La lucha armada no es un componente extraño en la historia del radicalismo. Es más, la Unión Cívica, antecedente inmediato de la posterior Unión Cívica Radical (U.C.R), se origina como la expresión política de un movimiento armado: la Revolución del Parque de 1890. Luego le sucedieron las insurrecciones de 1893, 1895 y la de 1905, todas ellas en tiempos de abstención e intransigencia. Tiempos del Tribuno del Pueblo, Leandro Alem y su sobrino el entonces comisario de Balvanera, Don Hipólito Yrigoyen.
Más acá en
el tiempo, en la década del 30 del siglo XX, ya pasados 40 años de la
Revolución del Parque, el presidente depuesto Yrigoyen se encuentra prisionero;
la dictadura filofascista de Uriburu persigue a los dirigentes yrigoyenistas;
Alvear dialoga con los hombres del régimen
y, algunos radicales, comienzan con la “tradicional” actividad
conspiratoria. Hubo decenas
de estas “revoluciones radicales”. Desde pequeños conatos policiales en las
provincias hasta verdaderos alzamientos militares. Motines, sublevaciones
armadas, “chirinadas”, algunos fueron alzamientos exclusivamente militares y
otros de civiles que en “patriadas” se armaban precariamente en nombre de la causa radical. Ocurrieron en casi todas
las provincias pero, sin duda alguna, fue el Litoral la región donde más se
propagaron.
Aquí abordaremos a dos hechos en particular que están muy ligados a Entre Ríos. El primero de ellos es “La revolución de Corrientes” conducida por el teniente coronel Gregorio Pomar producida el 20 de julio de 1931, en la que falleciera quien fuera el padre del ex gobernador de Entre Ríos, Sergio Montiel. La otra es el alzamiento de los hermanos Kennedy en La Paz, Entre Ríos, ocurrido el 3 de enero de 1932.
Están son crónicas de cuando la UCR era la expresión nacional y popular más revolucionaria de la política argentina.
Escribe: Alejandro Gonzalo García Garro
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“Hasta que un día el paisano
acabe con este infierno
y haciendo suyo el gobierno
con sólo esta ley se rija:
es pa'todos la cobija
o es pa'todos el invierno.”
acabe con este infierno
y haciendo suyo el gobierno
con sólo esta ley se rija:
es pa'todos la cobija
o es pa'todos el invierno.”
Arturo Jauretche. “Paso de los Libres” ([1])
1. De conatos armados, asonadas militares y civiles
La lucha
armada no es un componente extraño en la historia del radicalismo. Es más, la
Unión Cívica, antecedente inmediato de la posterior U.C.R, se origina como la
expresión política de un movimiento armado: la Revolución del Parque de 1890.
Luego le sucedieron las insurrecciones de 1893, 1895 y la de 1905, todas ellas
en tiempos de abstención e intransigencia. Tiempos del Tribuno del Pueblo,
Leandro Alem y su sobrino el entonces comisario de Balvanera, Don Hipólito
Yrigoyen.
Estamos en
la década del 30 del siglo XX. Han pasado 40 años de la Revolución del Parque,
el radicalismo fue gobierno desde la sanción de la Ley Sáenz Peña. No ha perdido una elección
presidencial pero ahora, se encuentra nuevamente en el llano. El presidente
depuesto Yrigoyen se encuentra prisionero; la dictadura filofascista de Uriburu
persigue a los dirigentes yrigoyenistas; Alvear dialoga con los hombres del
régimen y, algunos radicales, comienzan
con la “tradicional” actividad conspiratoria.
Así, con el
radicalismo excluido se produjeron entre los años 1931 y 1933 una serie de sublevaciones
militares dirigidas contra el gobierno dictatorial de Uriburu algunas y otras
contra el fraudulento gobierno de Justo. Surgieron las denominadas
“Revoluciones Radicales”, todas contra un régimen ilegítimo en su concepción y
corrupto en su proceder. De ellas se ha dicho “que fueron todas derrotas
militares y triunfos morales”. Y es cierto, todas fueron militarmente vencidas;
pero revelaron, en la oscuridad de la noche de la década infame, una luz de
compromiso con la soberanía popular avasallada por el régimen. Forman parte de
la memoria histórica del pueblo que no las olvidará y las repetirá, en gestas
futuras, como una forma de resistencia a la opresión oligárquica.
