domingo, 13 de diciembre de 2015

Romance al martirio de Dorrego

El fusilamiento del Manuel Dorrego , ordenado por Juan Lavalle el 13 diciembre de 1828, fue tal vez uno de los hechos sangrientos que más secuelas trajo para la vida política argentina. El asesinato de Dorrego desató una guerra civil que durará hasta 1852 y que seguirá luego hasta provocar el aniquilamiento de los caudillos del interior por la "civilizada" Buenos Aires.


Desde Esteban Echeverria, hasta Ernesto Sábato, los intelectuales de las clases dominantes han querido tergiversar este hecho, negando la dimensión política de Dorrego y ocultando la criminalidad de Lavalle.


Desde el lejano asesinato hasta el presente se advierte un intento, una política, de diluir y colectivizar las culpas históricas. El culpable de cada crimen no es quién lo comete y quienes fueron sus cómplices directos, hay que negar la culpa, licuarla. O convertir en víctimas a los victimarios.


El relato que pretende exculpar a Lavalle construye una explicación de las luchas civiles desde una historia "sin buenos ni malos", donde se degollaron unos a otros, donde tanto unos como otros concurrieron como iguales a la construcción del la Argentina actual.


Esto es una trampa del sistema, que impide visualizar y diferenciar los verdaderos proyectos políticos subyacentes, tanto los que promovieron nuestro progreso como los que fueron responsable de nuestro atraso y estancamiento como Nación.


El propio Lavalle apelaba al juicio histórico de su acto. Pues bien, éste señala que, tras el asesinato de Dorrego, crimen que el pueblo ni justificó ni justificará jamás, se impuso la primera tiranía en tierras argentinas e instaló el golpismo militar como método político para consumar la entrega y la enajenación de las riquezas patrimoniales de la Nación. Y esto fue así, aunque muchos hoy lo ignoren, y a pesar de que las clases dominantes hayan negado, mentido y ocultado desde hace casi 190 años. 


"Este crimen horrendo es el más atroz e injusto que se haya cometido en toda la historia de la Patria. No tiene justificación alguna, fusilar al gobernador legal de un Estado que ha sido libremente elegido por sus conciudadanos. Y si ese hombre es nada menos que un soldado de la Independencia, oficial de San Martín y de Belgrano, héroe en el campo de batalla, no solamente es un crimen atroz contra un hombre, lo es contra todo un país y contra toda la civilización", analizaba Juan Perón en  "Breve historia de la problemática argentina."


Escribe: Alejandro Gonzalo García Garro


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Golpe de Estado


No haré un recorrido histórico de los hechos que desencadenaron el fusilamiento de Manuel Dorrego ni del contexto político en el que se desarrollaron, en esta ocasión voy a detenerme en la interpretación y la lectura histórica-política que el aparato cultural del sistema ha realizado de este magnicidio.

Presionado por Inglaterra, sin los factores de poder que lo apoyen, Dorrego tuvo que firmar la paz con el Brasil (luego de ganar la batalla de Ituzaingo) aceptando la mediación inglesa que impuso la independencia de la Banda Oriental. Así nacía la República Oriental del Uruguay en agosto de 1828. Dorrego había sido políticamente derrotado y el estado oriental, ahora "independiente" se convertía en un instrumento geopolítico estratégico en manos de la política británica en el Río de la Plata. Llegaba la hora del contragolpe oligárquico.

La derrota diplomática de la guerra con el Brasil y el descontento de las tropas que regresaban desmoralizadas, fueron utilizados como excusa por los unitarios para conspirar contra el gobernador. Ese era el plan, como lo anticipaba el acérrimo enemigo de Dorrego Julián Segundo de Agüero en su carta a Vicente López: "el ejército volverá al país y entonces veremos si hemos sido vencidos".

