"Los sublevados serán todos ahorcados, oficiales y soldados, en cualquier número que sean". "Es preciso emplear el terror para triunfar. Debe darse muerte a todos los prisioneros y a todos los enemigos. Todos los medios de obrar son buenos y deben emplearse sin vacilación alguna, imitando a los jacobinos de la época de Robespierre"… "A los que no reconozcan a Paz debiera mandarlos ahorcar y no fusilar o degollar. Este es el medio de imponer en los ánimos mayor idea de la autoridad". "Hemos jurado que ni uno solo ha de quedar vivo".
Pensamiento de Domingo F. Sarmiento, extraído de diferentes cartas escritas por él, transcriptas por autores varios.
Ricardo López Jordán fue el último caudillo que se alzó contra la política del porteña. Expresó la última resistencia del interior federal al proyecto de sumisión y entrega que implantó Buenos Aires luego de Caseros y Pavón en el marco de una geopolítica del imperialismo británico. Su resistencia se expresó en tres revoluciones o rebeliones jordanistas, que durante la primera parte de la década de 1870 fueron en centro de la política nacional.
Escribe: Dr. A. Gonzalo García Garro
¿Qué fue el jordanismo?: orígenes y causas
El jordanismo fue un movimiento político
de raíz federal que tuvo rasgos distintivos que lo diferencian de otras
corrientes de igual cuño que existieron y se organizaron en el país. Su
singularidad tiene que ver con la realidad política de nuestra Entre Ríos.
La reputación nacional de Urquiza como
jefe del Partido Federal comienza a deteriorarse después de la “retirada” injustificable
de Pavón. Urquiza se desentiende de los levantamientos de las montoneras del
Chacho Peñaloza y de Felipe Varela, librando a su suerte los movimientos
federales en el interior del país. El prestigio del ex presidente de la Confederación
decae aceleradamente en el interior del país.
Cuando el mitrismo le exige que envíe la
caballería entrerriana a la Guerra del Paraguay, ésta se le desbanda en
Basualdo, se niegan rotundamente a pelear contra los hermanos paraguayos; los
entrerrianos cuestionan de hecho su autoridad. En 1870, año de la muerte de
Urquiza, en Entre Ríos, el urquicismo se mantiene como un aparato político arcaico,
que hoy se podría definir como burocrático e impopular, manejado por los
últimos fieles que le quedaban al caudillo.
En este contexto, Ricardo López Jordán, sobrino de nuestro legendario “Supremo Entrerriano”, Francisco Ramírez, criollo de ilustre familia, de memorable comportamiento en Pavón y firme conducta federal aparece como la alternativa de Urquiza para los entrerrianos. López Jordán se transforma con el paso del tiempo en el referente ineludible del federalismo provincial, fundamentalmente de un grupo de estudiantes e intelectuales egresados del Colegio Nacional de Concepción del Uruguay que en 1868 lo postula para gobernador en reemplazo de José Domínguez que termina su mandato. Domínguez había realizado una intrascendente gobernación y era un títere manejado por su pariente: el “Señor de San José”, cuyo programa de gobierno “consistía en estas palabras que repetía siempre: “Mi gobierno no hará sino lo que el General Urquiza ordene” ([i]).
Sin duda, López Jordán será electo
gobernador piensan los entrerrianos, su popularidad se acrecienta mientras
Urquiza está atareado en su candidatura presidencial. Es más, la candidatura de
López Jordán se afianza en la medida que se afirma la candidatura de Urquiza a
la presidencia. Pero las cosas no ocurren así; imprevistamente Urquiza ordena
votar su propio nombre para gobernador y López Jordán renuncia a su
candidatura. Urquiza asegura así su poder provincial garantizándose la
gobernación por si no logra la presidencia. No llegará a ser presidente y no
terminará su gestión de gobernador prevista para el periodo 1868-1872,
fallecerá en una muerte que quedará impune en 1870.
El programa político de jordanismo
Entre Ríos es y fue una provincia con
una geopolítica especial. En un principio, en términos políticos, la provincia
fue una liga de cinco villas que tenían en los Cabildos locales su
representación institucional. La Legislatura representaba a las villas en un
principio con un diputado por cada una.