Hubo decenas
de estas “revoluciones radicales”. Desde pequeños conatos policiales en las
provincias hasta verdaderos alzamientos militares. Motines, sublevaciones
armadas, “chirinadas”, algunos fueron alzamientos exclusivamente militares y
otros de civiles que en “patriadas” se armaban precariamente en nombre de la causa radical. Ocurrieron en casi todas
las provincias pero sin duda alguna, fue el Litoral la región donde más se
propagaron.
Por razones
obvias es imposible el tratamiento de todas las “revoluciones radicales”, no
obstante ahondaremos las que tuvieron por su magnitud más trascendencia
histórica: La revolución de Corrientes conducida por el teniente coronel
Gregorio Pomar producida el 20 de julio de 1931. El alzamiento de los hermanos
Kennedy en el norte de Entre Ríos, ocurrido en enero de 1932. Y la conocida
como la Revolución de Paso de los Libres, Corrientes, a fines de 1933, siendo
Justo el presidente. De estas tres, a las dos primeras las trataremos aquí.
El
“régimen”, ahora militarizado, respondió a estos alzamientos populares con
inusitada crueldad. Movilizaciones de tropas, persecuciones, fusilamientos
realizados en el lugar de detención previa pantomima de juicio sumario,
detenciones en masa, cárcel para la mayoría y tortura. Según Abelardo Ramos fue
el Ministro del Interior Sánchez Sorondo el instigador de las torturas a los
dirigentes radicales encarcelados. Los tormentos fueron ejecutados por el
Comisario de Investigaciones de la Sección “Orden Político y Social”, Leopoldo
“Polo” Lugones, hijo del ilustre poeta, ([2])
que en esos momentos, de alucinado militarismo, practicaba esgrima en el
Círculo Militar mientras aguardaba la
“hora de la espada”.
El fracaso
electoral del gobierno en la provincia de Buenos Aires había dado alas a la
oposición. La revolución septembrina ya estaba desgastada y para algunos militares
de raigambre radical estaban dadas las condiciones para organizar una rebelión
armada que depusiera el gobierno de facto y llamase a elecciones controladas
por la Corte Suprema que asumiría el gobierno en forma provisional.
2. Pomar y la revolución de Corrientes
Desde el mes
de mayo un grupo de oficiales conspiraban un levantamiento del ejército para
deponer al dictador Uriburu. Entre estos militares se encontraban los tenientes
coroneles Francisco Bosch, Atilio Cattáneo, Regino Lezcano y varios más. El
referente del alzamiento era el Teniente Coronel Gregorio Pomar, de
insobornable lealtad hacia la U.C.R y su líder. “Soy Edecán de Yrigoyen y leal
al gobierno depuesto”, le diría a Uriburu, cuando éste se hizo cargo.
Gregorio Pomar. |
Con la tropa
formada marchó a la ciudad y desalojó de la casa de gobierno al interventor.
Mandó a llamar a los dirigentes más relevantes del partido liberal y
autonomista correntinos para explicarles los fines revolucionarios y telegrafió
al presidente provisional Uriburu y su Ministro de Guerra para informarles del
pronunciamiento. Mientras tanto el mayor Álvarez Pereyra se apoderaba de la
capital del Chaco, Resistencia, a la espera de órdenes pertinentes.
Todo
marchaba relativamente bien hasta el momento, se había plegado la mayoría de
los oficiales de la unidad. Sólo el
comandante, teniente coronel Lino H. Montiel quiso resistir y fue muerto. No
quiso entregar el regimiento y sacó armas; el propio Pomar debió ultimarlo.
Sobre
el hecho, naturalmente no existe unanimidad historiográfica, pero la versión más
difundida relata que Pomar interceptó a Montiel en el "Cuarto de la
Bandera", acompañado de dos oficiales: el teniente primero Villafañe y el
teniente Hugo De Rosa. "Tengo que hablarle. Su regimiento está
sublevado", le dijo Pomar, de
acuerdo a lo publicado en el libro "El levantamiento del 20 de julio de
1931", de los autores Jorge Raúl y Jorge Oscar Ezcurra. Montiel lo invitó
a pasar al despacho, donde se produjo una fuerte discusión, presenciada por los
oficiales. Montiel le pegó un fuerte golpe de puño a Pomar en el hombro
izquierdo. El jefe de la revolución cayó contra la puerta de vidrio de una
vitrina y se lastimó la mano. Cuando Montiel intentaba sacar su pistola
reglamentaria, Pomar extrajo su revólver y le efectuó un disparo que dio en la
cabeza de Montiel quien murió a los pocos minutos. El muerto en el incidente,
Teniente Coronel Lino H. Montiel, que se negó a sublevar su regimiento en
contra del gobierno de facto de Uriburu que había derrocado a Yrigoyen, era el
padre del Sergio Alberto Montiel quien fuera dos veces gobernador de la
Provincia de Entre Ríos por la Unión Cívica Radical (1983 – 1987 y 1999 – 2003).
