viernes, 11 de septiembre de 2020

El golpe del 11 de septiembre de 1852 y el efímero control de Urquiza sobre Buenos Aires

En sólo seis meses: De Caseros a la secesión del “Estado Libre de Buenos Aires”



EL ACUERDO DE SAN NICOLÁS

 

Hay sólo un hombre para gobernar la Nación Argentina, y es Don Juan Manuel. Yo estoy preparado para rogarle que vuelva aquí”. (Palabras pronunciadas por Urquiza el 1 de junio de 1852, en forma confidencial al Almirante inglés Gore, según consta en el informe de Gore a Malmsbury, citado por José María Rosa en “Historia Argentina” T.6 Pág. 34).

 

Después de Caseros, el General Urquiza se instala en la residencia del Restaurador en Palermo y desde allí comienza a conducir un proceso político, especialmente complejo. Tiene dos cuestiones para solucionar con urgencia: la provincia de Buenos Aires estaba acéfala y segundo, urgía armar un esquema político a escala nacional, con los caudillos provinciales, que lo pudiese sustentar. 

El primer problema, la acefalía de la Gobernación de Buenos Aires la resuelve con la designación provisional del Vicente López y Planes (autor del Himno Nacional), patricio de prestigio, federal histórico amigo de D. Juan Manuel, respetado por la mayoría. El esquema nacional con el apoyo de los caudillos provinciales lo encontrará en el Acuerdo de San Nicolás que será además el antecedente inmediato de la Constitución Nacional. 

El Acuerdo de San Nicolás nace en la idea, otra vez, de consolidar una alianza del interior para contrarrestar el poder de Buenos Aires. Urquiza convoca entonces a los antiguos caudillos provinciales, que mantenían aún su poder para reunirse en la ciudad de San Nicolás. Cursa a los gobernadores una invitación a congregarse recomendando que pidieran a las legislaturas autorización para tomar decisiones. 

El 20 de mayo de 1852 se produce la primera sesión en la que el gobernador de Buenos Aires era el único que no tenía poder delegado por la Legislatura porteña. Pero tampoco lo había solicitado, en la sospecha que las provincias intentarían limitar cualquier decisión que implicara ventajas para Buenos Aires. Solicitó permiso de asistencia a las reuniones del Acuerdo, pero sin tomar ningún tipo de compromiso. 

Las sesiones preliminares y el convenio al que llegaron los gobernadores no hicieron más que confirmar las sospechas naturales de los porteños. Las disidencias entre porteños y provincianos eran varias, entre las más problemáticas estaban: 

a) Primero, la forma de convocatoria en cuanto al número de congresales representantes por cada provincia El acuerdo resolvió fijar dos por provincia haciendo abstracción de la población total. Buenos Aires pretendía imponer uno por cada 15.000 habitantes siguiendo los lineamientos de la Constitución unitaria de 1826. 

b) La sola polémica sobre una posible federalización de Buenos Aires también erizaba a los porteños. Sin embargo, la resistencia mayor la provocó la creación del gobierno provisional con poderes más amplios que los que tuvo Rosas. 

c) Y, que sea designado Urquiza como Director Provisional era para la burguesía portuaria demasiado. La excusa para la ruptura y la secesión ya había aparecido, era cuestión de esperar la oportunidad. 

En cuanto al Acuerdo de San Nicolás ha pasado a la historia como la referencia inmediata de la Constitución Nacional de 1853. Y, ciertamente es así, el texto comienza de esta manera  declarando su objeto: “Acercar el día de la  reunión de un congreso general que con arreglo a los tratados existentes y al voto unánime de todos los pueblos de la república, ha de sancionar la constitución política que regularice las relaciones que deben existir entre todos los problemas argentinos, como pertenecientes a una misma familia, que establezca y defina los altos poderes nacionales y afiance el orden y la prosperidad interior, y la respetabilidad exterior de la Nación”. 

El Acuerdo suprimía además los derechos de tránsito; afirmaba la libertad de comercio; convocaba al Congreso General Constituyente que debía reunirse en Santa Fe en el mes de agosto y cuyos representantes serían elegidos de acuerdo a las leyes locales; cada provincia enviaría dos diputados que procederían con la mayor libertad de voto y de conciencia, sin la menor restricción en sus poderes y una vez elegidos sus personas resultaban inviolables y ninguna autoridad o individuo podía acusarlos o molestarlos por sus opiniones; indicaba también que la Constitución se sancionaría por el sistema de mayoría de sufragios. 

Retrato sobre el acuerdo de San Nicolás


En realidad, todas estas disposiciones se encontraban ya en el Pacto Federal acordado hacía unas décadas en Santa Fe ya que, los poderes federales que le correspondían por el Pacto eran los que los gobernadores delegaron a Urquiza, concentrando en su persona un poder de tal magnitud que a los porteños le resultaba intolerable. 

Los deberes y atribuciones del “Director Provisional de la Confederación Argentina” estaban detallados en el Acuerdo: Instalar y abrir las sesiones constituyentes, promulgar la ley fundamental de la Nación, nombrar una vez sancionada el primer presidente constitucional de la Argentina, representar la soberanía y custodiar la indivisibilidad nacional, mantener la paz interior y asegurar las fronteras. Tenía además el carácter de General en Jefe de todos los ejércitos de la Confederación, reglamentaría la navegación de los ríos y tendría en su persona la representación de las relaciones exteriores de la Nación.

Demasiado para Buenos Aires. El Acuerdo, producto de una necesidad de lograr la unidad nacional después de Caseros, al concentrar en Urquiza poderes discrecionales, se convirtió en inmediato en excusa y factor de discordia entre Buenos Aires y el resto de las provincias. Por ingenuidad o torpeza política de Urquiza, o quizá como consecuencia natural de la inviabilidad histórica de su proyecto, el proyecto segregacionista de los porteños ya estaba en marcha.

 

EL GOLPE DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1852

 

Urquiza, Benavides y todos los que pretendan apoyar su política de despotismo y retroceso, son otros tantos obstáculos para la organización nacional. Es necesario suprimirlos. Entre ellos y nosotros no hay más arreglo posible que una capitulación a discreción”. (Mitre en el diario “El Nacional”, 13 de octubre de 1852)

Como adelantamos, Vicente López y Planes no había sido facultado por la Legislatura de Buenos Aires para suscribir decisiones durante la reunión efectuada en San Nicolás. Por lo tanto, el nombramiento de Urquiza como Director no era admitido para los porteños, como tampoco era válido el contenido del Acuerdo. Faltaba la aprobación de la poderosa provincia de Buenos Aires, aunque las demás estaban decididas a llevar adelante los proyectos de Urquiza, estuviesen o no de acuerdo los porteños.

Buenos Aires se encontró de pronto en manos de Urquiza y de los caudillos aliados que querían el puerto para todo el país y la distribución de las rentas entre todas las provincias. Para los porteños estas demandas eran inconcebibles.

Bartolomé Mitre.

Los acontecimientos comienzan a precipitarse, el clima de desconfianza hacia Urquiza crece en la ciudad- puerto. Vicente López envía el texto del Acuerdo de San Nicolás a
la Legislatura donde es debatido en las llamadas “jornadas de junio”. En éstas circunstancias hace su aparición pública Bartolomé Mitre recién llegado del exilio: “El lenguaraz del clan portuario en la Legislatura fue el joven diputado Mitre. De muchacho había sido jardinero en la estancia de Prudencia Rosas; luego estudió artillería en el sitio de Montevideo, donde compuso rimas de circunstancias. La ciudad cosmopolita le llenó la cabeza de ideas generales, lo hizo más porteño aún. Cuando llegó a Buenos Aires, después de Caseros, ya era un “pálido proscrito” profesional. Su énfasis declamatorio, aunque insustancial, encantó a la ciudad. Militar de notable ineptitud en un país de espadas, Mitre seria convertido por la Buenos Aires mercantil en su más vacuo tribuno” (Jorge Abelardo Ramos. “Revolución y contrarrevolución en Argentina”.  T. I. Pág. 165).

La opinión pública fue soliviantada por la prensa y las jornadas de junio no brindaron la calma necesaria para el desarrollo del debate. La barra, enceguecida ante la idea de que el único objetivo del Acuerdo era la liquidación de Buenos Aires obstaculizó las sesiones e incluso injuriaron y agredieron algunos miembros del gobierno. A fines de junio, Vicente López presenta la renuncia a la Legislatura que la acepta nombrando en su reemplazo al general Pinto, presidente del cuerpo.