Pero en el transcurso de las guerras
civiles el poder de la legislatura aumentó, lo mismo que el del gobernador, que
nombraba, a sus fieles, como miembros de la legislatura. Los cabildos
desaparecieron ante los comandantes departamentales que eran instrumentos del
gobernador y la legislatura ya no representó a las villas sino a los
partidarios del gobernador, es decir a Urquiza, que había gobernado por más de
treinta años la provincia.
No obstante, el espíritu comunal y
localista quedó latente porque las villas se convirtieron en ciudades y no
existía una gran capital como en otras provincias que absorbiera la mayoría de
la vida urbana. Concordia, Gualeguychú, Victoria, Nogoyá o Diamante eran
pequeños conglomerados urbanos, centros económicos y sociales independientes,
sin influencias de Concepción del Uruguay o de Paraná. Ese fuerte localismo e
independencia municipal que las ciudades entrerrianas todavía hoy conservan
encuentre sus antecedentes en este período histórico.
La “autonomía municipal” fue entonces
una de las banderas levantadas por los jordanistas en contra de la
centralización del poder establecido por Urquiza y sus comandantes locales.
El programa de los revolucionarios jordanistas se inspiraba en los principios del “Club de los Libres”: libertad electoral, restauración de las comunas y régimen justo de la tierra. Esta asociación, que funcionaba en Buenos Aires y en algunas provincias, era una fuerza política nueva que proponía “combatir la oligarquía para asegurar al pueblo el uso desembarazado, libre y pacífico de todos sus derechos.” Entre los miembros fundadores del “club” se encontraba José Hernández, por entonces redactor del diario “El Río de la Plata” que luego se alistará en las tropas revolucionarias jordanistas.
López Jordán sostenía un programa político
con profundos argumentos, nutridos de la tradición del federalismo del litoral.
Sus ideas, poco estudiadas y abordadas por los textos de historia, son claras y
coherentes, las exteriorizó y sistematizó en documentos. Fermín Chávez, en
su fundamental obra de “Vida y Muerte de López Jordán”, sostiene que el
caudillo expresaba “…sin duda un proyecto
de revolución federal para toda la República Argentina… Los testimonios
documentales originales son tres proclamas revolucionarias escritas entre
diciembre de 1867 y 1868. La primera pieza lleva por título “Proclama a
Entrerrianos” y está escrita por “Vuestro General y compañero”. La segunda es
otro documento manuscrito, extenso y bien redactado, que se denomina “Manifiesto
de la Revolución a los pueblos que componen la República Argentina, por la
Junta Revolucionaria de la provincia de Entre Ríos. Y la tercera proclama está
constituida por el “Manifiesto a los Pueblos Argentinos y Repúblicas Americanas”,
extenso manuscrito donde analiza el proceso de la historia argentina a partir
de la colonia y se estudia el significado del federalismo y del unitarismo en
el Río de la Plata”([ii]). Los historiadores
concuerdan que en estos textos se encuentra el claro aporte de Francisco F. Fernández,
ex secretario de Urquiza y una de las mentes jóvenes más brillantes del
pensamiento federal.
También López Jordán encarnaba, en su
historia y persona, este proyecto mejor que nadie en esta tierra. Era su
momento en la historia, como si toda su vida fuese un prólogo a esa instancia. Narra
Jorge Abelardo Ramos: “…Era un hombre 46
años, de gran veteranía militar: Arroyo Grande, Caseros, Cepeda, Pavón. En su
provincia ha sido diputado, Presidente de la Legislatura, todo menos
gobernador, porque Urquiza se había sentado en la silla regia hacía tres
décadas y no se había levantado. Manuel Gálvez lo describe: ´Tiene el poder de
arrastre de los grandes caudillos. Fascina a los gauchos con su tipo físico –la
espléndida estampa, la negra y larga barba, los bellos ojos- y por el don de
simpatía y coraje”([iii]).
