El historiador paraguayo Efraím Cardozo menciona una cifra escalofriante respecto a los números desnudos de la Guerra del Paraguay: “De 1.300.000 habitantes sobrevivieron 300.000, la mayoría mujeres y niños”. George G. Petre, diplomático británico, escribió que la población del Paraguay fue “reducida de cerca de un millón de personas bajo el gobierno de Solano López a no más de trescientas mil, de las cuales más de tres cuartas partes eran mujeres”. Enrique César Rivera, en “José Hernández y la Guerra del Paraguay” escribe: “Al comenzar esta (la guerra) contaba el Paraguay con 1.500.000 habitantes; cuando concluyó, quedaban 250.000 viejos, mujeres y niños de corta edad, y solo ruinas de una economía floreciente”. Abelardo Ramos sostiene una idea similar: “Si al comenzar la guerra el Paraguay contaba con 1.500.000 habitantes, al concluir la farsa criminal vagaban entre las ruinas humeantes 250.000 niños, mujeres y ancianos sobrevivientes”.
Tan cierta son las cifras indicadas que el Paraguay de la
posguerra se reconstruyó con el trabajo de mujeres y niños, estableciendo un
sistema social de matriarcado combinado con una funcional aceptación de la
poligamia debido al exterminio de la población masculina.
Fue asesinada el 75% de la población. Ante tamaña cifra sólo puedo
asociar este hecho a un concepto: genocidio. Son pocos los historiadores que
utilizan éste concepto para denominar lo ocurrido con el pueblo paraguayo. Se
prefiere hablar de exterminio, eliminación, aniquilamiento, pero poco se
menciona la noción de genocidio. Los autores que utilizan el concepto lo hacen
como un recurso del lenguaje, como adjetivo superlativo de la masacre ocurrida,
sin profundizar en el significado del término.
El extermino del pueblo paraguayo ocurrido durante la guerra
de la Triple Alianza puede ser considerado técnicamente un genocidio
cometido por las fuerzas aliadas del Brasil, Argentina y Uruguay.
Escribe: Alejandro Gonzalo García Garro
La Guerra de la “Triple Infamia”
Francisco Solano López. |
El 1 de marzo de 1870 moría el Mariscal
Solano López. Fue prácticamente el final da Guerra del Paraguay
ocurrida entre 1865 y 1870. Este proceso histórico ha sido,
sin duda alguna, el más funesto y doloroso hecho de la historia de la
América hispana. Llamada de la "Triple Alianza", fue
un enfrentamiento bélico sin precedentes donde la República Argentina de
Mitre, “Su Majestad” el Emperador del Brasil y la República
Oriental del Uruguay del mercenario criminal Venancio Flores se aliaron en una guerra fratricida contra el
Paraguay del Mariscal Francisco Solano López.
En nuestro país, se ha enseñado dentro
del marco de “la historia oficial-escolar” la guerra de la
“Triple Alianza” de la siguiente manera: que Argentina se vio obligada a
intervenir en el conflicto para lavar su honor nacional lesionado por la
sorpresiva invasión de las fuerzas paraguayas. Que se fue a la guerra en
defensa de los principios democráticos y civilizadores, contra la barbarie del
Dictador Francisco Solano López que tenía sometido y atrasado al pueblo
guaraní. Y que, debido a un supuesto altruismo argentino, no obtuvo nuestro
país ninguna ventaja material después de la victoria.
Esta versión hoy no resiste análisis.
Los cuestionamientos a la historia oficial empezaron contemporáneamente a los
hechos con los escritos de Carlos Guido y Spano y las denuncias de Juan Bautista
Alberdi. Los estudios revisionistas que se consumaron posteriormente, con
investigaciones documentadas, expusieron los intereses económicos, los factores
geopolíticos y las líneas ideológicas que se conjugaron para gestar la guerra
de 1865-70. En 1954, el historiador José María Rosa publica “La Guerra
del Paraguay y las Montoneras Argentinas”, obra canónica
del pensamiento nacional y de lectura ineludible para comprender la naturaleza
y los alcances de la conflagración. Este trabajo monumental abrió camino para
que otros historiadores revisionistas profundizaran el tema. De allí en
adelante, la historia oficial se derrumba y la verdad histórica se abre paso
para grabar en la memoria colectiva de la patria grande un genocidio sin
paralelo en la vida de América Latina.
