martes, 18 de octubre de 2016

A 100 años del ascenso al poder de Yrigoyen (7): Movimiento obrero, “obrerismo” y masacres

La chispa encendida por los obreros metalúrgicos de los talleres Vasena propagó el incendio de la Semana Trágica (6 al 13 de enero de 1919) que dejó como prenda de la reacción centenares de muertos y heridos, pero también un baldón sobre Yrigoyen que el proletariado argentino nunca olvidó y la reacción se lo recordó con hipócrita saña”. 
Rodolfo Puiggrós. “Historia crítica de los partidos políticos argentinos. Tomo II. El Yrigoyenismo”. 


Alejandro Gonzalo García Garro


   
El Obrerismo

Historiadores de diferentes escuelas y tendencias han definido a la política de Yrigoyen con relación al movimiento obrero con el concepto de “obrerismo”. Escribe Manuel Gálvez al respecto:

Hay en Yrigoyen un socialismo sentimental, patriótico, cristiano y paternal. Su obrerismo se parece un poco al laborismo británico y otro poco al aprismo peruano ([1]). Con el aprismo que pretende la liberación del indio – tiene de común su movimiento de masas, su exaltación mística del jefe, su amor hacia la plebe, su actitud revolucionaria; pero le separa del aprismo el matiz marxista que tiene en lo económico este partido peruano”.

Para José María Rosa, en cambio, más lacónico, entiende que obrerismo en Yrigoyen es sinónimo de paternalismo. Este paternalismo se manifestó en diferentes ocasiones durante su gobierno cuando, Yrigoyen, intervino en forma favorable al movimiento obrero en algunas de las numerosas huelgas declaradas durante los primeros años de su gobierno, mediando en conflictos de sindicatos con patronales y, acercándose como nunca antes un gobierno lo hizo a diferentes organizaciones obreras. Ese paternalismo u obrerismo fracasaría en dos graves ocasiones: en la Semana Trágica en enero de 1919 producida en Buenos Aires y en las huelgas de obreros y peones rurales de Santa Cruz en los años 1920, 1921 y 1922.

Antes de 1916 existían pocas leyes obreras. El nuevo presidente envía una serie de proyectos de los cuales sólo una parte alcanza sanción legislativa. Los mismos socialistas, con el argumento que dichos proyectos eran parte de una “política demagógica y burgués” se oponen frecuentemente a ellos. Así ocurrió con el de las jubilaciones ferroviarias y con la ley de protección a los trabajadores del campo. Aunque parezca inverosímil, el máximo dirigente socialista, Juan B. Justo, convencido librecambista, estaba aliado a los poderosos terratenientes como así también a las empresas británicas dueñas de los ferrocarriles y enfrentado a la incipiente burguesía industrial nativa.

Muchos proyectos quedaron sin sanción legislativa bloqueados por el Congreso reaccionario. Tales por ejemplo el del contrato colectivo de trabajo y el de jubilación de los trabajadores de la industria y comercio. Otros, aunque sancionados, fueron declarados inconstitucionales por la Suprema Corte en donde, como vimos se había enquistado los hombres más retrógrados del régimen. Por último, mucho quedó sobre el papel por falta de resortes suficientes para efectivizarlo. También en esta temática de la cuestión obrera y social se puede percibir la debilidad congénita del movimiento radical que neutraliza sus propias proyecciones. No obstante toda esta legislación y todo este voluntarismo, más que como realidad,  vale como antecedente. Yrigoyen fue un precursor de la legislación obrera aunque ese rol se lo atribuyan falazmente los socialistas. Su obrerismo, limitado por condiciones objetivas y por las propias contradicciones del radicalismo mostró una luz, un camino que se transitará resueltamente a mediados de la década del 40.

El ascenso del movimiento obrero

El ascenso del movimiento obrero en Argentina no fue invariablemente pacifico. Por el contrario estuvo marcado por una serie de conflictos sociales y huelgas que se incrementaron a partir del final de la primera guerra. En 1917 se contabilizaron 138 huelgas; en 1918, 196 conflictos laborales y en 1919, 367 paros con un total de casi 310.00 huelguistas. Esta espiral ascendente tiene su momento culminante en los sucesos de la Semana Trágica.

Narrar los hechos, la lucha memorable de los trabajadores, sería cuestión de muchas páginas. La historia oficial ha escamoteado o desvirtuado lo ocurrido; intentaré en ésta, en apretada síntesis, hacer una crónica de los hechos con su correspondiente interpretación. Pero antes de comenzar la crónica es importante considerar dos temas que tuvieron incidencia en la Semana Trágica: la organización y los aspectos ideológicos del movimiento obrero organizado en esos tiempos y las influencias políticas externas que pudieron operar sobre los acontecimientos.

Dos tendencias orientaban el movimiento obrero de entonces: el socialismo y el anarquismo ([2]). La primera se asentaba sobre los gremios mejor remunerados como los trabajadores de los servicios públicos en su mayor parte extranjeros. La segunda, organizados en la FORA (Federación Obrera Regional Argentina, de tendencia anarco sindicalista) tenía su base social en los gremios mas explotados, que contenían a su vez una composición más criolla que los anteriores, como los portuarios, marítimos o del gremio de la carne. Ambas tendencias tenían en común su desconexión con el país real. Ambas líneas estaban concentradas en “luchar contra la burguesía”, es decir los patrones industriales de Buenos Aires. Estas tendencias ideológicas envasadas en Europa e importadas sin pasar por el tamiz de la realidad, impedían comprender el escenario de un país semi colonial como Argentina; donde el enemigo no está exclusivamente adentro sino también afuera: el capital financiero internacional y su aliado nativo, la oligarquía terrateniente expresada políticamente en el “régimen”.

En cuanto a la influencia desde el exterior, transcribo la brillante pluma de Abelardo Ramos refiriendo el influjo de la Revolución Rusa:

“La historia del mundo cambiaba bruscamente su curso. De la guerra había brotado la revolución. En Buenos Aires, el efecto fue electrizante. El difuso mañana de los himnos socialistas había llegado a su fin. Una ola de irresistible entusiasmo y de esperanzas anegó por un momento las viejas disputas entre sindicalistas, anarquistas y socialistas. Fue una hora de éxtasis donde los oprimidos y explotados del mundo entero se sentían invadidos por el sentimiento de la victoria”.

Es evidente que este clima de triunfalismo llegó de alguna manera a los cuadros dirigentes más lúcidos e informados. Pero es preciso tener en cuenta que los hechos de enero de 1919, no fueron parte de una estrategia para la toma del poder e instaurar desde allí la dictadura del proletariado (como lo creían ciertos sectores del imaginario reaccionario) sino que fue la consecuencia de una huelga general descontrolada y salvajemente reprimida.

La Semana Trágica

El 2 de diciembre de 1918 los obreros de los talleres metalúrgicos de Pedro Vanesa se declaran en huelga. La empresa empleaba aproximadamente 2.500 obreros y la huelga declarada es de carácter puramente gremial en solidaridad con algunos obreros despedidos sin causa anteriormente.

El año 1918 termina sin variantes y no se avizora un arreglo del conflicto. La patronal, a comienzos del año decide contratar a un cuerpo de “carneros” para romper la huelga lo que provoca los primeros choques violentos entre éstos y los trabajadores en paro.

El día 7 de enero es el día que marca el comienzo de la tragedia: tres obreros caen muertos en una refriega en donde participa el Escuadrón de Seguridad, en el mismo hecho caen heridos algunos policías. El día 9 de enero una impresionante columna de trabajadores que va a enterrar a sus muertos es atacada a mansalva por la policía y el Ejército. Contemporáneamente se producen tiroteos en los alrededores de los talleres dejando un saldo de nuevos muertos y más heridos.

El Ejército patrulla los barrios obreros atacando alevosamente a la población indefensa. Reina el desconcierto y el caos... toda la ciudad se convulsiona, la policía balea a todos los transeúntes que se animan a andar por las calles, los comercios cierran, se paraliza el transporte y las calles quedan desiertas. Sólo quedan los huelguistas acosados por la jauría policial ahora reforzada por civiles reaccionarios que se lanzan a la caza de obreros.

Los trabajadores declaran la huelga general. La FORA, anarco-sindicalista, resuelve asumir la conducción del movimiento y convoca a una reunión de delegados sindicales de diferentes tendencias. Recibe la solidaridad de los sindicatos autónomos y de algunos gremios anarquistas disidentes con la central.

Pero ni estas organizaciones ni los “partidos obreros” son capaces de dirigir la lucha que ya está rebasada por un verdadero caos, desmadrado, minado por las diferencias internas y acorraladas por la agresión que no cesa. La desunión, la desorganización, y las tendencias conciliadoras de los reformistas quitaron cohesión a la masa trabajadora que combatió inmolándose durante toda la semana en un  vértigo alocado de sangre y fuego.

Las usinas de rumor de la reacción difunden que los trabajadores están dispuestos a realizar la “revolución social”. Los diarios del establishment se hacen eco del murmullo y atizan el fuego. Esto funciona como contraseña para que se larguen a la calle, en una verdadera caza de obreros y de “rusos”, las agrupaciones que se organizaron a tal efecto: La “Asociación del Trabajo” conducida ¡Cuándo no! Por un Anchorena... Se trata en ésta instancia de Joaquín S. de Anchorena y la “Liga Patriótica” que sobrevivirá varios años más de la mano de un protofascista, el Doctor Manuel Carlés. Estas verdaderas bandas, formadas por niños bien y compadritos, fueron aleccionadas en el Centro Naval y las armas les fueron proveídas por la policía.

Para detener el baño de sangre, la FORA se aviene a levantar el paro general extendido a todo el país sobre la base de la aceptación por parte de la empresa Vasena del petitorio obrero y la libertad de todos los detenidos. Los socialistas y los comunistas de reciente formación se allanan al acuerdo. Sólo un sector ultra de los anarcosindicalistas disidentes, proclama “la huelga revolucionaria por tiempo indeterminado” pero esta decisión arriesgada no logra consenso y muere en el intento.

El día 11 de enero el industrial Vasena accede, por mediación de Yrigoyen, a las condiciones solicitadas. Y la FORA levanta finalmente el paro. Nunca se ha podido conocer las cifras reales de estos sucesos.