La revolución se pone en marcha
A principio de 1869, la revolución está
en marcha. El descrédito de Urquiza se acrecienta y lo hace insostenible. Gran
parte de los actores políticos de la provincia de Entre Ríos está en contra del
“Señor de San José” a quién llaman “el tirano”. Los revolucionarios van
estrechando filas, el cura Ereño, los periodistas Juan F. Mur y Francisco
Fernández que editan en Paraná el periódico “El obrero Nacional”, los
egresados y estudiantes del Colegio Nacional de Concepción, los exiliados
blancos orientales, los federales correntinos también exiliados, antiguas
familias patricias, la mayoría de los comandantes departamentales y casi todos
los jefes y oficiales de milicias provinciales. Solo falta el jefe, pero López
Jordán se niega, quizás por una criolla lealtad, a ponerse al frente de la
sublevación.
La visita de Sarmiento actúa como
detonante. La genuflexa actitud de Urquiza ante la nueva política de los
porteños aglutina definitivamente a los conjurados que logran convencer a López
Jordán que accede ponerse al mando de la revolución. Su arraigo popular y su
ascendiente en las milicias daban la seguridad de conseguir un triunfo sin
recurrir a la lucha armada.
Producido el “accidente” (así lo califica Fermín Chávez) que ocasiona la muerte de Urquiza se reúne la legislatura entrerriana inmediatamente. Como lo dispone la Constitución Provincial debe ser elegido un nuevo gobernador en reemplazo del muerto y es elegido López Jordán, naturalmente, ya que era el jefe de la revolución.
En el discurso pronunciado en el acto de
juramento se refiere a la muerte de Urquiza lamentándola. Deplora “que los
patriotas que se decidieron a salvar las instituciones, no hubieran hallado
otro camino que la víctima ilustre que se inmoló”. Como se advierte, no se
hace, ni se hará cargo jamás, del asesinato de la “victima ilustre”. Vásquez
sostiene: “La insurgencia triunfa. A
pesar de las ilustres víctimas, Entre Ríos no da ninguna muestra de reacción.
La mayoría de las situaciones departamentales con sus respectivos jefes de la
policía y demás autoridades, se adhieren al movimiento…Hay un silencio que no
es de conformidad con el crimen, pero sin con la revolución que más tarde se
rubrica con sangre sobre las cuchillas entrerrianas” ([iv]).
Todo lo que sobreviene después de la
muerte de Urquiza en la provincia se da en un marco de total normalidad
constitucional. Se respeta la ley, la vida de los ciudadanos está garantizada y
reina la paz social. Un gobernador ha sido muerto y lo sustituye otro según lo
establece la ley.
Sarmiento, la invasión a Entre Ríos y el ataque al federalismo
El gobierno nacional no tiene argumentos
para intervenir la provincia. Pero Sarmiento entiende que el muerto (con quien
se había reconciliado) debe ser vengado y la provincia intervenida. Consulta
con su ministro del Interior, Vélez Sardfield, el caso no es fácil opina el
jurista ya que no hay “requerimiento”, ni autoridades depuestas y la división
de poderes funciona normalmente. Un gobernador ha muerto, y es remplazado por
otro en forma constitucional. Si la muerte ha sido un asesinato deliberado no
es asunto del ejecutivo nacional. Pero a Sarmiento no le interesa los argumentos
legales, ni el respeto a las autonomías provinciales, él es un autócrata que
demanda por razones políticas intervenir Entre Ríos con la excusa del asesinato
de Urquiza.
Por su parte, “Sarmiento acusa a López Jordán con el mismo énfasis con el que pedía
Southampton o la horca para Urquiza y la voracidad de las llamas de un pavoroso
incendio para Paraná. Sabiéndose familiarizado con la predica del asesinato
quiere descargar su conciencia de toda responsabilidad”([v]).
Después de destruir el Paraguay la oligarquía portuaria, de la cual Sarmiento es su fiel instrumento, necesita arrasar Entre Ríos, última rama del viejo árbol federal donde sobreviven todavía proyectos nacionales que pueden propagarse a otras provincias. Es preciso terminar con éste bastión montonero que obstaculiza el ingreso de la civilización dicen los iluminados porteños. Para esto hace uso de todos los medios, honorables o no, lícitos o ilícitos, lo importante es el fin: “Regar con sal el suelo entrerriano”. Y lo hará... A lo que llaman “barbarie” le responde con más barbarie, verdadera barbarie.
