos hechos que funcionaron como detonadores e hicieron estallar revueltas en todo el territorio nacional. La montonera vuelve... es  la “hora de los gauchos matreros”.

Motines, sublevaciones, desacatos y chirinadas se suceden por todas partes... Un contingente de riojanos que se dirigían al Paraguay son sublevados por Aurelio Salazar, montonero “histórico”, que decide darle pelea a los porteños en los llanos. Los levantamientos se suceden en San Juan, Mendoza y Córdoba, los gauchos se resisten a seguir su camino hacia el Litoral para luego ser embarcados al Paraguay. Los entrerrianos reunidos por segunda vez, vuelven a desertar ahora en Arroyo Toledo. La deserción en masa del gauchaje testimonia la impopularidad del enfrentamiento.

El centro del conflicto era el noroeste. Se había producido un movimiento federal cuyano, un levantamiento que venía combinado con destacadas figuras que se habían refugiado en Chile y ahora volvían a luchar contra el centralismo porteño, entre ellos viene Felipe Varela.

La Proclama de Felipe Varela

Varela se diferencia de otros caudillos federales porque tiene una lucidez política para interpretar, evaluar y comunicar los alcances del movimiento. Juan Pablo Feimann, en su obra más sincera, “Filosofía y nación”, opina que: “La proclama del 66 y el Manifiesto del 68, constituyen uno de los más altos momentos del pensamiento argentino”. 

En sus Manifiestos, Varela deja expuestos los objetivos políticos de la asonada con claridad, sus conceptos ideológicos, su idea de construcción de una patria soberana liberada de la oligarquía porteña y de los brasileros, denuncia la guerra del Paraguay, proclamaba la lealtad a la Constitución, las autonomías provinciales y requiere una alianza con las provincias del litoral. Pero lo más interesante y definitivo del movimiento político liderado por Felipe Varela fue su americanismo.

En 1868, en Bolivia, hace Varela conocer el texto de su Manifiesto que aparece encabezado con una consigna que resume su proyecto político: ¡Viva la Unión Americana!  Reverdecía la Patria Grande de San Martín y Bolívar, la unidad continental actualizada ahora por el ataque de Francia a México, la agresión española en el Perú y la invasión de EE.UU. a Santo Domingo.

El historiador revisionista José María Rosa en un artículo, “El coronel Felipe Varela y el Paraguay” pinta, con su prosa singular, el siguiente retrato del personaje en cuestión: “Es ahora que hace su aparición en la historia Argentina el coronel Felipe Varela. Alto, enjuto, de mirada penetrante y severa prestancia, Varela conservaba el tipo del antiguo hidalgo castellano, como es común entre los estancieros del noroeste argentino. Pero este catamarqueño se parecía a Don Quijote en algo más que la apariencia física. Era capaz de dejar todo: la estancia, el ama, la sobrina, los consejos prudentes del cura y razonamientos cuerdos del barbero, para echarse al campo con el lanzón en la mano y el yelmo de Mabrino en la cabeza, por una causa que considerase justa. - Aunque fuera una locura”.

Uno de los estertores finales del país federal

Fue lo que hizo en 1866, frisando en los cincuenta años, edad de ensueños y caballerías. Pero a diferencia de su tatarabuelo manchego, el Quijote de los Andes no tendría la sola ayuda de su escudero Sancho en la empresa de abatir endriagos y redimir causas nobles. Todo un pueblo lo seguiría.”

Era un estanciero de Guandacol en La Rioja, aunque catamarqueño nacido en Valle Viejo. Había intervenido como en las guerras iniciales del Chacho, fue ayudante y edecán del General Urquiza, después de Pavón recibió las jinetas de Coronel de la Nación, estuvo en Entre Ríos donde pudo comprobar la impopularidad de la guerra con el Paraguay, y estando en Chile en uno de sus exilios se adhiere a la “Unión Americana”, posiblemente en la filial de Copiapó. Desde Chile y como miembro de la Unión alcanza una visión geopolítica del problema americano. Ha comprendido que “las secciones aisladas de la América serán siempre entidades políticas insignificantes, incapaces de inspirar respeto, en cambio, unidas se bastarán a sí mismas para la defensa de la autonomía e independencia”.

Cuando toma conocimiento del Tratado de la Triple Alianza ordena vender su estancia, compra con lo obtenido dos cañoncitos, algunas pocas armas, desechos del ejercito chileno y se lanza a una de las epopeyas más románticas que tiene la historia argentina. En el comienzo lo acompañan no más de cien hombres y una banda de musiqueros chilenos para amenizar el paso de la cordillera.