La lectura histórica y los muertos

Es interesante hacer notar las diferencias según los autores: Felix Luna estima los muertos entre 60 a 65 civiles y 4 de las fuerzas de seguridad, números estos que coinciden con los oficiales. Oddone, citado por Abelardo Ramos, calcula en 700 los muertos de las jornadas. Alberto Belloni hace ascender a 3.000 los muertos y centenares de heridos. José María Rosa opta por no arriesgar cifra alguna... Nadie será condenado por estas muertes.

La trágica semana de enero de 1919 queda como una experiencia para el movimiento obrero señalando la necesidad de un autentico partido político, que sepa conducir la acción espontánea de las masas.

Los hechos han ocurrido bajo el gobierno de Yrigoyen, lo que implica una contradicción, que se explica, por la propia impotencia del yrigoyenismo en imponerse plenamente a la oligarquía. La lucha de los obreros fue utilizada por los provocadores para descargar la sangrienta represión. El general Dellepiane, jefe militar de la ciudad, dirá que fue invitado por los enemigos de Yrigoyen para que aprovechara el momento para derrocarlo, a lo que el militar se negó. Las posiciones se aclaran, la reacción no pretendía solamente reprimir a los obreros sino también derrocar por medio de un golpe de Estado al presidente Yrigoyen.

A manera de síntesis final y evaluando la Semana Trágica críticamente Spilimbergo señala que:

“Esto no es lo peor: a punto estuvo la oligarquía, so pretexto de restaurar el orden, de sacar las tropas a la calle, derrocar a Yrigoyen, aplastar al proletariado con enconadas represiones, y restaurar su imperio. Este es el lógico saldo de los putchs aventureros, hacen tambalear al gobierno democrático –burgués, sin aproximarse al triunfo; pero dándole oportunidad a la oposición de derecha para ensayar su juego reaccionario.”

La Patagonia Rebelde

También bajo la presidencia de Yrigoyen sucede un hecho similar en la Patagonia. En 1920, los peones, agobiados por las duras condiciones de trabajo, elevan un petitorio solicitando algunas mejores mínimas. Parecía que la patronal se había olvidado que los obreros eran seres humanos: las empresas aprovechaban la ola de desocupación en Buenos Aires y contrataban a los “parados” para ir a trabajar  como peones al Sur, a Río Gallegos o a San Julián, firmando contratos por la cual percibían un sueldo miserable y comprometiéndose a realizar “todo trabajo en cualquier capacidad que le fuera requerido”.

Pero, las empresas británicas de la Patagonia y sus socios de la oligarquía porteña hacen oídos sordos a los reclamos. Los trabajadores recurren a la huelga y los ingleses a la policía y a sus propios matones a sueldo para reprimir toda acción posible.

En 1922 se organiza nuevamente el paro que esta vez alcanza grandes proyecciones. La FORA anarquista conduce la lucha. Los agentes de los monopolios británicos operan sobre las autoridades y logran que se envíen tropas del ejército al mando del teniente coronel Héctor P. Varela. Tal es el impune descaro del imperio británico que amenaza con el envío de una escuadra en defensa de las propiedades de sus “nacionales”.

La violencia se desata, se apalea peones, se los saca de noche, se los fusila y se queman los cuerpos. Los trabajadores, muchos de ellos extranjeros, resisten como pueden. Acosados por el hambre y la persecución entran en las estancias para aprovisionarse de alimentos, caballos y armas para luego lanzarse nuevamente a la inconmensurable Patagonia a resistir como sea y donde sea. Las tropas del ejército cometen todas las tropelías y atrocidades posibles. Comienza una guerra de policía como las que hacían Mitre y Sarmiento contra los montoneros del Chacho. El jefe militar Varela los persigue y convierte la sublevación en una guerra de exterminio. Divide el ejército en columnas que marchan a las estancias ocupadas por los “revoltosos”.

¿Cuántos fueron los muertos?

Debe acabarse con ellos. “¿Cuantos fueron los muertos en la hecatombe?”, se pregunta José María Rosa. “Los cálculos los hacen subir a 1.500 para una población de 7.000 habitantes en todo el territorio. Es decir: casi todos los hombres”.

Los obreros no han nacido para la guerra y son vencidos, solamente algunos logran escapar a Chile cruzando la cordillera. Parece que la pesadilla ha terminado para la oligarquía, pero no es así para los anarquistas. En enero de 1923, un obrero anarquista, alemán, Kurt Wilckens, arrojó una bomba contra el Teniente Coronel Varela que lo mató. “Lo hice para vengar a los obreros caídos en Santa Cruz” declaró. El atentado provocó una ola de represión indiscriminada contra el movimiento obrero. Y... a este círculo dantesco e interminable de muertes y venganzas lo completa el asesinato del anarquista Wilckens en la Cárcel de Encausados; el ejecutor, un tal Pérez Millán, que había participado en la represión patagónica será a su vez asesinado un año después por un militante libertario.

Tampoco hubo responsables ni investigaciones sobre esta masacre. Y, hasta la justicia histórica tardó en llegar, ya que durante años la historia oficial ocultó celosamente el tema. En 1928, un corajudo escritor, José María Borrero publica un libro titulado: “La Patagonia Trágica” que relata el comienzo de los hechos. Una segunda parte, en la que se narra la represión, “Orgías de Sangre” no llega a publicarse.

Habrá que esperar a los comienzos de la década del 70 para que algunos curiosos de la historia se enteren de lo ocurrido. El responsable fue Osvaldo Bayer, que en 1972 publica el primer tomo de “La Patagonia rebelde”,  ensayo histórico que fue la base del guión de la película homónima dirigida por Héctor Olivera que puso en conocimiento al gran público de los sangrientos sucesos que acabo de narrar sumariamente.




[1] “Aprismo peruano”, deviene de APRI (Alianza Popular Revolucionaria Americana). El aprismo es un movimiento continental de centro–izquierda, fundado por Raúl Haya De la Torre en 1924. A pesar de sus aspiraciones continentales  y sus relaciones internacionales, como partido, solo tiene presencia orgánica en el Perú. Su línea política se enmarca en el socialismo democrático adaptado a la realidad indo americana. Actualmente Alan García, que fue el discípulo más distinguido de Haya de la Torre es su máximo dirigente y,  al momento de escribir éste libro está ejerciendo la presidencia a la Republica hermana del Perú por segunda vez.

[2]  Menciono solamente a los anarquistas y a los socialistas y no a los comunistas porque para esa fecha no tenían todavía una existencia orgánica y estaban en plena etapa fundacional. El comunismo en la Argentina nace de una escisión del Partido Socialista, o más bien, de una expulsión que realiza  el PS de un grupo de militantes porque éstos, acusaban a la dirigencia socialista de haber traicionado los principios revolucionarios internacionalistas de “La Internacional”, en esos momentos conducida por Lenín. Los expulsados del Partido Socialista, en 1918, realizaron un Congreso donde nace el Partido Socialista Internacional, cuyo nombre finalmente cambia en 1920,  llamándose definitivamente hasta hoy, Partido Comunista. De muy poca incidencia en sus comienzos, en el año 1921 contaba solamente con representación de veinte centros obreros y no tenían más de 700 afiliados.

lunes, 17 de octubre de 2016

A 100 años del ascenso al poder de Yrigoyen (6): La vocación estatizante del yrigoyenismo, algunas de sus realizaciones

El Estado está en la obligación de poner a la libertad de enriquecerse ilimitadamente a costa de las necesidades comunes, el principio de su función esencial, de regularizador de la distribución de la riqueza social, de protector de las masas desposeídas y sufrientes, contra el avance desenfrenado de los intereses individuales egoístas e insensibles”.

Palabras del Senador de la UCR, Ricardo Caballero, expositor de la doctrina oficial al respecto.


Alejandro Gonzalo García Garro.


“Interés nacionalista”


Uno de los aspectos más avanzados del yrigoyenismo, es el de la creciente participación del Estado en la esfera económica y social. La política económica de “interés nacionalista” requirió instalar una nueva concepción del Estado que, abandonando la vieja política del laissez faire, interviniera en forma activa en la vida económica del país, ya fuese participando directamente en algunos de los sectores estratégicos de la misma (ferrocarriles, transportes marítimos, petróleo), o ejerciendo una acción tutelar, “como encarnación permanente de la colectividad” sobre las actividades privadas.

Esta tendencia estatizante se va a ver reflejada en varios aspectos de la administración irigoyenista. En materias de tierras públicas, se desplegó una enérgica acción tendiente a impedir la enajenación de las mismas en forma indiscriminada, afirmando su función social y manifestando la necesidad de esperar que se dieran las mejores condiciones para una justa y amplia distribución de las  tierras fiscales.

Otra importante iniciativa por parte del Estado fue sin duda su intento de ejercer, aunque en forma limitada, cierto tipo de control en el comercio exterior. Su objetivo era controlar la llave de nuestra riqueza nacional, defendiendo los intereses de los productores agrarios, cuya comercialización fraccionada los sometía la voracidad de las compañías acopiadoras que monopolizaban la comercialización de los productos del agro. Esta medida fue resistida desesperadamente por los grupos monopólicos que lesionaban sus intereses y con todo tipo de presiones lograron frenar en el congreso la mayoría de los proyectos gubernamentales en ese sentido. No obstante se pudo aprobar una serie de tratados favorables al Estado a través de una serie de convenios comerciales con Gran Bretaña referentes a la venta de trigo. Pero fueron solamente intentos que revelan el rasgo progresista del radicalismo irigoyenista que sería profundizado en el gobierno peronista, con la creación del IAPI, promoviéndose la canalización de gran  parte de la renta agraria hacia los sectores industriales.

Propició la formación de una Marina Mercante pero no prosperó el empréstito financiero para la compra de unidades. Nuevamente el congreso se opuso. El Congreso también le bloqueó la posibilidad de expropiar algunos buques particulares y la construcción de un astillero nacional. Pero a pesar de la obstrucción legislativa dispuso la adquisición de un buque, el “Bahía Blanca” al que luego se le agregaron otros cuatro. Al final de la gestión la ansiada Flota Mercante logró tener siete unidades. Dos buques petroleros y cinco para transportar granos.

La política ferroviaria del gobierno de Yrigoyen merece un renglón aparte. Si bien la mayoría de las medidas quedaron en meras intenciones debido a la oposición del Congreso que representaba impunemente el monopolio británico, las políticas aspiradas son interesantes mencionarlas porque fueron el fundamento histórico de las medidas tomadas por Perón con la nacionalización de los ferrocarriles en 1948.

