sábado, 12 de agosto de 2023

Fidel y el ¿adiós al último de los grandes líderes políticos de la modernidad?


Fidel Castro.
La noticia de la muerte de Fidel sacudió al mundo. Fue una figura central de la política mundial de los últimos 60 años, una verdadera leyenda. Representó como ningún otro líder la lucha contra el imperialismo, la explotación y la dependencia.


Se podría decir mucho de Fidel, de su vida y obra política, pero de eso están llenos los medios y abundan los análisis. Los hay reivindicativos (como el que yo hago) y los hay críticos, ambos tipos con infinidad de matices.


Fidel recorrió casi todo el siglo XX, nació  13 de agosto de 1926 y falleció en La Habana el 25 de noviembre de 2016. Su vida transcurre en todo el siglo XX y comienzos de este siglo. Por eso quería detenerme y esbozar aunque sea teóricamente otra mirada del tema, y que tiene que ver con la primera sensación que tuve cuando me enteré de la triste noticia. ¿Fue acaso Fidel el último de los grandes líderes mundiales? ¿Es la muerte del cubano el fin de los grandes hombres políticos de la modernidad? ¿Hay política después de Fidel, al menos como la modernidad la entendió? ¿Hemos dejado atrás con el fallecimiento de Castro la política moderna y nos sumergimos ya sin referencias que nos contengan en las aguas de la posmodernidad política? ¿Puede aparecer otro Fidel, otro Perón, otro “Dios” político que haga girar la rueda de la historia para el lado de las mayorías populares? ¿La política puede prescindir de estos hombres providenciales? ¿Puede la política de hoy hacer lo que hizo Fidel? ¿El siglo XXI tiene un lugar para líderes políticos como Perón, Fidel, Mao, etc.,? 

 

En definitiva, lo que me preguntaba era, no con la mirada en Cuba sino puesto aquí en la política argentina, si la partida de Fidel podría ser el punto final de una forma de hacer política, de entenderla, de vivirla y sentirla. Si puede entenderse como el fin de un paradigma. Y lo quiero reflexionar desde la sociología política contemporánea. Me preguntaba si se abre una nueva etapa, si puede haber marcha atrás o más de lo mismo que se insinúa cada vez más en todos lados. 


Naturalmente, como militante político, conservo integras mis certezas de que vamos a vivir en un mundo mejor del que hoy vivimos, pero ayer temprano me pregunté: ¿Fue Fidel el último gran líder político de la modernidad? 


El texto que sigue lo escribí a unas horas de la noticia mundial del fallecimiento de Fidel Castro en 2016.


Escribe: Alejandro Gonzalo García Garro


De Dioses y Política

Cuando era un adolescente y comenzaba a tener inquietudes sociales propias y desarrollar mi conciencia política personal, más allá del contexto familiar en el que crecí, revolvía la voluminosa biblioteca de mi padre buscando lecturas. Una vez di con un número de la Revista Unidos (de años anteriores por aquel entonces) en la que hay un inteligente texto de Mario Wainfeld. En la nota, en términos metafóricos, Wainfeld compara a Perón con Dios, explicando las dificultades que tiene hacer un análisis “humano” del líder del Justicialismo.

En ese artículo hay una cita (la cual fui a buscar inmediatamente ayer a la mañana) que refleja en forma cabal esta idea que tengo sobre el carácter supra terrenal que tienen los grandes lideres de las modernidad política, ese ser en el mundo que tenía Fidel. Me permito transcribirla:

"Cuando un dirigente sacralizado muere de ancianidad en el mundo, los pueblos desamparados consideran sin embargo, esta muerte, una muerte violenta.
Cuando los estudiantes del año 3000 abran sus libros de Historia en las páginas del Siglo Veinte leerán quizá: URSS Stalin; Yugoslavia Tito; Gran Bretaña Churchill; Francia De Gaulle; China Mao.
Preguntarán entonces: ¿Eran los nombres de las capitales? Se les responderá: No, eran los nombres de los dioses de ese siglo.
Y los niños de las escuelas del futuro sacudirán la cabeza pensando qué difícil sería para los hombres vivir en un tiempo en que los dioses habitaban entre ellos".
Bernard Chapuis en "Le Monde", refiriéndose a la muerte de Mao–Tse Tung.

