“El Estado está en la obligación de poner a
la libertad de enriquecerse ilimitadamente a costa de las necesidades comunes,
el principio de su función esencial, de regularizador de la distribución de la
riqueza social, de protector de las masas desposeídas y sufrientes, contra el
avance desenfrenado de los intereses individuales egoístas e insensibles”.
Palabras del Senador de la UCR, Ricardo Caballero, expositor de la doctrina oficial al respecto.
Alejandro Gonzalo García Garro.
“Interés nacionalista”
Uno
de los aspectos más avanzados del yrigoyenismo, es el de la creciente
participación del Estado en la esfera económica y social. La política económica
de “interés nacionalista” requirió instalar una nueva concepción del Estado
que, abandonando la vieja política del laissez faire, interviniera en forma
activa en la vida económica del país, ya fuese participando directamente en
algunos de los sectores estratégicos de la misma (ferrocarriles, transportes
marítimos, petróleo), o ejerciendo una acción tutelar, “como encarnación
permanente de la colectividad” sobre las actividades privadas.
Esta
tendencia estatizante se va a ver reflejada en varios aspectos de la
administración irigoyenista. En materias de tierras públicas, se desplegó una
enérgica acción tendiente a impedir la enajenación de las mismas en forma indiscriminada,
afirmando su función social y manifestando la necesidad de esperar que se
dieran las mejores condiciones para una justa y amplia distribución de las tierras fiscales.
Otra
importante iniciativa por parte del Estado fue sin duda su intento de ejercer,
aunque en forma limitada, cierto tipo de control en el comercio exterior. Su
objetivo era controlar la llave de nuestra riqueza nacional, defendiendo los
intereses de los productores agrarios, cuya comercialización fraccionada los
sometía la voracidad de las compañías acopiadoras que monopolizaban la
comercialización de los productos del agro. Esta medida fue resistida
desesperadamente por los grupos monopólicos que lesionaban sus intereses y con
todo tipo de presiones lograron frenar en el congreso la mayoría de los
proyectos gubernamentales en ese sentido. No obstante se pudo aprobar una serie
de tratados favorables al Estado a través de una serie de convenios comerciales
con Gran Bretaña referentes a la venta de trigo. Pero fueron solamente intentos
que revelan el rasgo progresista del radicalismo irigoyenista que sería
profundizado en el gobierno peronista, con la creación del IAPI, promoviéndose
la canalización de gran parte de la
renta agraria hacia los sectores industriales.
Propició
la formación de una Marina Mercante pero no prosperó el empréstito financiero
para la compra de unidades. Nuevamente el congreso se opuso. El Congreso
también le bloqueó la posibilidad de expropiar algunos buques particulares y la
construcción de un astillero nacional. Pero a pesar de la obstrucción
legislativa dispuso la adquisición de un buque, el “Bahía Blanca” al que luego
se le agregaron otros cuatro. Al final de la gestión la ansiada Flota Mercante
logró tener siete unidades. Dos buques petroleros y cinco para transportar
granos.
La
política ferroviaria del gobierno de Yrigoyen merece un renglón aparte. Si bien
la mayoría de las medidas quedaron en meras intenciones debido a la oposición
del Congreso que representaba impunemente el monopolio británico, las políticas
aspiradas son interesantes mencionarlas porque fueron el fundamento histórico
de las medidas tomadas por Perón con la nacionalización de los ferrocarriles en
1948.
En
mayo de 1917, al declarar la caducidad de todas las concesiones ferroviarias
cuyos plazos habían vencido, Yrigoyen fijó una nueva política estatal con
respecto a los ferrocarriles, sosteniendo la necesidad de que “el Estado tenga
una parte importante de la red ferroviaria”.
No
se trató por cierto de afectar a los intereses de los capitales británicos
proyectando la nacionalización de sus líneas ferroviarias. Se respetó el statu
quo y solamente se intentó limitar la expansión del capital inglés en el
futuro. Al mismo tiempo se trató de romper el centralismo de la red ferroviaria
mediante el establecimiento de nuevos ramales destinados a fomentar las
economías provinciales, ahogadas por la política ferroviaria de las empresas
particulares. Las inversiones británicas en los ferrocarriles tuvieron por
objeto acercar la zona de producción agropecuaria a los puertos del Litoral, al
mismo tiempo que obtenían altos beneficios favorecidos por la protección
estatal. La política tarifaria de las empresas permitió al capitalismo
británico ahogar las economías provinciales e impedir todo intento de expansión
industrial en ellas. Este tendido de vías férreas significaba la deformación de
la estructura económica del país, como lucidamente, tiempo más tarde lo
denunciará Raúl Scalabrini Ortiz en su genial “Historia de los Ferrocarriles
Argentinos”, obra que data de 1940.
