martes, 17 de septiembre de 2019

Pavón: Urquiza y los enigmas de la batalla que inauguró la "La Era de Mitre”

Escena histórica (Manzoni, 1861) que representa el campo de batalla de Pavón. Sobresale la figura de Bartolomé Mitre uniformado, en un caballo blanco, espada en mano, dando órdenes a la tropa. En el ángulo superior derecho se ve el casco de la estancia de Domingo Palacios, con una pequeña torre (mirador). Pieza perteneciente al Museo Mitre. Texto Wikipedia.

"(...) ¿Qué pasó en Pavón? ... Es un misterio no aclarado.” José María Rosa, “La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas”.


 “¿Para qué ha dado Urquiza tres batallas? Caseros para ganar la Presidencia, Cepeda para ganar una fortuna y, Pavón para asegurarla”. Juan Bautista Alberdi, “Escritos Póstumos”.





El 17 de septiembre de 1861 tuvo lugar la batalla de Pavón entre las fuerzas porteñas, comandadas por el general Bartolomé Mitre, y las tropas de la Confederación Argentina, al mando del general Justo José de Urquiza. Durante el combate, Urquiza retiró sus tropas, aún teniendo superioridad numérica. La victoria fue para los porteños, que extenderían su dominio, después de Pavón a todo el territorio nacional.


La batalla de Pavón suscitó polémicas y especulaciones que aún perduran, pero al margen de las interpretaciones sobre los entretelones de la batalla, lo cierto es que Pavón abrió el camino a la consolidación definitiva del poder de Buenos Aires sobre las provincias argentinas. Haré aquí un repaso de los hechos, interpretaciones históricas y me atrevo a efectuar un análisis político. 


Escribe: Dr. A. Gonzalo García Garro


Los hechos

Las acciones militares, según la mayoría de los historiadores, acaecieron de la siguiente manera: Los dos ejércitos chocan cerca de la estancia de Palacios, junto al arroyo Pavón en la provincia de Santa Fe.

Urquiza es un militar de experiencia, Mitre ha sido derrotado hasta por las precarias milicias de los pueblos originarios en Sierra Chica. El resultado no parece dudoso, y todos suponen que pasará como dos años antes, en Cepeda, cuando el ejército federal derrotó a los porteños.

Parece que va a ser así. Pero no... La caballería de Mitre se desbanda. Ceden la izquierda y a la derecha mitrista ante las cargas de las caballerías de la Confederación. Apenas en el centro, la infantería mantiene una débil resistencia que no puede prolongarse.

Mitre, convencido de la derrota, emprende la fuga. Hasta que le llega un parte famoso por lo desatinado: “¡No dispare, general, que ha ganado!”. Y Mitre vuelve a recoger los laureles de su primera –y única quizá– victoria militar.    

Justo José de Urquiza.
Incomprensiblemente Urquiza no ha querido coronar la victoria. Lentamente, al tranco de sus caballos, para que nadie dude que la retirada es voluntaria, ha hecho retroceder a las invictas montoneras entrerrianas. Inútilmente los generales Virasoro y López Jordán, en partes que fechan “en el campo de la victoria” le demuestran el triunfo obtenido. Creen en una equivocación de Urquiza. ¡Si nunca ha habido triunfo más consumado! Pero Urquiza sigue su retirada, se embarca en Rosario para Diamante, y ya no volverá de Entre Ríos.

¿Qué explicación da Urquiza en su parte de batalla?

Hasta aquí, los hechos según la mayoría de los historiadores que podamos consultar.

Pero, ¿qué explicación da el propio Urquiza en su parte de batalla? Que abandonó la lucha “enfermo y disgustado al extremo por el encarnizado combate”. Es decir que el vencedor de Vences, Cepeda y Caseros, el que degolló salvajemente a Chilavert, sufre una indisposición orgánica y lo afecta una desazón especial, casi existencial por la crueldad de la batalla. Absurdo, inverosímil. Hay varias explicaciones sobre la retirada de Urquiza en Pavón, algunas son posibles, pero la del propio Urquiza es imposible de creer.

La versión de la historia oficial urquicista

¿Qué explicación nos da la historia oficial? En su versión urquicista, la historiadora Beatriz Bosch califica a la batalla como “indecisa” y la retirada de Urquiza se explica cómo maniobra para salvar las tropas entrerrianas. Bosch menciona una supuesta inferioridad militar e incluso se remite a la mala salud del caudillo en la emergencia.

No parece ser ajustada a los hechos y pruebas históricas, y nada aporta ésta interpretación a la confusión general. Confusión que el mismo Urquiza parece alentar en sus cartas posteriores a Mitre y a Derqui.