El Senado de la Nación se niega a
autorizar la intervención federal, pero a Sarmiento no le importa el mandato
constitucional... El General Emilio Mitre (hermano de Bartolomé) desembarca las
primeras tropas en Gualeguaychú. Otro general, Conesa, al mando de las tropas fogueadas
en Paraguay desciende en Paraná. Y, por el norte ingresa a la provincia Gelly y
Obes con un tercer poderoso ejército a su mando. En total 16.000 hombres, todo
el ejército veterano del Paraguay rodea a Entre Ríos. Al mismo tiempo
operadores de Sarmiento incursionan en la provincia sobornado a jefes
departamentales al mando de tropas para neutralizarlos.
A la invasión, que es un atropello
innecesario de la autonomía provincial, López Jordán responde con una
declaración de guerra: “Aquí me tenés con la lanza en la mano, dice en
su proclama del 23 de abril, Si queréis ser libres venid a acompañarme. ¡La
guerra pués! ¡Eso manda el honor y la libertad!”. Y, la expresión “con
la lanza en la mano”, no será una metáfora, sino una realidad: los casi
10.000 jinetes que consigue reunir el caudillo estaban armados con tacuaras y
algunas pocas armas de fuego.
La resistencia jordanista
Ante la disparidad de fuerzas y
armamento, López Jordán decide una guerra de resistencia o también puede ser
llamada de “guerrillas”, en la que partidas de jinetes caen sorpresivamente
sobre las tropas nacionales para arrebatarles el parque o espantarle los
caballos, esfumándose luego en un terreno que conocen sobradamente.
El pueblo entrerriano todo, es
importante señalarlo, se unió a su cadillo en esta gesta despareja. Hubo
numerosos combates, entreveros con resultados diversos hasta que en “Ñambé”,
Corrientes, las fuerzas jordanistas son derrotadas inevitablemente por la
superioridad del armamento del Ejercito Nacional en funciones de ejército
pretoriano. Uno de los comandantes de las fuerzas nacionales es Julio Argentino
Roca, un militar tucumano, ex estudiante del Colegio Nacional de Concepción del
Uruguay fundado por Urquiza. Paradojas o mensajes de la historia...
Refugiado en el Brasil, López Jordán, el
último montonero, realizará más tarde dos nuevas tentativas infructuosas. Son
las conocidas por el nombre de “guerras jordanistas”.
Después de vencida en “Ñambé” la primera revolución del 70, los revolucionarios e incluso los vecinos indefensos, quedaron privados de todo derecho y obligados a vivir como fieras en los montes de Entre Ríos. El Ejercito que había enviado Sarmiento se comportaba con un verdadero ejército de ocupación, persiguiendo y fusilando a cualquier sospechoso de “jordanismo”.
Para ese entonces, después de la primera y frustrada
revolución, un gaucho jordanista, en 1872 y mientras se alojaba
clandestinamente en el “Hotel Argentino” de Buenos Aires, daba término a
nuestro máximo poema nacional que había iniciado años antes. En el canto del “Martín
Fierro”, de José Hernández, para algunos autores un verdadero
“anti-Facundo”, queda inmortalizada la tragedia del gaucho y el desamparo del
pueblo ante la avasalladora acometida de la oligarquía portuaria.
La
segunda rebelión y el terrorismo de Estado
Hasta que estalla la segunda rebelión en
1873. La respuesta, será la política de Estado represiva, que Sarmiento
consumará masacrando al pueblo entrerriano. Una matanza sin cuartel a civiles
inocentes, vecinos comunes y gente desarmada. Lo que hoy jurídicamente podría
denominarse Terrorismo de Estado.
El 1 de mayo de 1873 ingresa López
Jordán al territorio entrerriano, su prestigio no había disminuido a pesar de
la derrota anterior. En poco tiempo reúne 12.000 gauchos de toda la provincia,
incluidos correntinos y orientales que lo apoyan en la patriada, y comienza así
un enfrentamiento sanguinario y atroz.