Pomar queda
a la expectativa en Corrientes, espera que se comiencen a sublevar las unidades
comprometidas en la revolución hasta que comprende que ha sido engañado,
solamente cuenta con Álvarez Pereyra en poder de la ciudad de Resistencia. Al
otro día, 21 de julio, el golpe ya había
fracasado y el gobierno enviaba tropas para reprimir la sublevación. Pomar
acompañado de un teniente, quince suboficiales y más de cien soldados se
embarcó en una balsa de servicio y se refugió en el Paraguay.
¿Qué había
ocurrido? La clave para comprender el frustrado alzamiento la encontramos en la
intervención de Justo. La revolución fue impulsada por éste y muchas de las
unidades comprometidas eran conducidas por hombres que respondían a él. Cuando
trascendió el rumor de la posibilidad de que se convocaran a elecciones
presidenciales Justo suspende su participación en el alzamiento y deja que los
conjurados sigan adelante con el intento. El único beneficiado de la maniobra
será Justo que utilizará el conato como argumento para obligar al gobierno a
llamar a elecciones y afianzar su imagen de “militar presidenciable”.
Las
consecuencias de la intentona revolucionaria fueron diversas pero todas
favorecían a Justo. Uriburu queda cautivo de una camarilla militar que responde
a Justo y le impone la candidatura de éste. Justo pasa a ser “el candidato
militar” de los uniformados y esto, es de suma importancia en este momento
histórico en que el ejército se había conformado en un factor de poder. Pero
Justo, si bien necesitaba el apoyo militar, requería ineludiblemente del apoyo
civil para darle a su candidatura un tinte democrático como lo exigían los
aliados locales de la oligarquía probritánica. Aparecen entonces sus contactos
largamente trabajados dentro del partido conservador que comienzan a
operar su candidatura.
Después de
la fallida asonada en Corrientes la dictadura inventa un “plan terrorista”.
Fabulan un acuerdo entre yrigoyenistas y “ácratas” (anarquistas) en que estos
últimos darían apoyo al alzamiento “levantando
masas de populacho cuyo objetivo primordial hubiera sido el saqueo y el pillaje”.
Algunos importantes dirigentes radicales, Alvear incluido, se exiliaron en Río
de Janeiro por exigencia del gobierno. Los comités radicales fueron allanados y
se calcula que se arrestaron a más de 2000 afiliados.
El plan de
Justo está en marcha. Su objetivo es acotar el radicalismo lo más que se pueda.
Con el radicalismo excluido de los futuros comicios, su llegada a la
presidencia sería un simple paseo.
3. Elecciones presidenciales e insurgencia popular en Entre Ríos
“Es la restauración. Todo régimen tiene su restauración”.
Hipólito Yrigoyen. Comentarios verbales sobre el gobierno de
Justo.
El General
Uriburu, jefe del malogrado ensayo fascista ha comprendido que está sólo y
rodeado de militares justistas que lo condicionan. Uriburu tenía profundas
diferencias con Justo y nunca lo hubiese avalado como candidato de su propio
gobierno, pero las circunstancias y una enfermedad que lo comienza a doblegar
lo obligan a llamar a elecciones presidenciales y limpiarle el camino a Justo a
pesar suyo. El “pobre General”, así lo llama curiosamente Ernesto Palacio que
se compadece de su suerte, se asemeja en su soledad al “coronel que no tiene
quién le escriba” del realismo mágico de
García Márquez. Un personaje estrafalario que deseaba que Lisandro de la Torre, su querido y admirado amigo,
fuese presidente de la República. Esta aspiración del dictador nos muestra
cabalmente su incomprensión del componente ideológico en la política. Lisandro
de la Torre, a pesar de sus propias contradicciones, por una cuestión
principista, no aceptó la propuesta de Uriburu de ser el candidato de una
dictadura decadente.