Urquiza se decide a intervenir. Disolvió la legislatura, desterró a quienes se habían opuesto al acuerdo, y asumió el gobierno de la provincia en ejercicio de las facultades que le habían sido conferidas como Director Provisorio. Mientras tanto en las provincias se elegían los constituyentes que debían reunirse en Santa Fé.

El 8 de septiembre se embarcó Urquiza rumbo a Santa Fe con el objeto de inaugurar el Congreso Constituyente después de delegar el mando en su ministro de Guerra, el entrerriano General Galán y de dictar una amplia amnistía política. Tres días después, el 11 de septiembre, estalló el golpe, lo encabezaba militarmente el General Pirán y el General Madariaga que había logrado sublevar un destacamento de correntinos. La conducción civil del golpe era ejercida por el rivadaviano Valentín Alsina y el joven diputado Mitre.

La revolución triunfó sin que se produjeran enfrentamientos: los militares leales a Urquiza quedaron prisioneros y las tropas de Galán se retiraron de Palermo rumbo a la campaña a buscar refuerzos que no encontraron. De inmediato los civiles se hicieron cargo del gobierno, restablecieron la Legislatura, su presidente el General Pinto asumió como gobernador provisorio nuevamente y formó un gabinete con el eje en la persona de Valentín Alsina.

Se restableció la soberanía provincial que era el propósito que aunaba la ciudad con la campaña bonaerense, a los civiles y militares y a los viejos rosistas con los emigrados unitarios. El nuevo gobierno se dispuso de inmediato a modificar las relaciones con las provincias. Decidió que no reconocería ningún acto emanado del Congreso de Santa Fe al que no aceptaba como autoridad nacional, ordenó retirar los diputados de las sesiones y reasumió la dirección de las relaciones exteriores. De hecho, Buenos Aires se desvinculaba de la Confederación. Inmediatamente reconocieron la independencia del Paraguay y enviaron al interior una delegación para explicar la posición del gobierno y los alcances del movimiento. Pero las provincias habían cerrado filas en torno a Urquiza y la revolución se encontró aislada iniciándose, desde ese momento, un periodo de más de diez años de secesión, guerra económica y enfrentamientos armados.

Para comprender la verdadera naturaleza política del golpe septembrino es preciso señalar la inconmovible unidad que se estableció entre antiguos rosistas y los unitarios emigrados alrededor de la defensa de los intereses portuarios. La manifestación más clara de esta alianza fue lo que se denominó “el abrazo del Coliseo”. Allí se abrazaron paradigmáticamente las figuras más representativas de ambos sectores: Lorenzo Torres, el legislador preferido y   más lúcido que tuvo Rosas y Valentín Alsina, rivadaviano, unitario y porteño típico.

¿Que había en el fondo de la intransigencia de Buenos Aires a aceptar la Constitución Nacional y del interés de las provincias de ingresarla en la Confederación? Era, en su fundamento económico el viejo pleito que planteaba la posesión del puerto único. Las provincias habían aspirado siempre a compartir las rentas y las ventajas comerciales del puerto estratégicamente ubicado. Los acuerdos de carácter nacional entraban en punto muerto apenas afloraba el problema de la posesión de esa puerta abierta al mundo exterior. Los constituyentes de Santa Fe lo resolvieron... sin la presencia y sin el acuerdo de Buenos Aires. Y otra vez Buenos Aires se impone, formalizará al tramite en Pavón y culminará el proceso con Mitre en la presidencia de la Nación con el interior federal doblegado y entregado, entre ellos, principalmente, por el propio Urquiza.

Escribe: Dr. Alejandro Gonzalo García Garro

domingo, 16 de agosto de 2020

La masacre de Acosta Ñú y el homenaje a la infancia en Paraguay

El año pasado, como parte de un homenaje, se hizo una emotiva recreación de la batalla de Acosta Ñú. Fuente: Diario ABC de Paraguay.

La Guerra del Paraguay fue un genocidio sin precedentes la historia moderna de Latinoamérica. El historiador Efraim Cardozo lanza una cifra escalofriante: “De 1.300.000 habitantes sobrevivieron 300.000, la mayoría mujeres y niños”. En estos números o en las proporciones coinciden la mayoría de les historiadores. George G. Petre, diplomático británico, escribió que la población del Paraguay fue “reducida de cerca de un millón de personas bajo el gobierno de Solano López a no más de trescientas mil, de las cuales más de tres cuartas partes eran mujeres”.  Enrique César Rivera, en “José Hernández y la Guerra del Paraguay” escribe: “Al comenzar esta (la guerra) contaba el Paraguay con 1.500.000 habitantes; cuando concluyó, quedaban 250.000 viejos, mujeres y niños de corta edad, y solo ruinas de una economía floreciente”. Abelardo Ramos sostiene una idea similar: “Si al comenzar la guerra el Paraguay contaba con 1.500.000 habitantes, al concluir la farsa criminal vagaban entre las ruinas humeantes 250.000 niños, mujeres y ancianos sobrevivientes”.

A quienes les interese profundizar sobre la Guerra del Paraguay les dejo dos notas que he escrito hace años: https://diariocontralegem.blogspot.com/2016/03/la-guerra-de-la-triple-infamia-y-el.html y
https://diariocontralegem.blogspot.com/2016/03/la-guerra-de-la-triple-infamia-y-el.html


Pero hoy, en ocasión de una coincidencia de calendario en el que se festeja el “Día de las Infancias” tanto en Argentina como en Paraguay, quiero recordar un hecho trágico, una de las notas más infames del genocidio que sufrió el pueblo paraguayo como fue la batalla de Acosta Ñu, que ocurrió el 16 de agosto de 1869, de aquí la coincidencia de la conmemoración.


En la batalla de Acosta Ñu, cerca de 3.000 niños y jóvenes paraguayos, acompañando pocos soldados, enfrentan a más de 20.000 soldados del ejército aliado. Fue una masacre, en el más crudo y literal de sus acepciones. La valentía de aquellos niños que dieron su vida se tiene como un acto de heroísmo sin precedentes. Por el sacrifico inconmensu
rable de esos niños, que fueron masacrados en un exterminio genocida, se conmemora cada 16 de agosto como el "Día del Niño en Paraguay".


Escribe: Dr. A. Gonzalo García Garro

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Desde este año 2020, desde el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, mediante la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF) decidieron cambiar su nombre a “Día de las Infancias”, en lógica de compartir el enfoque de derechos con perspectiva de géneros y diversidad en la forma de representar a la diversidad de las vivencias de la niñez. 

En nuestro país, empezó a festejarse después de la Declaración de los Derechos del Niño de 1959. Desde 1960, posterior a la Declaración Universal de los Derechos del Niño de la ONU, Argentina ha festejado el Día del Niño en el mes de agosto de cada año. Pero en 2003, a pedido de la Cámara Argentina de la Industria del Juguete la celebración empezó a hacerse el segundo domingo de agosto. Y desde 2013, a pedido también de la CAIJ, se celebra el tercer domingo de agosto.

En una coincidencia de calendario, también hoy en el Paraguay, pero no porque es el tercer domingo de Agosto, se homenajea a la Niñez. Pero el motivo tiene una raíz diferente.

El homenaje a la niñez en Paraguay tiene una razón claramente distinta. Allí se recuerda la Masacre de Acosta Ñu, batalla ocurrida el 16 de Agosto de 1869, durante los últimos tramos de la Guerra de la Triple Infamia.

Esta batalla de la guerra que gráfica como ninguna otra la crueldad genocida desatada por las fuerzas de la Alianza. En ese curso de muerte, ya en el tramo final de la ofensiva de los aliados, se produce la masacre de niños en “Acosta Ñú”, el 16 de agosto de 1869. 

Ya a esa altura las fuerzas paraguayas estaban totalmente diezmadas, la capital en manos de los aliados y la mayoría de los hombres adultos del Paraguay estaban muertos, fueron asesinados luego de capturados y otros menos estaban presos. En este estadio, que solo puede definirse como un proceso de exterminio, comenzaron a pelear la guerra los niños y niñas, las mujeres y los ancianos y ancianas.