La verdad histórica revela que cada uno
de los países aliados tuvo en su momento una necesidad interna para entrar en
guerra con el Paraguay. Pero, más allá de las razones particulares de los Estados
beligerantes, no es difícil encontrar las causas originales del conflicto en
los intereses económicos del imperialismo británico en la región del Río
de la Plata.
Adhiero a las conclusiones que la
mayoría de los estudios revisionistas han arribado luego de investigar la
Guerra del Paraguay y sus causas. En síntesis, la mayor parte de esta tendencia
historiográfica expresa que, dentro de la estrategia en el Río de la Plata del
imperialismo británico, elaborada en Londres con fría deliberación, no podía
escapar la necesidad de suprimir el foco de autonomismo y soberanía emplazado
entre Argentina y Brasil que incitaba permanentemente a la rebeldía de los
caudillos contra los poderes centrales establecidos.
La guerra del la Triple
Alianza fue una de las primeras manifestaciones mundiales de la política
belicosa del imperialismo capitalista. En este caso, puso a prueba el
sometimiento de tres gobiernos políticamente dependientes al obligarlos a
aniquilar a un cuarto rebelde. La “Pérfida Albión” (1), abatió la
Patria guaraní por manos ajenas.
Luego de cinco años en que tropas de
Argentina, Brasil y Uruguay lucharon contra el pueblo paraguayo, éste fue
vencido y literalmente aniquilado. Entre las ruinas aún humeantes de Asunción,
en medio de la peste provocada por los cadáveres sin sepultura, los aliados impusieron
un gobierno títere. “Gobierno Provisorio del Paraguay” que declara libre
la comercialización de la yerba mate, el algodón y el corte de madera en los
montes fiscales. Se enajena el ramal de ferrocarril Asunción-Villarrica y en
menos de un año pasan a manos privadas 29 millones de hectáreas de tierra,
simplemente hurtadas a los pocos campesinos que quedaban con vida. Eso fue el
motivo del genocidio.
Las cifras del horror
Una cita del historiador paraguayo Efraím Cardozo, contiene una
cifra escalofriante, los números desnudos de esta guerra: “De 1.300.000
habitantes sobrevivieron 300.000, la mayoría mujeres y niños”.
En estos números o en las proporciones coinciden la mayoría de los
historiadores. George G. Petre, diplomático británico, escribió que la
población del Paraguay fue “reducida de cerca de un millón de personas
bajo el gobierno de Solano López a no más de trescientas mil, de las cuales más
de tres cuartas partes eran mujeres”. Enrique César Rivera, en “José
Hernández y la Guerra del Paraguay” escribe: “Al comenzar esta (la
guerra) contaba el Paraguay con 1.500.000 habitantes; cuando concluyó, quedaban
250.000 viejos, mujeres y niños de corta edad, y solo ruinas de una economía
floreciente”. Abelardo Ramos sostiene una idea similar: “Si al
comenzar la guerra el Paraguay contaba con 1.500.000 habitantes, al concluir la
farsa criminal vagaban entre las ruinas humeantes 250.000 niños, mujeres y
ancianos sobrevivientes”.
Para que el lector se dé una idea de la magnitud descomunal de la criminalidad
de la guerra solo basta con cotejar estos números con el primer Censo
Poblacional que se realizó en Argentina, contemporáneo a la guerra en 1869.
Nuestro país tenía por entonces 1.877.490 habitantes. En mi provincia, Entre
Ríos, vivían 134.271 habitantes. Si trazamos un paralelo con la actualidad,
encontraríamos que cerca del 60% de la población argentina sería asesinada por
la guerra. Estaríamos hablando de alrededor más de 25 millones de personas. La
magnitud y la proporcionalidad de las muertes asustan con solo repasarlas en el
papel.
Ni siquiera el gobierno provisional paraguayo títere, impuesto por
Brasil después de la guerra, pudo esconder lo sucedido. En un censo parcial que
se realizó en el Paraguay, después de la guerra, se concluyó que la población
del Paraguay “pasó de unos 500.000 habitantes a 116.351, de los cuales
solo el 10% eran hombres y el resto, viejos, mujeres y niños”. Aunque
pueden haber pretendido esconder la dimensión de la masacre no pudieron
esconder la proporción, ni las consecuencias. Aun así, los casi 400.000
paraguayos que los vencedores declaran muertos eran más de tres veces la
población entera de la provincia de Entre Ríos, que por aquellos días era la
tercera más poblada del país.
