viernes, 30 de marzo de 2018

Juan Manuel de Rosas: Combates por la Historia

Juan Manuel de Rosas.

Juan Manuel de Rosas nació en Buenos Aires, el 30 de marzo de 1793 y falleció en Southampton, el 14 de marzo de 1877. Se ha dicho tanto en nuestra historia que considero que cualquier mirada actual de Rosas requiere de aclaraciones imprescindibles, más allá de la toma de postura política e historiográfica que hagamos, para construir un "desde donde" hablamos de Rosas. 


Entiendo, desde mi perspectiva obviamente, que abordar Rosas y la historia, y la forma en que debemos discutir a Rosas hoy, debe partir de las siguientes premisas que considero como irrefutables: 


a) Rosas como construcción política, consecuencia de un "combate por la historia" al cual, aún hoy, sigue sujeto el prócer; 


b) Rosas como el primer gran Estadista Nacional; 


c) Rosas como expresión casi fundacional de lo Nacional en la historia argentina, y; 


d) Rosas como primer gran emergente de lo popular en la política nacional. 


Acá les dejo un breve texto con estas reflexiones.

Escribe: A. Gonzalo García Garro.


---------------------------------------------------------------------------------------------------


“¡OH Rosas te maldigo! Ni el polvo de tus huesos la América tendrá”. José Mármol.

La misión de los unitarios

Cada vez que recordamos o discutimos sobre Rosas se impone en primer lugar afirmar que el propósito de los emigrados unitarios que regresaron a Buenos Aires después de Caseros y se apoderaron del gobierno fue clarísimo: destruir todo vestigio del régimen rosista. Mintieron, fabularon, denigraron, vilipendiaron a Rosas, a su obra, a sus seguidores, y aún más, buscaron directamente borrarlo de la historia.

Esta maquinación la podemos verificar desde mucho antes de que Rosas fuese vencido en Caseros (1852), en el deseo y la predicción no cumplida de José Mármol, cuando en su poema “A Rosas” de 1843, maldice al “salvaje de las pampas que vomitó el infierno” y repite en dos estrofas distintas que “ni el polvo de tus huesos la América tendrá”. Este texto “poético” contiene una verdadera sentencia política que fue ejecutada prolijamente por el aparato cultural del sistema durante de 120 años. Los restos mortales de Don Juan  Manuel tuvieron que aguardar hasta 1989 para que pudieran descansar en la tierra que lo vio nacer, cumpliéndose así su última voluntad.

Rosas ocuparía durante muchos años el lugar del malvado en la historia oficial. Se enumeraban los crímenes perpetrados por la Mazorca, su negativa a organizar institucionalmente el país, la tiranía, las formas reaccionarias de ejercer el poder con facultades extraordinarias, la mirada estrecha para entender los cambios en el mundo exterior. Acusado de los más horrendos abusos fue durante años un innombrable que se lo mencionaba elípticamente como “el dictador” o “el tirano”.

Ese lugar de “maldito” sobrevive sin embargo en los últimos bolsones culturales de la oligarquía liberal y se derrama todavía a importantes sectores de la sociedad, incluida buena parte de la academia y las universidades. Es natural encontrar aún, de vez en cuando, alguna nota periodística de un indignado Sebrelli o de una aterrada María Sáenz Quesada por la “incomprensible vigencia” de la imagen del Restaurador.

Rosas, hoy

En la actualidad, Juan Manuel de Rosas ocupa un lugar en la historia, no es más un maldito marginal como otrora. En su dimensión popular, está considerablemente vaciado políticamente, como San Martín, como Moreno, pero tiene su territorio en la historia y el aparato cultural del sistema le ha otorgado un discreto lugar. Sus restos fueron repatriados después de una larga lucha y descansan en el panteón familiar del cementerio de la Recoleta. 