En Acosta Ñu, en lo se pretendió mostrar como una batalla, el enfrentamiento estuvo compuesto por pocos soldados acompañados por alrededor de 3000 niños paraguayos que enfrentaron a más de 20.000 hombres del ejército imperial. Les historiadores difieren en detalles sobre los números, pero todos coinciden que fue una verdadera desproporción militar.

Al frente del ejercito invasor estaba el yerno del emperador del Brasil, Luis Filipe Gastão de Orléans, el conde d’Eu. Para confirmar la complicidad genocida de la oligarquía argentina, acompañaron al ejército brasileño tropas argentinas comandadas por el coronel Luis María Campos, personaje nefesto de nuestra historia quien encabezó persecuciones a caudillos federales y sería Ministro de Guerra, como no, de Luis Sáenz Peña, Roca y José Figueroa Alcorta.

El historiador y periodista brasileño, Juilio José Chiavenatto, relata pasajes y crónicas del genocidio:

Los niños de seis a ocho años, en el fragor de la batalla, despavoridos, se agarraban a las piernas de los soldados brasileros, llorando que no los matasen. Y eran degollados en el acto. Escondidas en la selva próxima, las madres observaban el desarrollo de la lucha. No pocas agarraron lanzas y llegaban a comandar un grupo de niños en la resistencia”...

“después de la insólita batalla de Acosta Nú, cuando estaba terminada, al caer la tarde, las madres de los niños paraguayos salían de la selva para rescatar los cadáveres de sus hijos y socorrer los pocos sobrevivientes, el Conde D´Eu mandó incendiar la maleza, matando quemados a los niños y sus madres…

Mandó hacer cerco del hospital de Piribebuy, manteniendo en su interior los enfermos ―en su mayoría jóvenes y niños― y lo incendió. El hospital en llamas quedó cercado por las tropas brasileña que, cumpliendo las órdenes, empujaban a punta de bayoneta adentro de las llamas los enfermos que milagrosamente intentaban salir de la fogata. No se conoce en la historia de América del Sur por lo menos, ningún crimen de guerra más hediondo que ese…” (“Genocidio Americáno: A Guerra do Paraguai”, de Juilio José Chiavenatto .

Son también coincidentes los aportes historiográficos que narran que los niños lucharon con pinturas en la cara, la mayoría entiende que era el hollín de los utensilios, y lo hacían para aparentar ser hombres mayores, renegando justamente a su calidad de niños. Sin embargo, la batalla duraría siete u ocho horas según las crónicas históricas, con los paraguayos en una clara minoría, pero ofreciendo una feroz e increíble resistencia.

Al final, el resultado de la batalla fue el de una masacre. Cerca de 3500 paraguayos fueron muertos, la inmensa mayoría de ellos niños. En Paraguay esta batalla también es llamada “la batalla de los Niños”. Las fuerzas aliadas tuvieron menos de 50 muertos. Esta masacre fue la última gran batalla en la Guerra del Paraguay, luego vendría la persecución hasta el exterminio y el martirio de Solano López.

El Paraguay, en la actualidad, festeja oficialmente el “Día del Niño” el 16 de agosto en memoria de la masacre de los niños paraguayos. Es un homenaje a los niños que dieron su vida y fueron masacrados en una guerra genocida.

domingo, 26 de julio de 2020

26 de julio de 1952: La muerte de Evita y el adiós más multitudinario de la historia argentina


Postal célebre del funeral de Evita.

El 26 de julio de 1952 comenzó normalmente, pero a las 10:00 hs. Evita entró en un sopor del que ya no saldría. Esto instó a los médicos a realizar el primer comunicado del día. El último comunicado, a las 20:00 hs., avisó que la salud de la enferma había agravado. El lecho fue rodeado por todos sus hermanos y sus más allegados colaboradores. A las 20 y 23 el Doctor Taquini miró a Perón diciendo: "No hay pulso".


A las 21 y 36 el locutor oficial J. Furnot leyó por la cadena nacional de radiodifusión: "Cumple la Secretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la Señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación. Los restos de la Señora Eva Perón serán conducidos mañana, al Ministerio de Trabajo y Previsión, donde se instalará la capilla ardiente...".


El 27 de julio su cuerpo se trasladó al Ministerio de Trabajo y Previsión. El multitudinario velatorio se prolongó hasta el 9 de agosto. La cola era de aproximadamente 35 cuadras. Cientos de miles de argentinos y argentinas pasaron por allí. La Fundación Eva Perón repartía frazadas para afrontar las adversas condiciones climáticas que se presentaron durante el velatorio y se instalaron puestos sanitarios para la atención de las personas que esperaban. Hubo desmayos, gente descompensada y muertos por paros cardíacos.

 

El cortejo fúnebre cerca del Congreso.

Llegado el 9 de agosto el cuerpo fue trasladado al Congreso Nacional para rendirle los correspondientes honores. Al día siguiente, la mayor procesión nunca vista en Argentina marchó a lo largo de Av. Rivadavia, Avenida de Mayo, Hipólito Irigoyen y Paseo Colón. Más de 15 mil soldados rindieron honores militares y la cureña fue arrastrada por gremialistas de camisa blanca y escoltada por cadetes de institutos militares, alumnos de la Ciudad Estudiantil, enfermeras y trabajadoras de la Fundación Eva Perón. Su cuerpo fue expuesto en la capilla ardiente instalada en el Congreso Nacional. El de Evita fue un extenso ritual fúnebre por donde desfilaron más de dos millones de personas. El funeral de la "abanderada de los humildes" fue uno de los más multitudinarios de la historia universal.


Entiendo que estas crónicas de los funerales de Evita sirven para que las nuevas generaciones pueden comprender, apreciar, la manera en que el pueblo argentino ha despedido a sus grandes líderes.  En el caso de Evita en la forma más masiva de la historia argentina, comprendiendo así porque fue tan importante y sigue hoy siendo tan vigente. 


La muerte de Evita dejó un vacío que afectó a Juan Perón en lo personal y al movimiento peronista en su conjunto. En aquel primer peronismo, la adaptación a la ausencia de su compañera se convertiría en un desafío importante que entiendo que Perón no pudo resolver. Evita era irremplazable y Perón no debía, ni podía, ejercer los roles asumidos por ella. Pero eso es otra historia, hoy sólo nos toca recordar a Evita y el adiós más sentido y multitudinario que hizo el pueblo en toda la historia argentina.


Escribe: Dr. A. Gonzalo García Garro

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“El poder lúdico, de los intereses y de los políticos, careció de todo interés para ella, más aún: lo depreció y lo detestó. El pueblo sintió que Eva vivía el poder con la dimensión trágica del deber hacer, del compartir el dolor y la frustración de los otros hasta la última consecuencia. A Eva le dolía el dolor del pueblo”.  Padre Hernán Benítez, confesor de Evita.


Evita, votando el 11 de noviembre de 1951.
Durante los meses que siguieron a las elecciones de noviembre de 1951 en donde las mujeres votaron y fueron elegidas por primera vez en la historia política nacional, el estado de salud de Evita continuó siendo la preocupación central del pueblo y del gobierno. Innegablemente, la agonía de Eva Perón proyectaba una fúnebre sombra sobre lo que podría haber sido un interludio feliz….

El 11 de noviembre de 1951, Perón fue reelecto con más del 60% de los votos. Eva votó desde su cama con entera felicidad, sabiendo que una de sus principales obras había sido lograda y que sería para siempre: el voto femenino y los derechos políticos de las mujeres.

La salud la abandonaba

En abril de 1952 llegó a pesar 33 kilos. El Doctor Pedro Ara, en su obra póstuma cita: "... Si su espíritu pareció seguir lúcido y vibrante hasta el fin, su cuerpo habíase reducido al simple revestimiento de sus laceradas vísceras y de sus huesos. En 33 kilos parece que llegó a quedar aquella señora tan fuerte y bien plantada en la vida...".

Así, hasta fines de abril de 1952 anduvo a media máquina. Permanecía semanas enteras en la residencia presidencial o en la quinta de Olivos, a veces levantada, a veces en cama. Aun así, llena de advertencias, Evita recibía bastante gente, pese a las indicaciones médicas, pero la fatiga la obligaba a cada rato a suspender las visitas. Incluso, algunas veces, se presentó en actos públicos.