Un
genocidio
Tan cierta son las cifras indicadas que el Paraguay de la
posguerra se reconstruyó con el trabajo de las mujeres y los niños,
estableciendo un sistema social de matriarcado combinado con una funcional
aceptación de la poligamia debido al exterminio de la población masculina.
Fue muerta el 75% de la población. Ante tamaña cifra solo puedo
asociar este hecho a un concepto: genocidio. Son pocos los historiadores que
utilizan éste concepto para denominar lo ocurrido con el pueblo paraguayo. Se
prefiere hablar de exterminio, eliminación, aniquilamiento, pero poco se
menciona la noción de genocidio. Los autores que utilizan el concepto lo hacen
como un recurso del lenguaje, como adjetivo superlativo de la masacre ocurrida,
sin profundizar en el significado del término. Entiendo que éste no es un
olvido intencional, ocurre que genocidio es un concepto relativamente “moderno”
y con ciertos alcances polémicos.
El extermino del pueblo paraguayo ocurrido durante la guerra
de la Triple Alianza puede ser considerado técnicamente un genocidio
cometido por las fuerzas aliadas del Brasil, Argentina y Uruguay.
Esta es una hipótesis de trabajo que abordo a continuación: La
palabra genocidio fue creada por Raphael Lemkin en 1944.
Deviene del griego: genos-, genes, raíces, familia, tribu o
raza y –cidio-, del latín-cidere, forma combinatoria de caedere,
matar) Lemkin quería referirse con este término a las matanzas por motivos
raciales, nacionales o religiosos. Este pensador judío polaco luchó para que
las normas internacionales definiesen y prohibiesen el genocidio a partir de
las masacres en masa ejecutadas en la segunda guerra mundial.
Desde el punto de vista legislativo, dentro del marco del Derecho
Internacional Público, la Asamblea General de las Naciones Unidas
confirmó los principios de Derecho Internacional reconocidos por las distintas
instituciones que arbitran la justicia a nivel internacional y proclamó la
resolución 96 sobre el Crimen de Genocidio, que lo define como "una
negación del derecho de existencia a gruposhumanos enteros", entre
ellos los "raciales, religiosos o políticos", instando
también a tomar las medidas necesarias para la prevención y sanción de este
crimen.
Esta resolución se cristalizó en la
Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio,
adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su
resolución 260 A del año 1948 que entró en vigor en 1951.
Se lo define de la siguiente manera: El genocidio o asesinato de
masas es un delito internacional que consiste en la comisión, por funcionarios
del estado o particulares, de la eliminación sistemática de un grupo social por
motivos de nacionalidad, etnia, raza o religión. Estos actos comprenden la
muerte y lesión a la integridad física o moral de los miembros del grupo, el
exterminio y la adopción de medidas destinadas a impedir los nacimientos en el
grupo.
Una matanza por motivos ideológicos está en debate en los foros
internacionales, no está firmemente considerado como genocidio, aunque a veces
se aplica el concepto por analogía. Esto es lo que pasó en la dictadura
genocida de Videla, Massera y cía. que asaltó el poder en Argentina el 24 de
Marzo de 1976.
Ocultado
por la historia universal
La memoria colectiva de occidente, los manuales de historia
universal y las enciclopedias registran con claridad algunos asesinatos de
masas acaecidos a los cuales se los denomina genocidio. Entre los más conocidos
están el genocidio Armenio, el sufrido por el pueblo judío durante la
Alemania nazi, los progroms realizados en la Rusia zarista y
luego por Stalin contra diferentes minorías étnicas y entre lo últimos, el
cometido en Ruanda en la década del 90. Más acá en el tiempo, y con procesos
judiciales aun en desarrollo, también podemos agregar los casos de la Ex
Yugoslavia y Camboya.
Pero, en ésta trágica lista no se menciona al genocidio del pueblo
paraguayo, a pesar de que todos los citados, salvo el de Ruanda y los últimos,
son anteriores a la creación del concepto y a la regulación legislativa del
mismo.