Mediante una sucesión de maniobras supervisadas por el Imperio Británico, con el agudo ojo de Lord Ponsomby, la oligarquía porteña desplegó un plan destituyente. El gobernador federal es derrocado, y Lavalle, al frente del ejército, se lanza a la captura del "coronel del pueblo". Fue en la noche del 10 de diciembre cuando Dorrego cae prisionero de las armas unitarias. Lo llevan al campamento central de Lavalle en la localidad de Navarro, allí se desencadenará la última escena de esta tragedia.

Captura y magnicidio


Ahora debemos desentrañar, recurriendo a reconstrucción histórica y a los documentos, si Lavalle fue plenamente conciente del crimen que cometió, y si el mismo fue una decisión política deliberada o no.

Reconstruyendo los hechos desencadenantes, recapitulamos que el 11 de diciembre de 1828 llega la noticia de la captura de Dorrego a Buenos Aires. El 12 tiene lugar el conclave masónico secreto en el cual se ratifica la decisión de fusilar a Dorrego. Los confabulados se movilizan; quieren evitar que Lavalle vacile ante su antiguo camarada de armas. Los "doctores" de Buenos Aires deciden robustecer la decisión del militar amotinado de fusilar al jefe del Partido Federal. Le acosan, le hostigan epistolarmente. Con misivas intrigantes, los hombres salientes de la política porteña gravitan en la decisión del futuro magnicida:

"Después de la sangre que se ha derramado en Navarro, el proceso del que la ha hecho correr, está formado: ésta es la opinión de todos sus amigos de usted; esto será lo que decida de la revolución; sobre todo, si andamos a medias... En fin, usted piense que 200 o más muertos y 500 heridos deben hacer entender a usted cuál es su deber... "Cartas como éstas se rompen, y en circunstancias como las presentes, se dispensan estas confianzas a los que usted sabe que no lo engañan, como su atento amigo y servidor Juan C. Varela". (Carta de Juan Cruz Varela dirigida a Lavalle del 12 de diciembre de 1828.

Salvador María del Carril también le insinúa la necesidad de tomar medidas contundentes contra Dorrego, en carta del 12-12-1828 le expresa: "(...) Ahora bien, general, prescindamos del corazón en este caso (...) Así, considere usted la suerte de Dorrego. Mire usted que este país se fatiga 18 años hace, en revoluciones, sin que una sola haya producido un escarmiento (...) En tal caso, la ley es que una revolución es un juego de azar en el que gana hasta la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella. Haciendo la aplicación de este principio de una evidencia práctica, la cuestión me parece de fácil resolución. Si usted, general, la aborda así, a sangre fría, la decide; si no, yo habré importunado a usted; habré escrito inútilmente, y lo que es más sensible, habrá usted perdido la ocasión de cortar la primera cabeza a la hidra, y no cortará usted las restantes; ¿ entonces, qué gloria puede recogerse en este campo desolado por estas fieras?. Nada queda en la República para un hombre de corazón".

Juan Lavalle se niega a recibir a Dorrego. No hay clemencia, la suerte del gobernador está echada. Dorrego escribe sus últimas cartas... Eran las 2 y media de la tarde en Navarro. Dorrego está preparado para recibir a la muerte, el Padre Castañer, su primo, le dio auxilio religioso. Después, suena la descarga. Dorrego ha sido asesinado.

Parto de la violencia criminal de la oligarquía


El fusilamiento de este mártir nacional será el primer ejemplo cruel de la violencia que el régimen desencadenará permanente y sistemáticamente contra los hombres que intentaron resistir la entrega. Vendrán más: Facundo Quiroga, Martiniano Chilavert, el Chacho Peñaloza, y una incontable lista de perseguidos y asesinados por la oligarquía en nombre de una "revolución libertadora" que como la de Lavalle tenía un solo objetivo: la entrega de la Patria al vasallaje imperialista.

La historia argentina es violenta. Desde el desembarco de los españoles a sangre y fuego hasta los 30.000 desaparecidos; pasando por los genocidios de las últimas montoneras del siglo XIX, los fusilamientos de la Patagonia, la represión de la Semana Trágica, los bombardeos de Plaza de Mayo en 1955, los asesinatos de los basurales de José León Suárez, el fusilamiento del General Valle, la lista es casi interminable... nuestra historia está formada por bloques de terror que han construido un muralla que todavía hoy nos circunda.

Particularmente, el fusilamiento cometido en diciembre de 1828 en la figura del Coronel Manuel Dorrego, a la sazón Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, fue tal vez el hecho sangriento que más consecuencias trajo para la vida política argentina. Desde el primer momento, este asesinato desata una guerra civil que durará hasta 1852 y que seguirá luego, aunque por otros motivos, hasta provocar el aniquilamiento de los caudillos del interior por la "civilizada" Buenos Aires. Una profunda ruptura política fue engendrada por los cuatro disparos que se clavan en el cuerpo de Dorrego.

Lavalle y la comprensión histórica de sus actos


"Incrédulo como soy de la imparcialidad que se atribuye a la posteridad... fragüe el acta de un consejo de guerra para disimular el fusilamiento de Dorrego porque si es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a los muertos", le aconsejaba Salvador María del Carril a Lavalle en una carta después del fusilamiento de Dorrego.

Haciendo caso omiso de los consejos, luego de la ejecución, Lavalle envía a Buenos Aires el siguiente parte: "Participo al gobierno delegado, que el coronel Don Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división."

"La historia, el Señor Ministro, juzgará imparcialmente, el coronel Dorrego ha debido o no morir; si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él, puedo haber estar poseído de otro sentimiento que el del bien público."

"Quisiera persuadirse el pueblo de Buenos Aires, que la muerte del Coronel Dorrego, es el sacrificio mayor que puedo hacer en su obsequio".

"Saludo al Señor ministro, con toda atención".

"Juan Lavalle"

Como leemos en la misiva, Lavalle tenía plena conciencia de su conducta, del magnicidio cometido y del dolor causado.

La política de la historia


"...Lo que se nos ha presentado como historia es una política de la historia, en que ésta es sólo un instrumento de planes más vastos, destinados precisamente a impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de una conciencia histórica nacional...", nos enseñaba Arturo Jauretche.

A más de 190 años y siguiendo a Don Arturo, es procedente indagar como el aparato cultural del sistema y la historia oficial falsificó, negó, ocultó y mintió los hechos que tratamos en esta nota.

Lavalle, como lo dice en el parte del fusilamiento, ingenuamente expresa que confía en el juicio de la historia. Como vimos, del Carril, luego vicepresidente de Urquiza, propone mentir y engañar a los vivos y a los muertos. Y así fue. Se mintió u ocultó a través de la consiguiente operación histórica ideológica que ejecutó el aparato cultural del sistema. Hoy, muchos, directamente ignoran lo que pasó y las nefastas consecuencias.

Manuel Dorrego.
¿Dónde colocar a Dorrego?



La historia liberal no puede colocar en el panteón oficial a Dorrego. Primero porque el propio Mitre lo considerada como "el único prócer federal". Segundo, porque no pueden reivindicar un hombre al que mandaron asesinar impunemente. ¿Dónde colocarlo entonces a Dorrego, dónde encaja?

Es preciso olvidar el asesinato, achicar su figura, negar su trascendencia. Así, ha tenido mayor difusión la banal anécdota de su burla a la voz aflautada de Belgrano que sus denuncias contra el ominoso empréstito Baring que comprometía no sólo a Rivadavia, sino también a miembros de la elite porteña. Se lo tacha con el calificativo de "loco", "insubordinado" "conspirador" y se opta por recordarlo como un héroe de las guerras de la independencia más que como el brillante tribuno que criticó audazmente la "aristocracia del dinero".

La "espada sin cabeza"


Ya en el siglo XIX, las plumas de oligarquía eran conscientes de que Lavalle era indefendible. Acusarlo de impulsivo, hombre sin razón, fue la forma de ocultar la criminalidad de sus actos y la matriz antidemocrática de su política. El joven "romántico" Esteban Echevarria, el mismo que antes lo elogiaba, le escribía un poema donde se pretendía dibujar la silueta histórica de Lavalle. Echeverria, disfrazado de Lord Byron local, le coloca el mote de espada sin cabeza en estos versos:

"Todo estaba en su mano y lo ha perdido.
Lavalle es una espada sin cabeza.
Sobre nosotros entre tanto pesa
su prestigio fatal, y obrando inerte
Nos lleva a la derrota y a la muerte"
Lavalle, el precursor de las derrotas.
OH, Lavalle! Lavalle, muy chico era
para echar sobre sí cosas tan grandes”.

Para los jóvenes de la "ciudad de las luces", Lavalle no era un asesino, ni un golpista. Era sólo un hombre "sin luces", cuyo principal error no eran sus atroces crímenes, sino haber sido derrotado. Y con su derrota haber posibilitado el ascenso de Juan Manuel de Rosas.

Negar y olvidar


En su derrotero auto justificatorio, las clases dominantes recurren a cualquier artilugio discursivo. Y, si es posible negar, olvidar que Dorrego fue asesinado por la oligarquía, mejor. En este sentido es revelador leer al historiador neomitrista Félix Luna (recientemente fallecido) que en su libro: "Breve historia de los Argentinos" escribe al respecto: "Lamentablemente (sic) el gobernador de Buenos Aires, Manuel Dorrego, un federal que gozaba de la confianza de los caudillos del interior, fue derrocado por un cuerpo de los antiguos combatientes de la guerra con Brasil, encabezado por Juan Lavalle. Este hecho abrió nuevamente un período de guerra civil, que se dio en dos escenarios: Buenos Aires y el interior." ¿Tan "breve" es esa historia de los argentinos que no hay una línea para referirse al fusilamiento de un gobernador electo por el pueblo? ¿Tan breve es, que no hay espacio para comentar tamaño magnicidio en el que todos reconocen comienzan las desventuras del pueblo argentino?

Es preciso negar y olvidar o sino... ¿Dice algo el Manual del Alumno X sobre la matanza que vino después del fusilamiento de Dorrego? ¿Por qué no? ¿Será que no es "académico" decirlo? ¿Se menciona en los manuales de historia oficial a Juan Cruz Varela que desde "El Pampero" exige que "se deben degollar cuatro mil para mantener quieta esa gaucha canalla"? No, no se lo menciona. La política de la historia oficial es falsificar y negar, total.... En una población que en la campaña de Buenos Aires, escenario de esas atrocidades, no pudo haber superado las 150 mil almas ¿Qué proporción son 4 mil? Hoy, con una población 40 veces superior, hablaríamos de 160 mil desaparecidos, y en solo un año. Pero, claro, no eran más que gente pobre, gauchos, gente sin abogados que los defiendan, condenados a dejar sus osamentas en la pampa, la "canalla" que no se merecía ni ser cristianamente sepultada. Todos los genocidios cometidos por la oligarquía a lo largo de la historia, fueron sistemáticamente negados por la historia oficial. Esa es la verdad, la amarga verdad.

¿Fue un error, un exceso?


¿Pero, cómo explica, cuando no la niega, la historia oficial el fusilamiento de Dorrego? A muchos les han enseñado que el fusilamiento en los campos de Navarro fue un "error" de Lavalle.

Un "lamentable" error. Ese es la infantil razón que esgrime: un error. La historia oficial está repleta de errores de ese tipo.... Un "exceso" dirían 150 años después, para justificar la última dictadura militar.

¿Y con Lavalle qué hacer?


Juan Lavalle creía en el juicio de la historia, y lo invocaba para su criminal proceder. La historiografía oficial, la de la oligarquía y el aparato cultural, absolverá totalmente al ejecutor de Dorrego que se alió a los franceses para invadir su propia patria años más tarde de aquel criminal asesinato.
Juan Lavalle.

Los restos de Lavalle, representante de la oligarquía porteña, fueron repatriados en 1861, después de Pavón, en la época que el Estado de Buenos Aires se encontraba escindido de la Confederación... No es de extrañar que tal repatriación, en ese contexto histórico, fuera simbólicamente una ratificación de poder de la oligarquía portuaria.

Y tampoco es de extrañar que el monumento a Lavalle, que se alzó en la plaza que lleva su nombre en 1887 durante la presidencia de Juárez Celman, se haya levantado en el terreno de lo que era el antiguo solar que pertenecía a la familia Dorrego.

Convertir al victimario en víctima


Y el aparto cultural decide no solamente justificar el magnicidio de Lavalle calificándolo de error, sino que va por más: convierte al victimario en víctima.

La construcción de "Lavalle-Víctima" es una operación cultural que José Pablo Feinman desenmascara en su libro "La sangre derramada": "En el fusilamiento de Dorrego se ha insistido, a lo largo de toda nuestra historia, en ver a dos víctimas: al fusilado y al fusilador. Dorrego muere y es la gran víctima del federalismo. Lavalle no muere pero permanece hundido en una desdicha que, con frecuencia, pareciera ser mayor que la de Dorrego: es la desdicha que genera la culpa. Lavalle ha sido la principal victima de su temperamento, de su pasión descontrolada, de los malos consejos de sus consejeros. Esta imagen -victima, del Lavalle-tragedia ha sido desarrollada por el referente masculino de la nación, Ernesto Sábato, en una trama lateral de su novela "Sobre héroes y tumbas". Convocó, con su infalible efectividad, la adhesión, la emoción y el deslumbramiento de los sectores culturales medios argentinos. En verdad, la vigencia de ese Lavalle se debe en gran medida a las paginas que Sábato le dedicara en esa novela fetiche, deudora kitsch de las filosofías de la tragedia, publicada a comienzos de la década del sesenta".

Cuando se publicó la novela, se produjo además una exitosa obra musical inspirada en el texto y así, la muerte oprobiosa de Manuel Dorrego, gran patriota, tiene hoy menos popularidad que la de su verdugo, Juan Lavalle, cantada épicamente por Ernesto Sábato, a pesar de haber combatido contra su patria como jefe de las fuerzas terrestres del bloqueo francés y haber muerto en un incidente policial oscuro.

El general Lavalle, en la mencionada novela, viene a ser la figura emblemática del héroe romántico. "Una espada sin cabeza", como lo llamó Echeverría: pura pasión, poca razón, mucha contradicción. En la novela, Lavalle simboliza el ser puro manipulado, inimputable y tirado luego a la basura por la minoría ilustrada.

Sábato y la justificación de la oligarquía


No es extraño tampoco que un intelectual como Sábato haya escrito esta historia y de esa manera. Dirigente comunista en su juventud, eterno detractor del peronismo, Sábato fue premiado por la "Libertadora" con la intervención del diario "El mundo" en 1955. Fue uno de los primeros en aportar una interpretación nefasta y gorila del peronismo tras el derrocamiento de su segundo gobierno, la cual apareció publicada bajo el título de "El otro rostro del peronismo" en el año 1956. En este ensayo, Sábato critica ásperamente al peronismo sosteniendo que "el motor de la historia es el resentimiento que, en el caso argentino, se acumula desde el indio, el gaucho, el gringo, el inmigrante y el trabajador moderno, hasta conformar el germen del peronista, el principal resentido y olvidado". Así es el nivel de análisis científico de un ex marxista: el motor de la historia no es la lucha de clases ni las fuerzas de producción sino el resentimiento. En ese libelo, tampoco se priva Sábato de calificar a Perón como nazi, tirano, corrupto y cuanto calificativo infame se le pueda ocurrir al lector.