Las últimas palabras de Evita al pueblo, su última aparición pública, su despedida

El último discurso de Eva Perón.

El 1° de mayo de aquel 1952 asistió al acto del Trabajo junto a Perón. El pueblo, al verla, la alentó a decir su discurso, el último, muy fuerte y claro en su contenido doctrinario en apoyo a la causa peronista, un discurso fiel a su lugar como la expresión más combativa del Justicialismo. Como anunciando su propia partida y los duros tiempos que vendrían, Evita cerraba ese discurso pidiendo al pueblo que acompañe a Perón, dejando en la arenga definiciones políticas e ideológicas que representan la quintaesencia del peronismo. Lo hacía de la siguiente manera que resumo:

“…Otra vez estamos aquí reunidos los trabajadores y las mujeres del pueblo; otra vez estamos los descamisados en esta plaza histórica del 17 de octubre de 1945 para dar la respuesta al líder del pueblo, que esta mañana, al concluir su mensaje dijo: «Quienes quieran oír, que oigan, quienes quieran seguir, que sigan». Aquí está la respuesta mi general. Es el pueblo trabajador, es el pueblo humilde de la patria, que aquí y en todo el país está de pie y lo seguirá a Perón...porque ha levantado la bandera de redención y de justicia de las masas trabajadoras; lo seguirá contra la opresión de los traidores de adentro y de afuera, que en la oscuridad de la noche quieren dejar el veneno de sus víboras en el alma y en el cuerpo de Perón, que es el alma y el cuerpo de la patria. …

"…Yo le pido a Dios que no permita a esos insectos levantar la mano contra Perón, porque ¡guay de ese día! Ese día, mi general, yo saldré con el pueblo trabajador, yo saldré con las mujeres del pueblo, yo saldré con los descamisados de la patria, para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista. Porque nosotros no nos vamos a dejar aplastar jamás por la bota oligárquica y traidora de los vendepatrias que han explotado a la clase trabajadora, porque nosotros no nos vamos a dejar explotar jamás por los que, vendidos por cuatro monedas, sirven a sus amos de las metrópolis extranjeras; entregan al pueblo de su patria con la misma tranquilidad con que han vendido el país y sus conciencias; porque nosotros vamos a cuidar de Perón más que si fuera nuestra vida, porque nosotros cuidamos una causa que es la causa de la patria, es la causa del pueblo, es la causa de los ideales que hemos tenido en nuestros corazones durante tantos años..."

"...Los hombres se sienten más hombres, las mujeres nos sentimos más dignas, porque dentro de la debilidad de algunos y de la fortaleza de otros está el espíritu y el corazón de los argentinos para servir de escudo en defensa de la vida de Perón...Yo, después de un largo tiempo que no tomo contacto con el pueblo como hoy, quiero decir estas cosas a mis descamisados, a los humildes que llevo tan dentro de mi corazón que, en las horas felices, en las horas de dolor y en las horas inciertas siempre levanté la vista a ellos, porque ellos son puros y por ser puros ven con los ojos del alma y saben apreciar las cosas extraordinarias como el general Perón..."

"...Hay mucho dolor que mitigar; hay que restañar muchas heridas, porque todavía hay muchos enfermos y muchos que sufren. Lo necesitamos, mi general, como el aire, como el sol, como la vida misma. Lo necesitamos por nuestros hijos y por el país en estos momentos inciertos de la humanidad en que los hombres se debaten entre dos imperialismos; el de derecha y el de izquierda, que nos llevan hacia la muerte y la destrucción. Y nosotros, un puñado de argentinos, luchamos junto con Perón por una humanidad feliz dentro de la justicia, dentro de la dignificación de ese pueblo, porque en eso reside la grandeza de Perón. No hay grandeza de la Patria a base del dolor del pueblo, sino a base de la felicidad del pueblo trabajador..."

"…Estoy otra vez con ustedes, como amiga y como hermana y he de trabajar noche y día por hacer felices a los descamisados, porque sé que cumplo así con la Patria y con Perón. He de estar noche y día trabajando por mitigar dolores y restañar heridas, porque sé que cumplo con esta legión de argentinos que está labrando una página brillante en la historia de la Patria. Y así como este 1º de mayo glorioso, mi general, quisiéramos venir muchos y muchos años y, dentro de muchos siglos, que vengan las futuras generaciones para decirle en el bronce de su vida o en la vida de su bronce, que estamos presentes, mi general, con usted..."

"...Antes de terminar, compañeros, quiero darles un mensaje: que estén alertas. El enemigo acecha. No perdona jamás que un argentino, que un hombre de bien, el general Perón, esté trabajando por el bienestar de su pueblo y por la grandeza de la Patria.

A su último discurso lo pronunció con mucho esfuerzo. Al terminar, cayó en brazos de Perón. El 7 de mayo cumplió años y recibió el título de “Jefa Espiritual de la Nación”. En la avenida Libertador miles de personas se apretujaban para saludarla mientras una caravana de taxis tocaba sus bocinas. Finalmente, apareció en la gran terraza, saludando con debilidad a la multitud.

El 4 de junio de 1952 Perón asumió por segunda vez la presidencia. Eva se volvió a obstinar y le mandaron a decir que en la calle hacía mucho frío. A lo que ella respondió con enojo: "...Eso se lo manda a decir Perón. Pero yo voy igual: la única manera de que me quede en esta cama es estando muerta...". Con una masiva dosis de calmantes, concurrió al acto de asunción, donde se negó a sentarse. Se puede ver la famosa foto de Eva junto a Perón saludando a la gente desde un auto Packard descapotado. Debajo del amplio tapado de piel la sostenían dos muletas ocultas que le permitían mantenerse de pie durante el traslado hasta el Congreso.

Juan Perón y Eva Duarte el 4 de junio de 1952.
Los críticos de la oposición y la infamia gorila ponen esta escena trágica como el mejor ejemplo de la manipulación calculada de Perón durante los últimos días de vida de su mujer. Lo acusan de extraer hasta el último gramo de ventaja de la conmovedora figura de su esposa agonizante. Es una interpretación que contiene una falacia: subestimar a Evita. Aunque el cáncer la estuviera destruyendo por dentro, su voluntad no se había quebrado. La ardiente voluntad que la había llevado hasta el amor incondicional del pueblo no le iba a permitir morir tranquilamente y fuera de la vista. Sólo la postración total le hubiera impedido estar presente en las ceremonias de asunción, pero, todavía no había llegado a ese estado y esta fue su última aparición en público.

El infierno de Eva, entre el amor del pueblo y el odio de la oligarquía

Eva sufría, pero era plenamente consciente. Juan Domingo Perón recordaría esta época diciendo: "...Aquellos días de cama fueron un infierno para Evita. Estaba reducida a su piel, a través de la cual ya se podía ver el blancor de sus huesos. Sus ojos parecían vivos y elocuentes. Se posaban sobre todas las cosas, interrogaban a todos; a veces estaban serenos, a veces me parecían desesperados...".
El 18 de julio de 1952 ocurrió una señal de que su vida se estaba apagando. Entró en un aparente estado de coma. Ante tal situación, los médicos llamaron al padre Benítez, un equipo de resucitación y, otro, de oxigenoterapia.
Pero era evidente que su juventud, encanto, adoración popular, agonía y muerte prematura; en suma, el trágico destino de Evita, llenó la cuota de romanticismo y mística de los argentinos y argentinas como ningún otro hecho de la historia nacional. A medida que se aproximaba el final, una especie de pasión colectiva parecía apoderarse de la población.
Tanto peronistas como antiperonistas participaban de este gran duelo popular, pero, de diferente manera. Las mujeres peronistas, los y las trabajadoras y los humildes se concentraban para orar y pedir por la salud de la “Jefa Espiritual de la Nación” mientras que, en algunas paredes de la ciudad de Buenos Aires se podía leer ésta “pintada” del odio de las minorías poderosas: “Viva el cáncer”.