Paralelo
con el genocidio armenio
Consideremos el genocidio armenio como ejemplo comparativo con el
caso paraguayo. Las atrocidades cometidas contra el pueblo Armenio por el Imperio
Otomano y el Estado de Turquía desde fines del Siglo XIX, durante el transcurso
de la Primera Guerra Mundial y hasta tiempo después de finalizada
ésta, son llamadas en su conjunto el “Genocidio Armenio”. La decisión de llevar
adelante el genocidio en contra de la población Armenia fue tomada por el
partido político que detentaba el poder en el Imperio Otomano, conocido
popularmente como los "Jóvenes Turcos”. Está estimado que un
millón y medio de armenios fueron exterminados entre 1915 y 1923. La población
armenia del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial era de
aproximadamente dos millones y medio.
A pesar de que la Convención de las Naciones Unidas fue
adoptada en 1948, 30 años después de perpetrarse el genocidio, los ciudadanos
de origen armenio procuran lograr el reconocimiento oficial por parte de los
gobiernos donde ellos se han afincado luego de esos atroces episodios. A pesar
de que varios países han reconocido oficialmente el Genocidio Armenio, la
República de Turquía como política de estado niega sistemáticamente el
mismo. La lucha por el derecho, la verdad y la justicia que llevan adelante los
descendientes armenios no ha terminado.
Ni los sobrevivientes del genocidio paraguayo ni sus descendientes
han optado por esta vía legal. Tal vez hoy ya sea tarde, pero si es preciso al
menos llamar a las cosas por su nombre, evitar los eufemismos confusos y,
buscando la verdad y la justicia histórica, designar sin ambigüedades a
las masacres de la guerra del Paraguay con su preciso nombre: Genocidio.
Contra
la nacionalidad paraguaya
Distinguimos que la ejecución de un genocidio puede ser por
motivos “de nacionalidad, etnia, raza o religión”. En
el caso puntual del genocidio paraguayo se consumó por motivos de nacionalidad.
El objetivo era eliminar la nacionalidad paraguaya, esa peculiar cultura
hispano guaranítica que impedía el libre comercio y era un mal ejemplo para los
otros países americanos.
Paraguay era la única ex colonia española que había podido
consolidar una verdadera nacionalidad, una identidad que ciertamente aparecía
como peligrosa para el imperialismo británico: “Insignificante en sí
mismo, el Paraguay podía impedir el desarrollo y progreso de todos sus vecinos.
Su existencia (la del gobierno de Solano López) era nociva y su
extinción como nacionalidad debía ser provechosa para el propio pueblo como
también para todo el mundo”. Este texto pertenece a Mr. Washburn,
ministro de los EE.UU en Asunción y no expresa su propia opinión sino que se
refiere a los conceptos vertidos por el cónsul inglés Edward Thornton en uno de
sus informes al Foering Office.
Testimonio
genocida de Sarmiento
El genocidio como delito internacional implica la existencia
previa de un dolo, de una intención de exterminar, además de una decisión
política acompañada de una planificación. En el caso del genocidio armenio la
documental existente permite apreciar que hubo decisión política tomada por un
Estado (Turquía) y una puntillosa planificación para realizar el exterminio.
Pero en el caso del genocidio paraguayo, tal vez hoy resulte imposible
demostrar una planificación por parte de los aliados. Pero, aun así, si se
pueden leer cartas como ésta, de Sarmiento, Presidente de la República
Argentina durante los últimos dos años de la guerra: “Estamos por dudar
que exista el Paraguay. Descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y
esclavos que obran por instinto o falta de razón. En ellos, se perpetúa la
barbarie primitiva y colonial... Son unos perros ignorantes... Al frenético,
idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo acompañan miles de animales que
obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya
hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era necesario purgar la
tierra de toda esa excresencia humana, raza perdida de cuyo contagio hay que
librarse”.
Esta carta la remite Sarmiento a la pedagoga yanqui Mrs. Mann que
desempeñaba un rol de “gurú” moral y educativo del Padre del Aula. Tiene fecha
en el año 1877, es decir la escribió siete años después de terminada la
guerra (2).
La primera afirmación del texto niega o pone en duda la existencia
de la nacionalidad paraguaya: “estamos por dudar que exista el
Paraguay”. En los dos párrafos subsiguientes, los vergonzosos
calificativos racistas que utiliza para referirse al pueblo paraguayo encuadran
perfectamente en la tipificación actual del delito de genocidio en cuanto
implica una "una negación del derecho de existencia a grupos
humanos enteros”. En este caso, el grupo humano paraguayo, al que
Sarmiento no considera humano. El final de la carta es un reconocimiento de los
ilícitos cometidos y una franca apología del delito.