En mayo de 1917, al declarar la caducidad de todas las concesiones ferroviarias cuyos plazos habían vencido, Yrigoyen fijó una nueva política estatal con respecto a los ferrocarriles, sosteniendo la necesidad de que “el Estado tenga una parte importante de la red ferroviaria”.

No se trató por cierto de afectar a los intereses de los capitales británicos proyectando la nacionalización de sus líneas ferroviarias. Se respetó el statu quo y solamente se intentó limitar la expansión del capital inglés en el futuro. Al mismo tiempo se trató de romper el centralismo de la red ferroviaria mediante el establecimiento de nuevos ramales destinados a fomentar las economías provinciales, ahogadas por la política ferroviaria de las empresas particulares. Las inversiones británicas en los ferrocarriles tuvieron por objeto acercar la zona de producción agropecuaria a los puertos del Litoral, al mismo tiempo que obtenían altos beneficios favorecidos por la protección estatal. La política tarifaria de las empresas permitió al capitalismo británico ahogar las economías provinciales e impedir todo intento de expansión industrial en ellas. Este tendido de vías férreas significaba la deformación de la estructura económica del país, como lucidamente, tiempo más tarde lo denunciará Raúl Scalabrini Ortiz en su genial “Historia de los Ferrocarriles Argentinos”, obra que data de 1940.

El plan en materia ferroviaria del gobierno de Irigoyen, tendió a limitar en parte esa deformación, mediante la instalación de líneas “que pusieran directa y prácticamente en comunicación con el mundo, las zonas del país cuya ubicación excede la idea de una vida económica intensa, a través de una dependencia absoluta del Litoral”. Con este objetivo se planeó la construcción de la línea a Huaytiquina, concretando el ferrocarril trasandino del Norte, desde Salta al Puerto de Antofagasta, posibilitando “su liberación económica al norte Argentino”, al abrir una puerta más directa a su producción, orientándola hacia los mercados del Pacífico y, por el canal de Panamá, a los del continente europeo. El gobierno radical proyectó, la construcción del Trasandino Sur por Zapala, uniendo la línea de Bahía Blanca a la del sur chileno. Estas nuevas líneas no sólo favorecerían el desarrollo de las economías regionales postergadas en el país sino que también impulsaban una integración de los mercados latinoamericanos.

Sus planes se vieron ciertamente, limitados por el Congreso, a pesar de lo cual las líneas del Estado experimentaron un incremento superior a los 4.000 kilómetros.

A partir de 1918, el gobierno inició una política portuaria que, si bien incrementó la capacidad de los tradicionales puertos cerealeros, rompió con la centralización de los mismos a través del fomento de los establecimientos portuarios del Alto Paraná. Estas medidas, conjuntamente como las adoptadas en el campo ferroviario constituyeron un serio esfuerzo del gobierno radical por quebrar el aislamiento de las provincias del interior, satisfaciendo las necesidades del mercado interno.

Buenas intenciones…

Podríamos mencionar cientos de buenas intenciones, proyectos e ideas que el yrigoyenismo intentó poner en práctica, pero se esfumaron entre los intersticios de una Argentina sometida a la oligarquía y al imperialismo.

La política estatista o dirigista del yrigoyenismo se detiene en los límites de las premisas industriales que hubiese sido  preciso poner en marcha si se pretendía la construcción de un moderno estado nacional.. No hubo un proyecto de industrialización para la economía durante la gestión. Tal vez esto fue la gran carencia del gobierno de Yrigoyen. Es notable que en los dos gobiernos de Yrigoyen, si bien pueden señalarse proyectos e iniciativas sobre protección social, defensa del pequeño productor agrario, etc., no existía, en cambio, ni una ley propuesta por el gobierno orientada a defender y promover la industria nacional. Irigoyen nada hace por defender los gérmenes de industrias aparecidos durante la primera guerra al cerrarse transitoriamente los mercados europeos.


En repetidas ocasiones, el presidente manifestó su oposición al establecimiento de una sociedad industrial, con argumentos de tipo éticos en los que denunciaba los males aparejados por la “civilización maquinizada”, punto de vista que concordaba con su historia de vida ya que había logrado una relativa fortuna como pequeño estanciero de la Provincia de Buenos Aires. 

Esta posición no significa que  identifiquemos el agrarismo librecambista de Yrigoyen con la política tradicional de la oligarquía, aunque coinciden ambas de un modo general en el librecambio. 

A diferencia del agrarismo librecambista de Yrigoyen, los grandes estancieros, el bloque imperialista y los pools de la carne, en el marco del librecambio, tendían a ejercer el control absoluto de los beneficios. Esto irritaba a los sectores medios y bajos de la clase de los estancieros a los cuales el yrigoyenismo intentó representar y defender. 

Las críticas por una falta de política industrial y de una adecuada defensa del productor agropecuario pequeño y mediano, arreciaron después de la debacle del 30, cuando las clases dominantes descargaron sobre el país una parte de su propia crisis, transfiriéndola, como siempre ha ocurrido, a los sectores medios y populares.

A 100 años del ascenso al poder de Yrigoyen (5): Política interior, las intervenciones provinciales

“Las autonomías provinciales son de los pueblos y para los pueblos y no para los gobiernos”. D. Hipólito Irigoyen.


Alejandro Gonzalo García Garro.



La frase del epígrafe que encabeza esta sección en el lenguaje de los hechos significará que D. Hipólito Yrigoyen se disponía a intervenir todas las provincias que permanecían en manos de los gobernantes del régimen oligárquico que habían accedido al poder por medio del fraude.

La solución de las situaciones provinciales por medio de las intervenciones constituía una vieja reivindicación partidaria. Recordemos que estando el radicalísimo en el llano, en tiempos de intransigencia y abstención, Yrigoyen le había solicitado primero a Figueroa Alcorta en 1907 (ver capítulo 17) y luego a Sáenz Peña en 1910 (ver capítulo 18), que se interviniesen las 14 provincias para “ponerlas en condiciones electorales”.

Ambos mandatarios se negaron a tomar semejante medida argumentando la inconstitucionalidad de la misma ya que, de acuerdo a la Constitución de 1853, solamente se podía intervenir una provincia para sostener sus autoridades o reponerlas en caso de que hayan sido depuestas por alguna maniobra de sedición.

Pero ahora Yrigoyen era Presidente y debía cumplir su misión reparadora. No tuvo en este tema preocupaciones legales ni escuchó los argumentos sobre las autonomías federales. Pero como los conservadores mantenían las mayorías en el Congreso, Yrigoyen comenzó con las intervenciones “reparadoras” a través de decretos presidenciales o sino por Ley del Congreso en los casos que se los permitieran.

El objetivo de Yrigoyen no era una intervención partidista que sacara los conservadores para sustituirlos por interventores radicales, al menos este fue su propósito inicial. Por regla, el interventor sería un magistrado o un ex magistrado de intachable conducta o incluso un opositor de reconocida ecuanimidad. La función de los interventores será presidir y supervisar los comicios, evitar el fraude y entregar el gobierno a quien ganara las elecciones.

Las intervenciones se mandaban durante el receso legislativo con desesperación de los constitucionalistas del gobierno ya que era un procedimiento que atentaba la división de poderes.

La primera intervención, en abril de 1917, fue la de la Provincia de Buenos Aires, poniendo así un irreversible final a la carrera política del temible Marcelino Ugarte, alias “el petiso orejudo”, amo y señor del más importante baluarte electoral de la República. Por supuesto, que al abrirse las sesiones en diputados se oyeron todas las voces condenatorias. Socialistas, conservadores y demócratas progresistas defendían fervientemente un gobierno como el de Marcelino Ugarte que no tenía parangón en la historia por su grado de corrupción. Se trató en diputados, un proyecto desaprobando la intervención, pero el Senado, prudentemente, no le dio curso porque se había corrido el rumor que Yrigoyen disolvería el Congreso y no era el caso de perder sus bancas y desperdiciar todos los negocios que éstas implicaban. El interventor designado fue un radical, José Luis Cantilo. La excepción de ser un hombre de partido estaba fundada en que el interventor debía remover toda la plana mayor de la policía bonaerense y la totalidad de los intendentes locales.


Luego de intervenir Buenos Aires vino una andanada: Mendoza, Catamarca, Corrientes, La Rioja, San Luis, San Juan, Tucumán y Entre Ríos que estaban en poder de los hombres del régimen. En muchos casos  significaba destituir gobiernos desprestigiados ante la mirada complaciente de la ciudadanía local para entregarlos en su mayoría al ala “azul” del radicalismo, tal el caso de Entre Ríos que pasó a manos de los Laurencena. Para fines de noviembre de 1919 la causa de las reparaciones provinciales estaba concluida y todas las provincias eran gobernadas por autoridades elegidas en comicios libres y transparentes.

A 100 años del ascenso al poder de Yrigoyen (4): Política exterior: neutralidad y soberanía

La neutralidad, tal como fuera enunciada y sostenida por el gobierno del Presidente Yrigoyen, tanto como la definición  y actitud correlativa asumida después de la guerra, en la reunión de Naciones, demostró ante el mundo que éramos algo mas que una entidad económica; reveló a los pueblos y gobiernos que la República Argentina tenía una personalidad propia”. Gabriel del Mazo, “La primera presidencia de Yrigoyen”.



Alejandro Gonzalo García Garro.


La primera guerra mundial

El primer gobierno de Yrigoyen no tuvo solamente que afrontar los últimos dos años de la denominada Gran Guerra sino que también, en el mismo período se generaron una serie de conmociones políticas en Europa que tuvieron ciertamente incidencia en la política argentina: Tuvieron lugar tres revoluciones que derribaron a las tres casas dinásticas más autocráticas del viejo continente: en 1917, la revolución rusa, que liquidó al zarismo de los Romanoff; en 1918, la revolución alemana, que acabó con los Hohenzollern, y la austríaca, que sacó del poder a los Habsburgo. Y estas revoluciones eran seguidas atentamente en Argentina porque ocurrieron en el transcurso de la guerra y en algunos casos fueron causa o consecuencia de la misma.