El 26 de julio de 1952

El 26 de julio comenzó normalmente, pero a las 10:00 hs Evita entró en un sopor del que ya no saldría. Esto instó a los médicos a realizar el primer comunicado. El último comunicado, a las 20, avisó que la salud de la enferma había agravado. El lecho fue rodeado por todos sus hermanos y sus más allegados colaboradores. A las 20 y 23 el Doctor Taquini miró a Perón diciendo: "No hay pulso".
A las 21 y 36 el locutor oficial J. Furnot leyó por la cadena nacional de radiodifusión: "Cumple la Secretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la Señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación. Los restos de la Señora Eva Perón serán conducidos mañana, al Ministerio de Trabajo y Previsión, donde se instalará la capilla ardiente...".

El adiós más sentido y multitudinario de nuestra historia

Marcha de antorchas.
Un gran silencio comenzó a cancelar todas las actividades del país. Los transeúntes se marcharon a sus casas. Las radios irradiaron música sacra. Cines, teatros y confiterías cerraron sus puertas. Sus últimos deseos, expresados a Perón, habían sido que no quería que su cuerpo se consumiera bajo tierra y que quisiera ser embalsamada. Se llamó al Doctor Pedro Ara para que hiciera este trabajo. La CGT decretó un duelo de 72 horas y en las plazas de todos los barrios del país se erigieron pequeños altares con la imagen de Eva y un crespón negro recordándola.

El día 27 su cuerpo se trasladó al Ministerio de Trabajo y Previsión. El multitudinario velatorio se prolongó hasta el 9 de agosto. La cola era de aproximadamente 35 cuadras. La Fundación Eva Perón repartía frazadas para afrontar las adversas condiciones climáticas que se presentaron durante el velatorio y se instalaron puestos sanitarios para la atención de las personas que esperaban. Hubo desmayos, gente descompensada y muertos por paros cardíacos.

El cuerpo de Eva va llegando al Congreso Nacional.
El duelo cubrió el territorio nacional. En el interior, las localidades adhirieron al duelo, y de inmediato en los espacios públicos se multiplicaron millares de altares a su memoria. En otro hecho sin precedentes, marchas o procesiones con antorchas en las principales ciudades y capitales de provincia. En la Ciudad de Buenos Aires a las 20.25 del martes 29 de julio de 1952 –exactamente al cumplirse las primeras 72 horas de la muerte de Evita- en la Plaza Miserere, al pie de un retrato de Eva, se le rindió un homenaje apagándose cerca de 5.000 antorchas que allí se habían congregado. Actos similares se multiplicaron en muchos lugares.

Llegado el 9 de agosto el cuerpo fue trasladado al Congreso Nacional para rendirle los correspondientes honores. Al día siguiente, comenzó otra procesión nunca vista en Argentina hasta ese momento a lo largo de Rivadavia, Avenida de Mayo, Hipólito Irigoyen y Paseo Colón. Más de 15 mil soldados rindieron honores militares y la cureña fue arrastrada por gremialistas de camisa blanca y escoltada por cadetes de institutos militares, alumnos de la Ciudad Estudiantil, enfermeras y trabajadoras de la Fundación. Su cuerpo fue expuesto en la capilla ardiente instalada en el Congreso Nacional, en un extenso ritual fúnebre por donde desfilaron más de 2.000.000 de personas. El funeral de Evita fue uno de los más multitudinarios de la historia universal.

El último día del velatorio, a las 17:50, mientras la ciudad silenciosa era estremecida por una salva de 21 cañonazos y cornetas del ejército, empleados de una empresa fúnebre introdujeron el ataúd en el segundo piso de la CGT, donde el Doctor Pedro Ara lo recibió para efectuar el embalsamamiento, que duraría hasta 1955 (1).

El pueblo frente al Congreso Nacional. 
Entiendo que estas crónicas de los funerales de Evita sirven para que las nuevas generaciones pueden comprender, apreciar, la forma en que el pueblo argentino ha despedido a sus grandes líderes, en este caso en la forma más multitudinaria de nuestra historia.

La muerte de Evita dejó un vacío que afectó a Perón en lo personal y al movimiento peronista en su conjunto. La adaptación a la ausencia de su compañera se convertiría en un desafío importante que entiendo no pudo resolver. Evita era irremplazable y Perón no debía ni podía, ejercer los roles asumidos por ella. Pero eso es otra historia, hoy sólo nos toca recordar a Evita y el adiós más sentido y multitudinario de toda nuestra historia. 

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Notas.
1. Con los cadáveres de los muertos del peronismo los sectores más reaccionarios y morbosos de la oligarquía se ensañaron con un especial odio: el ocultamiento y la vejación del cadáver de Evita fue una de las paginas más oscuras de la nefasta dictadura que tomó el poder el 16 de septiembre de 1955.  

sábado, 18 de julio de 2020

Manuel Gálvez, un paranaense imprescindible para el pensamiento nacional

Manuel Gálvez.
Manuel Gálvez nació en Paraná el 18 de julio de 1882. Su paso por nuestra patria chica fue breve, ya que pertenecía a una tradicional familia santafesina y luego de volver a la vecina provincia se radicaría en Buenos Aires. 


Su nombre completo era Manuel Domingo José Ciriaco Gálvez Baluguera. Fue abogado, poeta, ensayista, prolífero escritor que alcanzó a publicar más de 60 títulos algunos de ellos de gran éxito editorial como la novela “Nacha Regules”, o “La maestra normal”. Su obra es, en buena medida, un recorrido de la historia nacional, en una tarea titánica comparable con la que Honoré de Balzac realizó sobre la historia francesa. Desde las invasiones inglesas en 1806, pasando por Rosas o la Guerra del Paraguay, hasta Yrigoyen y el post peronismo, toda la historia fue retratada en su prolífica bibliografía. 


Supo, como muy pocos, encontrar las claves de una interpretación nacional y popular de la historia que contribuyó enormemente a la configuración y fortalecimiento de la conciencia nacional, al igual que contornear el Revisionismo Histórico; y una vez comprometido con este último, dio al género historiográfico sus insuperables biografías noveladas de Rosas, Irigoyen, en reivindicaciones imposibles de comparar y libros como el de Sarmiento, en el cual, casi sin posibilidad de igualarlo, destruye la figura del prócer liberal. 


Ligado toda su vida a un nacionalismo católico, Gálvez murió el 14 de noviembre de 1962, en Buenos Aires. Su obra literaria, a pocos años de su muerte, era la del autor argentino más traducido a otros idiomas en el mundo. Fue candidato al Premio Nóbel de Literatura en tres ocasiones. A nivel mundial ha sido fruto de un enorme reconocimiento, escritores de la relevancia de Herman Hesse, James Joyce, Rubén Darío o Miguel de Unamuno han elogiado sus obras.


Si bien nuestra ciudad le rinde homenaje con una calle a Manuel Gálvez, esta figura trascendental de las letras y el pensamiento nacional fue víctima de un ocultamiento por el aparto cultural del sistema, que lo ha confinado al rincón de los malditos, y con el paso del tiempo ha devenido en un completo desconocido para una enorme cantidad de vecinos y vecinas de nuestra ciudad, a pesar de ser, en términos objetivos por su obra, una de las más grandes figuras intelectuales del siglo pasado.


Escribe: A. Gonzalo García Garro


Sus primeros pasos

Manuel Gálvez, circa 1918.
Su primera incursión en las letras fue mediante la revista “Ideas”, en el año 1903. En 1905 viaja París, meca de todo intelectual de su época. Luego se radica en España, en donde toma contacto con figuras de la “Generación del 98". Ya de vuelta en el país, en 1907 publicó su primer libro, “El enigma del Interior”, y en 1910 le siguió “Sendero de Humildad”. En el mismo año 10 publicó su primera obra de gran polémica y repercusión “El Diario de Gabriel Quiroga” (Homenaje a la Patria en el Centenario de su Revolución Independentista), donde ya anuncia su nacionalismo, su reivindicación al federealismo, su idea de patria y lo que es nuestro de modo ferviente como argentinos, lo que será el ethos y el pathos de su obra.  

Las claves de su pensamiento histórico y su éxito editorial 

Lo más relevante de Gálvez en relación al pensamiento nacional y al revisionismo histórico es que fue un verdadero precursor de la revisión de la historia oficial y su pluma también fue de las primeras en escribir desde el nacionalismo con un estilo prodigioso. 