Desde 1999 tiene ya su monumento: una estatua ecuestre hecha en bronce del Restaurador se yergue en la ciudad de Buenos Aires en la esquina de Sarmiento y Libertador. Su rostro está impreso en los billetes de 20 pesos (el actual gobierno nacional dispuso que para los nuevos billetes no existan próceres, ilustrando con animales en su lugar, otra polémica para abordar) y en casi todas las ciudades de la Argentina una avenida, una calle o un barrio lleva su nombre. 

Y, por fin, de un tiempo a esta parte los manuales de historia lo mencionan no como un tirano oscuro y sangriento sino como un gobernador de la provincia de Buenos Aires que gobernó con “mano dura” un largo y difícil período.

Ha sido el proceso desde el 2003 al 2015, mediante el gobierno nacional, sobre todo el de Cristina Fernández de Kirchner, quien ha recuperado al mejor Rosas, el antiimperialista y lo ha puesto en el panteón histórico con el feriado nacional del 20 de noviembre, en homenaje la Batalla de la Vuelta de Obligado.

El Rosas de hoy es una victoria del combate por la historia

Pero esta institucionalización de Rosas, este reconocimiento, no fue otorgada por un gracioso favor del aparato cultural, sino que fue el resultado de una lucha política que duró años y que señala entre otras cosas un triunfo del revisionismo histórico sobre la historiografía liberal.

Don Arturo Jaureteche escribió que: “Para comodidad en la exposición y simplificándola de una manera didáctica pudimos considerar la historia oficial como la tesis y el revisionismo como la antítesis”. El revisionismo tuvo la tarea de demoler en una vasta tarea la historia falsificada, oponerse como antítesis a ella. Creo que, faltaría -y es lo que se está gestando hoy cuando renace (como siempre) la polémica histórica-, un tercer movimiento historiográfico, la síntesis superadora, que colocase a Juan Manuel de Rosas en su verdadero lugar en la historia de la Patria. 

Despejado el terreno, desechada la mentira de la historia falsificada (tesis), surge el revisionismo histórico (antitesis) que rescata y valoriza la figura de Rosas. La dinámica de la dialéctica exige la síntesis. La historia oficial ya fue destronada, es preciso ahora objetivarse para una nueva polémica, una nueva interpretación que coloque a Rosas en un lugar ecuánime y objetivo en la historia argentina.

Esta nueva etapa se debe nutrir de la dialéctica histórica tal cual la imaginaba Walter Benjamin, que recupera el relato de los vencidos, porque “encender en el pasado la chispa de la esperanza es un don que sólo se encuentra en aquel historiador que está compenetrado con esto: tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer” (Walter Benjamin, Tesis VI en “Sobre el concepto de historia”). 

Eso le pasó a Rosas, sin dudas. Y en la derrota de los proyectos populares, que hay mucho de esto en nuestra historia, está lo que ha sido y puede ser nuestra Nación. Y una nueva mirada a nuestro pasado debe tener eso, recuperar la tradición de los oprimidos, los derrotados, los humillados, los exiliados, se debe nutrir de los malditos, es “cepillar la historia a contrapelo” como la Tesis VII de Benjamin.

Es una historia con perspectiva de futuro y funcional al presente. “Necesitamos de la historia, pero de otra manera de como la necesita el ocioso exquisito en los jardines del saber”, dice el Nietzsche que cita Benjamin, porque “el sujeto el sujeto del conocimiento histórico es la clase oprimida misma”, el pueblo me permito decir, pero “cuando combate”, tal reza la Tesis XII. 

Para eso debe servir la historia. Este debe ser el compromiso de los historiadores y en especial los historiadores y divulgadores históricos del campo nacional que entienden que “La historia es la política del pasado y la política la historia del presente”, como nos enseñó Don Arturo.

Desde dónde partir para hablar de Rosas

Hechas las aclaraciones, en función de esa imprescindible síntesis considero que cualquier mirada del hoy sobre Rosas tiene que partir de la aceptación de estas tres premisas históricas:

A) Rosas Estadista.