Las interpretaciones psicológicas

Un grupo de historiadores prefieren explicar el hecho a partir de interpretaciones psicológicas del comportamiento de Urquiza como por ejemplo el pionero revisionista Ernesto Palacio que hace hincapié en la influencia de Mitre: "¡Ah la oratoria de Mitre! Así empezaba a inculcar, en la mente dócil del caudillo entrerriano. La idea de que la garantía de su gloria consistía en desarmarse y dejarse dirigir por él” y continúa más adelante: “el primero (Urquiza) se halla literalmente fascinado por el segundo (Mitre) y repite como un loro sus ideas”.

Puiggrós habla del “hastío” de Urquiza que como un señor feudal prefería dedicarse a sus pingues negocios y abandonar la lucha política.

Abelardo Ramos, a veces tan exigente en su marxismo, también cae en una mirada “psicológica” del caudillo entrerriano: “Pavón demostró que Urquiza llevaba la muerte en el alma” y en lo que podría leerse como cierto desprecio a lo provinciano dice: “la abulia de Estanislao López se reencarnaba en Urquiza”.

Las lecturas revisionistas

Un segundo grupo de historiadores revisionistas encabezados por José María Rosa profundizan la hipótesis de un arreglo masónico mezclado con negocios de ganado. En síntesis, documentan que intervino la masonería fallando el pleito sin que Urquiza pagara las costas.

Que un misterioso norteamericano de apellido Yatemon fue y vino entre uno y otro campamento la noche antes de la batalla concertando un acuerdo, que Urquiza desconfiaba del presidente Santiago Derqui, que estaba cansado y prefirió arreglarse con Mitre, dejando a salvo su persona, su fortuna y su gobierno en Entre Ríos.

Alberdi con su inefable mordacidad también tiene su propia interpretación: “¿Para qué ha dado Urquiza tres batallas? Caseros para ganar la Presidencia, Cepeda para ganar una fortuna y, Pavón para asegurarla”.

Los vacíos de las lecturas

Creo que a la historia no la construyen fatalidades personales. Es difícil, para mí, interpretar la historia a partir de las conductas de los hombres como individualidades providenciales. No creo que la influencia de Mitre, el hechizo que producía su palabra; o el hastío o la abulia de Urquiza, hayan sido decisivas en la determinación de retirarse en Pavón.

La segunda hipótesis, la de las intrigas masónicas es ciertamente posible. Lo que no explica, es el porqué, si hubo un arreglo entre ambos, Mitre huyó del campo de batalla despavorido, convencido de que había sido derrotado.

Los juicios de Alberdi, bien pueden ser exabruptos literarios o críticas viscerales sin valor histórico, que Alberdi escribe desde la decepción comprensible que le origina la pérdida irremediable de un proyecto político posible el cual lo tuvo como su mente más brillantes.

En busca de una interpretación histórica

Me atrevo yo también aventurar una conjetura que explique la retirada de Urquiza en Pavón, ideas que expresan varios historiadores pero a la que deseo parte una lógica integral. Aunque más que una conjetura es un análisis político del hecho histórico que consideramos y; esperando, no oscurecer demasiado los “misterios” de Pavón.

Urquiza toma una decisión política con la retirada de su caballería en Pavón. Retirada que significa la claudicación política de su proyecto: La Confederación Argentina sin Buenos Aires. Él tenía total conciencia desde el Pacto de la Unión, o tal vez desde antes, de la inviabilidad de ese proyecto. Proyecto que no era sustentable porque implicaba la dominación económica del puerto de Buenos Aires y eso era material y políticamente imposible para él.

Urquiza carecía de los recursos y la capacidad para imponerse sobre Buenos Aires. Seguramente tenía presente que sólo por muy poco tiempo después de Caseros pudo imponer su poder sobre Buenos Aires. El 11 de septiembre de 1852 los porteños le dijeron adiós, y pese las batallas posteriores nunca pudo ser Urquiza un caudillo en el puerto. La única alianza posible con Urquiza para los porteños fue la de utilizarlo para derrotar a Rosas.

Para la historia liberal –y para la historiografía marxista también, pero con valoraciones invertidas- se trata de una cuestión de determinismo histórico. Un país sin Buenos Aires a la cabeza era imposible, y el tiempo se encargaría de sacar la historia de su letargo y pondría a las minorías poderosas del Puerto, en lo económico y político, como clase dirigente de toda la Nación. Urquiza fue sólo un nexo, un eslabón, funcional y transitorio entre Rosas y Mitre. La historia liberal mitrista le reserva a Urquiza el rol histórico del "Organizador", el primero que hizo pie, destacando al "héroe" de Caseros pero omitiendo que Buenos Aires no formó parte de la Confederación que organizó, ni Mitre juró jamás por su Constitución. Así, Urquiza y Mitre, con estas omisiones, se integran en una solución de continuidad.

Desde aquí entonces reflexiono que Urquiza no dio combate militar contra Mitre porque no podía ganar la batalla política posterior. Pavón fue, en lo político y no sólo en lo militar, la claudicación de la Confederación Argentina que, a esa altura estaba económicamente quebrada, políticamente debilitada e institucionalmente representada en la decadente presidencia de Derqui, personaje ambiguo, de frágil institucionalidad y a esa altura inmanejable para el caudillo entrerriano.