Fue, quizá, el mayor divulgador histórico del siglo XX. Su obra elaboró una reflexionada y cautivante critica demoledora a la historia oficial, pero se efectuaba desde libros que fueron Best Sellers. Con un nivel de conocimiento superlativo para un escritor de su profundidad, llevó los cuestionamientos al relato histórico oficial y sus falsos próceres, a todos los sectores sociales y rincones del país, mientras cimentaba las bases de una contra historia, con la apología de procesos y hombres negados por la versión de nuestro pasado de Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López y cia.   

Su virtud, lo que lo hizo tan popular, fue la de ser una figura que no escribía desde la historia o las ciencias sociales. Su lugar de escritor, su capacidad para narrar emociones, describir paisajes temporales eran las de un artista que devenía en pensador, nutrido sí por la historia y las ciencias sociales. En el capítulo que Norberto Galasso le dedica a Gálvez en su obra “Los Malditos. Hombres y mujeres excluidos de la historia oficial de los argentinos” afirma que: “A través de sus “novelas sociales” se pueden analizar los diferentes momentos históricos que se fueron sucediendo: La oligarquía, el radicalismo y luego el peronismo, se pueden atravesar pasando por sus obras… su novela “El Gaucho de los Cerrillos” sirve indirectamente para conocer y analizar el marco social imperante, también cuenta con Juan Manuel de Rosas insignificante como personaje pero omnipresente en el ambiente en que se desarrolla la obra…”. 

La singular narración de la historia le posibilitó a Manuel Gálvez masificar su pensamiento, tener éxitos editoriales, que fueron las formas más efectivas de propagar las ideas revisionistas. La novela no sólo describía los personajes sino toda una época, los contextos socio culturales detrás de los nombres. Y esto sucedía en casi todas sus obras. 

Si Gálvez tuvo un plan, este tenía como espíritu narrar la historia argentina desde un perfil auténticamente nacional, en parte católico hispanista pero más específicamente era espiritual, y hacerlo en contraposición a la historia como narrativa de la modernización europea y las ideas del liberalismo que difundió la historia mitrista. 

Pero su versión del pasado argentino estuvo trazada en forma única por su estilo y pluma sin comparación posible. Era un escritor fuera de serie, único en la historia de las letras argentinas, sólo alcanza con recordar que fue candidato al Premio Nobel de Literatura en los años 1933, 1934 y 1951. 

El Centenario, el revisionismo y de unitarios y federales  

1910 fue un momento central en la cultura nacional. En ocasión del centenario de la Revolución, fueron muchos los intelectuales que comenzaron a reflexionar sobre el país en el que vivían, el pasado transitado y el futuro por venir. 

Por citar los más celebres, Leopoldo Lugones recuperó a la cultura gauchesca, Ricardo Rojas, por su parte, lo que entendió como bases “indianistas”. Gálvez, en cambio, señala en su libro “El diario de Gabriel Quiroga” que era en las provincias donde habitaban los hombres y mujeres que representaban el alma nacional. Fue la gran defensa del Federalismo en el Centenario. 

Para demostrar la profundidad del pensamiento político e histórico de Manuel Gálvez, de la novela “El diario de Gabriel Quiroga” rescato una penetrante caracterización y diferenciación de federales y unitarios que creo vale la pena transcribir: 

“...El unitario típico es casi siempre doctor, pedante y literato. Cultiva la oratoria y exhibe en ella, junto a sus maneras de una solemnidad clásica, un vocabulario jacobino y campanudo. Cuida las formas sociales y habla con pulcritud e importancia. Se afana en el vestir y usa diariamente las prendas menos comunes. Sarmiento refiere que la administración de Rivadavia iba a las oficinas de corbata blanca. El unitario es librecambista y liberal; tiene la manía civilizadora y, desconocedor del ambiente y careciendo del sentido de la realidad, implantaría de golpe las mejores instituciones de pueblos más evolucionados. Vive retóricamente y no abandona jamás sus bellos gestos. Es ingenuo, orgulloso y vanidoso. Representa el espíritu europeo; esto le hace creerse por encima de todos y despreciar las cosas criollas y las costumbres gauchas Detesta España. Carece de verdadero patriotismo porque no siente el alma nacional. La patria es para él una entidad abstracta, sin relación visible con el suelo que habitamos. Y así cuando llega a concretarla, la concreta en Buenos Aires solamente. Sin embargo se cree patriota y en todas las ocasiones solemnes ostenta su patriotismo: un patriotismo verbal y oratorio, de fiesta cívica, de bandera y mitología histórica –guerrera” …

“…El federal representa el tipo opuesto. El federal genuino casi nunca es doctor: es estanciero, general, “comandante de campaña”. No tiene ideas sobre la patria pero la siente intensamente, criollamente, sin alarde de patrioterismo. Forma con el país un solo todo pues es un producto genuino de la tierra: como el ombú, como el caballo criollo, como la vidalita. El federal típico casi nunca es orador o retórico. Tiene toda la viveza del gaucho. Carece de ilustración y de preocupaciones formales. Es sencillo, democrático, “a la que te criaste”, sonríe socarronamente ante los teatrales amaneramientos del unitario. No habla con la pulcritud de éste ni se atribuye importancia. Es conservador y proteccionista. Generalmente provinciano, conoce bien el país y, por su perspicacia y su sentido de la realidad, resulta un excelente hombre de gobierno”.

Su gigantesca obra 

Manuel Gálvez.
Desde allí, Gálvez se lanzó de lleno a la materialización de un ambicioso proyecto narrativo que, según explicó más tarde en sus memorias, acababa de concebir por aquellos primeros años de la segunda década del siglo: "Me refiero al plan que tracé en 1912. ¿Había en ese plan ambicioso alguna influencia de Balzac, de Zola, y, acaso, de Pérez Galdós y Baroja? No es imposible, sobre todo, del primero. La formidable construcción del maestro, que comprende toda, o casi toda, la sociedad francesa de su época, me tenía impresionado. Yo también soñé con describir, a volumen por año, la sociedad argentina de mi tiempo. El plan abarcaba unas veinte novelas, agrupadas en trilogías. Debían evocar la vida provinciana, la vida porteña y el campo; el mundo político, intelectual y social; los negocios, las oficinas y la existencia obrera en la urbe; el heroísmo, tanto en la guerra con el extranjero como en la lucha contra el indio y la naturaleza; y algo más".

Las novelas históricas 

Para cumplir con su plan trazo durante su vida literaria distintas líneas de trabajo. El primero fue el ciclo de novelas más importantes: “La maestra normal” (1914), “El mal metafísico” (1916), “La sombra del convento” (1917), “Nacha Regules” (1919), (premio municipal), “Luna de miel y otras narraciones” (1920), “La tragedia de un hombre fuerte” (1922), “Historia de arrabal” (1923), “El cántico espiritual” (1923), “La pampa y su pasión” (1927), “Una mujer muy moderna” (1927), “Miércoles Santo” (1930), “La noche toca a su fin” (1935), “Cautiverio” (1935) y “Hombres en soledad” (1938).

En el medio de esta inspiración sin pausa, publica sus obras sobre la Guerra del Paraguay, que son realmente fantásticas, compuesta por una trilogía integrada por “Los caminos de la muerte” (1928), “Humaitá” (1929) y “Jornadas de agonía” (1929).  “Escenas de la Guerra del Paraguay” era la trilogía Gálvez que reconstruyó la infame guerra de la Triple Alianza desde la perspectiva argentina, paraguaya y brasileña. Su erudición y obsesión lo llevaron al extremo de que algunos diálogos estuvieran directamente escritos en guaraní y en portugués.

En términos historiográficos y contextuales de la obra, Gálvez introduce a Mitre como a un héroe y a Francisco Solano López como a un tirano malvado, siguiendo el relato de la historia oficial. Pero, al desarrollarse la trama y al contextualizar a ambos en su época, lo roles se invierten, pues el paraguayo es sinceramente idolatrado por su pueblo, algo que no sucede con Bartolomé Mitre por parte de los argentinos. Solano López deviene en la encarnación de su pueblo, el cual reacciona con violencia heroica ante las agresiones y lucha valentía hasta el martirio y su destrucción.