La Revolución de Mayo no había dado ningún ESTADISTA, ningún político de envergadura, salvo Moreno que fue una estrella fugaz que logró señalar un rumbo. Alvear, tal vez... había mostrado ciertos dotes, pero su juventud y las circunstancias internacionales lo hicieron fracasar. Dorrego se desmoronó en parte por su falta de ductilidad para adaptarse a las circunstancias y su obra encontró fin en el aberrante crimen del unitario Lavalle. Rivadavia, es justamente todo lo contrario a un político, es más bien la caricatura de un tipo de político, fue un ser alejado de la realidad. Belgrano, enorme en su voluntad, pero infalible en su desacierto. San Martín, se niega a participar en las luchas internas y parte al destierro. Ramírez, Quiroga y López, no pudieron pasar las fronteras del caudillismo local. Artigas, enorme en su integridad, coherente en su lucha y meridiano en claridad ideológica nunca pudo ser el poder real ni imponer la dirección política al conjunto. 

Ninguno había logrado hasta entonces generar un orden nacional, dominar la anarquía, poner un dique a la balcanización. Esta fue la obra de don Juan Manuel de Rosas, quien es a mi juicio el primer estadista de visión nacional que forjó la Revolución de Mayo.

B) Rosas Nacional.

En el área de las relaciones internacionales Rosas supo hacer respetar celosamente la independencia nacional. Fue el estadista custodio de nuestra soberanía en el Siglo XIX. Representa el honor, la unidad y la independencia de la Patria recién nacida.

La historia argentina reconoce un periodo crucial: la resistencia nacional de Rosas y su gobierno a un proyecto colonizador, a una tentativa imperial europea altamente peligrosa. Los episodios diplomáticos y militares de la intervención anglo francesa constituyen por la reacción de Rosas y su pueblo una de las paginas más memorables de nuestra historia. En esa obcecada resistencia y apasionada intransigencia se definió nuestro destino como Nación independiente. En el dilema de ser una factoría extranjera o una Nación soberana Rosas optó por lo segundo, que era el camino del sacrificio y de la lucha pero también el del honor.

Desde la historia oficial durante años se intentó tergiversar el verdadero cariz de la intervención imperialista, pero el revisionismo desenmascaró esta operación señalando con claridad que se trataba de una verdadera operación colonial con intereses económicos concretos. Los cañones de las más grandes potencias europeas apuntaron la Confederación y a pesar de la superioridad militar al final de la guerra la causa nacional terminó invicta y reconocida en todos los países del mundo incluso los enemigos.

C) Rosas Popular.

El pueblo de Buenos Aires, el pueblo auténtico, la gente, no había figurado aún en nuestra historia. Vimos que la gente que se congregó frente al Cabildo el 25 de mayo constituía un pequeño grupo. Las diferentes puebladas y golpes militares consistían en rebeliones o alzamientos minoritarios y sectarios. 

Artigas fue el primero en incorporar el pueblo a la revolución. Pero es Dorrego el que prepara el terreno para la aparición de lo popular en la escena política. Rosas lo continúa y lo profundiza. El nuevo escenario presenta una novedad: Las masas. La plebe de las orillas, los negros, los mulatos, los compadritos, la gente de la campaña, e incluso los indios, todos antes escondidos ahora se exhiben y participan. Esta fuerza política despreciada por los unitarios será la base social que Rosas, caudillo del campo popular, pone en acción en defensa de la Soberanía Nacional.


Pero la batalla sigue

Ningún personaje hispanoamericano, salvo quizás, Bolívar, ha apasionado tanto como Rosas a los pueblos que descendemos de España. Entre nosotros, Rosas es un tema de actualidad desde hace más de 160 años. Se podría afirmar que es el único tema histórico de actualidad permanente. Cientos de libros, miles de ensayos se han escritos sobre Rosas. Algunos trabajos son simplemente apologéticos otros directamente denigratorios. Los menos intentan cierta objetividad. Tantas publicaciones y opiniones manifiestan ciertamente que existe un ansia por conocer la verdad y que la polémica no está concluida.