Esa sensación es la que me generaba Fidel. La de un ser supra terrenal, una figura que está más allá del resto. Un ser celestial entre mortales. Lo mismo crecí pensando de Perón, pese a nacer varios años después de su muerte. Un aura heroica, como la que siempre imaginé de los militantes de la Resistencia Peronista y los asesinados y desparecidos por la última dictadura genocida. Fidel, y los que fueron como él, no solo eran lideres políticos, eran líderes de su tiempo histórico.

Soy peronista y creo que el sujeto de la Historia es el pueblo, su autor y creador. Pero con hombres como Perón o Fidel uno no puede dejar de recordar al menos lo que decía Carlyle en "Los Héroes" acerca de que la Historia Universal entendiendo que era “en el fondo la historia de los Grandes hombres que han actuado en el mundo”. Al menos dejo un reconocimiento especial a los hombres y mujeres, como lo hacía Cooke siguiendo a Plejanov en “El rol del Individuo en la Historia”.

Ayer imaginé, siguiendo este juego metafórico, que Fidel era el último “Dios” que habitaba entre nosotros y que su muerte era el final de una etapa. Con él se fue la política tal como la pensaban generaciones y generaciones. Y esa política ya no existiría más. Es más, pensé que buena parte de la generación del peronismo que comenzó militando en los 70´ hoy perdía la última gran referencia que los acompañó desde entonces al presente. Seguramente es exagerado, pero esa fue la primera sensación que tuve. Ayer por la tarde me llegó un correo de un histórico dirigente de la JP que, casi confirmando esa intuición, decía: “no habrá ningun@ igual”, “tod@s murieron”.
 
Fidel con el Che.
Una cosa es lo que Fidel hizo en Cuba y otra, muy ligada pero no igual, es lo Fidel significa para la política argentina y para cada rincón de planeta. Analizar la revolución cubana no es lo que quiero aquí, sino, por el contrario, quiero ver cual es el mundo político en que Fidel fue una leyenda y que fue o será de ese mundo y como repercute eso para nosotros acá.

Fidel y el mundo en el que fue leyenda

Fidel es la expresión quintaesencia de la modernidad política. El marxismo (el latinoamericano incluido) es tan o más hijo de la modernidad como lo fueron Smith, Ricardo, Keynes o Friedman.

El mundo político en el cual Fidel impone toda su gravedad, y nosotros interpretamos desde aquí, es fruto del crecimiento de la población, la urbanización y el desarrollo económico e industrial que hicieron emerger nuevos actores sociales como los trabajadores, la clase media, nuevos contextos y relaciones internacionales, el colonialismo primero y el imperialismo después, y así podemos seguir y seguir.

Fidel expresa la modernidad política de posguerra, de mediados del siglo XX, que se enlaza con la modernidad política de masas que nace con la Lenin en la Revolución de 1917, se ata a los movimientos fascistas de entre guerras y le sigue con los movimientos de liberación, marxistas y nacionalistas, del siglo XX. En el mundo político de mediados del siglo pasado el Estado cobra centralidad en la sociedad y las decisiones estatales para la vida de los ciudadanos se volvieron fundamentales. Es un sociedad mucho más populosa que las incipientes naciones del siglo XIX, que se complejiza, y donde se entrecruzan distintos intereses vinculados a clases sociales, aspectos religiosos o culturales,

La política y la representación buscaban una “homología estructural” como decía Bourdieu, así los partidos y dirigentes debían ser el reflejo de las divisiones, clases y fuerzas sociales. La conducción política (y partidaria) era vertical, pero racional y orgánicamente justificada y desplegada. La argumentación política incorporaba, por un lado, el sentido de pertenencia sociológica de la cultura de masas; con, en otro orden, la evaluación de programas y políticas que resulten más afines a los intereses del ciudadano y su situación social.