Con extensión temporal, el otro ciclo de obras de época, este segundo sobre el periodo de Rosas, es realmente elogiable. El gaucho de los cerrillos (1931), El general Quiroga (1932), esta Premio Nacional de Literatura, para luego publicar “La ciudad pintada de rojo” (1948), “Tiempo de odio y angustia” (1951), “Han tocado a degüello” (1951) y “Bajo la garra anglofrancesa” (1953), “Y así cayó don Juan Manuel” (1954), que cierra el ciclo rosista de Gálvez.

"La Muerte en las Calles", primera edición de 1948.
Obra en mi biblioteca
.
A las obras históricas debemos añadir “La muerte en las calles” (1948), novela histórica sobre las invasiones inglesas de Buenos Aires, que llevada al cine en 1952 de la mano del director Leo Fleider.

Las grandes biografías 

La otra línea de trabajo fundamental para el revisionismo histórico fueron sus biografías de figuras de la historia nacional.

a) Yrigoyen: La primera de ellas fue “Vida de Hipólito Yrigoyen” (1939). Si bien está dividida la opinión, no son pocos los que piensan que su obra más insuperable, y de una increíble actualidad, es “Vida de Hipólito Irigoyen. El hombre del misterio”.

Manuel Gálvez fue, sin duda, el mejor biógrafo del caudillo del Balbanera y además exegeta de sus escritos inescrutables, en su libro, “Vida de Hipólito Yrigoyen”, ensaya una explicación de esta situación sui generis del radicalismo en su etapa fundacional: "...la carencia de programa. El radicalismo, dice, es un movimiento idealista y romántico porque se rige por sentimientos y no por ideas. Pero, si la UCR no tiene un programa de ideas, Yrigoyen -manifiesta Gálvez- si lo tiene, aunque más en su “intuición que en su voluntad” y naturalmente no definido y menos, expresado orgánicamente. Ese programa tiene su origen en algunos principios, "mitad krausista, mitad cristianos”, en los cuales el caudillo cree firmemente. Ellos son, la convicción profunda de la igualdad humana, la fraternidad y la igualdad entre los pueblos, la paz, y la austeridad en las formas de vida. Estos principios, que podrían calificarse de ideológicos – doctrinarios, son los que conducirán sus políticas concretas: un obrerismo paternalista, similar a un socialismo práctico y reformista. Un anticapitalismo tibio. Pacifismo y neutralidad en la política exterior. Y un espiritualismo respetuoso de todas las creencias religiosas".

"Vida de Hipólito Yrigoyen", una edición popular de 1951
de mi biblioteca. Atrás, los cuatro tomos de la obra "Los Malditos"
 que coordina Galasso, muy buen material sobre los grandes
hombres y mujeres negados por cultura dominante. `

En relación a la política de Yrigoyen con relación al movimiento obrero y el concepto de “obrerismo”, escribe Manuel Gálvez al respecto: “Hay en Yrigoyen un socialismo sentimental, patriótico, cristiano y paternal. Su obrerismo se parece un poco al laborismo británico y otro poco al aprismo peruano. Con el aprismo que pretende la liberación del indio – tiene de común su movimiento de masas, su exaltación mística del jefe, su amor hacia la plebe, su actitud revolucionaria; pero le separa del aprismo el matiz marxista que tiene en lo económico este partido peruano”. 

Una página maravillosa es la que refiere al fin del primer mandato de Yrigoyen.  Fue el 12 de octubre de 1922. Llegó el día de asunción del Alvear. Yrigoyen antes de asistir al acto se despide de todos los empleados  y empleadas de la Casa de Gobierno, y saluda uno por uno. Algunos de ellos escuchan que el Presidente saliente dice: ¡Volveré!  El acto es tumultuoso y caótico. La estupenda pluma de Manuel Gálvez narra este evento de manera incomparable: “En el salón en donde ha entregado el poder, apodéranse de su persona la muchedumbre que llena la Casa de Gobierno. Lo sacan de allí casi en hombros, entre vítores, aplausos y gritos. Él va grave, con un asomo de sonrisa. Al verlo aparecer en la calle, se produce la más gigantesca de las ovaciones que recuerda la historia argentina. Las masas gritan cadenciosamente: “¡Yrigoyen, Yrigoyen! Durante veinte minutos, el presidente permanece bloqueado. Imposible avanzar. Es sin duda alguna una fiesta popular que continúa hasta su casa donde miles de manifestantes lo aguardan. Todos quieren saludar al “padre de los pobres” al “apóstol de la libertad” mientras que, desde la ventana de su despacho, el presidente recién electo, Marcelo de Alvear, tal vez, reflexiona y compara su exigua popularidad”.

b) Rosas: Gálvez, a mi juicio, escribió la más completa y elaborada biografía de Rosas. Pero no solo fue una biografía histórica, sino que la mismas está repleta de profundas reflexiones no sólo históricas, sino políticas, jurídicas, filosóficas, etc. 

En ella, por ejemplo, se refiere al sistema político confederal del rosismo haciendo una interesante comparación: “Este Federalismo –conviene repetirlo- se parece al de Pi y Margall y otros republicanos españoles, quienes, años después que Rosas, pretendían hacer de su patria un Estado en el que cada región-Castilla, Vasconia, Cataluña, se rijan por sus propias instituciones”.

“Vida de Juan Manuel de Rosas”, una edición especial totalmente ilustrada de tres tomos (1078 páginas) publicada por el Centro Literario Americano S.A. que tengo en mi biblioteca. Un excelente material. 

Dice Manuel Gálvez en la completísima biografía “Vida de Juan Manuel de Rosas” (1940) sobre la esencia política del Restaurador: “Se ha comparado a Rosas con Luis XI, que por la astucia, la diplomacia y la guerra creó la Francia, suprimiendo a los señores feudales, incorporando al Estado, poco a poco, a los diversos reinos o principados en que el país se dividía. Juan  Manuel  de Rosas, tal vez sin tener noticia de la obra del monarca francés, pensó en hacer lo mismo”.

Sobre la irrupción de Rosas y su relevancia, entiendo que no existe nada mejor que la magnífica prosa de Manuel Gálvez para que el lector o la lectora, a través de esa narración, pueda imaginarse la trascendencia de ese momento histórico, el estado de conmoción del pueblo de Buenos Aires y la entrada de Juan Manuel de Rosas en la Historia Argentina. Aquí vuelvo a su obra “El Gaucho de los Cerrillos”, cuando se refiere a Rosas en el día del velorio de Manuel Dorrego. El párrafo dice: 

“A las cinco de la tarde, la procesión se dirigió al cementerio de la Recoleta. Era un largo trayecto. La imponente columna de pueblo marchaba silenciosa y triste. Millares de personas los miraban pasar, respetuosos ante los restos del mártir del federalismo. Colgaban crespones de muchas casas y las puertas estaban entornadas por el duelo. En la hermosa tarde, el cielo era muy alto, sereno y claro…”

“Pero el pueblo de Buenos Aires, el que miraba el paso del cortejo, tenía su mayor interés en ver a Rosas. Cuando las voces anunciaban: “Ya vienen, ¡ya vienen!”, todo el mundo pensaba en don Juan Manuel. Las mujeres habían oído hablar de su belleza, y querían verle. Los negros ansiaban contemplar al que había sustituido a Dorrego en el corazón de la plebe. Los compadritos y “orilleros” deseaban admirar al prodigioso gaucho de “Los Cerrillos”, que domaba y enlazaba como nadie y a quién en sus andanzas por la Provincia, bastábale morder el pasto para saber en qué estancia se encontraba. Los unitarios, trasconejados en la muralla humana, querían ver de cerca al que temían. Y los hombres de orden, los espíritus coloniales, no veían el instante de presentar su silencioso respeto al Restaurador de las Leyes, el vengador de Dorrego, el vencedor de la anarquía.”

“Él iba inmutable y callado. Llevaba el traje de capitán general. Ni miraba a las gentes, que le contemplaban absortas. Ni una sonrisa, ni un gesto. Rígido, teatral, magnífico en sus galas y su belleza, parecía despreciar al mundo entero en su fuerte puño, el bastón de mando adquiría un terrible significado. Las gentes lo miraban sumisas, encandiladas, humildes. Algunos bajaban la cabeza. Otros se hubieran arrodillado a su paso. Su arrogancia espléndida y todo su aspecto tenía algo de los Césares romanos”.
"El Gaucho de los Cerillos", la página 151 citada. Es
una edición popular de 1966 de mi biblioteca.
Fue un regalo de un compañero amigo
.