El
plan en materia ferroviaria del gobierno de Irigoyen, tendió a limitar en parte
esa deformación, mediante la instalación de líneas “que pusieran directa y
prácticamente en comunicación con el mundo, las zonas del país cuya ubicación
excede la idea de una vida económica intensa, a través de una dependencia
absoluta del Litoral”. Con este objetivo se planeó la construcción de la línea
a Huaytiquina, concretando el ferrocarril trasandino del Norte, desde Salta al
Puerto de Antofagasta, posibilitando “su liberación económica al norte
Argentino”, al abrir una puerta más directa a su producción, orientándola hacia
los mercados del Pacífico y, por el canal de Panamá, a los del continente
europeo. El gobierno radical proyectó, la construcción del Trasandino Sur por
Zapala, uniendo la línea de Bahía Blanca a la del sur chileno. Estas nuevas
líneas no sólo favorecerían el desarrollo de las economías regionales
postergadas en el país sino que también impulsaban una integración de los
mercados latinoamericanos.
Sus
planes se vieron ciertamente, limitados por el Congreso, a pesar de lo cual las
líneas del Estado experimentaron un incremento superior a los 4.000 kilómetros .
A
partir de 1918, el gobierno inició una política portuaria que, si bien
incrementó la capacidad de los tradicionales puertos cerealeros, rompió con la
centralización de los mismos a través del fomento de los establecimientos
portuarios del Alto Paraná. Estas medidas, conjuntamente como las adoptadas en
el campo ferroviario constituyeron un serio esfuerzo del gobierno radical por
quebrar el aislamiento de las provincias del interior, satisfaciendo las
necesidades del mercado interno.
Buenas intenciones…
Podríamos
mencionar cientos de buenas intenciones, proyectos e ideas que el yrigoyenismo
intentó poner en práctica, pero se esfumaron entre los intersticios de una
Argentina sometida a la oligarquía y al imperialismo.
La
política estatista o dirigista del yrigoyenismo se detiene en los límites de
las premisas industriales que hubiese sido
preciso poner en marcha si se pretendía la construcción de un moderno
estado nacional.. No hubo un proyecto de industrialización para la economía
durante la gestión. Tal vez esto fue la gran carencia del gobierno de Yrigoyen.
Es notable que en los dos gobiernos de Yrigoyen, si bien pueden señalarse
proyectos e iniciativas sobre protección social, defensa del pequeño productor
agrario, etc., no existía, en cambio, ni una ley propuesta por el gobierno
orientada a defender y promover la industria nacional. Irigoyen nada hace por
defender los gérmenes de industrias aparecidos durante la primera guerra al
cerrarse transitoriamente los mercados europeos.
En
repetidas ocasiones, el presidente manifestó su oposición al establecimiento de
una sociedad industrial, con argumentos de tipo éticos en los que denunciaba
los males aparejados por la “civilización maquinizada”, punto de vista que
concordaba con su historia de vida ya que había logrado una relativa fortuna
como pequeño estanciero de la Provincia de Buenos Aires.
Esta posición no
significa que identifiquemos el
agrarismo librecambista de Yrigoyen con la política tradicional de la
oligarquía, aunque coinciden ambas de un modo general en el librecambio.
A
diferencia del agrarismo librecambista de Yrigoyen, los grandes estancieros, el
bloque imperialista y los pools de la carne, en el marco del librecambio,
tendían a ejercer el control absoluto de los beneficios. Esto irritaba a los
sectores medios y bajos de la clase de los estancieros a los cuales el
yrigoyenismo intentó representar y defender.
Las críticas por una falta de
política industrial y de una adecuada defensa del productor agropecuario
pequeño y mediano, arreciaron después de la debacle del 30, cuando las clases
dominantes descargaron sobre el país una parte de su propia crisis,
transfiriéndola, como siempre ha ocurrido, a los sectores medios y populares.
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