El ciudadano perdía individualidad, los partidos y movimientos políticos ocuparon el centro de la escena. Allí emergieron liderazgos fuertes, de “semi dioses” que se destacaban por sus virtudes personales como la inteligencia, capacidad oratoria, compromiso, carisma, etc. Esas virtudes que tanto parece que faltan hoy…

Este es el mundo político de representaciones del peronismo histórico, tanto el del 45 como el del 73. Es el peronismo se seres providenciales como Juan y Eva, el peronismo de pro hombres como Valle, Cooke, Rearte, etc. El mismo mundo de Fidel. Allí en el cual la política y las ideologías son centrales, donde el compromiso y la entrega definen a los dirigentes y donde la formación política era imprescindible y marcaba la diferencia.

Fidel y el mundo político en el que falleció

El mundo de hoy no es el mismo que el que se veía hace más de 60 años desde Sierra Maestra. Dentro de las teorías sociológicas son los posmodernos quienes mejor explican esto (con resistencias y detractores por supuesto). Así, autores como Beck, Bauman, Lash, entre otros, sostienen que la política no es lo mismo para la sociedad contemporánea que lo que fue para la modernidad del siglo XX. Aclaro que no apruebo ni repruebo, sólo describo el mapa teórico actual a través de algunos de los autores más “consagrados” por la academia.

La individualización de los intereses, fruto de la desmembración tradicional de las clases sociales que dividían la sociedad, hace que cada vez sea más difícil reconstruir esas grandes fuerzas políticas cohesionadas y vertebradas en torno a liderazgos.

La influencia de los medios masivos de comunicación, las redes sociales, etc., lleva la política a las casas de los ciudadanos terminando con un modo de militancia. El nuevo campo de batalla política muda de la calle y la plaza a la TV e Internet. La Video política (Sartori) y la Tecno política (Stefano Rodotá) establecen las reglas de la disputa.

A la política le cuesta expresar los intereses sociales de la era industrial. No presentan propuestas claras a sus electorados. La relación entre los políticos y los ciudadanos es  volátil ahora. El marxismo leninismo como programa ya no concita la adhesión de millones de obreros. Lo cierto es que en buena medida los partidos y políticos se transforman en agencias electorales capaces de adoptar cualquier programa. Las encuestas y su manejo, las estrategias electorales, los consultores y la construcción del discurso mediático son centrales hoy.

Según estas teorías el ciudadano no busca las propuestas del partido de masas ni sigue liderazgos caudillescos. Las identidades colectivas se fueron perdiendo. Las unidades programáticas homogéneas vertebradas en torno a los partidos o movimientos de masas no pueden representar cabalmente a votantes de una sociedad cada día más heterogénea, donde la individualización destruye el modelo anterior de hacer política. Representar lo social parece volverse imposible para los partidos y esquemas políticos tradicionales ya que, el individuo posmoderno es, prácticamente, la fragmentación de un “yo” que busca alejarse de los relatos colectivos.

Ulrich Beck, en “La Individualización. El individualismo institucionalizado y sus consecuencias sociales y políticas” (2003), explica esto de la siguiente manera:

“Todas las viejas concepciones de la clase y de la política presuponían (en la primera modernidad) que el individuo y la individualización eran una falsa idea básica que tenía que superarse para poder reconstruir identidades colectivas, organizar la vida política y representar al individuo en la democracia política. Yo creo que esto es un gran error. Es necesario más bien lo contrario. Los partidos políticos tienen en nuestro tiempo que reconocer la individualización, y no como algo que superar, sino como nueva forma de democratización cultural y de autoconciencia de la sociedad. Una nueva forma de sociedad en la que la política se relaciona con la libertad individual y con las libertades y derechos políticos de los grupos en la vida cotidiana. Si los partidos políticos no consiguen comprender esta situación sino que se empeñan en volver la vista a una colectividad o clase dadas, no serán capaces de comprender las fuerzas e ideas políticas de esta sociedad.”

Parece que hoy “no están para morir por una ideología” de la primera modernidad, ni nadie se inmola “siguiendo algún caudillo”. No hay Sierra Maestra, ni se que quiere “tomar el cielo por asalto”, al menos como la política del siglo XX lo imaginó. Nada puede ser más posmoderno en la política local que el asesor estrella de Mauricio Macri, Jaime Durán Barba. Cuando le consultan al ecuatoriano sobre como es este nuevo votante políticamente posmoderno, Durán Barba lo define así: 

“Lo que quieren es que lo político se ponga al servicio de su vida, de su hedonismo, de su placer. No quieren dar la vida por un ideal. Su ideal es que su vida sea hermosa. Cambiamos de la lucha por la revolución a lo que se llama la búsqueda de ´La aventura a la vuelta de la esquina´([1]). Del marxismo viejo a una perspectiva anarquista. Finalmente, es más interesante tener una aventura a la vuelta de la esquina que cambiar el mundo. Esa es la postura actual. La juventud que yo viví pensaba lo inverso, o al menos lo decíamos, de hecho no nos movimos”([2]).

Fidel fue una referencia central de la teoría política que proponía una alternativa al capitalismo. Era la antítesis, el otro lado de la moneda de la modernidad política. En su libro, “En Busca de la Política” (2001), Zygmunt Bauman explica el derrotero del liberalismo, como ideología política quintaesencia de la modernidad, a la luz de la actualidad, lo que entiende como “modernidad líquida”. Así resume la idea de la impotencia actual de política para cambiar el estado de cosas, de la inviabilidad de entronar la antítesis, ese otro gran relato que la modernidad construyó, que fue el marxismo:

“Un siglo atrás, la fórmula política del liberalismo era la ideología desafiante y audaz del "gran salto hacia adelante". Hoy es tan solo una auto-disculpa de su derrota: "Este no es el mejor de los mundos posibles, sino el único que hay. Además todas las alternativas son peores, deben ser peores y demostrarán ser peores si se las lleva a la práctica". El liberalismo de hoy se reduce al simple credo de "no hay alternativa". Si se desea descubrir el origen de la creciente apatía política, no es necesario buscar más allá. Esta política premia y promueve el conformismo. Y conformarse bien podría ser algo que uno puede hacer solo: entonces, ¿para qué necesitamos la política para conformarnos? ¿Por qué molestarnos si los políticos, de cualquier tendencia, no pueden prometernos nada, salvo lo mismo?”

Y, ¡que decir del discurso, la argumentación política! Fidel fue un gigantesco orador, sus intervenciones fueron catedráticas. Su lógica implacable del marxismo era articulada con una cultura general sorprendente y una flexibilidad teórica que le permitía adaptarse a todos los escenarios discursivos. Ahora, ¿eso persuade hoy? ¿Tiene el mismo peso? Quienes estamos racionalizados en la política de la modernidad pensamos que si, pero ¿para el resto de la sociedad también? Los autores contemporáneos entienden que la cultura política posmoderna basada en el desarrollo explosivo de las nuevas tecnologías de la comunicación e información trastocan el equilibrio que la modernidad había dado a esta lógica. El discurso racional-argumentativo de la política moderna no tiene la misma incidencia en este orden cultural. En “Crítica de la Información” (2005), Scott Lash argumenta:

“El cambio cultural no comprende ideas claras y distintas, elecciones racionales o actos de habla legitimados por el discurso, sino un arsenal de símbolos, a veces vacíos, a veces afectivamente cargados, que a menudo actúan en el nivel del inconsciente o, a lo sumo, de un preconsciente de supuestos de fondo tácitos en un horizonte implícito…. Esto es, el desarrollo cultural se guía menos por el lenguaje de la identidad, la diferencia, el silogismo, la causa y la sustancia, y más por el lenguaje retórico de la metáfora, la metonimia, sinécdoque y el oxímoron”.

Mientras la política que expresaba Fidel se desplazaba en el terreno del pensamiento racional, los programas, las estrategias, las elecciones racionales; la cultura política posmoderna no puede hablar ese idioma, “la cultura no actúa en ese nivel. Sus símbolos proveen las imágenes de los sueños, los mitos implícitos de las identidades comunitarias y nacionales, el horizonte no enunciado de las acciones, los hábitos y las tecnologías tácitas de los cuerpos” (Lash: 2005). La lógica argumentativa es distinta. Basta ver los spot de los distintos partidos políticos para las elecciones primarias abiertas y simultaneas (PASO) del 2015, especialmente los más cortos, para constatar que la argumentación ha dejado de ser racional ideológica para mezclar ideas con criterios de orden sentimental, emotivos, de impacto visual o artístico.