La guerra que envolvió a Europa a partir de 1914, constituyó la solución militar de un conflicto entre las principales potencias capitalistas por el reparto del mundo colonial. Es por esta razón que algunos historiadores revisionistas la llaman también “la primera guerra imperialista”. En Europa se encontraban los polos de poder que decidían la economía mundial. A sus puertos llegaban las materias primas de los enclaves coloniales y semicoloniales, que los países centrales requerían para su expansión industrial. La expansión capitalista de Alemania, país que había ingresado tardíamente en el camino de la industrialización, se aceleró a partir de la consolidación del Imperio Alemán y las anexiones de las regiones de Alsacia y Lorena después de la derrota de Francia en la denominada  guerra franco –prusiana. Entonces, la entrada tardía de Alemania en el proceso de crecimiento capitalista y la carencia de dominios coloniales e influencia económica en la periferia colocará a éste país en una difícil situación ante la insuficiencia de mercados que no se adaptaban a su ritmo de crecimiento.

Para resolver esta situación un clima bélico comienza a envolver Europa que se lanzó a una carrera armamentista y,  las diferentes naciones en potenciales conflictos ensayaban y perfeccionaban sistemas de alianzas: la “Entente Cordiale” conformada por Francia, Inglaterra y Rusia por un lado y Alemania aliada al Imperio Austrohúngaro por otro.

Cuando la guerra se declara combatían aliadas, Inglaterra, Francia y Rusia contra Alemania. Italia, que intervino a favor de Alemania en un comienzo se pasó luego a los Aliados. Sobre el final de la contienda el apoyo bélico de los EE.UU. a los aliados en 1917, ayudó a liquidar el conflicto con la derrota de Alemania en 1918. Ese fue, en apretada síntesis, el desarrollo de la primera guerra mundial, contienda en la cual la República Argentina permaneció neutral desde el principio al fin.

Antes de comenzar la Gran Guerra, los países que, como Gran Bretaña, contaban con un amplio dominio colonial y tenían grandes zonas de influencia, incluida la totalidad de Sudamérica, se apresuraron a ajustar los mecanismos de dominación para garantizarse Estados “amigos” para posibles alianzas y el abastecimiento necesario para afrontar el conflicto bélico. 

Política exterior durante la primera guerra mundial

Si analizamos la política exterior de Argentina durante la primera guerra mundial descubriremos dos etapas con dos líneas políticas claramente diferentes: a) Táctica imperialista neutralista, coincidente con la oligarquía dominante. b) Con la llegada al poder de Yrigoyen se pone en marcha una política fundada en el principismo radical disidente de la estrategia imperialista, es decir el neutralismo como ejercicio de soberanía.

La neutralidad fue declarada el 4 de agosto de 1914, apenas comenzada la guerra en Europa, por el gobierno de Victorino de la Plaza, y fue peyorativamente definida por el líder radical Hipólito Yrigoyen como "pasiva y claudicante", basándose para utilizar estos calificativos en la inmovilidad oficial frente a graves cuestiones como el fusilamiento del cónsul argentino en Bélgica, en septiembre de 1914, por parte de las tropas alemanas de ocupación, y el apresamiento del buque argentino Presidente Mitre, en noviembre de 1915, por parte de la armada inglesa. En realidad la postura del presidente de la Plaza reflejaba más que el cumplimiento de un principio de soberanía, la necesidad de Inglaterra y sus aliados de contar con una base neutral de abastecimiento inatacable por Alemania.

Al llegar Yrigoyen al poder en 1916 la neutralidad se mantuvo, aunque el nuevo mandatario la calificó de "activa y altiva", a fin de diferenciarla de la "pasiva y claudicante" de su antecesor. El nuevo presidente definió la política internacional argentina frente a la guerra de acuerdo con dos ejes: a) garantía de la neutralidad proclamada, y b) respeto de los derechos de libertad e independencia de los estados neutrales.

Pero la posición neutral Argentina durante el gobierno de Yrigoyen es puesta en peligro cuando Alemania comienza a hundir buques de cualquier bandera con una nueva arma letal: el submarino. Ante esta nueva estrategia alemana Estados Unidos comienza a presionar al gobierno argentino para que abandone la neutralidad. El momento más álgido llega cuando, el 4 de abril de 1917, el buque “Monte Protegido” que navegaba con bandera argentina fue hundido por un submarino alemán. La Cancillería argentina elevó una enérgica protesta declarando que esta acción constituía una ofensa a la soberanía, exigiendo la reparación del daño material y el desagravio al pabellón nacional. El Estado agresor dio las reparaciones debidas con la amplitud que la Argentina reivindicaba. Idéntica actitud y similar respuesta se obtuvo en un segundo incidente similar ocurrido en alta mar con el vapor “Toro”.

Estos incidentes desencadenaron no sólo violentas presiones de los países aliados para que el gobierno le declarase la guerra a Alemania sino que también desataron una feroz campaña interna para que Argentina abandonara la política de neutralidad. Las naciones aliadas forzaban a los países satélites a plegarse a la causa alidada con el eterno pretexto de iniciar “una cruzada por la democracia y la libertad”.

Una impresionante conjura de intereses echa mano a todos los recursos para obligar al gobierno a entrar en guerra con Alemania. La prensa de todos los colores, todos los partidos de la oposición sin excepción e incluso numerosos radicales, los “intelectuales representativos” y las fuerzas vivas del país coinciden en este punto. Tan intensa es la presión, a tanto asciende el histérico desborde de la propaganda imperialista que algunos sectores se lanzan a realizar violentas manifestaciones callejeras que tornan más  dramática la situación. Los representantes diplomáticos de las potencias aliadas se mueven tras las bambalinas y conspiran contra el gobierno de Yrigoyen. Se llega a mencionar la posibilidad de derrocar al presidente con un golpe militar sino declara la guerra a Alemania. Los agentes del imperio proclaman a viva voz que la Argentina será castigada por la osadía de mantener la neutralidad. La sanción sería que nadie compraría nuestra producción agropecuaria y que terminada la guerra, Argentina quedaría aislada del mundo civilizado.

Los Estados Unidos, envalentonado, amenaza y lanza un “globo de ensayo”: Uno de sus almirantes al frente de una escuadra anuncia que entrará “incondicionalmente” al puerto de Buenos Aires. La respuesta de Yrigoyen no se hace esperar y es tan enérgica que el Departamento de Estado debe dar marcha atrás y solicitar permiso para una visita de cortesía.

Las Cámaras se suman al coro belicista con el concurso de la bancada del Partido Socialista que, violando el mandato del Congreso partidario pide la ruptura de relaciones y la declaración de guerra a Alemania. Manuel Ugarte, en ese entonces dirigente socialista, es una voz en el desierto y se adhiere a la posición del gobierno de Yrigoyen proclamando la unidad latinoamericana en un pequeño periódico al que llamó “Patria”. Tal actitud le valió a Ugarte la expulsión del partido primero y el vació absoluto después. Esta circunstancia dolorosa lo obligó a vivir muchos años fuera del país.

Las consecuencias políticas

Prácticamente sin adhesiones a favor y contra la formidable conjura de los poderes reaccionarios, Yrigoyen mantiene intransigentemente el principio de autodeterminación nacional. Parecía que el país entero estaba con los aliados y contra “el Peludo mestizo y germanófilo” asociado a la “barbarie prusiana”. 

Pero, en marzo de 1918 se realizaron elecciones nacionales para renovar la Cámara de Diputados. Son las primeras elecciones luego de la asunción de Yrigoyen. La UCR obtuvo 350.000 votos; 120.000 el Partido Conservador; los demócratas progresistas 82.000, y el Partido Socialista 66.000. En las urnas se volcó la opinión de los argentinos que no hablaban, eran los más...

Los beneficios económicos

Ahora bien, la posición de Yrigoyen en cuanto a la neutralidad y el afianzamiento de la autodeterminación de la Nación Argentina es indiscutiblemente encomiable, pero la neutralidad también tiene una arista económica que es interesante destacar: Cuando los países débiles, como en éste caso lo era Argentina cobran fuerza con un gobierno y logran mantener la neutralidad en un conflicto mundial del tenor que estamos analizando logran cierto enriquecimiento económico a saber: soslayan compromisos económicos, financieros y militares que necesariamente la intervención en el conflicto les traería aparejado. Y, en el caso argentino se le añade que, como país exportador de materias primas le permite beneficiarse de los altos precios de sus productos.

Hubo grande beneficios económicos en el tiempo de la guerra que fueron empleados para financiar muchos de los proyectos del gobierno pero, sin embargo, no se tradujo en un brote de prosperidad para el conjunto de la población. Porque, al mismo tiempo que la carne y el trigo eran vendidos en el exterior con enormes beneficios, la gran reducción de las importaciones trajo la escasez en muchos rubros e inflación aumentando el costo de vida en un 100 % en los últimos dos años del conflicto mientras los salarios se quedaron estancados. Este aprieto hará eclosión, como veremos, en la huelga de los talleres Vasena en las jornadas de la Semana Trágica de enero 1919 que fue la respuesta del movimiento obrero a esa situación de crisis económica.

Congreso Latinoamericano

Pero continuemos ahora con la política exterior de Yrigoyen que, por cierto, no se circunscribió a mantener la neutralidad. Retomando la tradición de la Patria Grande legada de San Martín y Bolívar, aprovechó la emergencia de la guerra para convocar a un Congreso Latinoamericano que amalgamara una actitud conjunta ante las fuerzas del imperialismo. El Congreso no pudo realizarse, los Estados Unidos previeron en éste un foro antibélico y lo boicotearon. Sólo México resistió la presión diplomática y envió sus delegados. No era casual. México en ese momento estaba profundamente conmovido en un proceso revolucionario antiimperialista y comprendió el llamado continental que sé hacia desde el país más austral del continente donde, salvando las distancias, también se estaba forjando un movimiento popular, democrático y nacional.

Terminada la guerra, en el Tratado de Versalles, los aliados victoriosos se repartieron los despojos. Se creó una entidad internacional que tuvo una existencia fugaz y vergonzosa: La Sociedad de las Naciones,  organismo que tenía como objetivo el cumplimiento de las cláusulas del Tratado a todas luces injustas y tendenciosamente favorables a los vencedores. La República Argentina, baluarte del imperialismo británico habría seguido los dictados de la política inglesa sino hubiese sido por Yrigoyen que al frente de su gobierno impuso condiciones para el ingreso de nuestro país. El Canciller Honorio Pueyrredón; Marcelo Torcuato de Alvear, embajador en Francia y Pérez, representante argentino en Austria, llevaron precisas instrucciones del presidente: Condicionar el ingreso a que todas las naciones, beligerantes y no beligerantes fueran admitidas en el seno de la organización y que no se establezcan diferencias entre los países pequeños o débiles y las grandes potencias.

Para Alvear la condición impuesta por Yrigoyen era prácticamente sacrílega. La Argentina para Alvear no tenía entidad internacional como para imponer una condición de este tipo enfrentando la decisión tomada por los países imperialistas victoriosos. Bastaría, sostenía Alvear, con dejar sentada la posición argentina; no era necesario llevar las cosas al extremo de retirar la delegación en caso de que la propuesta fuese rechazada como obviamente ocurriría. En caso contrario opinaba Alvear “podríamos orientar a la República en una política internacional peligrosa”. Pero el empeño de Alvear, que para ese entonces era sin dudas un referente del “radicalismo oligárquico”, no pudo con la tenacidad del Presidente. El 4 de diciembre de 1919, el Canciller Pueyrredón sumamente presionado por Yrigoyen, envió una nota a la Asamblea declarando “que la delegación argentina consideraba terminada su misión”. El Presidente telegrafía de inmediato utilizando como siempre su peculiar lenguaje: “La actitud de la delegación... se ajusta estrictamente a sus deberes, puesto que, allí existía un espíritu deliberadamente reacio a las grandes y nobles soluciones”. Lo que vale decir que reinaba un espíritu pro impererialista anglo–francés...

Política soberana

Existen tres ejemplos que reflejan el concepto que el Presidente tenía de la soberanía de las naciones dando testimonio de solidaridad a los pueblos damnificados por la guerra y realzando la dignidad de los países hispanoamericanos.

Finalizada la Gran Guerra en 1918, los países aliados, fundamentalmente Inglaterra y Francia intentaron oponerse a la Revolución Rusa emprendida en octubre de 1917. No solo invadieron territorios rusos sino que financiaron y apoyaron logísticamente la contrarrevolución. Además de soportar ésta agresión el sufrido pueblo ruso se vió afectado por una serie de hambrunas y pestes que desbastaron  parte de su territorio, fundamentalmente Ucrania. Yrigoyen, sensible a este tipo de padecimientos, envía un mensaje al Congreso al cual solicita: “ayuda para el pueblo ruso, mediante un préstamo de 5 millones de pesos que ése país reembolsará sin interés cuando pueda hacerlo”. He aquí un testimonio de la independencia  que por aquellos años ostentó la política exterior argentina.

De su presidencia data también la condonación de la deuda de la guerra que el Paraguay tenía con la República Argentina a raíz de la funesta agresión de la “Triple Infamia”.

Y por último, una de sus más famosas acciones internacionales y de confraternidad hispanoamericana: el saludo de la bandera dominicana. El 24 de mayo de 1919 había fallecido en Montevideo el ilustre poeta Amado Nervo, embajador de México ante la República del Uruguay. Como Nervo había sido embajador concurrente en la República Argentina, el presidente Hipólito Yrigoyen ordenó que sus restos fueran repatriados con todos los honores en el acorazado "Nueve de Julio". Al regreso el barco se vio obligado a hacer escala, y su comandante consultó con el ministerio de Marina si podía tocar o no Santo Domingo y, en caso afirmativo, si saludaba a la bandera norteamericana al entrar al puerto, a la sazón ocupado por fuerzas militares de los Estados Unidos. La inmediata respuesta del presidente Yrigoyen fue: "Id y saludad al pabellón dominicano". Al entrar al puerto, el acorazado izó al tope la bandera del país hollado, saludándola con una salva. Corrió la voz por la ciudad, y un grupo de personas fervorosas compusieron con trozos de tela una bandera dominicana que izaron en el torreón de la fortaleza. Veintiún cañonazos de la nave argentina tributaron el homenaje a la enseña dominicana. La multitud se lanzó a las calles, y una gran manifestación se dirigió hasta la casa municipal ante la perplejidad de las autoridades de ocupación que no se atrevieron a impedir el pronunciamiento popular. Uno de los improvisados oradores dijo: "Loor al presidente argentino Yrigoyen que nos ha hecho vivir siquiera dos horas de libertad dominicana".


Para finalizar y a manera de conclusión: El Presidente Yrigoyen planteó una política exterior cuyo propósito fue el de aumentar el prestigio exterior de la Argentina a través de una práctica neutral y pacifista, que insistió en la moralidad y el derecho como las bases de las relaciones internacionales, y que intentó desplegar una suerte de liderazgo regional en oposición a Estados Unidos. La prédica nacionalista, latinoamericanista y neutralista que identificó a la política exterior de Yrigoyen tuvo por principal móvil lanzar al mundo una reputación ética de la Argentina, levantando una imagen de país con independencia de acción y dueño de un porte moral, lejano de la mezquina política evidenciada por los países beligerantes.

A 100 años del ascenso al poder de Yrigoyen (3): La encrucijada: reformismo democrático o revolución nacional y popular

“Según Diego Luis Molinari, durante la primera presidencia, Yrigoyen le manifestó en reiteradas ocasiones que el gran error de su vida política consistía en haber arribado al poder legalmente y no por medios revolucionarios”.  

Jorge Enea Spilimbergo. “El Radicalismo, Historia crítica. 1870 –1974”.



Alejandro Gonzalo García Garro

¿La soledad de Yrigoyen? 


A la heterogeneidad del movimiento radical se le debe agregar la ambigüedad en su discurso político. Estos dos factores integrados producen disímiles y hasta contradictorias reacciones en las diferentes provincias luego del triunfo radical. Al no existir un programa nacional en común, ni una doctrina que las unifique en la acción comienzan a manifestarse las diferentes líneas provinciales.

En Cuyo, el caudillo Lencinas, que había conseguido el triunfo gracias al apoyo de los roquistas, se enfrenta con los grandes bodegueros mendocinos. El “bloquismo”, fenómeno muy similar al lencinismo, actuó en San Juan y realizó también una política de características sociales a favor de los sectores más postergados de la provincia. En Córdoba surgen “los radicales rojos” que proponían audaces medidas para resolver la cuestión social. En Jujuy el gobernador asume la defensa de las comunidades originarias marginadas  y propone arrojar a la puna a los hombres del viejo régimen. Lo mismo ocurre en Tucumán donde el primer mandatario provincial se pone al frente de los cañeros y enfrenta a los monopolios de la industria azucarera. Otras provincias radicales, como Santa Fe, estaban en disidencia, por intereses sectoriales, con la conducción nacional de Yrigoyen. Las demás provincias seguían gobernadas por los conservadores que habían llegado por medios fraudulentos; Buenos Aires entre otras, conducida por el poderoso Marcelino Ugarte. Difícil el panorama si se le agrega la división ya manifiesta entre los “antipersonalistas” que son la cuña oligárquica en el movimiento y los “personalistas” adictos a Yrigoyen.

Sin embargo, las limitaciones principales del gobierno de Yrigoyen, no la constituyen las situaciones provinciales ya que este tema se solucionará con las intervenciones. Las vallas verdaderamente infranqueables son la composición mayoritariamente opositora en el Congreso y el carácter oligárquico y reaccionario enquistado en el Poder Judicial.

En la Cámara de Diputados había sólo 45 diputados radicales contra 70 opositores. En el Senado de la Nación, 26 miembros pertenecían a la oposición y cuatro apenas eran radicales. A estos números se le debe agregar que los legisladores radicales reclutados entre una minoría intelectual adicta al radicalismo no eran yrigoyenistas e incluso manifiestamente anti- irigoyenistas en algunos casos. Y, si bien en las elecciones legislativas posteriores de 1918, 1920 y 1922 aumentaron los legisladores radicales, pocos eran leales al caudillo. Esta minoría en ambas Cámaras condenó a la impotencia al gobierno que no pudo poner en marcha sus proyectos más transformadores. Por otra parte, el Poder Judicial era una institución fosilizada en más de 20 años. Se había amparado allí una exclusiva “nobleza de toga” intocable, ajena y hostil con los intereses nacionales y populares que sobrevivirá tranquilamente otras décadas más ya que no corría riesgo de cuestionamientos por parte de un Ejecutivo legalista y menos, peligros de pedidos de juicios políticos iniciados en el Congreso.

A todas estas condiciones, objetivamente adversas, sumémosle otra no menos importante: Yrigoyen no sólo gobierna sin prensa sino contra la prensa a la cuál se enfrenta desde un primer momento. Los grandes periódicos están en su contra y los diarios amarillos publican una serie interminable de injurias, calumnias, infamias varias, se mofan de su persona y de su especial manera de expresarse. Ellos popularizan el mote de “El Peludo”, lo ridiculizan y le inventan historias amorosas inexistentes, filiaciones y oscuras relaciones. “El terror de los zaguanes de Balbanera” le dice la prensa más amarilla. Y no sólo con él es la guerra que le han declarado los medios gráficos sino con todos los miembros de su gabinete.

Yrigoyen, intransigente, podría haber subsidiado con publicidad oficial a algunos de ellos para al menos atemperarlos pero se niega terminantemente. Jamás consiente a que le hagan un reportaje y los periodistas no tienen la entrada fácil a la Casa de Gobierno.

Los mira como enemigos y realmente lo son, y, cuando la lucha se hace más encarnizada clausura la sala de prensa de la Casa Rosada. Él prefiere defenderse y hacer prensa desde el diario oficial. Un medio gráfico pesado, mal diseñado que sólo tira 20.000 ejemplares que ni los propios radiales leen. No obstante, todas las mañanas se reúne el presidente con el redactor en jefe para repasar los titulares y le suministra ideas para algunos artículos. Ese sería el famoso “diario de Yrigoyen…”

Palacio y Jorge Ramos y de quienes entendían a Yrigoyen


A Yrigoyen podríamos decir que solamente lo entendían los grandes sectores populares que le dieron su voto. Ellos y nadie más... No era comprendido por los “doctores” de su partido, ni por los pocos intelectuales que su movimiento había reclutado. Menos podían comprenderlo los “independientes” educados en otra ética política, “los intelectuales de izquierda o de derecha” o los claustros universitarios. En el decir de José María Rosa, “toda la Argentina audible y visible, desde el Jockey Club, el Congreso, las Academias y hasta el pequeño corrillo de una mesa de café, estuvieron contra el “Peludo”.

Dos historiadores revisionistas, que ideológicamente se encuentran en las antípodas; Ernesto Palacio y Jorge Abelardo Ramos; nacionalista católico el primero y marxista de la autodenominada izquierda nacional el segundo, coinciden extrañamente en un punto en común: Si Yrigoyen, que llegó prácticamente plebiscitado al gobierno en 1916, con el apoyo incondicional del pueblo hubiera hecho una especie de “Golpe de Estado salvador”, interviniendo ambas Cámaras del Congreso y el Poder Judicial otra hubiera sido la historia argentina. Si Yrigoyen y el cuerpo de abogados que lo asesoraba no hubiesen tenido tanto prurito legal y se hubiera animado a clausurar diarios y encarcelar enemigos hubiera puesto en marcha la anhelada Revolución Nacional que tuvo que esperar 30 años para ser parida por el peronismo... Si, en vez de haber indultado en masa a los hombres del régimen con su expresión equívoca de “no he venido a castigar ni a perseguir...” y hubiese sido implacable con la reacción conservadora, no hubiese acaecido el golpe reaccionario del 30 y se hubiesen evitados muchos males futuros en la Argentina...  Pero la historia no se escribe en pretérito pluscuamperfecto sino tratando de describir los hechos históricos tal cual ocurrieron, con sus miserias y sus horrores, con sus “enigmas” incluso y sus inevitables contradicciones. La historia es lo que ocurrió y no lo que debería haber ocurrido...

D. Hipólito Yrigoyen no era Mussolini, ni tampoco era Lenin. Las condiciones socioeconómicas y políticas de la Argentina de 1916 no eran las mismas que las del Reino de Italia de entonces ni muchos menos la de la Rusia de los zares. La fallida revolución radical de 1905 no fue ni la marcha sobre Roma ni la toma del Palacio de Invierno. El heterogéneo movimiento popular que conformaba el radicalismo no tenía  ningún punto en común con los fascios italianos o el sólido partido de cuadros que era el bolchevismo ruso. El yrigoyenismo fue un fenómeno popular que sólo puede comprenderse desde la realidad histórica argentina. No es necesario y, además confunde escribir la historia desde lo que no fue o desde lo que pudiese haber sido.

Yrigoyen y desde donde mira la Historia


No es desatinado que los historiadores tengan opinión y hagan, si procede por razones pedagógicas, historia comparada... Es políticamente correcto hacer política con la historia. Más entramos entonces en el terreno de la opinión. Y recordemos que, epistemológicamente la opinión es una afirmación no cierta, basada en argumentos válidos pero no evidentes, opuestos a otros argumentos también válidos.

Yo puedo opinar que el yrigoyenismo fue un movimiento reformista que profundizó dentro de sus carencias la democratización de la sociedad argentina. Otros podrán opinar que fue un intento de revolución frustrada que terminó resultando funcional al régimen que decía combatir. Opiniones. Pero si la opinión, producto de la revisión histórica, se limita a reseñar melancólicamente frustraciones y realizar románticas reminiscencias de los derrotados se convierte a la historia en una saga de antihéroes malditos.


Y en verdad, la historia como instrumento de liberación nacional no es la narración de las vicisitudes de los héroes gloriosos ni de los antihéroes fracasados, sino la procesada desde una Argentina real y concreta que tiene un solo sujeto histórico: el Pueblo. Concepto éste que no representa una entidad metafísica sino una realidad tangible que ha tenido y tiene un protagonismo decisivo en los grandes momentos de la historia argentina. Uno de esos momentos fue el yrigoyenismo que, mas allá de sus limitaciones naturales, contó con el apoyo de las masas populares herederas de la causa federal que volverán a resurgir con otros matices y con diferente carácter en la Revolución Peronista.

A 100 años del ascenso al poder de Yrigoyen (2): Don Hipólito en el gobierno, la clase media intenta la toma del poder

Fue muy desagradable... Han desenganchado los caballos y han arrastrado la carroza presidencial por las calles, vociferando injurias y lanzando vivas. Parecía el carnaval de los negros... Hemos calzado el escarpín de baile durante tanto tiempo y ahora dejamos que se nos metan en el salón con bota de potro”. 


Palabras proferidas por Don Benigno Ocampo, Secretario del Senado y personaje emblemático de la oligarquía. Estas expresiones fueron proferidas ante sus amigos en la confitería Blas Mango comentando los sucesos de la asunción de Yrigoyen. Citado por Jorge Abelardo Ramos.



Alejandro Gonzalo García Garro.


Como dijimos, llegó el esperado 12 de octubre de 1916. Ya está Don Hipólito Irigoyen en la Casa Rosada. Allí se lo puede ver sin ocultar cierto fastidio o displicencia hacia la multitud que lo aclama. Ha llegado a la más alta magistratura de la Nación el nieto de un mazorquero fusilado. El sobrino de Alem. “El hombre del misterio” como subtitula Manuel Gálvez su biografía. El comisario de Balbanera. El dirigente político que nunca se dirigió a la multitud, que jamás hizo un discurso en público y que, sin embargo con especial carisma había convencido con su rara elocuencia a miles de argentinos, uno por uno... Hombre de estampa criolla que, irreductiblemente, durante más de 25 años optó, según las circunstancias, por la insurrección armada, la intransigencia o la abstención. Antimitrista furibundo, de estirpe federal, el “Cesar pardo” como lo llamó la oligarquía despechada. Y, detrás de éste caudillo singular venía el torrente radical... “la chusma” tan temida por los hombres del régimen: “hijos de la inmigración y nietos de próceres “como algún cronista  había expresado, pero, abundaban más, mucho más,  hijos de gringos que nietos de próceres...

Acompañado por una multitud nunca vista hasta entonces en actos de esta naturaleza que se calcula en más de cien mil personas presta juramento en el Congreso. Viste de frac. No leyó el habitual mensaje de asunción ni oculta su desgano en la ceremonia legislativa. En la marcha que va desde el Congreso a la Casa de Gobierno, el público exaltado desengancha los caballos del carruaje y lo arrastra a pulso con ferviente devoción. Se repite la misma escena cuando el Restaurador en 1835... el fantasma de la federación atosiga algunos periódicos oligarcas que no ahorran calificativos en la comparación.

Pero, junto al pueblo, también arriba al gobierno una falange de aventureros, arribistas, oportunistas de toda laya que ingresan desordenadamente por la puerta que acababa de abrirse. Revolotean alrededor de los presupuestos para ocupar sus lugares, ahora que la UCR llega al gobierno es el turno de estos personajes. De este modo aparece en el seno del partido una nueva fuerza que busca aprovecharlo y lo corrompe, inesperado refuerzo de la oligarquía que acechaba dentro y fuera del gobierno. Esta fuerza  prefigura la futura burocracia del gobierno de Yrigoyen. Se produce un fenómeno casi inevitable en las revoluciones populares: la burocratización del poder. Esta burocracia se genera normalmente dentro del proceso mismo de la revolución popular, en ella medra, y paralizándola, contribuye a su estrangulamiento y degeneración.

Yrigoyen constituye su primer gabinete con hombres que por primera vez hacían su aparición en la vida pública nacional. Salvo el Ministro de Relaciones Exteriores, Honorio Pueyrredón, “un ministro prestado del mitrismo”, según el mismo Presidente lo dijera, los demás pertenecían en su mayoría a las burguesías provinciales: viejos luchadores del partido, con méritos locales sin duda pero desconocidos en Buenos Aires. Esto provocaría el primer escándalo entre quienes no podían admitir un gobierno sin los figurones de la oligarquía vernácula. Los hombres del régimen desplazado se burlan de los apellidos y de las vestimentas de los nuevos funcionarios y la prensa, haciendo gala de su tilinguearía congénita, se hace eco.

Al momento de asumir la presidencia algunos de los hombres del régimen viven ese escenario con gran temor, creen que el triunfo del radicalismo constituirá una catástrofe social y llevará al país a la ruina. Le temen también muchos sectores del clero católico que lo imaginan masón, espiritista y desdeñoso del matrimonio y las prácticas religiosas. Algunos de los implicados en los grandes negociados de los  gobiernos anteriores se aterran también y se imaginan represalias y cárcel. “Todos temen a Yrigoyen salvo sus partidarios, la clase media y los pobres”,  escribe Manuel Gálvez.

Más, el pánico oligárquico y el miedo de los corruptos se aplaca, los ánimos se tranquilizan cuando al jurar expresa: “No he venido a castigar ni a perseguir, sino a reparar”. Esta expresión la repetirá muchas veces, e intentará realmente cumplir con la “reparación” histórica de la Nación para restaurarla “en la plenitud de sus fueros”. Pero su gobierno entrañaba una debilidad orgánica que no tardará en manifestarse... 

sábado, 15 de octubre de 2016

A 100 años del ascenso al poder de Yrigoyen (1): Algunas consideraciones a manera de apuntes sobre la naturaleza del radicalismo

Hace 100 años, Hipólito Yrigoyen asume la presidencia de la Nación. Un día llegó el por entonces tan esperado 12 de octubre de 1916. Ya está Don Hipólito Irigoyen en la Casa Rosada. Allí se lo puede ver sin ocultar cierto fastidio o displicencia hacia la multitud que lo aclama. Ha llegado a la más alta magistratura de la Nación el nieto de un mazorquero fusilado. El sobrino de Alem. “El hombre del misterio” como subtitula Manuel Gálvez su genial biografía. El comisario de Balbanera. El dirigente político que nunca se dirigió a la multitud, que jamás hizo un discurso en público y que, sin embargo con especial carisma había convencido con su rara elocuencia a miles de argentinos, uno por uno... Hombre de estampa criolla que, irreductiblemente, durante más de 25 años optó, según las circunstancias, por la insurrección armada, la intransigencia o la abstención. Antimitrista furibundo, de estirpe federal, el “Cesar pardo” como lo llamó la oligarquía despechada. Y, detrás de éste caudillo singular venía el torrente radical... “la chusma” tan temida por los hombres del régimen: “hijos de la inmigración y nietos de próceres “como algún cronista  había expresado, pero, abundaban más, mucho más,  hijos de gringos que nietos de próceres... 
Pero, ¿cuál es el balance histórico de Yrigoyen? ¿cuál fue la naturaleza política de su gobierno, los fundamentos políticos y doctrinarios tanto de él como del primer radicalismo en el poder? Publicaré una serie de viejos textos (1, este es el primero de ellos) sobre la UCR e Yrigoyen a modo de homenaje para recordar esta fecha central de la historia argentina y dar respuesta a estas preguntas y otras más.