La
ejecución material
En lo que se refiere a la comisión material del delito, opino que
éste se consuma en los tiempos finales de la conflagración. Concretamente el
exterminio se produce entre la caída de Humaitá, a principios de 1868, hasta el
último combate en Cerro Corá en 1870.
Son durante estos dos años en que las tropas aliadas combatiendo
ya casi sin riesgo realizan una acción de persecución y masacre contra el
pueblo famélico, apestado e indefenso. Es en éste periodo en que se vio a
las “mujeres pelear con los hijos en brazos armadas de lanza y
espada... Un suicidio como no se vio nunca”. (O’Leary).
No creo que se haya tratado de un caso de suicidio colectivo sino
de guerrear para sobrevivir, de pelear para no ser vejadas, se trataba de matar
para no morir, de defenderse, esa es la razón por la cual luchaban las mujeres
paraguayas.
La
masacre de Acosta Ñú
Hay una batalla de la guerra que grafica como ninguna otra la
crueldad genocida desatada. En ese curso de muerte, la última ofensiva de los
aliados, se produce la masacre de niños en “Acosta Ñú”, el 16
de agosto de 1869. En Acosta Ñu, en lo se pretendió mostrar como una
batalla, alrededor de 3000 niños paraguayos enfrentaron a 20.000 hombres del
ejército imperial.
El historiador y periodista Chiavenatto, relata pasajes de
la mascare: “Los niños de seis a ocho años, en el fragor de la batalla,
despavoridos, se agarraban a las piernas de los soldados brasileros, llorando
que no los matasen. Y eran degollados en el acto. Escondidas en la selva
próxima, las madres observaban el desarrollo de la lucha. No pocas agarraron
lanzas y llegaban a comandar un grupo de niños en la resistencia”……. “después
de la insólita batalla de Acosta Nú, cuando estaba terminada, al caer la tarde,
las madres de los niños paraguayos salían de la selva para rescatar los
cadáveres de sus hijos y socorrer los pocos sobrevivientes, el Conde D´Eu mandó
incendiar la maleza, matando quemados a los niños y sus madres”.
El Paraguay, en la actualidad, festeja oficialmente el “Día
del Niño” el 16 de agosto en memoria de la masacre de los niños
paraguayos.
Responsable
material
En cuanto a la responsabilidad material del genocidio juzgo que
debe de serle atribuida al ejército brasilero, ya que no hubo soldados
argentinos en el desenlace y aniquilamiento final.
La ausencia de soldados argentinos en el escenario de la matanza
no libra de la responsabilidad política a Sarmiento, Mitre y a la cúpula
dirigencial del liberalismo argentino. Para confirmar nuestra teoría, en mayo
1869 el maestro sanjuanino afirma, profundizando su vocación genocida: "La
guerra del Paraguay concluye por la simple razón de que matamos a todos los
paraguayos mayores de diez años”.
Pero es un brasilero, el jefe de las fuerzas armadas del Imperio,
el que escribe ya sin eufemismos ni rodeos, el que plantea el genocidio
como objetivo militar: “Cuanto tiempo, cuantos hombres, cuántas vidas y
cuantos elementos y recursos precisaremos para terminar la guerra. Para
convertir en humo y polvo toda la población paraguaya, para matar hasta el feto
en el vientre de la madre” (Caxias en informe a Pedro II).
Notas:
1. Pérfida Albión. Expresión anglofóbica que se utiliza para denominar de una manera hostil a Inglaterra. Creada por el poeta hispano –francés Agustín Marie de Ximenez. Albión deriva de “albus”, blanco. Color que tienen los acantilados de Dover cuando se los divisa desde el mar. La expresión “pérfida Albión” fue muy usada por Napoleón y sus oficiales para referirse a su enemigo imbatible: El Reino Unido de la Gran Bretaña.
2. Vocación genocida de Sarmiento. Esa carta puntual que cito es mencionada por algunos historiadores como una carta dirigida a Mitre. Creo, en función de la lectura de diversas fuentes, que eso no es correcto. Son varias las cartas a Mrs. Mann en las que el sanjuanino es explaya sobre el desprecio que siente por los habitantes de nuestros continente. Hay otra carta que Sarmiento sí dirige a Mitre, en ocasión de Pavón, en las que también pone de manifiesto su escaso o nulo respeto por los derechos humanos de nuestros compatriotas: “No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario