“Perón: Porque no
puede chinita. Porque vos no podés ser vicepresidenta. Y no por los militares,
ni por los curas, no por los oligarcas. Vos sabés porqué. Yo te lo voy a
decir…pero vos ya me lo dijiste. Vos ya lo sabés.
Evita: ¿Qué es lo
que sé? ¿Qué es lo que te dije?
Perón: Me dijiste
que odiabas tu cuerpo. Que te estaba traicionando. Dijiste que era el mejor
aliado de tus enemigos. El que estaba consiguiendo lo que ninguno de ellos
había conseguido: derrotarte.
(Pausa. Perón apaga
su cigarrillo. Mira a Evita.)
Perón: Tu cuerpo te
abandonó, te traicionó, te derrotó. Está enferma, chinita. (Pausa .Casi con
furia) ¡Tenés cáncer , carajo ¡ Tenés
Cáncer!”
Escribe: A. Gonzalo García Garro.
El Cabildo Abierto
Ubiquemos los hechos en tiempo y espacio: Estamos en agosto de 1951 y al año siguiente debe renovarse el mandato presidencial, porque termina el período iniciado por seis años en 1946. El Gral. Perón es presidente y el vicepresidente es Hortensio Quijano, radical incorporado al peronismo.
La
reforma constitucional de 1949, habilita para reelegir al presidente por un
segundo mandato. Los partidos deben elegir sus candidatos, porque en noviembre
de ese año, serán las elecciones generales presidenciales.
El peronismo organiza un gran acto en la Avenida 9 de Julio
de Buenos Aires y a propuesta de la CGT, se impulsa la fórmula Perón-Evita. Al
acto se lo denomina “Cabildo Abierto del Justicialismo” y concurren al mismo
cerca de 2 millones de personas, fue el acto político más grande en la historia
argentina y latinoamericana hasta ese momento. En nuestra historia, solo será superado por el numero de concurrentes dos décadas después por el retorno de Perón en los 70.
En los cabildos abiertos de la época colonial el pueblo
tomaba las decisiones ejerciendo una forma de democracia directa y fue un
cabildo abierto, el del 22 de mayo de 1810, el que inició la gesta
emancipadora. Los organizadores del acto al elegir el nombre de Cabildo le
daban al acto una entidad especial donde el principal elemento era la
participación del pueblo en este gran foro multitudinario.
El diálogo entre Evita y el pueblo
El cabildo es iniciado por un discurso que pronuncia el
Secretario General de la CGT, José Espejo, y continúa con un discurso de Evita en el
que no acepta ser candidata a vicepresidente y luego, se produce un extenso y
dramático diálogo entre Evita y la multitud. ¿Es posible un diálogo en esas
condiciones? Sí, así fue lo que ocurrió. Una mujer, debilitada por una
enfermedad terminal y quebrada por la emoción, parlamenta con una multitud
compuesta por dos millones de personas sensibilizadas por la trascendencia del
hecho histórico en el que participaban. (A les lectores les recomiendo que vean el pasaje del documental de Leonardo Fabio "Perón, Sinfonía de un sentimiento" sobre el renunciamiento que posteo abajo)
El Pueblo insiste para que acepte y Evita explica que ella,
se siente más útil en el terreno de la lucha que ha elegido y no ocupando un
cargo. Continúa el diálogo increíblemente. Hay una contradicción evidente entre
lo que se le pide y lo que Evita reclama conservar: la misión asumida en el
movimiento. La presión de la multitud para que acepte, crece y por momentos es
extrema.
Evita dice, en tono de ruego: “compañeros, por el cariño que nos une, no me hagan hacer lo que no quiero hacer” y más tarde lanza una frase que entró de lleno en la historia: “Yo no renuncio a la lucha, renuncio a los honores”.
Durante el acto y en un momento en que Evita, pide a la multitud, unas horas para poder responder al reclamo para que acepte la candidatura, el dirigente gremial Espejo, que se encuentra a su lado en el palco, le reclama a viva voz, que no, que debe responder ¡¡¡ahora, ahora, ahora ¡¡¡ Evita resiste la presión y finalmente el acto termina sin que la cuestión sea dirimida!!!! La multitud se desconcentra pacíficamente.
La última frase de
Evita fue “Yo haré, finalmente, lo que el Pueblo decida”. Esas últimas palabras generaron esperanza y malentendidos. Al otro día, el 23 de agosto, el Diario “Democracia”
titula “Aceptaron”. Lo mismo hace el diario “La Razón”.
Nueve días más tarde, el 31 de agosto y por la cadena nacional de radiodifusión, Evita comunica al pueblo, su decisión irrevocable y definitiva de renunciar a la candidatura a vicepresidenta de la Nación. Afirma en ese mensaje, que lo hace con “total y absoluta libertad” y que prefiere seguir estando junto al pueblo en su puesto de lucha y no ser vicepresidenta.
¿Por qué renunció Evita? Las teorías y un intento de
explicación
Hasta aquí he intentado una descripción de los hechos. Para nosotros hoy la historia de Evita no está compuesta de hechos sino de las interpretaciones de los mismos. Este acto político, conocido como “el renunciamiento de Evita” ha sido analizado por politólogos, desmenuzado por historiadores, y mitificado por el imaginario peronista de manera tal que, desde el presente, cobra ciertos resignificados.
Ahora vamos a las teorías.
Perón no quería
“Perón no se lo permitió porque amenazaba su propio poder”,
fue y es la explicación simplista de los liberales “más lúcidos” de la
oligarquía. Algunos antiperonistas como David Viñas devenidos en izquierdistas
antiperonistas exaltaron a Evita contraponiéndola con Perón, identificando a
Eva con la izquierda del movimiento y a Perón con la derecha.
Esta explicación siempre tuvo una finalidad denigratoria del
peronismo, tanto en poner énfasis en un supuesto conservadurismo de Perón como
en la lectura implícita de Evita como títere sin autonomía del líder peronista,
simplificando al extremo cualquier lectura política y personal del proceso.
La oposición militar
“Los militares se opusieron” dirán maliciosamente los
sectores de izquierda antiperonista que operaban para debilitar el peronismo.
Pero esta teoría también es apropiada en parte por historiadoras que reivindican la figura de Eva como Marysa Navarro, quien en su muy buen libro “Evita” analiza: “Las relaciones de Perón con las fuerzas armadas habían entrado en un período de enfriamiento desde hacía por lo menos dos años. Los sectores de las fuerzas armadas que se habían opuesto a su gestión ya en el tiempo en que ocupaba la Secretaría de Trabajo y Previsión no habían olvidado sus prevenciones contra él, y, de hecho, éstas se habían intensificado a raíz de la reforma de la Constitución y la posibilidad de su reelección. En este contexto, la candidatura de Evita se presentaba como un factor irritativo, pues reavivaba viejos odios. Muchos eran los oficiales de alta graduación que nunca habían visto con buenos ojos las relaciones de Evita con Perón y, como la oligarquía, no olvidaban su pasado. Desde que se había convertido en la esposa del Primer Mandatario, su vida estaba fuera del más mínimo reproche desde el punto de vista moral, pero ahora lo que les molestaba era el papel que desempeñaba en el gobierno, aunque fuera de manera no oficial. La violencia de su lenguaje cuando se dirigía a los descamisados era considerada peligrosa y la posibilidad de que Evita llegara a la Presidencia por muerte de Perón, o le sucediera en el gobierno y en todo caso estuviera en condiciones de dar órdenes a las fuerzas armadas, era en aquel tiempo poco menos que inconcebible”…, pero la historiadora aquí aclara: “El tema fue ciertamente discutido entre oficiales, aunque por el momento no ha sido posible determinar si hubo un planteo directo a Perón. Pero existen pocas dudas de que éste tenía pleno conocimiento del malestar que la candidatura de Evita provocaba en las fuerzas armadas…”.
Aun así, Navarro añade a las razones del
renunciamiento el siguiente análisis: “… La otra razón que puede haber
afectado la decisión de Evita era su salud, pues para esa fecha ya había empezado
a decaer. Se la veía delgada, pálida y demacrada. Parecía estar agotada y en
realidad tenía desde hacía tiempo fuertes hemorragias y una fiebre persistente”.
([i])
Los límites políticos del proyecto justicialista
“Pudo haber sido una conquista importante para el movimiento
obrero”, expresarán otros tratando de mostrar que existían fisuras en el frente
nacional.
Esta, añadiendo el factor militar, es la interpretación que
parece esbozar Norberto Galasso en su excelente obra de Perón, cuando sostiene “…
lo más probable es que después de la multitudinaria concentración del 22, y ya
lanzada la candidatura por la CGT -sin la aceptación de Evita-, el Presidente haya
podido calibrar el malestar producido en las filas castrenses, y cuando advierte
que esto se torna peligroso, decide abandonar el proyecto, dando lugar al
discurso de Eva del día 31… Evita no persigue ningún objetivo personal sino que
actúa como una militante al servicio de una causa, tanto cuando acepta una
candidatura que no va del todo con sus gustos como cuando la rechaza para no poner
en peligro la estabilidad del gobierno”. ([ii])
La salud de Eva como determinante del renunciamiento
Las que repasé son interpretaciones, a las que me permito
sumar otra, tal vez obvia, pero tan posible como las otras: Evita renuncia a la
vicepresidencia porque toma conciencia de la gravedad del cáncer que la
afectaba y el carácter irreversible del mismo.
En su imprescindible novela “Santa Evita”, Tomás Eloy Martínez
desarrolla esta teoría con un lúcido y ficcionado diálogo entre Perón y Evita, que aconteció en la noche de aquel 22 de agosto de 1951, interpretación esta
que parece seguir Feinmann en la cita que transcribí al comienzo de este artículo.
Tomás Eloy Martínez, en el capítulo 4 de su libro “Santa
Evita” (´Renuncio a los honores, no a la lucha´) escribe (en base a un supuesto
relato de Julio Alcaraz, peluquero de Evita) en una imaginaria charla
entre los líderes históricos del Peronismo, lo siguiente:
“…Se encerraron en el
dormitorio, pero la puerta maciza que daba a la antesala quedó entornada. Si
las cosas no hubieran sucedido de manera tan rápida e imprevista, me habría alejado.
El afán de no hacer ruido me retuvo. Sentado en la punta de la silla, tieso, oí
toda la conversación.
–...no discutas más y hacéme
caso –decía el general–. Dentro de un rato, el partido va a proclamar tu
candidatura. La vas a tener que rechazar.
–Ni pienso –contestó Evita–. A
mí no me van a presionar los hijos de puta que te han convencido a vos. No me
van a presionar los curas ni los oligarcas ni los milicos de mierda. Vos no me
quisiste proclamar, ¿no es cierto? Ahora, jodéte. Me proclamaron mis grasitas.
Si no querías que fuera candidata, no me hubieras mandado llamar. Ya es tarde.
O me ponen a mí en la fórmula o no ponen a nadie. A mí no van a cagarme.
El marido dejó que se
desahogara. Después, insistió:
–No te conviene ser terca. Te
proclamaron. Pero no se puede ir más allá. Cuanto antes renuncies va a ser
mejor.
La sentí desmoronarse. ¿O sólo
estaba fingiendo?
–Quiero saber por qué.
Explicámelo y me quedo tranquila.
–¿Qué querés que te explique?
Vos sabes igual que yo cómo son las cosas.
–Voy a hablar por la cadena
nacional –dijo ella. Su voz temblaba. –Mañana por la mañana. Hablo y se acaba
todo.
Es lo mejor. No improvises.
Hace que vayan preparándote unas pocas palabras. Renuncia sin dar
explicaciones.
- Sos un hijo de puta –la oí
estallar–. Sos el peor de todos. Yo no quería esa candidatura. Por mí, te la
podías meter en el culo. Pero llegué hasta aquí y fue porque vos quisiste. Me
trajiste al baile, ¿no? Ahora, bailo. Mañana a primera hora hablo por la radio
y acepto. Nadie me va a parar.
Por un instante, hubo
silencio. Sentí las respiraciones agitadas de los dos y tuve miedo de que
también se oyera la mía. Entonces, él habló. Separó las sílabas, una por una, y
las dejó caer:
–Tenes cáncer –dijo–. Estás
muriéndote de cáncer y eso no tiene remedio.
Nunca voy a olvidar el llanto
volcánico que se remontó en la oscuridad en la que yo me ocultaba. Era un
llanto de llamas verdaderas, de pánico, de soledad, de amor perdido.
Evita gritó:
–¡Mierda, mierda!” ([iii])
Una mirada más allá de las interpretaciones parciales
Es cierto que un sector de los militares presionó a Perón para evitar la candidatura de Evita.
Es también cierto que la figura de Eva institucionalizada en la vicepresidencia hubiese sido insoportable para la oligarquía y resulta incuestionable que el movimiento obrero se hubiese fortalecido con Evita en la Vicepresidencia.
Pero tampoco resulta ilógica la explicación de que Eva tomó una decisión libre y personal, fundamentada responsablemente en su enfermedad. Al final, lo concreto es que Evita morirá el 26 de julio de 1952, once meses después del renunciamiento.
Otros incluso, como
el Padre Benítez, confesor de Eva, resaltan que Evita no quería ser
vicepresidenta porque entendía que iba a perder poder y sería encasillada
institucionalmente en el Congreso perdiendo libertad de acción política.
Por otro lado, respondiendo argumentos, pese a que Evita no
fue candidata, los militares antiperonistas redoblaron su activismo golpista. A
sólo pocos meses Menéndez lleva adelante un intento de Golpe de Estado.
Igualmente, la idea de que Evita opacaría a Perón o lo
confrontaría también resulta absurda a la luz de la dinámica política que
tuvieron desde que se conocieron y construyeron la relación afectiva y política
que cambió la Argentina.
Del mismo modo, la teoría de que Perón no quería transferir
poder a los sindicatos también es objetable. Nunca fue un problema político
significativo para Perón la relación con las organizaciones de los trabajadores
durante el primer peronismo.
El progresivo deterioro de la salud de Evita
Los años de apogeo del poder de Evita rondan entre el 50 y
el 51. Son también los años que la enfrentarían con la enfermedad y su última
elección: renunciar a la vicepresidencia de la Nación.
El primer signo de su enfermedad apareció el 9 de enero de
1950: Evita cayó desfallecida en un acto inaugural del sindicato de taxistas en
Puerto Nuevo. El 13 de enero la Subsecretaría de Informaciones anunció que la
esposa del primer mandatario debería alejarse temporalmente de sus actividades
e, incluso, internarse por unos días para una pequeña intervención quirúrgica
que se realizaría días después. El 14 de febrero sufrió un nuevo desmayo en la
Fundación y fue trasladada a la residencia presidencial de la avenida
Libertador. A los 15 días del incidente volvió a su ritmo de trabajo, en la
Secretaría de Trabajo y Previsión.
En 1951 ya su ritmo de trabajo había descendido
considerablemente, los dolores comenzaban a postrarla y comenzaba una larga y
agonía. En agosto del 51, cuando el Cabildo, Eva ya conocía la gravedad de su
estado.
A partir de octubre de 1951, Evita pronunció un solo discurso desde el balcón de la Casa Rosada y no volvió a sus tareas gubernamentales. Navarro relata que “pasó esos largos meses prácticamente recluida en la residencia presidencial, saliendo ocasionalmente, pues le hacían frecuentes transfusiones de sangre y le habían ordenado reposo absoluto” ([iv]).
En noviembre de 1951, el mes que se realizaron las elecciones presidenciales, Eva fue operada por el cirujano y oncólogo norteamericano George Pack. En su pronóstico advirtió que, de mantener reposo absoluto, en un plazo de seis a doce meses se podría prolongar su vida.
A los siete meses fallecería Evita, por el más infame cáncer de nuestra historia, que ya se había derramado en metástasis por todo su ya popularmente santificado cuerpo.
[i]
Marysa Navarro, “Evita”, páginas 284 y 285, Editorial Edhasa, año 2005.
[ii]
Norberto Galasso, “Perón, Tomo I Formación, Ascenso y Caída (1893-1955), página
576, Ediciones Colihue, año 2005
[iii]
Tomas Eloy Martinez, “Santa Evita”, páginas 116 y 117, Biblioteca del Sur – Planeta,
año 1995.
[iv]
Marysa Navarro, op. cit, página 297.
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