Después de Pavón

Bartolomé Mitre.
Urquiza y nuestros entrerrianos se retiran de la batalla al trote, como para que no queden dudas de que no lo corren, de que no perdieron... Se vuelve a Entre Ríos donde se siente dueño y seguro de llevar adelante una política regional, lo que hará hasta su muerte. Obvio que esta decisión política trajo definitivas consecuencias tanto en lo institucional como en lo político.

Después que los últimos restos del ejército nacional fueron aniquilados en Cañada de Gómez; Urquiza desarmó la escuadra, declaró la caducidad de las autoridades de Paraná y proclamó su adhesión a la nueva Constitución jurada, la que impuso Buenos Aires.

Derqui renunció a la presidencia y se refugió en Montevideo donde murió tiempo después. El gobierno de la Confederación desapareció. Mitre pasaba a ser la primera figura nacional, mientras la estrella del caudillo entrerriano se empezaba a ocultar definitivamente en San José. La Nación Argentina comenzaba su proceso de “unificación”, la “unidad a palos”, con Buenos Aires como cabeza y garrote.

Políticamente, el frente nacional perdió su eje principal luego de la claudicación de Pavón. La Confederación Argentina funcionaba justamente como una agrupación de provincias, un instrumento y un ámbito de resistencia contra la oligarquía porteña. Con la disolución de la misma las provincias interiores nada podían contra Buenos Aires. Carecían de puertos y de producciones locales capaces de resistir el poderío de la aduana bonaerense.

Así librado a su suerte, el interior empobrecido estaba condenado a sufrir la arrasadora política de “civilización” porteña auxiliada por los núcleos oligárquicos locales que se colaron raudamente al proyecto mitrista. Comienza aquí “La Era de Mitre”...


lunes, 16 de septiembre de 2019

16 de septiembre de 1955: Conspiración, Golpe y una explicación de la marcha al exilio de Perón sin resistir militarmente

En primer plano, el Almirante Rojas y el General Aramburu, la esencia de la Revolución golpista, antidemocrática y criminal autodenominada Libertadora.



“El golpe de Estado que me derrocó en setiembre de 1955 fue encabezado por Eduardo Lonardi, un general temulento que ya me había traicionado en Chile veinte años antes, ([i]) y al que por compasión perdoné. No duró en el poder sino unos pocos meses. Lo reemplazó un general que había sido alumno mío en la Escuela Superior de Guerra de nombre Pedro Eugenio Aramburu. Era un verdadero inepto para todo, menos para la perversidad.  Al primero lo liquidó la cirrosis. Tuvo el triste fin que se merecía. Del segundo se encargará el pueblo alguna vez. El pueblo no dejará sin venganza los estropicios que nos hizo ese canalla. Aramburu entregó el país a los intereses extranjeros, fusiló sin misericordia a los patriotas que se le rebelaron y mandó a esconder o a destruir (sólo Dios sabe eso) el cadáver de Evita, para que el pueblo no pudiera venerarlo. Esos crímenes nunca quedan impunes. Palabras de Perón a Tomás Eloy Martínez, Madrid 29 de junio de 1966. En "Conversaciones con Perón”.

“..Yo, que amo profundamente a mi pueblo, me horrorizo al pensar que por mi culpa los argentinos puedan sufrir las consecuencias de una despiadada guerra civil”. Carta de Juan Perón del 19 de septiembre de 1955 dirigida al general Franklin Lucero.

Tras su apogeo y de ejercer el poder entre los años 1945 y 1955 se da un quiebre en el eje de poder sobre el cual se sustentó el peronismo. Como consecuencia de esto, ese mismo año se produce el golpe militar de septiembre del 55, el más grosero golpe a la voluntad popular en nuestra historia. Perón era un presidente enormemente legitimado por el pueblo, su legitimidad democrática es absolutamente indiscutible.

Perón se alzó con su reelección presidencial en las elecciones del 11 de noviembre de 1951 con el 63.40 %, ganando en todas las provincias. En 1954 se llevaron adelante las elecciones legislativas nacionales y el peronismo sacó el 64.28 %. El mismo 25 de abril de 1954 en forma simultanea se realizaron los comicios para elegir vicepresidente, cargo que estaba vacante desde el fallecimiento de Hortensio Quijano, y allí el peronismo también arrasó con el 64.52 %, consagrando a Alberto Teisaire, quien luego tendría un indigno papel durante la dictadura que derrocó a Perón.

El peronismo cae porque se desarticula la coalición que lo había sostenido (es lo que se denomina, para la sociología política, como “la ruptura del bloque histórico” según los términos de Gramsci), por los avatares de la historia esa fuerza en coalición que ejerció el poder durante 10 años se desarticula y si bien jamás perdió el acompañamiento del pueblo perdió el poder militar, quien apoyado por el poder económico y los intereses de las élites, fue quien galvanizó la oposición antiperonista y desencadenó el golpe de 1955.