El Gobierno
Provisional, forzado por los militares y civiles llama a elecciones. Se
desvanecían así los sueños fascistas que
se concretarían luego de la reforma constitucional; volvían los políticos.
Pero…la chusma yrigoyenista no debía de ninguna manera retornar al poder…Esto
lo garantizaba toda la gama de la partidocracia pseudoliberal y reaccionaria.
Es decir la mayoría de la dirigencia política, salvo los yrigoyenistas
refugiados en la U.C.R bajo la conducción ambigua y vacilante de Alvear.
El
radicalismo antipersonalista es el primero que sale al ruedo levantando la
candidatura del General Justo. Lo acompañaría en la vicepresidencia José
Nicolás Matienzo.
Las fuerzas
conservadoras de todo el país, que tenían un poderoso caudal electoral, se
agruparon en un nuevo partido al que llamaron “Demócrata Nacional”. También
proclamaron la candidatura del general Justo pero, aspiraba acompañarlo en la
vicepresidencia un ex gobernador cordobés: Julio Argentino Roca, hijo del
general homónimo, dos veces presidente de los argentinos, conquistador del
desierto y socio fundador junto con Mitre de lo que Yrigoyen llama “el
régimen”.
El ala
izquierda del régimen, el Partido Socialista Independiente, se suma a la
candidatura del general Justo. No presentan candidato a vicepresidente
comprometiéndose a votar, en el Congreso, a quien tuviese más sufragios.
Los
demócratas nacionales (conservadores), conjuntamente con los radicales
antipersonalistas y los socialistas independientes integraron un frente
electoral que designaron con el nombre de “Concordancia”.
El partido
Demócrata Progresista y el Partido Socialista también conformaron una coalición
electoral bajo el nombre de “Alianza Civil”…que supongo con ese nombre querían
marcar la ausencia de uniformados ya que ambos partidos por razones de tipo
doctrinarias eran formalmente
antimilitaristas.
Falta que se
organice y se lance el partido “dueño de
los votos” es decir el radicalismo. El “viejo” desde su cautiverio insular a
media voz ordena: “concurran”, convencido de que su partido puede ganar las elecciones y así salvar la
causa y bloquearle el camino a los hombres del régimen que nuevamente quieren
adueñarse del poder. Se reúne la Convención Nacional del partido y después de
algunas especulaciones se decide por la fórmula Alvear–Güemes. Sin duda una
fórmula que le daría el triunfo nuevamente al partido.
Pero el
gobierno provisional por acuerdo de ministros vetó la fórmula declarando que
ambos ciudadanos estaban inhabilitados para figurar como candidatos en las
elecciones convocadas. El fundamento de la inhabilitación de Alvear se basaba
en que no había trascurrido el intervalo de un periodo intermedio que la
Constitución entonces vigente exigía para la reelección; y en cuanto al vice se
lo excluía por hallarse comprendido entre las sanciones que un decreto
presidencial establecía para quienes hubiesen participado en cualquier forma
con “el régimen depuesto” y Güemes era, un notable yrigoyenista. Si no hubiese
sido de ésta forma hubieran impedido de cualquier manera que el radicalismo
participara de la elección. La intención no era otra que excluir al radicalismo
del comicio. Así lo entendió la Convención Radical nuevamente reunida y decretó
la vuelta a la abstención electoral en toda la República.
El 8 de
noviembre de 1931 se consumó el sainete electoral. El escenario montado era
similar al anterior de la Ley Sáenz Peña. La calidad institucional de la
Argentina retrocedía 20 años. El fraude esta vez alcanzó alturas del grotesco.
No solo estaba excluido del comicio el partido mayoritario sino que toda la
batería de trampas y fullerías se puso en práctica: secuestro de individuos y
de documentos electorales, presión directa de las policías bravas sobre los
votantes, expulsión de fiscales, supresión del cuarto oscuro, bandas armadas
supervisando el acto electoral y el típico vuelco de padrones constituyeron la
norma en toda la República.
Bajo
circunstancias tan “beneficiosas” el binomio Justo –Roca (“La concordancia”)
logró 606.526 votos y 487.955 para De la Torre-Repetto. Se renovaron las dos
ramas del Órgano Legislativo y todos los gobiernos de provincia, que se
repartieron entre demócratas nacionales (conservadores) y antipersonalistas. La
excepción fue Santa Fe, donde en el sur era muy fuerte el partido Demócrata
Progresista, agrupación mayoritaria de la Alianza Civil que pudo imponer su
candidato a gobernador.
4. El alzamiento de los hermanos Kennedy
Las
autoridades electas asumirían el 20 de febrero según lo dispuso el gobierno
provisional, aniversario de la batalla de Salta. Faltaban casi cuatro meses
para que se consagrara el fraude y la reacción del radicalismo no se hizo
esperar. Por un lado objetó de todas las maneras posibles la legitimidad de los
comicios y en otro frente, a principios de enero de 1932 se produjo un nuevo
estallido revolucionario.
Los hermanos Kennedy, Roberto, Mario y Eduardo. |
El
alzamiento en la ciudad de La Paz, que entonces era un importante puerto, tuvo
los ribetes de una empresa quijotesca. En la madrugada del 3 de enero, los
hermanos Kennedy, Roberto, Mario y Eduardo, los tres de comprometida filiación
yrigoyenista, se habían apoderado de la jefatura policial, ocupando la oficina
del telégrafo nacional cuyas líneas cortaron de inmediato. El entonces gobernador de nuestra provincia, Luis Etchevehere, que envió tropas policiales a reprimir el
intento desde Paraná, mantuvo un diálogo telegráfico con Mario Kennedy, al que
intimó a la rendición, asegurándole que el resto del país estaba tranquilo y
que la revolución había fracasado en todos los puntos excepto en La Paz.
No obstante
a las declaraciones del dictador, en pocas horas, la ciudad había sido tomada
por sólo 16 revolucionarios, aunque luego, ante el éxito inicial del
movimiento, hasta 5000 hombres a caballo de los alrededores se ofrecieron a
participar en la intentona. El número de posibles combatientes nos muestra la
base popular que tenía la revuelta. Pero era inútil la cantidad de hombres
dispuestos ya que no había armas suficientes para todos. Se contaba solamente
con cien armas largas.
El éxito inicial de la rebelión se disipó pronto cuando se comprobó que el intento de Concordia, dirigido el teniente coronel Gregorio Pomar, eterno gestor de todas las frustradas revoluciones radicales de aquella época, había fracasado sin empezar…
El gobierno
nacional no se hace esperar para iniciar la represión y envía a la provincia
además de varias unidades del ejército, siete aviones para perseguir y ultimar
a los revolucionarios. Los hermanos Kennedy emprendieron una novelesca fuga por
quebrachales y pantanos, esquivando a las numerosas partidas enviadas en su
búsqueda y evitando ser vistos por los aviones que los buscaban para
ametrallarlos. Fueron al Sur, luego al Norte, marchando con Eduardo Kennedy con
su pie dislocado, pasando a Corrientes y cruzando a nado el Guayquiraró con una
sola mano (con la otra sostenían armas y municiones) y con fingida calma, para
evitar el ataque de los yacarés que abundaban en el lugar. Luego vendría el
cruce del Uruguay y el obligado exilio que duraría hasta fines de la década del
treinta. Se dice que anduvo Héctor Roberto Chavero más conocido como Atahualpa Yupanqui por la
zona, con guitarra y fusil, alentando esta acción revolucionaria y popular que hace recordar
aquellos alzamientos de Artigas a principios del Siglo XIX contra el poder
central.
Pero la
patriada de los hermanos Kennedy no alcanzó, como tampoco sirvieron las quejas
de los radicales y el malestar general de la población que repudiaba la
estafa electoral. El día 20 de febrero
del año 1932 llegó y el fraude quedó consolidado cuando el general Uriburu le
entregó en un acto solemne la banda presidencial a otro general: Justo. Para
completar la mascarada el primero vestía uniforme militar de gala, el otro
lucía de civil. El General Agustín P. Justo, para afirmar la “civilidad” de su
gobierno, pidió que se suspendiera el desfile militar que se había dispuesto en
su honor… La Nación Argentina estaba entrando aceleradamente a la década
infame, drama argentino en el cuál, el
General Agustín P. Justo, tendría un rol sobresaliente.