Las fuerzas nacionales intentan cerrarle el paso pero les vence en “Nacimiento”. Estamos en diciembre de 1866, la montonera del Varela llega a Jachal, la gente lo recibe con entusiasmo. Los doscientos llegados en diciembre son 4.000 en marzo. La revolución está en marcha.

Los rebeldes derrotan a los ejércitos mitristas en la “Rinconada del Pocito”, en “Portezuelo” y en “Luján”. Toman San Juan y San Luis y amenazan marchar sobre Buenos Aires pero resultan vencidos en “San Ignacio” por las fuerzas traídas del frente paraguayo. Con éste revés y con la derrota de Varela en “Pozo de Bargas”, el levantamiento federal quedó militarmente sofocado. Felipe Varela resiste con los 180 sobrevivientes de “Pozo de Vargas” e intenta una guerra de guerrillas sin resultados, lo persiguen implacablemente tres ejércitos frescos y bien armados venidos del Paraguay.
 
El Coronel Varela toma entonces el camino de Chile, lo siguen muy pocos hombres que van en busca de la protección que da el exilio. Dada la fama del caudillo, el gobierno chileno manda un buque de guerra para desarmar al “ejército”. Se habrán sorprendido cuando encuentran a Varela enfermo de tuberculosis en estado terminal y dos docenas de gauchos harapientos. Les quitan las mulas y los facones y los tienen detenidos un tiempo. Vista su absoluta falta de peligro los sueltan. No obstante Sarmiento, ya en la Presidencia, ordena al cónsul que el caudillo sea vigilado. Varela se instala en Copiapó, donde morirá el 4 de junio de 1870 poco después de terminada la guerra contra el Paraguay. “Muere en la miseria –informará el embajador Félix Frías al gobierno argentino- legando a su familia que vive en Guandacol, La Rioja, sólo sus fatales antecedentes”.

No será ésta la última montonera, como algunos autores la llaman; durante la presidencia de Sarmiento, se verán nuevamente en escena a los gauchos federales sublevarse en Entre Ríos a la orden de López Jordán. El intento revolucionario de Varela es sí uno de los estertores finales del país federal, con un programa de lucha americano, digno y nacional, pero materialmente irrealizable y políticamente impotente. La imposibilidad histórica de ésta lucha la encontramos en la impotencia política de marchar independientemente de Urquiza. Felipe Varela levantaba entre sus consignas la de “Viva al ilustre General, don Justo José de Urquiza”, pero Urquiza ya había defeccionado de la causa nacional, aliado de la oligarquía porteña quería que lo dejasen en paz en su provincia (nuestra Entre Ríos). Había encontrado el negocio de vender vituallas y caballadas al ejército brasilero y dejaba hacer contra el Paraguay y contra la mayoría del país de los argentinos del interior federal que todavía tenían la ingenua esperanza de un Pronunciamiento.

Mitre, frente al pueblo siempre estuvo Mitre

Así llegaba a su fin la Presidencia de Don Bartolomé Mitre, en medio de un cuadro de desastre total: la guerra del Paraguay empantanada sin soluciones a la vista cobrando vidas argentinas, el interior en estado de rebelión y para peor, la ciudad de Buenos Aires víctima de una epidemia de cólera que se atribuía a la infección de las aguas producidas por los cadáveres tirados a los ríos Paraguay y Paraná. Ante semejante cuadro Mitre no podrá imponer su sucesor Elizalde que era catalogado como “el candidato del imperio” por los contrarios a la guerra. Lo sucederá Sarmiento, su opositor, pero aliado estratégico de la oligarquía porteña en la construcción de la República Liberal y civilizadora.

Después de tan rotundo fracaso político y militar era de suponer que Don Bartolo se retirara a escribir su versión de la historia argentina y preparar su propia beatificación, pero, no fue así. Había nacido en 1821 y en 1868 cuando le entrega la presidencia a Sarmiento era un hombre que no llegaba a los cincuenta años. En 1874 será candidato a Presidente pero Avellaneda le ganará las elecciones. Mitre denunciará cínicamente fraude y se sublevará contra las autoridades elegidas. Participará ambiguamente en la revolución del 90. A principios del siglo XX será Senador. Mitre intervino decisiva y directamente durante más de 40 años en la vida política argentina a través de dos medios: el prestigio ganado en la burguesía porteña que lo idolatraba y su diario “La Nación”.