La caída del peronismo abrió la etapa de la manifestación más abierta y desenfrenada del odio político en nuestro país, que dio nacimiento a la persecución institucionalizada. Un odio político que aún perdura en algunos sectores de la sociedad, pese a los años que han pasado.

Era, es, odio de clase, odio éste que se manifestó desde 1955 hasta 1983 con golpes de estado sangrientos y persecutorios, que cometieron las más flagrantes violaciones a los derechos humanos de nuestra historia. De hecho, el Golpe del 55 fue un hecho de violencia sin precedentes en la historia del siglo XX y XXI. En cuatro días de lucha el país quedó ensangrentado y había más de 4.000 muertos, dato este silenciado y ocultado por la historia oficial.

Pero no pretendo en este artículo abordar las causas y consecuencias del golpe del 55, sino reconstruir una crónica militar y política de la conspiración y el golpe, identificando actores, acciones militares, procedimientos y maniobras tácticas y estrategias que desencadenaron con el fin del primer peronismo y la instauración de una dictadura infame en Argentina. Divido la nota en tres partes, una que llamo “conspiración” en la que describo el armado militar y político del golpe y otra que llamo el “el golpe” en el que pretendo reconstruir el derrotero de hechos que comenzaron aquel ignominioso 16 de septiembre de 1955 y terminaron con el exilio de Perón.

A lo último, en una tercera parte, trato de dar una respuesta al enigma de que por qué Perón se fue al exilio sin luchar hasta lo último. Debate inconcluso este al que hago mi aporte.

Escribe: A. Gonzalo García Garro

1. La conspiración 
 “Era indispensable el apoyo del Ejército, sin cuyo concurso resultaba imposible una rebelión armada con posibilidades de éxito. Se establecen los contactos, y el general en actividad don Pedro Eugenio Aramburu acepta, después de una serie de reuniones, ser cabeza de la conspiración cuyos hilos pone en manos del coronel Eduardo Señorans, que a la sazón se desempeñaba en el Estado Mayor del Ejército “. “Mi padre y la revolución del 55 “, Marta Lonardi, hija de Eduardo Lonardi) ([ii])

Iba creciendo el golpismo
Estamos en 1955. Mientras Perón pretendía se afanaba en instalar una política de pacificación, varias conspiraciones, con frágiles vínculos entre sí, aguardaban a la espera de una oportunidad propicia para el golpe y la sublevación.

A esta altura, el cabecilla más probable de los disidentes era el General Pedro Eugenio Aramburu, quien estaba en actividad como director de los cursos para coroneles dictados en la Escuela de Guerra y ostentaba el rango más alto entre los golpistas. Había un grupo de oficiales jóvenes, especialmente los que estaban asignados a algunas guarniciones del ejército en la ciudad de Córdoba, que también operaban para derrocar al gobierno. Contarían también con la participación del General Lonardi quien por entonces había pasado a retiro después de la fracasada “chirinada” de Menéndez en 1951.

La presión sobre los conspiradores se hizo más intensa después del discurso del “Cinco por uno” de Perón. Luego del bombardeo a la Plaza de Mayo amplios sectores de peronismo estaban resuelto a aplastar cualquier rebelión militar. Esto provocó que, a principios de septiembre se lanzara una rebelión prematura en la Cuarta Región militar con asiento en la ciudad de Río Cuarto, Córdoba, conducida por el General Videla Balaguer. Pero la insurrección fracasó antes de concretarse.

En la provincia de Córdoba, los oficiales de la Escuela de Artillería que habían jurado derrocar a Perón se encontraban haciendo maniobras con sus tropas. Cuando los ejercicios concluyeran a mediados de mes, sus armas debían ser devueltas, por lo que el momento de actuar se aproximaba inexorablemente.

Se elige la fecha del 16 de septiembre
Isaac Francisco Rojas.
Por último, las unidades navales se encontraban listas para sublevarse, pero enfrentaban una inspección inminente que dejaría al descubierto sus intenciones golpistas. Su cabecilla, el almirante Isaac Rojas, (el jefe naval de más alta graduación en actividad, condecorado con la medalla de la “Lealtad Peronista”) hizo saber a sus aliados del ejército que, si no se rebelaban antes del 17 de septiembre, la marina estaba decidida a bombardear nuevamente la Casa de Gobierno en esa fecha.

Y con respecto a la Fuerza Aérea, diría el mismo Perón: “…  la Marina, ya comprometida con los hechos del 16 de junio, trató de ganar la causa de la revolución también a la Aeronáutica. Donde no llegó la persuasión llegó el dinero y el dinero se mostró más fuerte que todas las razones” (Juan Domingo Perón, “Del poder al exilio”).