Los hermanos
Kennedy sufrieron el peso de la cultura dominante y fueron ignorados por la
historia oficial provincial y de su propio pueblo. Marcelo Faure, historiador
entrerriano y autor de la obra ““Los Kennedy de La Paz” resaltó en ocasión de
la presentación de su libro reivindicatorio de la gesta que: “es un homenaje
que ellos se merecían, porque en el discurso oficial de La Paz los habían
negado... Con la edición de este libro recuperamos parte de la historia negada…
es un aporte para la ciudad de La Paz y un aporte para la Identidad
Entrerriana”, ya que “la historia de esta gente tiene que ver con la historia
de Entre Ríos”. “Los hermanos Kennedy pudieron fusionar lo que fue la cultura
popular con al cultura letrada o culta, ser un nexo entre los dos estratos
sociales” analizó Faure.
[1] Arturo Jauretche (1901-1974), a mi entender, el más importante
pensador del campo nacional, participó en 1933 en el alzamiento denominado
“Paso de los Libres”, otro de los hitos de las revoluciones radicales. Tras la
derrota de la rebelión fue encarcelado. En prisión escribió su versión de los
hechos en forma de poema gauchesco en la mejor tradición martinfierrista. Al
poema lo tituló “Paso de los Libres” y se publicó por primera vez en el año
1934 con prólogo de Jorge Luis Borges de quién lo separarían luego profundas
disidencias en cuestiones políticas y fundamentalmente, por la pertinaz
militancia de Borges en contra de las grandes mayorías argentinas.
[2] La vida de Leopoldo Lugones (1876-1938) es conocida. Anarquista y
luego socialista de joven, férreo nacionalista después y protofascista
antidemocrático al final de sus días, fue reconocido desde principios del siglo
XX en Buenos Aires como poeta, orador y polemista. El poeta tuvo un hijo,
“Polo” o “Polito” Lugones (1897-1971), cuya vida es menos conocida y más oscura
que la de su padre. Se sabe, en concreto, que durante la presidencia de Alvear
fue director del Reformatorio de Menores de Olivera. Que entonces fue procesado
por el delito de corrupción y violación de menores y que cuando iba a ser
condenado a diez años de reclusión, el presidente Yrigoyen lo salvó cediendo
ante un pedido de Lugones padre. De rodillas, éste le habría implorado que
consiguiera su absolución por "el honor de la familia". Su suerte
mejoraría tras el golpe de Uriburu, que a modo de reparación le hizo pagar los sueldos que dejó de
percibir cuando, antes de comenzar el proceso, se lo exoneró del cargo público
que detentaba.
Uriburu lo nombra además comisario
inspector de la Policía, en la misma repartición en la que figuraba su
prontuario, que lo calificaba de "pederasta" y "sádico
conocido". Ya instalado en su nuevo cargo, Polo Lugones implementó, en el
sótano de la vieja penitenciaría de la calle Las Heras una sala de
interrogatorios y torturas. Hecho que ha sido documentado en distintas
investigaciones sobre el tema, entre ellas, en “Breve Historia de la tortura en
la Argentina”, de Marcelo M. Benítez. Y profundizando este sórdido asunto
Carlos Giménez en su libro “El martirologio argentino”, denuncia que Lugones utilizó elementos de tormento
"con el refinamiento que le dan la aplicación de la electricidad, la
mecánica y los modernos inventos”. (El autor, que fue una de las víctimas de
“Polo”, se refiere a la picana eléctrica
que habría inventado el propio Lugones).
“Polo” Lugones, como su padre,
también se suicidó. Tuvo dos hijas, “Pirí” y “Babú”. La menor de ellas, Pirí,
se incorpora a las luchas populares de los setenta a través de “Montoneros”. El
24 de diciembre de 1978 fue detenida en un departamento de Barrio Norte. Se
supo que la torturaron y que estuvo al menos en tres centros de detención
clandestinos. Continúa desaparecida y con su martirio se cerró el ciclo trágico
de tres generaciones de una familia argentina signada por la tragedia. En el
2004 se publica el libro "Los Lugones, una tragedia argentina" que
evoca, con testimonios y ficciones, la desgraciada saga familiar de Leopoldo,
poeta genial y controvertido ensayista, su hijo Polo, comisario y torturador, y
Pirí, la hija de éste, militante montonera desaparecida en 1978. La historia
contiene textos de David Viñas, Daniel Divinsky y Carlos Giménez.
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