“Caía la tarde cuando llegaron a la Recoleta. Muchos personajes, fatigados por la larga marcha, habían ocupado los coches que iban detrás del cortejo. Sólo Rosas caminaba impávido e igual, como en el instante en que partiera de la plaza de la Victoria”.

“En el cementerio, la multitud se aglomeró junto a él. Iba a hablar. Encendiéronse las antorchas. Se hizo un silencio augusto. Sólo se oyó, lejano, el cañón del Fuerte, “Dorrego, víctima ilustre de las disensiones civiles, descansa en paz!” En los espíritus atribulados de los oyentes, impresionados por el cuadro inolvidable, sonaban como trenos acongojantes, y como llamados a la venganza, las frases del bravísimo discurso, leídas en tono patético y solemne: “sentenciado a morir en el silencio de las leyes”, “la mancha más negra de la historia de los argentinos”, “las lágrimas de un pueblo justo, agradecido y sensible”, “vuestros compatriotas dolientes”, “el pueblo porteño no ha sido cómplice en vuestro infortunio”. Varias veces, Rosas sacó el pañuelo y se lo llevó a los ojos”.
"El Gaucho de los Cerillos", la página 152 citada
de la misma edición.

“Obscurecía cada vez más. Las luces de las antorchas estremecíanse. Como sombras lentas y doloridas, las gentes permanecían inmóviles. El rostro de don Juan Manuel adquiría una expresión terrible y bella. El gobernador iba a leer sus últimas palabras: “Allá, ante el Eterno, árbitro del mundo, donde la justicia domina, vuestras acciones han sido ya juzgadas; lo serán también las de vuestros jefes, y la inocencia y el crimen no serán confundidos. !Descansa en paz entre los justos!.”

Ni una voz, ni un gesto en la multitud. El silencio se había entrado en las almas. Oyóse, otra vez aún, algo más claro en la noche, el lejano cañón del Fuerte, que era el ritmo de aquella angustia. En la ciudad, en las casas de los vencidos, las mujeres lloraban y rezaban. Algunos unitarios pensaron que aquella tarde habíanse realizado las exequias de la libertad argentina. Rígido, con un gesto agrio, pálido el blanco rostro, indiferente a la multitud que lo rodeaba con sumisión, don Juan Manuel de Rosas asistió al acto de colocar el cajón en el sarcófago, y luego subió al carruaje para volver al Fuerte.” (“El gaucho de los Cerrillos”. Páginas 151 y 152. Manuel Gálvez).

c) Sarmiento: “Vida de Sarmiento” (1945) es una obra iconoclasta por antonomasia. Es una sucesión interminable de desmitificaciones de Sarmiento, quien fuera elevado al panteón de próceres por la oligarquía, bajando de ese lugar a Rosas. 

Por citar unos ejemplos de las maravillosas desmentidas históricas, veamos primero lo referente a su formación intelectual. En esta cuestión, Manuel Gálvez ha plasmado en su monumental biografía “Vida de Sarmiento”, refiriéndose a las lecturas adolescentes de Sarmiento: “Pero estos estudios son caóticos. Sin dudas constituye su “bachillerato”. Sin preparación alguna, Domingo ha leído hasta manuales de metafísica. Todo lo ha devorado en desorden. Muchas cosas no puede haberlas comprendido, si bien las retiene porque le sobra memoria. Esta formación intelectual deplorable, sin disciplina, marca el espíritu de Sarmiento para toda su vida”. Y continúa más adelante: “Su cultura será informe, llena de lagunas y harto periodística. No es culpa suya, él se instruye como puede.”

Como un enorme escritor, Manuel Gálvez sin eufemismos se refiere al Sarmiento escritor: “No tenía idea de la técnica literaria. No sabía componer sus párrafos. Carecía de todo orden retórico. Su prosa es inconexa, desmadejada, arbitraria, antiartística, llena de flecos inútiles, de repeticiones, de incoherencias, de faltas contra el gusto”. Y continúa más adelante: “los más graves defectos en su prosa son la confusa construcción y la bárbara sintaxis. Por causa de ambos defectos, muchísimas veces no se le entiende. Es preciso releer con cuidado millares de frases suyas para saber que ha querido decir o a que persona o suceso se refería”.

Lo que dijo sobre la vida política y personal de Sarmiento es mucho más disonante con el relato de la historia oficial aun que lo que transcribí ut supra.

A las tres biografías citadas cabe añadir “Vida de Aparicio Saravia” (1942), “Vida de don Gabriel García Moreno” (1942) y “Vida de Ceferino Namuncurá. El santito de la toldería” (1947).

Más obras 

"Don Francisco de Miranda. El más universal de los
americanos", primera edición de 1946, otra obra de mi
biblioteca. Este libro no figura en la lista de wikipedia.

Su producción no se detuvo ahí, debemos añadir “Las dos vidas del pobre Napoleón” (1954), “El uno y la multitud” (1955), sobre el peronismo y “Tránsito Guzmán” (1956), también sobre el peronismo, “Poemas para la recién llegada” (1957), “Perdido en su noche” (1958), “Me mataron entre todos” (1962) y “La locura de ser santo” (1967), una obra póstuma.

De su voluminosa obra también surge una Autobiografía, “Recuerdos de la vida literaria” (1961). Del mismo modo tiene en su haber distintos ensayos y críticas literarias como “El solar de la raza” (1913), “La inseguridad en la vida obrera” (1913), “La vida múltiple” (1916), “Amigos y maestros de mi juventud” (1944) y “El novelista y las novelas” (1959). Escribió igualmente obras de Teatro como “El hombre de los ojos azules” (1928) y “Calibán” (1943). Y faltan más obras, que ni en Wikipedia figuran. 

Su relación con el peronismo y sus últimos días 

Gálvez, al igual que gran parte de las nacionalistas de aquel momento, vio con satisfacción la Revolución del 4 de junio de 1943 que puso fin a la década infame. Gálvez dijo que en ese momento comenzó el proceso de transformación sociopolítica más importante que vivía el país desde la Revolución de 1810. 

Cuando Juan Perón empezó a ascender, Gálvez lo apoyó. El libro “El pueblo quiere saber de qué se trata” escrito por Perón incluye un artículo de Manuel Gálvez insertado en el prólogo. Es más, luego de la masiva movilización del 17 de octubre de 1945, hace público su apoyo al naciente peronismo.

Luego, por motivos en parte de clase y otros por contextos políticos se fue distanciando del peronismo. Un incendio que hubo en el Jockey Club en 1953 hizo más nítida la ruptura de Gálvez con el peronismo. Pero, en definitiva, lo concreto es que a medida que fue creciendo el conflicto entre el peronismo y la Iglesia Católica al final del primer peronismo, Gálvez, como muchos otros nacionalistas católicos, se convirtió en un opositor del presidente. Luego de los bombardeos a la Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955 y posterior al golpe de estado del 16 de septiembre del mismo año y la llegada de la dictadura de Lonardi, Aramburu y Rojas publicó la novela “Tránsito Guzmán”, una novela inequívocamente antiperonista. Es cierto también, que luego del 55 su relevancia cultural, su lugar en la sociedad, fue en eclipse para nunca recuperar el lugar que tuvo anteriormente. 

Esta toma de postura a favor de la dictadura del 55 no debe opacar, para una justa reivindicación del pensamiento nacional, a toda una vida de lucha desde las letras por una conciencia nacional. Sus méritos, su obra, trascienden esta toma de posición coyuntural.

Manuel Gálvez pasó los últimos años de su vida desencantado con la política, alejado de los problemas sociales. Su último refugio fue la religión, lamentándose que, en Argentina, a fines de los 50 y comienzos de los 60, la fe cristiana, en el pueblo argentino, estaba en retroceso. Sus últimos textos son una exhortación a abrazar al catolicismo en un mundo que, según él, apreciaba más al hombre que a Dios.

Muchos afirman que su gran objetivo existencial era el de convertirse en el gran intelectual católico de este país, independientemente de haberlo logrado o no, seguramente fue el historiador revisionista más leído de su tiempo y una figura clave del pensamiento nacional en el siglo XX, que con su obra esclareció conciencias y trazó un puente explicativo desde antes de 1810 al presente.