Evaluando todos los factores, Aramburu, llegó a la conclusión de que un levantamiento armado con tan pocas unidades del ejército y en esas circunstancias no podía tener garantía de éxito y se retiró de la participación activa.

Pedro Eugenio Aramburu.
“Mi padre quedó atónito cuando Aramburu le contestó “que no conspiraba ni conspiraría” cuenta Marta Lonardi y entonces, como no era aconsejable posponer el golpe el general retirado Eduardo Lonardi decidió por cuenta propia llenar el vacío dejado por la defección de Aramburu. Estaba consciente que las posibilidades de triunfar eran escasas, pero también se daba cuenta de que cualquier demora podría ser fatal para los comprometidos en la insurrección. El día 5 de septiembre se puso a la cabeza de la revolución para derrocar a Perón.

Lonardi recibió en herencia los distintos grupos insurgentes que antes habían respondido a la conducción de Aramburu y estableció contactos con la Marina. El día 11 de septiembre dio a conocer en una reunión su plan de acción que se iniciaría el día 16 de septiembre a las 00.00 horas.

El Plan golpista, los actores civiles
El plan subversivo consistía en lograr sublevaciones simultáneas de guarniciones del ejército en Córdoba y en el resto del país, la totalidad de la flota de mar, importantes instalaciones navales y varias unidades de la fuerza aérea. El primer objetivo y a la vez el más crítico, era Córdoba. Una vez que cayera esta ciudad, los sublevados se dirigirían al este hacia Santa Fe, y luego marcharían rumbo al sur en dirección a Buenos Aires. Mientras tanto la flota iniciaría un bloqueo al Río de la Plata con el objetivo de estar en posición cuando llegara el momento del asalto final a la Capital.

Era una estrategia ambiciosa que dependía de que los primeros sublevados en Córdoba pudiesen mantenerse firmes en sus posiciones durante 48 horas y así atraer a otros oficiales que aún no se habían comprometido y darle al movimiento un ímpetu irreversible.

El movimiento “rebelde” contaba con aliados en Uruguay. En Montevideo, desde junio de 1955 funcionaba un comando revolucionario y el presidente uruguayo Batlle Berres mantenía permanente comunicación con los rebeldes asilados y, la embajada uruguaya en Buenos Aires actuaba como órgano adelantado en Buenos Aires. “El gobierno del Uruguay, quebrantando todas las normas del derecho internacional en abierta violación de la Carta de la Organización de los Estados Americanos, no sólo amparó, ayudó y cubrió la acción revolucionaria en la persona de los conspiradores, sino que puso a su disposición dinero, medios y aun el Estado para el logro de sus designios”, escribiría Perón tres años más tarde en “La fuerza es el derecho de las Bestias”.

Las emisoras radiales uruguayas fueron permanentes agentes de perturbación y propaganda contra el gobierno peronista y durante la sublevación sirvieron de enlace entre los distintos focos rebeldes.

Para terminar de crear el clima necesario para la sedición inminente, en Buenos Aires, la Acción Católica y algunos colegios religiosos comenzaron a provocar desmanes en las altas horas de la noche. Las reuniones eran organizadas por la Curia Metropolitana que había dispuesto la realización de misas en la noche después de la cuales, la oposición ganaba la calle con actos relámpagos y enfrentamientos con la policía.

Perón había delegado el mando a los generales conducidos por Lucero que era el comandante en jefe y éste no estaba al tanto de los movimientos de tropa en Córdoba a pesar de haber viajado a la ciudad mediterránea. Lonardi llegó a Córdoba en ómnibus el día 14 de septiembre a la noche, estuvo un día escondido en la casa de su cuñado, el dirigente nacionalista católico Clemente Villada Achával y el día 15 por la tarde la Marina de Guerra encendió la luz verde cediendo el paso para lo que se llamaría la “Revolución Libertadora”.

2. El golpe del 55

“Señores: vamos a llevar a cabo una empresa de gran responsabilidad. La única consigna que les doy es que procedan con la máxima brutalidad”. 
Palabras pronunciadas por Lonardi al grupo de personas que lo acompañaba al momento de comenzar la sublevación según el libro “Mi padre y la revolución del 55 “de Marta Lonardi.

Lonardi y Córdoba, la hora y zona 0 del golpe
En las primeras horas del 16 de septiembre de 1955, el general Eduardo Lonardi, junto con una docena de oficiales y civiles, salió de una finca situada en la localidad cordobesa de La Calera. Ingresó en la Escuela de Artillería, donde se le facilitó el acceso. Entró en el dormitorio del coronel jefe de la unidad, lo intimó a sumarse a la revolución y, ante un amago de resistencia, le disparó un balazo que le rozó la oreja. La consigna que había impartido a su gente –“proceder con la máxima brutalidad”– rindió efecto.