Su ambigua trayectoria continúa cuando el 19 de mayo de 1976, Jorge Rafael Videla lo invitó, a un almuerzo en la casa rosada al que asistió con un grupo de escritores argentinos, entre los que se encontraban Jorge Luis Borges, Horacio Esteban Ratti y el cura Castellani. Luego del encuentro Sábato declaró a la prensa: "El general Videla me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura del presidente". Esas elogiosas palabras resuenan en los laberintos de la historia argentina, todavía...

El mismo Sábato, ya mutado en mariposa democrática, sería nuevamente funcional: vendría el juicio a la Junta, los aplausos, el papel de sabio que está más allá del bien y del mal, la Conadep, el "Nunca Más" y su personal contribución: el adefesio ideológico-moral llamado "teoría de los dos Demonios". Ambos contendientes tienen la culpa, guerrilleros y militares, peronista y antiperonistas, unitarios y federales, Lavalle y Dorrego. Es preciso colectivizar la culpa. Las ideologías han muerto. Ni víctimas ni verdugos.

"Sin buenos ni malos"


El relato de la oligarquía que pretende exculpar a Lavalle construye una explicación de las duras y trágicas luchas civiles desde una historia "sin buenos ni malos", donde se degollaron unos a otros, donde tanto unos como otros concurrieron como iguales a la construcción del la Argentina actual. Eso es una trampa del sistema, que nos impide visualizar y diferenciar los verdaderos proyectos políticos subyacentes, tanto los que promovieron nuestro progreso como los que fueron responsable de nuestro atraso y estancamiento como Nación.

Este argumento quiere exculpar a los responsable principales. Es absurdo por donde se lo mire. No tienen la misma responsabilidad un militante de una organización armada de los 70 que la cúpula golpista que cometió un genocidio y entregó la económica nacional. El genocidio del Gaucho o del Indio no se podrá justificar jamás por la supuesta "barbarie" de sus actos aislados. No fueron, ni son, ni somos, todos iguales, ni tenemos las mismas responsabilidades. Lavalle y Dorrego no son las dos caras de una misma moneda; son dos visiones totalmente distintas de país, dos formas antagónicas de concebir la política, la economía, la democracia y el rol del pueblo.

Colectivizar la culpa


Desde el lejano asesinato de Dorrego hasta el presente se advierte un intento, una política, de diluir y colectivizar las culpas históricas. El culpable de cada crimen no es quién lo comete y quienes fueron sus cómplices directos, hay que negar la culpa, licuarla. Esos son los disvalores que rigen en una sociedad ahistórica, sin memoria y moralmente debilitada. El pueblo argentino lleva esta carga amoral en sus espaldas que es preciso removerla, sacudirla definitivamente.

Lavalle, el General Juan Galo de Lavalle, el valeroso héroe de nuestra independencia cometió un crimen, él y sus cómplices deben ser juzgados por la verdad histórica, sin prejuicios y sin leyendas románticas que suavicen el personaje o distorsionen los hechos. El propio Lavalle apelaba al juicio histórico, pues bien, éste señala que, tras el asesinato de Dorrego, crimen que el pueblo ni justificó ni justificará jamás, impuso la primera tiranía en tierras argentinas e instaló el golpismo militar como método político para consumar la entrega y la enajenación de las riquezas patrimoniales de la Nación.

Él no es merecedor ni de la justificación de su crimen ni de la compasión que puede despertar su supuesto arrepentimiento posterior. Pero su proceder me permite establecer un denominador común en todos los golpes de estado: lo llevan adelante soldados, algunos nacionalistas y disfrutan de sus beneficios los liberales, los hombres de negocios que consideran deben de detentar el poder político que han perdido en manos de los sectores populares que tanto desprecian. Esa es la matriz innegable de todos los quiebres institucionales en la historia argentina.

Escribe: Alejandro Gonzalo García Garro.

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