La polémica no está concluida, es más, es preciso profundizarla y afinarla. Es puntual estudiar, investigar y discutir muchas instituciones, hechos y conceptos políticos de la época de Rosas: la naturaleza del federalismo planteado por Rosas, el sistema político de la Confederación, la relación con las provincias, los alcances de la Ley de Aduanas, los intereses ganaderos de la provincia de Buenos Aires, el carácter autocrático de la conducción de Rosas y mucho más.

La investigación y las cuestiones polémicas están abiertas, pero a mi juicio, desde el previo reconocimiento, de que estamos frente al primer estadista que tuvo la Revolución de Mayo, que le dio a la política de su tiempo, un contenido definitivamente nacional y auténticamente popular.


De todos los temas, ya lo he dicho, creo que una reinterpretación de Caseros, la apertura de un debate en torno a sus causas y consecuencias es una tarea imprescindible, por la relevancia que tienen, por lo incorporado a la cultura popular y la por la trascendencia que le otorgó la historia oficial como hito fundacional de la Nación Argentina.

jueves, 15 de marzo de 2018

Una historia de políticas públicas en el pre peronismo: La Secretaría de Trabajo y Previsión Social




“Cuando llegué al departamento me topé una recua de ganapanes que ni siquiera conocían las leyes de trabajo”.
Tomás Eloy Martínez, “La novela de Perón”.





Escribe: A. Gonzalo García Garro


Los primeros pasos del peronismo como expresión de una política de Estado


El Departamento Nacional de Trabajo, primer organismo que asumió Perón en octubre de 1943, era una repartición de más de cuarenta años de vida que nunca había hecho más que compilar estadísticas para que, lamentablemente, nadie las leyera. Además, podía realizar de tanto en tanto una mediación laboral en la que siempre ganaba la patronal.

El entonces presidente Ramírez estaba entregando sin saberlo, la llave del cuarto de monitoreo y control del movimiento obrero argentino al Coronel Perón que sí sabía la acción política que podría producir desde ese espacio. Demostró desde allí sus cualidades organizativas mientras se desplegaban sus naturales dotes para el liderazgo. Es en esta etapa en que Perón se muestra tal cual: genio y figura. Y lo hace a través de la implementación de políticas públicas.

Perón tenía ideas muy claras sobre la revolución social que había que hacer en el país mucho antes del 4 de junio de 1943”, declararía Mercante años después. Es más, pienso, que era el único hombre de la revolución de 43 que sabía qué hacer, los demás se contentaban con subsistir en un régimen que ya presentaba sus primeros síntomas de agonía. Tenía en claro que la revolución no podría sobrevivir sin apoyo popular según lo indicaba la experiencia del golpe de Uriburu. Sabía Perón, porque lo había comprobado en su estadía en Italia, del valor de un movimiento obrero organizado y movilizado. Conocía de la necesidad de profundizar el proceso de industrialización en que el país estaba empeñado aprovechado las ventajas coyunturales que le daba el neutralismo. Neutralismo que se empeñaba en sostener hasta que se cortara el hilo… Tenía un proyecto y una voluntad fuera de lo común para plasmarlo en hechos concretos. Tenía una política…

Políticos, gremialistas e intelectuales: una mezcla para políticas públicas


No estaba solo. Pero su grupo de leales no era tan numeroso. El coronel Domingo Mercante fue el eslabón indispensable en la enlace con el movimiento obrero. Era hijo de un ferroviario militante activo de  “La Fraternidad” (gremio de maquinistas y fogoneros creado en 1887) había crecido escuchando historias de luchas sindicales y represiones. Su hermano también era un trabajador del riel pero afiliado a la otra entidad, la “Unión Ferroviaria”, gremio que excluía a los maquinistas. Mercante tenía amistad personal con muchos gremialistas y fueron estas relaciones las que luego manejó para hacer el armado básico  inicial. A este núcleo se sumaron pronto activos contribuyentes a la causa como Juan A. Bramuglia, abogado de la “Unión Ferroviaria” y Ángel Borlengui, funcionario de la Confederación de Empleados de Comercio.