Acá va el primer texto del dossier: “Algunas consideraciones a manera de apuntes sobre la naturaleza del radicalismo”. 


Alejandro Gonzalo García Garro.


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A 100 años del ascenso al poder de Yrigoyen (1): Algunas consideraciones a manera de apuntes sobre la naturaleza del radicalismo


Todos los movimientos populares, todas las tendencias de progreso – Moreno o Facundo, Rosas o Dorrego, Yrigoyen  o Perón – enfrentaron no a un enemigo interno sino a una coalición de la oligarquía de su época con el imperialismo dominante.”
Carta de John William Cooke a Juan Perón, fechada el 18 de octubre de 1962. En “Correspondencia Perón- Cooke”,  Tomo II.

“Perdida ya la memoria de las multitudes federales, ellas reaparecen en la escena con el radicalismo que es su cause de protesta y esperanza. Si el hombre del ayer remoto valió un hombre porque valía  una lanza, este hombre del sufragio valió un hombre porque valía  un voto. Dejó de ser cosa despreciable para el patrón, para el Juez de Paz, para el Comisario, porque la Libreta de Enrolamiento le dió  cotización en las jerarquías humanas”.
Arturo Jauretche. “Los profetas del odio y la yapa”

Para comprender con claridad el paso por la historia de Hipólito Yrigoyen (1916-1922 y 1928-1930) y del primer radicalismo (que incluye la presidencia de Alvear) es preciso analizar que fue el radicalismo en cuanto movimiento político y desentrañar su naturaleza; cuales fueron las clases, sectores sociales e intereses económicos que se expresaron a través de él y en que marco económico y social se desenvolvió.
El tema es que el radicalismo en general y el yrigoyenismo en especial constituyeron fenómenos mucho más complejos que los que suelen afirmar tanto panegiristas como adversarios que han simplificado o mitificado los hechos históricos de tal manera que, al lector se le hace difícil percibir críticamente el radicalismo como fenómeno histórico. En este punto es mi intención correr el velo de la mitología romántica radical para descubrir al radicalismo como hecho histórico comprensible.

Movimiento/partido
En cuanto a su naturaleza política es imprescindible tener en cuenta que la Unión Cívica Radical, por sus características e incluso por la propia definición de su fundador, Yrigoyen, es más un movimiento que un partido político orgánico de cuadros, pese a ser el primer ensayo de esto. El fundamento movimientista del radicalismo descansa en que éste se arroga “la reivindicación de la Nación falseada en sus principios rectores” y en la pretensión de querer representar a todas las aspiraciones postergadas. Tales enunciados movimientistas, innegablemente amplios e imprecisos produjeron la siguiente consecuencia: cuando el objetivo central y aglutinante del radicalismo fue alcanzado, las contradicciones internas comenzaron a manifestarse iniciando un proceso de diversificación que caracterizará toda la historia del movimiento. ([1])
A la estructura un tanto inorgánica que caracteriza al movimiento radical, Hipólito Yrigoyen la construyó ex profeso e incluso explicó en el Manifiesto de 1905: “La UCR no es un partido en el concepto militante. Es una conjunción de fuerzas emergentes de la opinión nacional”.

Sus orígenes, contexto histórico y sectores expresados
Recordemos por otro lado que, en verdad, los orígenes del radicalismo argentino se encuentran en la revolución del 90´, que fue un intento de golpe de estado “institucional”  donde confluyeron mitristas, autonomistas, socialistas y roquistas.
El radicalismo desde su génesis fue la expresión política de la democracia formal y burguesa en una sociedad dominada por una oligarquía terrateniente asociada al capital extranjero. Tuvo las mismas vacilaciones y debilidades que sufría la burguesía de un país oprimido por el imperialismo y reveló, cuando llegó al gobierno, su inequívoco contenido de clase al reprimir con puño de hierro las luchas del incipiente movimiento obrero organizado.
Pero, irrefutablemente, fue también un movimiento nacional y popular que ejercía un profundo atractivo para las masas necesitadas de una acción emancipadora que elevara al conjunto nacional y destruyera las relaciones de dependencia que la enajenaban a la oligarquía políticamente expresada en el régimen.
Veamos ahora la relación y dependencia del radicalismo con los diversos sectores sociales que componían el cuadro sociológico de la Argentina de 1916. Durante la primera presidencia de Yrigoyen, el radicalismo representaba aún a tres sectores de la burguesía nativa: un sector que podemos llamar la mediana burguesía que era el eje del yrigoyenismo. La pequeña burguesía o sectores de capas medias que era su apoyo de masas. Y el sector de la gran burguesía expresados por los “azules”, (casualmente... el color de los unitarios de otrora) que serán los futuros “antipersonalistas”. ([2])
Yrigoyen, trató de mantener el equilibrio tanto en el interior del partido como en el aparato del Estado y tuvo para cada uno de estos sectores mencionados una política diferente y es justamente,  en este carácter policlasista y pendular de la política de Yrigoyen en que se puede apreciar claramente el carácter movimientista mencionado más arriba.
En relación con la gran burguesía, el yrigoyenismo trató de no romper nunca los puentes. No tocó por cierto la base de su poder económico: Ni sus grandes propiedades territoriales; ni las fábricas, propiedad de los monopolios; ni los grandes bancos particulares. En lo que se refiere a los grandes latifundistas, que poseían en ese entonces el 70 % de la propiedad de las tierras y más del 50 % del ganado vacuno, el gobierno de Irigoyen  se limitó  al rescate de la tierra pública evitando que se la siga enajenando a precio vil a los terratenientes. Acción política ésta influenciada por los ganaderos medianos a los que Irigoyen estaba ligado como criador de hacienda. En éste terreno, los intereses entre los grandes y pequeños ganaderos, recién chocarán durante su segunda presidencia.
En lo referente a lo que llamamos la mediana burguesía, productora para el mercado interno Yrigoyen intentó y logró relativamente protegerla ampliando y unificando un postergado mercado interno. De allí su preocupación por los ferrocarriles, los proyectos fallidos de extender sus líneas hacia las zonas más postergadas del país, su lucha por las tarifas ferroviarias que perjudicaban a los ganaderos no ligados a los frigoríficos ni al gran capital monopolista. Allí también su preocupación por recuperar las tierras fiscales repartidas entre la gran burguesía terrateniente y de establecer un control nacional sobre el petróleo.

Radicalismo y clase media
Pero, donde el radicalismo se expresa palmariamente es en las políticas dirigidas a reparar y satisfacer  las necesidades de las nuevas capas medias contenidas en la Argentina de principios de siglo. Se logra sin duda alguna ampliar la base social del sistema democrático a partir del logro de la reforma electoral. Esa es la bandera esencial del yrigoyenismo, la que arrastra detrás de él a las masas de la pequeña burguesía urbana y rural.
Y, no se limita el yrigoyenismo a la reparación electoral y democrática sino que va más allá cuando el estudiantado, de extracción esencialmente pequeño burguesa, genera el movimiento denominado Reforma Universitaria que es ante todo una exigencia de democratización de la vida cultural, especialmente universitaria. El gobierno, como veremos en el punto correspondiente de éste capítulo,  apoya el movimiento estudiantil e institucionaliza sus reclamos.
También favorece a estos sectores en el terreno económico: cuando ante el accionar de los monopolios, que en la comercialización de los granos  esquilman a los pequeños chacareros, tomará medidas “estatistas” o proteccionistas fijando los precios de la cosecha y  comercializando las bolsas de granos por medio del Estado para frenar la especulación.

Radicalismo y clase obrera
Por último, es necesario analizar las políticas del radicalismo frente a la clase obrera. Más es preciso remarcar que, si bien por definición, la clase obrera era en ese entonces la única con capacidad transformadora, no estaban dadas las condiciones objetivas para realizar la anhelada revolución social pues se trataba de un sector social absolutamente minoritario y reducido en la práctica a una sola ciudad: Buenos Aires.
El objetivo del gobierno de Yrigoyen fue desde el principio controlar el movimiento obrero mediante la combinación de reformismo y represión, utilizando a la pequeña burguesía aliada como colchón en esa lucha de clases.
El reformismo se expresó en la sanción de una legislación “obrerista” y tuvo su mejor “aliado” en el Partido Socialista que anuló en su interior, a los obreros más calificados en su mayoría extranjeros. Pero, cuando los sectores más desposeídos de los trabajadores comenzaron sus reclamos que se convertirían en conflictos masivos debido a la expansión económica y el crecimiento  demográfico del sector, el gobierno radical no titubeó en reprimir de la manera más cruenta. Ejemplo de estas violentas represiones obreras son la “Semana Trágica” en 1919 y las huelgas patagónicas en 1920 y 1921.
Mucho se ha escrito sobre ésta cuestión que trata de las encontradas y contradictorias relaciones entre el radicalismo y el movimiento obrero. Ningún historiador ha dejado de opinar al respecto sea justificando o condenando la política del radicalismo hacia los trabajadores durante el primer gobierno radical. De todos estos historiadores he elegido el que considero ha realizado el análisis más lúcido y además conciso que explica este hecho histórico. Me refiero a Alberto Belloni, que en su magnífica obra “Del anarquismo al peronismo” subraya:

“Yrigoyen quiso acercarse a los trabajadores, aplastados por las condiciones de trabajo y cerradas sus posibilidades de estructurar el gran movimiento obrero que necesitaba el país por los cerrados esquemas de su dirección. Estas condiciones prefijaban un estrecho marco a la política irigoyenista; jaqueado, a su vez por los sectores antinacionales y antipopulares y por la cuña oligarquica metida en su partido...El fracaso del movimiento radical demuestra la debilidad e incapacidad de la clase media o pequeña burguesía de hacer por si misma la gran política de transformar el país, quebrando a la reacción oligárquica, y de la burguesía exportadora ligada a los intereses imperialistas. La única fuerza, segura y firme para llevar hasta sus últimas consecuencias esta política, es la clase obrera.”

           
Fundamentos doctrinarios y pautas programáticas
Es importante exponer cuales fueron los fundamentos doctrinarios de su accionar político y las pautas programáticas que ordenaron la gestión de gobierno en la primera presidencia de Irigoyen. Pero, se puede afirmar que el radicalismo llegó al poder, en 1916, sin un programa definido, sin respuestas concretas a los problemas económicos y sociales con los que habría de enfrentarse desde el gobierno.
Su programa se limitaba,  según declaración de la convención Nacional reunida en mayo de 1916, al vago propósito de “realizar un gobierno amplio, dentro de las finalidades superiores de la Constitución”.  O como expresa Yrigoyen en una de sus cartas fechadas en 1910 “restablecer la moralidad pública, las instituciones de la República y el bienestar general”. ([3])
En los documentos oficiales de la Unión Cívica Radical y en los herméticos textos de Irigoyen, los problemas económicos se definen no como una posición doctrinaria del movimiento, sino a partir de la crítica a las políticas del régimen.
Fueron, se podría decir, planteos éticos llevados al campo de la política económica, basados en la fe de las “fuerzas morales” que son por excelencia las promotoras del “progreso”. Se criticaba el despilfarro del gobierno de turno, el peso de la deuda externa, la política tributaria de expoliación y la inversión de los fondos públicos, incontrolada, y con “fines desconocidos”, eufemismo que en realidad se refería a los negociados y las corruptelas cometidas por los dirigentes del “régimen falaz y descreído”.
La cuestión social se compendiaba en el anhelo de alcanzar el “bienestar general”, se incluía así a todos los sectores sociales. La solidaridad como valor trascendental era proclamada como principio fundamental del movimiento. Solidaridad que alcanzaba incluso al postergado proletariado nacional y  recriminaba al régimen por haber desatendido las “justas pretensiones” de aquel y, por haber respondido con violencia armada o leyes de excepción a los reclamos de los trabajadores.
La vaguedad programática del radicalismo fue la consecuencia de haberse afirmado como un  movimiento en el que tuviera cabida “todos los elementos que quieran ponerse sinceramente al servicio del verdadero bienestar del país”. Al consolidarse en su naturaleza más como un movimiento político y no como partido político orgánico (pese a ser el primer intento de ello) dejó de lado el tratamiento y la sistematización de los problemas económicos y sociales. La elaboración de un programa de gobierno hubiera significado provocar un enfrentamiento entre los diversos sectores sociales que se volcaron a sus filas.
Esta actitud de rechazo hacia la elaboración de un programa concreto fue la expresión de un tácito compromiso entre los heterogéneos sectores sociales componentes del movimiento. Se evitó así la discusión de un programa para encauzar la lucha tras objetivos políticos inmediatos, limitando sus planteos a la reparación institucional, evitando aquellos que hubieran podido llevarlos a una inevitable ruptura interna, en virtud de la diversidad de intereses y compromisos de clase. Estos conflictos, cuidadosamente sorteados al comienzo habrían de estallar durante el gobierno de Irigoyen poniendo de manifiesto múltiples disidencias en todos los ámbitos tanto gubernamentales nacionales como partidarios y provinciales.
Hubo algunos sectores del radicalismo que, más decididos a transformar al movimiento en un partido político, sostuvieron la necesidad elaborar un programa que fuese lo suficientemente amplio, incluyendo sólo aquellas declaraciones sobre las cuales no surgieran discrepancias y que además sirvieran para fortalecer la unidad del movimiento. Ese programa de unidad, debía excluir, “temas como la teoría librecambista o de protección a las industrias nacionales” que llevaría la discusión hacia un callejón sin salida. Se propuso entonces un moderado proteccionismo a las industrias, tendiente a favorecer a los sectores de consumidores; una legislación protectora del proletariado que no perjudicara “los legítimos derechos del patrón” y un estímulo a la introducción de capitales extranjeros conjuntamente con la aspiración a lograr “nuestra independencia económica.”

Las contradicciones internas
Evidentemente se desconocía ingenuamente las contradicciones implícitas en los polos de esos mismos postulados o se las negaba por razones demagógicas... El convencimiento de una posible conciliación entre el capital y el trabajo, entre la expansión del capitalismo financiero y el desarrollo nacional autónomo llevó a los dirigentes radicales a la negación del carácter mismo del imperialismo.
Fueron estas mismas contradicciones con las que se tuvo que enfrentarse Yrigoyen y, naturalmente no pudo resolverlas, siendo finalmente bloqueado en la impotencia para realizar una transformación profunda de la realidad económica y social. Los compromisos de clase de la dirigencia y las condiciones históricas mismas en las que se desarrolló, imposibilitaron al radicalismo el cumplimiento de esa tarea transformadora.

Una necesaria reivindicación histórica
Con todo, fue evidente que surgió como un movimiento popular, sosteniendo reivindicaciones hasta entonces desconocidas.
No le faltaron intenciones progresistas, aunque en la práctica, fueron ahogadas en sus propias ambigüedades o tuvieron escasa incidencia en el orden vigente.
Manuel Gálvez, sin duda el mejor biógrafo del caudillo del Balbanera y además exegeta de sus escritos inescrutables, en su libro, “Vida de Hipólito Yrigoyen”, ensaya una explicación de esta situación sui generis del radicalismo en su etapa fundacional: la carencia de programa. El radicalismo, dice, es un movimiento idealista y romántico porque se rige por sentimientos y no por ideas. Pero, si la UCR no tiene un programa de ideas, Yrigoyen -manifiesta Gálvez- si lo tiene, aunque más en su “intuición que en su voluntad” y naturalmente no definido y menos, expresado orgánicamente. Ese programa tiene su origen en algunos principios, “mitad krausista, ([4]) mitad cristianos”, en los cuales el caudillo cree firmemente. Ellos son, la convicción profunda de la igualdad humana, la fraternidad y la igualdad entre los pueblos, la paz, y la austeridad en las formas de vida.
Estos principios, que podrían calificarse de ideológicos – doctrinarios, son los que conducirán sus políticas concretas: un obrerismo paternalista, similar a un socialismo práctico y reformista. Un anticapitalismo tibio. Pacifismo y neutralidad en la política exterior. Y un espiritualismo respetuoso de todas las creencias religiosas.
El radicalismo tuvo, sobre todo en sus orígenes algo de místico, de mesiánico, y practicó el culto a Yrigoyen a quien llegará a convertir en un verdadero Mito. Pero la incondicional adhesión popular a un caudillo suele no ser suficiente para el logro de los grandes objetivos nacionales...
Yrigoyen, dirá José María Rosa, “sólo tenía el pueblo consigo” y continúa: “Un gran pueblo y un gran jefe no bastan para una gran obra; se necesita una categoría de hombres adoctrinados en el pensamiento del jefe que puedan acompañarle. Sin ellos, los hombres providenciales de la Argentina serán relámpagos en la noche”.




[1] La idea de movimiento, congénita al radicalismo, reaparecerá en repetidas oportunidades en la historia argentina. La última más importante  fue la experiencia del “Movimiento de Renovación y Cambio”  que llevó a la presidencia al Dr. Raúl Alfonsín que, a su vez intentó, fallidamente, el armado del “Tercer Movimiento Histórico”.
[2] Bajo el calificativo de “personalista” se encubría la lucha contra el espíritu intransigente y revolucionario del radicalismo irigoyenista. El cuño oligárquico dentro del partido eran los “antipersonalistas” o “azules” que echaban mano al concepto de personalista para transformar el partido en un apéndice del régimen. Ese era el verdadero conflicto de fondo. Los antipersonalistas sostenían que  estaban en contra de la política personal que imponía el caudillo. Los yrigoyenistas sostenían en cambio que sus opositores internos no eran más que una forma encubierta de conservadorismo, un sesgo  reaccionario y oligárquico. Y que ellos, los yrigoyenistas  interpretaban el carácter popular y democrático del movimiento. Estas dos tendencias sobreviven a Yrigoyen y a Alvear, máximo exponente del “antipersonalismo”. 
[3] Julio Irazusta en su obra “Breve historia de la Argentina” refiriéndose a las carencias programáticas del Yrigoyen expresa: “Ahora bien, ninguna reforma se produce sin que la preceda una mudanza en las ideas... El triunfo liberal contra Rosas se debió a los escritores emigrados, cuyas ideas fueron aplicadas por Urquiza en los decretos del Director Provisorio. Nada semejante en la época anterior al advenimiento de Yrigoyen, entre la gestación del partido radical y su llegada al poder. Su ideario era muy vago de la decencia administrativa y la pureza del sufragio. Contenía algunos atisbos sobre urgencias sentidas por el país en desarrollo: temor ante las enajenaciones de fuentes de riqueza nacional entregadas al extranjero, desarrollo de los ferrocarriles estatales. Pero todo se hallaba en estado de nebulosa. Y el partido carecía de un equipo que hubiese expresado con precisión estos problemas, que por lo demás no habían madurado aún”. Este  historiador, que tiene una visión idealista de la historia, hace a mi entender una inteligente pero a su vez parcial reflexión ya que las ideas, nacen y se desarrollan en relación dialéctica con el mundo material, económico, y en la Argentina de principios del Siglo XX, por su situación objetiva  de país semicolonial agro exportador había una sola idea: El liberalismo. Ideología ésta, la cual el yrigoyenismo no niega sino que por el contrario la sostiene  en su variante de liberalismo social y democrático al que le agrega, un cierto sesgo nacional.
[4] El krausismo es una doctrina filosófica que en la práctica se expresaba en la defensa de la tolerancia académica y la libertad de pensamiento contra el dogmatismo. Debe su nombre al filósofo alemán postkantiano Karl Krause (1781- 1832). En realidad es un sistema filosófico menor, poco original y ecléctico que se desvaneció al poco tiempo. Pero llegó a tener gran difusión en España gracias a un gran divulgador de ideas de ese tiempo que fue Julián Sanz Del Rio. Es una mezcla de teísmo y panteísmo reconciliados con un profundo respeto por la ética y la tolerancia. Tal vez Yrigoyen, que era profesor de Filosofía en colegios de Enseñanza Media, no haya leído a Krause directamente sino a algunos de sus divulgadores. Y el krausismo significó para el caudillo una posición antagónica al positivismo escéptico que era la filosofía oficial del régimen. Tal vez Yrigoeyen no leía la metafísica de Krause pero si tuvo la intuición de comprender el mensaje ético y humanista de la obra del pensador. En la constante prédica moralista de Yrigoyen, en su pacifismo en materia de política exterior y en el concepto de solidaridad que siempre utilizaba en sus expresiones, en su estilo de vida austero, solitario y casi hermético se ven las huellas del pensamiento de Karl Krause, filosofo éste que también fue cultivado por otro presidente radical: Arturo Illia.