Fue sin duda alguna un protagonista innegable de su tiempo, nada se hacía en los ámbitos liberales - conservadores sin consultarlo previamente, fue un persistente formador de opinión. Don Bartolo, el que se reservaba la última palabra, falleció a los 84 años, el 19 de enero de 1906. Su diario, al igual que su fundador sigue en la actualidad formando opinión y pretende todavía, dar la última palabra... a veces lo logra.

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Proclama de Felipe Varela  (diciembre 1866)

Fuente: Contratiempo, Revista de pensamiento y cultura, año 2, Nº 4.

“¡Argentinos! El hermoso y brillante pabellón que San Martín, Alvear y Urquiza llevaron altivamente en cien combates, haciéndolo tremolar con toda gloria en las tres más grandes epopeyas que nuestra patria atravesó incólume, ha sido vilmente enlodado por el general Mitre, gobernador de Buenos Aires.
”La más bella y perfecta Carta Constitucional democrática, republicana, federal, que los valientes entrerrianos dieron a costa de su sangre preciosa, venciendo en Caseros al centralismo odioso de los espurios hijos de la culta Buenos Aires, ha sido violada y mutilada desde el año sesenta y uno hasta hoy, por Mitre y su círculo de esbirros.
”El pabellón de Mayo, que radiante de gloria flameó victorioso desde los Andes hasta Ayacucho y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó fatalmente en las ineptas y febrinas manos del caudillo Mitre —orgullosa autonomía porteña del partido rebelde—, ha sido cobardemente arrastrado por los fangales de Estero-Bellaco, Tuyutí, Curuzú y Curupaytí.
”Nuestra Nación, tan feliz en antecedentes, tan grande en poder, tan rica en porvenir, tan engalanada en glorias, ha sido humillada como una esclava, quedando empeñada en más de cien millones de pesos fuertes y comprometido su alto nombre a la vez que sus grandes destinos por el bárbaro capricho de aquel mismo porteño que, después de la derrota de Cepeda, lacrimando juró respetarla.
”Compatriotas: Desde que aquél usurpó el Gobierno de la Nación, el monopolio de los tesoros públicos y la absorción de las rentas provinciales vinieron a ser el patrimonio de los porteños, condenando al provinciano a cederles hasta el pan que reservara para sus hijos. Ser porteño es ser ciudadano exclusivista, y ser provinciano es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derechos. Esta es la política del gobierno de Mitre.
”Tal es el odio que aquellos fratricidas tienen a los provincianos que muchos de nuestros pueblos han sido desolados, saqueados y guillotinados por los puñales de los degolladores de oficio, Sarmiento, Sandes, Paunero, Campos, Irrazábal y otros varios oficiales dignos de Mitre.
”Empero, basta de víctimas inmoladas al capricho de mandones sin ley, sin corazón y sin conciencia. Cincuenta mil víctimas hermanas, sacrificadas sin causa justificable, dan testimonio flagrante de la triste e insoportable situación que atravesamos y que es tiempo ya de contener.
”¡Valientes Entrerrianos! Vuestros hermanos de causa en las demás provincias os saludan en marcha al campo de la gloria, donde os esperan. Vuestro ilustre jefe y compañero de armas, el magnánimo Capitán General Urquiza, os acompañará y bajo sus órdenes venceremos todos, una vez más, a los enemigos de la causa nacional.
”A él y a vosotros obliga concluir la grande obra que principiasteis en Caseros, de cuya memorable jornada surgió nuestra redención política consignada en las páginas de nuestra hermosa Constitución, que en aquel campo de honor escribisteis con vuestra sangre.
”¡Argentinos, todos! ¡Llegó el día de mejor porvenir para la Patria! A vosotros cumple ahora el noble esfuerzo de levantar del suelo ensangrentado el pabellón de Belgrano para enarbolarlo gloriosamente sobre las cabezas de nuestros liberticidas enemigos.
”Compatriotas: ¡A las armas!... ¡Es el grito que se arranca del corazón de todos los buenos argentinos!
”¡Abajo los infractores de la ley! ¡Abajo los traidores a la Patria! ¡Abajo los mercaderes de cruces en la Uruguayana, a precio de oro, de lágrimas y de sangre Argentina y Oriental!
”¡Atrás los usurpadores de las rentas y derechos de las provincias en beneficio de un pueblo vano, déspota e indolente!
”¡Soldados federales! Nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución jurada, el orden común, la paz y la amistad con el Paraguay y la unión con las demás Repúblicas Americanas. ¡Ay de aquel que infrinja este programa!