Eduardo Lonardi.
Una vez arrestados los oficiales y suboficiales leales, Lonardi llamó por teléfono al jefe de la vecina Escuela de Infantería, coronel Guillermo Brizuela. No hubo respuesta. Los de Infantería permanecerían leales al gobierno. Poco después se entablaba el primer combate de ese día. Duró unas diez horas y produjo numerosas víctimas.

La situación fue en un momento tan crítica para los golpistas que Lonardi admitió una eventual derrota, pero, casi de inmediato, de manera salvadora, llegó una oferta de parlamentar. Entonces, según un conocido relato de Luis Ernesto Lonardi, el jefe golpista invitó al jefe leal a dar por terminada la lucha. Esta, afirmó, será la última revolución, “la que sin vencedores ni vencidos afirmará la unidad de los argentinos”. “Brizuela lamentó (continúa narrando el hijo del general insurrecto) que se hubiera derramado sangre de hermanos, mientras Lonardi le aseguraba que por haber luchado con valor se le rendirían honores”. Fue como un intento fugaz de tregua, pero los enfrentamientos armados continuaron toda la jornada.

Las radios tomadas por la Aeronáutica, cuyas fuerzas también se habían rebelado, convocaban a la insurrección. En una proclama firmada por el futuro presidente Arturo Illia (al cual el anti peronismo hace esfuerzo por mostrar como un estadista y un demócrata y en realidad fue un golpista en el 55, presidente electo con el 25% de los votos en 1963 y con el peronismo proscripto, y un gobernante inútil e incapaz en todos los aspectos) y otros dirigentes radicales cordobeses, se decía: “ciudadanos: a la calle a defender la libertad, la democracia, la justicia y la paz de la familia argentina”.

El gobernador de Córdoba, Raúl Lucini, que se había instalado en la jefatura de policía, en el viejo Cabildo, partió con rumbo desconocido en las primeras horas de la tarde. Luego, con la ciudad en estado de caos, el eje de la acción se trasladó a la céntrica plaza San Martín, donde una columna integrada mayoritariamente por civiles, con el general Dalmiro Videla Balaguer y el comodoro Krause al frente, tomó la sede policial después de un sangriento tiroteo.

Como los rebeldes carecían de infantería, civiles armados y dirigidos por oficiales de la Aeronáutica, se encargarían de ocupar la CGT, el Aeropuerto y la comisaría situada en el barrio Clínicas. Estos civiles, que se autoproclamaban “comandos civiles” habían esperado desde muy temprano la oportunidad de entrar en acción; unos eran estudiantes reformistas, comunistas y socialistas de las distintas facultades de la Universidad Nacional de Córdoba; otros, activistas católicos y miembros del patriciado local más conservador; otros, los más, militantes radicales del sabatinismo. 

Al anochecer, mientras nuevos voluntarios se sumaban al alzamiento, se sabía en el comando rebelde, que unidades poderosas de guarniciones leales vendrían a reprimirlos. Lonardi en ese momento estaba incomunicado y desconocía que ocurría con sus aliados de la marina y con las demás unidades comprometidas.

El golpe avanza en el resto del país

Hubo alzamientos del ejército en Mendoza y San Juan y ambas provincias quedaron bajo el control de los “revolucionarios” golpistas. En Curuzú Cuatiá, Corrientes, Aramburu cambió insólita y sorpresivamente de idea y se hizo cargo del comando de las fuerzas rebeldes de la región, pero las tropas leales lograron rodearlos y Aramburu se vio forzado a huir.

La operación naval del levantamiento se desenvolvió sin inconvenientes. Los buques de guerra anclados en Bahía Blanca, y Puerto Madryn respondieron a los rebeldes como estaba previsto y una flota de buques de guerra comenzó a agruparse y dirigirse hacia el norte a lo largo de la costa de la Provincia de Buenos Aires. Fracasó, en un principio, la sublevación en Puerto Belgrano debido a la resistencia de una unidad del ejército leal al gobierno, pero los rebeldes consiguieron recuperar la base después de una larga lucha. 

En la mañana del día 16 de septiembre mientras las informaciones sobre las diferentes asonadas iban llegando a la ciudad de Buenos Aires, ya se podía apreciar con claridad que lo que estaba ocurriendo no era una chirinada más sino un esfuerzo serio y coordinado para derrocar el gobierno. Grupos de civiles armados salieron a las calles dando cumplimiento al plan de tomar emisoras de radio, pero la policía fácilmente pudo reprimirlos. Alrededor de la Casa Rosada y a lo largo del puerto fueron colocadas baterías antiaéreas. A pesar de todo este movimiento, la ciudad capital seguía respirando un clima de sosiego. Los enfrentamientos armados no tenían esta vez como centro a la ciudad de Buenos Aires como ocurriera en otros golpes de estado.