No estaría completo el cuadro si no se mencionara el inestimable aporte técnico intelectual que realizara un personaje, José Miguel Francisco Luis Figuerola y Tresols, un catalán que recaló en su exilio argentino como Jefe de la División Estadística del Departamento de Trabajo. Intelectual brillante que a los 21 años había finalizado dos carreras: Derecho y  Filosofía. Adhirió al régimen dictatorial del General Antonio Primo de Rivera, organizó el Ministerio de Trabajo en España y fue Secretario General del gobierno. Una vez derrotado el régimen se exilió en la Argentina en 1930. Tenía un sorprendente conocimiento de la legislación laboral internacional, prodigiosa memoria y manejaba con seriedad las estadísticas. Dice Page en su libro “Perón”: “Figuerola era la quintaescencia del intelectual hispánico católico. Serio y disciplinado, reservaba varias horas al estudio de los clásicos griegos y romanos, la música y la meditación. Su biblioteca cobijaba decenas de miles de volúmenes”.

Un salto institucional, de departamento a Secretaría


A Figuerola, Perón le encargó que transformara la estructura del insignificante departamento en una repartición poderosa dentro de la estructura del Estado. Y así emergió la Secretaría de Trabajo y Previsión Social de la Nación que se mudó al enorme y cómodo edificio del Consejo Deliberante de Buenos Aires, que recordemos, el órgano había sido disuelto por voluntad del presidente Castillo.

En términos generales el principal objetivo de la nueva Secretaría era asegurar una mayor justicia social y distributiva. No sólo en el ámbito laboral sino que incluía también la atención y la asistencia de los sectores más vulnerables de la sociedad, los pobres… que eran los más. En la división de previsión social Perón lo designó a Mercante.

No es posible narrar en estas líneas, porque no corresponde a la índole de esta nota, la historia de las jornadas y las luchas en la Secretaría. Pero si es preciso que, para la comprensión de lo que luego se llamará peronismo, se advierta como esencial y definitivo este período fundacional y su obra que hoy, todavía supervive míticamente en el imaginario peronista.

Acción política y labor legislativa


La acción política y la labor legislativa fue trascendental, haciendo aprobar las leyes laborales que habían sido reclamadas históricamente por el movimiento obrero argentino: indemnización por despido, jubilaciones para empleados de comercio, Estatuto del Peón de Campo, hospital policlínico para los trabajadores ferroviarios, convenciones colectivas de trabajo, licencias laborales varias, escuelas técnicas de capacitación y oficios para obreros,  prohibición de las agencias de colocaciones, creación del fuero laboral, legislación sindical,  aguinaldo y vacaciones pagas. Creación de una eficaz policía de trabajo que garantizara la aplicación de las normas jurídicas sancionadas e impulsando por primera vez la negociación colectiva, que se generalizó como regulación básica de la relación entre el capital y el trabajo.

En fin, a partir de la aplicación de esta política la clase trabajadora argentina, en esos momentos la más importante de Latinoamérica, nunca volvería a ser la misma de antes. En menos de dos años se estableció una bisagra en la historia argentina que la partió en un antes y un después de la gestión de Perón en la famosa Secretaría.

Un nuevo movimiento obrero


A partir de este accionar Perón, Mercante y el grupo inicial de sindicalistas con que concretaron la alianza (los socialistas Borlengui y Bramuglia, principalmente), comenzaron a organizar una nueva corriente sindical que iría asumiendo una identidad política propia que podría ser conceptualizada como nacionalista-laboralista.

La situación del movimiento obrero argentino para ese entonces era precaria. No existía una central única de trabajadores, había cuatro. La afiliación era libre y voluntaria. Los dirigentes sindicales en su mayoría socialistas, comunistas o amarillos divididos por cuestiones sectoriales no podían visualizar una corriente dentro de los trabajadores que se podría llamar nacional  – laboralista que venía creciendo en algunos gremios. Perón si percibió la tendencia y los asoció a su proyecto.