En fin, podríamos seguir enumerando puntos de distancia entre la política contemporánea y la política del siglo XX, pero la muestra alcanza como para diferenciar claramente como era la política cuando Fidel encabeza la Revolución en Cuba y como es la política hoy cuando Fidel deja este mundo. El modo de ser posmoderno le cierra la puerta a hombres providenciales como Fidel.

Trump y una despedida que abre puertas

Pero nada es más difícil de predecir que los comportamientos políticos. Y las Ciencias Sociales han demostrado enormes problemas para predecir las conductas de las sociedades. Así que mucho de lo que aquí se repite está por verse...

Pero volviendo a la nuestro, lo que sin dudas llamó la atención fue el violento y chocante comunicado de prensa del presidente electo de EE.UU., Donald Trump, fue la nota destacada y disonante en el plano político mundial. Trump se despachó con una fiereza sorprendente diciendo: “Hoy, el mundo marca el fallecimiento de un brutal dictador que oprimió a su propio pueblo por cerca de seis décadas. El legado de Fidel Castro es uno de escuadrones de fusilamiento, robo, sufrimiento inimaginable, pobreza y la negación de los derechos humanos fundamentales”.

Esta “despedida” de Trump a Castro, este presidente electo que es un outsider político, empresario que expresa el capitalismo salvaje, figura de un Realty Show en que se hizo famoso por despedir empleados, entre tantas singularidades solo encuadrables en la más rancia tradición liberal de la anti política, es un retrato de época impactante. Parece casi el epílogo soñado del libro de Francis Fukuyama, “El fin de la Historia y el último hombre” (1992), en el cual desarrolla su tesis acerca de que la Historia, como lucha de ideologías en clave de la dialéctica hegeliana, ha terminado, y el triunfador es la democracia liberal del capitalismo que se ha impuesto con el fin de la Guerra Fría.

Fidel era un sobreviviente de la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín. Trump parece asumir esta idea del fin de la historia cuando le habla al pueblo cubano diciéndole: “Aunque las tragedias, muertes y dolor causados por Fidel Castro no puedan ser borrados, nuestro gobierno hará todo lo posible porque el pueblo cubano pueda finalmente iniciar su viaje hacia la prosperidad y la libertad”. Es la locomotora del capitalismo pasando por encima al marxismo.

Más allá de su perfil bizarro, de su cuestionado y polémico discurso y su falta de anclaje en la política clásica, el de Trump es un mensaje moderno, centrado en la política y en la batalla por las ideas. Ya se extinguen los dioses de la política pero su esencia agonística parece subsistir, al menos parece claro que existe un territorio de disputa.

Es posible que ya esos hombres y mujeres sobrenaturales que imprimieron su paso en la Historia no existan más. La política es lo que hay, con las personas que hay, con los dirigentes que existen. Y bueeee, es así. Seguramente estarán lejos de ser idealizados como los semidioses de la política moderna.

Tal vez no se repitan los Fidel, los Mao, los Perón. Pero aún sin lugar para nuevos Prometeos, Hermes, Atlas o Hércules, la política sigue siendo la herramienta que tienen los pueblos para transformar sus realidades. 

Será la inteligencia, la voluntad y el compromiso de quienes hacen política desde el campo popular las herramientas para construir las respuestas a nuevos escenarios, con nuevas formas organizativas, mensajes y discursos para el momento histórico, persiguiendo el mismo fin: de vivir en un mundo socialmente más justo, donde reine la paz, la igualdad y la libertad.



[1] Aquí Durán Barba hace referencia al libro de Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut que lleva el mismo título: “La aventura a la vuelta de la esquina”.
[2] Entrevista del Diario Perfil, 1 de Julio, año II Nº 0185.

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