Perón, Lucero y el sublevamiento de Córdoba

Perón mantuvo una conferencia con el general Lucero y el resto de los miembros del comando en jefe del ejército en el Ministerio de Guerra a fin de analizar el cuadro de situación. Lucero toma la responsabilidad de defender el gobierno y Perón quedó aparentemente satisfecho y tranquilo en dejar la conducción de la represión en manos de sus generales.

Juan Perón (izquierda) junto a Franklin Lucero (derecha)
El nervio central de la rebelión era Córdoba donde resistía Lonardi. Lucero y los generales elaboraron cuidadosamente un plan para aniquilar el foco rebelde denominado “Operación Limpieza” y las tropas leales empezaron rápidamente a cercar por todos lados a la capital provincial. Más de 10.000 hombres rodeaban a las fuerzas de Lonardi que no llegaban a los 4.000.  El golpe de gracia estaba preparado para el día 19. Pero la orden de asalto nunca llegó…

Los golpistas toman el control. La carta de Perón

Temprano, en la mañana del día 19 de septiembre se produce un bombardeo de los depósitos petrolíferos de Mar del Plata por parte del crucero “9 de Julio” incendiándose el combustible y las instalaciones. A las 08.10 el gobierno nacional recibió un ultimátum de los rebeldes bajo la amenaza de bombardear las destilerías de La Plata y la ciudad de Buenos Aires si no se rendía. El plazo vencía a las 12.00 del mismo día.

Perón, muy consternado por el bombardeo y la amenaza, le envía a Lucero una carta que fue tomada por éste como la renuncia del presidente. El texto de la carta es ambiguo y no es una renuncia expresa sino un renunciamiento para lograr la pacificación. Tal vez Perón envía la carta para ganar tiempo o para darles a los generales, con el contenido de la misma, margen en las negociaciones. Pero, en esa carta, Perón no renuncia expresamente a la presidencia de la Nación.

A continuación, sobre el mediodía, el General Franklin Lucero lee un comunicado por radio en el que invita a los revolucionarios a una negociación para evitar más derramamiento de sangre e intentar solucionar el conflicto. Se trataba del principio del fin: el Ejército aceptaba la derrota de Perón y en adelante trataría de que esa derrota no fuera propia. A partir de aquí, los mandos militares “leales”, tomaron en sus manos la situación y comenzaron las tratativas con los rebeldes. Ante la exigencia de Lonardi de que, ante todo, debían contar con la renuncia del presidente, los generales le anuncian que Perón ha renunciado. De inmediato una Junta Militar compuesta por generales de alta graduación entre los que se contaba a Raúl D. Tanco, Juan J. Valle y José D. Molina más un almirante y un brigadier se hizo cargo del poder.

Esa noche misma, en la residencia de Olivos, Perón hace un último intento de convocar un grupo de generales adictos, pero no consigue reunirlos. La Junta prosigue con las tratativas por su cuenta. En términos militares, Perón se queda solo.

Del poder popular al exilio

Perón en la cañonera Paraguay.
A las 08.00 del día 20 el presidente Perón, a través de las calles desiertas y lluviosas se dirigía a la Embajada del Paraguay donde el ciudadano honorario paraguayo y general honorario del ejército paraguayo pedirá formalmente asilo político.

El plan del embajador paraguayo era poner a Perón a buen resguardo a bordo de la cañonera “Paraguay” que se encontraba en reparaciones anclada en el puerto de Buenos Aires. El embajador pensaba con acierto que en caso de querer atentar contra la vida de Perón sería más fácil defender al asilado en la cañonera de bandera paraguaya ([iii]).

A media mañana Perón llega al puerto. El capitán estaba a bordo listo para recibirlo y escoltarlo. Subió al buque de guerra. Iban a pasar 17 años antes de que volviera a poner pie en suelo argentino. 

3. ¿Por qué abandonó Perón el poder sin luchar hasta lo último?

“..Yo, que amo profundamente a mi pueblo, me horrorizo al pensar que por mi culpa los argentinos puedan sufrir las consecuencias de una despiadada guerra civil”. Carta de Juan Perón del 19 de septiembre de 1955 dirigida al general Franklin Lucero.

"Del Poder al Exilio", una edición especial del Instituto
Nacional Juan Domingo Perón de mi biblioteca. Regalo
de Lorenzo Pepe.
La historia argentina tiene ciertos “enigmas” que los historiadores intentan resolver: la misteriosa muerte de Mariano Moreno en alta mar, la entrevista de Guayaquil entre San Martín y Bolivar, la muerte de Lavalle, la “retirada” de Urquiza en Pavón, el asesinato de Urquiza y otras más que envuelven de interés e intriga las diferentes narraciones. ¿Por qué abandonó Perón su puesto sin luchar hasta lo último? Es una pregunta que tiene demasiadas repuestas, algunas tendenciosas y arteras, otras contradictorias y las más, simples interpretaciones que intentan ahondar las razones que tuvo Perón para tomar esa determinación.