Las banderas del proletariado, en otras partes del mundo eran levantadas por los partidos socialistas democráticos, revolucionarios, laboristas o comunistas. En Argentina esos partidos (Partido Socialista y Partido Comunista Argentino) eran partidos menores, clubes de amigos, sin ninguna incidencia electoral salvo en Capital, y estaban más preocupados en la suerte de los Aliados en la guerra o en derrocar al gobierno “nazi” de Farrel que de los problemas reales de los trabajadores. Política e ideológicamente, eran, usualmente, epifenómenos de la oligarquía argentina. La U.C.R, a pesar de ser un movimiento que representaba a las clases medias, había tenido durante el periodo yrigoyenista una tibia política obrerista pero luego, devorado el partido por el alvearismo la cuestión obrera no figuraba en su agenda.

Cuando Perón asume la Secretaria de Trabajo había en el país aproximadamente 80.000 obreros afiliados en las cuatro centrales. En 1945 eran medio millón afiliados en una sola central: la Confederación General del Trabajo conducida por los aliados obreros de Perón. El paso dado era colosal. Extendió el movimiento de agremiación a todo el país y a todas las ramas del trabajo. Se crearon o se renovaron por su iniciativa nuevos sindicatos y se revitalizaron los ya existentes. Como no estaba ligado a los intereses del dinero ni al de los capitalistas, pudo trabajar a la par de los obreros valiéndose de su prodigiosa capacidad de persuasión a través de conversaciones particulares, conferencias públicas, charlas radiales, folletos y los primeros “predicadores” que llevaban su palabra a las fábricas y talleres. A mediados de 1945 la fase organizativa de la estrategia de Perón estaba prácticamente terminada. 

Todo era consecuencia de una agresiva política pública sin precedentes en la historia argentina, por su impacto en el sector como por su eficacia.

La Secretaría y el ascenso de Perón


Aquel “oscuro coronel” como dirán gorilas de momento había crecido en imagen y popularidad. Perón era el tema cotidiano de los políticos y de la gente común. En la elegante confitería Richmond de Florida se hablaba del coronel con cierta cautela. En los bares suburbanos se mencionaba su nombre con entusiasmo. En el Círculo Militar lo miraban con desconfianza. En la sede de la poderosa Unión Ferroviaria significaba una esperanza que se concretaba. El coronel estaba en boca de todos…

El coronel había comenzado una campaña. El país nuevo que estaba naciendo se expresaba a través de los discursos de Perón, que en esa época hablara como nunca; lo mejor de su pensamiento está en ellos: “Las leyes han sido hechas todas con alguna sutileza para poder ser violadas. Sería preciso una ley que haga cumplir la mitad de las leyes que existen”. Era muy consciente de la trascendencia de lo que hizo en la Secretaría.

En el mismo sentido decía: “Es natural que contra estas reformas se hayan levantado “las fuerzas vivías “que otros llaman los “vivos de la fuerzas”, expresión tanto o más acertada que la primera. ¿En qué consisten estas fuerzas? En la Bolsa de Comercio, quinientos que viven traficando con lo que otros producen; en la Unión Industrial, doce señores que no han sido jamás industriales; y en los ganaderos , señores que, como bien sabemos, desde la primera reunión de los ganaderos, vienen imponiendo al país una dictadura”.

Nunca nadie había usado en la historia política argentina ese lenguaje. Nadie había expresado con tanta claridad sus ideas. El coronel hablaba sin eufemismos y sabía perfectamente según él lo señalaba que: “cuando se realizan obras, se crean enemigos; cuando nada se hace, los enemigos desaparecen”. Entonces, al coronel que mucho había hablado y mucho más había hecho, pudo comprobar dos cosas: por un lado, la heterogénea cantidad de enemigos que lo resistían, todos poderos; por el otro lado, el enorme impacto de su obra y el afecto, reconocimiento y predicamento en las mayorías populares.

Mucho de esto, que es parte del prólogo al peronismo histórico, tiene que ver con esta historia de políticas públicas, como prefieren decir hoy quienes analizan estas cuestiones.