Una de las explicaciones hace recaer la responsabilidad de su caída sobre los generales a quienes confió la defensa del gobierno y que lo traicionaron. En un libro escrito poco después de su caída, “Del poder al exilio”, señala que, el instante de la traición, se produjo cuando los generales interpretaron el texto de la carta como una renuncia. Unos pocos meses más tarde, en una entrevista periodística, Perón amplió esta acusación diciendo que también los culpaba de haber vacilado en el esfuerzo por acabar la rebelión y de haberlo convencido de que no repartiera armas entre los obreros.

Porque el triunfo militar del gobierno era un hecho, especialmente considerando la inminente derrota de Lonardi en Córdoba. Sin embargo, el alzamiento de casi la totalidad de la Marina, el control de una parte del territorio nacional por los rebeldes alzados en Cuyo y el compromiso asumido por civiles para combatir al gobierno hasta su derrocamiento, hacía presumir que, aunque Córdoba cayera, la guerra civil era un hecho inminente y amenazador.

Aún en el caso de que Perón, hubiera efectivamente pensado que podía aplastar la rebelión, opta igualmente por retirarse de la lucha. A menudo se refería a la terrible tragedia de la guerra civil española, (cuyas consecuencias él había tenido oportunidad de ver con sus propios ojos), como una razón suficiente para evitar un holocausto similar en la Argentina. Él sabía muy bien lo que hacía falta para derrotar a los rebeldes en una guerra prolongada, pero, asimismo, percibía lo que se necesitaría para gobernar el país una vez concluido el conflicto. Sólo iba a ser posible una dictadura férrea y no valía la pena luchar para obtener ese tipo de victoria que sería ineludiblemente pírrica. En cuatro días de lucha feroz el país ya estaba ensangrentado y se contaban más de 4.000 muertos….

Tal vez Perón vio la guerra civil ante él abierta como un abismo. Por eso se retiró: “Yo, que amo profundamente a mi pueblo, me horrorizo al pensar que por mi culpa los argentinos puedan sufrir las consecuencias de una despiadada guerra civil” escribe en la carta del 19 de septiembre dirigida al general Lucero, que termina, con el siguiente mensaje: “Será la historia quién se pronunciará sobre mi decisión y dirá si he tenido razón en comportarme así”.



[i] Efectivamente en el año 1936 Perón fue designado agregado militar en Chile cargo que mantuvo hasta el año 1938. Las relaciones bilaterales eran frías y había cierta tensión por diputas limítrofes en el sur. En ese cargo fue promovido a Teniente Coronel y supuestamente habría montado una pequeña red de espionaje para obtener información sobre las fuerzas militares chilenas. Tal vez toda esta tarea despertó una cierta sospecha en los servicios de inteligencia militar chilena, pero estos nunca intentaron detenerlo. Al contrario, esperaron y actuaron en contra de su sucesor, el entonces mayor Eduardo Lonardi. Fue descubierto mientras estaba tomando fotografías de documentos secretos. El mayor Lonardi fue declarado persona no grata y fue retirado de la agregaduría. El incidente no generó problema en la carrera de Lonardi pero si cierta inquina en la relación ya que Lonardi lo acusaba a Perón de que este no le había advertido del peligro que podía correr. Dos décadas más tarde, en las idas y vueltas de la historia, Lonardi y Perón quedaron nuevamente enfrentados.

[ii] Para la elaboración y tratamiento de este período histórico he recurrido a fuentes escritas en el fragor de la lucha que son evidentemente tendenciosas. No obstante son aprovechables ya que en ellas se puede advertir la magnitud y gravedad de estos hechos históricos tan cercanos al presente de los argentinos. Entre otros libros: “Crónica de la Revolución Libertadora” de Bonifacio del Carril; “Dios es Justo” de Luis Eduardo Lonardi; “Mi padre y la Revolución del 55 “de Marta Lonardi; “El precio de la lealtad” del General Franklin Lucero; y “Dos veces rebelde” del Almirante Aníbal Olivieri. Igualmente he recogido los testimonios del General Perón en el exilio publicados en varios libros y la ineludible “Correspondencia Perón- Coocke “.

[iii] Perón estuvo refugiado en la cañonera paraguaya desde el día 20 de septiembre hasta el 3 de octubre. Fueron trece días donde se vivió un clima de gran tensión por diferentes posibilidades que se conjeturaban: Que Perón bajase en Rosario y desde allí intentara el retorno. Que comandos de la Marina atentaran contra su vida. Que civiles antiperonistas atacaran o tomaran el buque entre otras. El canciller del gobierno recién asumido, Mario Amadeo encabezando una comisión oficial subió a la cañonera para garantizarle su vida y evitar un incidente internacional.  Finalmente, Perón abordó un hidroavión Catalina que escoltado por dos aviones paraguayos se dirigió a Asunción del Paraguay. El copiloto del hidroavión no era nada más ni nada menos que el General Stroessner, presidente del Paraguay.