El Estado Nacional toma medidas, declara
el Estado de Sitio, prepara tropas y nuevos armamentos para regar el suelo
entrerriano con sangre de gauchos. Sarmiento, presidente de
Si los jordanistas disponían nuevamente
de armas obsoletas, el Presidente Sarmiento había conseguido las de último
modelo. Había adquirido a la fábrica Rémington los famosos rifles a repetición
y una nueva arma de guerra definitiva: la ametralladora. Más que la guerra de la
civilización contra la barbarie esta vez se trataba de la guerra de la riqueza
del imperialismo contra la pobreza de los pueblos dominados. Resalta Abelardo
Ramos que “Sarmiento obtiene en Londres un préstamo de 30 millones de pesos
fuertes: 10 millones estaban destinados a terminar la guerra del Paraguay. Los
otros 20 eran para financiar el aplastamiento de las revoluciones interiores” ([vi]).
Sarmiento arma otra de sus
teatralizaciones... Llega hasta la ciudad de Paraná imprevistamente a reunirse
con los comandantes para entregarles un presunto plan secreto y de paso probar
la efectividad de las armas compradas. El escenario elegido es la Escuela
Normal, sus paredones serán ametrallados por él mismo ante la mirada atónica de
los paranaenses que lo toman por alguien fuera de sus cabales.
Pero Sarmiento no está demente, es un
acto de histrionismo. Más allá de la bufonada, el mensaje y su contenido genocida
es claro. Anuncia que la guerra durará poco y vuelve a Buenos Aires. Y tuvo
razón en el anuncio, la guerra poco duró, dos semanas después los jordanistas
serían sorprendidos por los nacionales y exterminados literalmente con los
cañones Kurpps y las nuevas ametralladoras. Después de dos derrotas totales y
consecutivas en “El Talita” y en “Don Gonzalo”, López Jordán da
por perdida la guerra, los sobrevivientes se desbandan buscando refugio
escapando a la represión y López Jordán se asila en el Brasil.
Las tropas nacionales no quedan conforme
con la victoria militar y se dedican a la masacre. Cuenta Fermín Chávez que “el
teniente Saturnino García que peleó en Don Gonzalo, afirma que el Coronel Juan
Ayala ordenó después de la batalla “fusilamientos sobre el tambor” y ordenó
numerosas muertes a lanzazos, de tal modo que las bajas jordanistas aumentaron
considerablemente después de la batalla”([vii]).
Sarmiento logra su objetivo propuesto de
devastar a Entre Ríos. Campos arrasados, mano de obra arrancada del trabajo
cotidiano para portar armas; era suficiente ser varón para ser sumado
voluntaria o compulsivamente a la guerra. Patética es la situación vivida en el
interior entrerriano. La civilización de la levita que había eliminado a los
llaneros del Chacho, a los montoneros de Felipe Varela, la misma que había
cometido el genocidio del pueblo paraguayo es la que ahora se aboca a reprimir
a sangre y fuego el pueblo entrerriano. El número de muertes es imposible de
precisar, el libro de defunciones de Nogoyá expresa en una nota a pie de página
que: “En estos meses no puede garantizarse la integridad del número
de defunciones habidas a causa de los avances cometidos por los Jefes
pertenecientes al Ejercito de la Nación”... firma un tal Santilli.
La brillante pluma del historiador José
Luis Busaniche logra, en el siguiente párrafo, describir la trascendencia y el
significado de tanta muerte y calamidad: “De más decir que la revolución de
López Jordán fue vencida y con alardes revolucionarios, porque Sarmiento hacía
también su revolución, la revolución del frac y del patacón, que consistía
simplemente en destruir por sistema todo lo castizo, todo lo genuino y
auténtico, todo lo representativo de su país para sustituirlo por una sociedad
de advenedizos cursis, espíritus mostrencos y rastacueros en potencia, roídos
por la codicia del dinero y el apetito de los honores baratos, atontados por
una falsa cultura y con todas las supersticiones burguesas, entre las que
contaba, y no poco, una recóndita admiración por esa misma clase superior de
raíces históricas que se jactaban de combatir”.
La última montonera
Tres años después, durante la
presidencia de Avellaneda, sucesor de Sarmiento, López Jordán intenta en 1876
una tercera invasión a la provincia. ¿Que llevó a López Jordán a lanzarse por
tercera vez sobre Entre Ríos, ésta vez prácticamente solo? Hay conductas
extrañas, todavía no desentrañadas en ésta tercera rebelión. ¿Fue una
quijoteada del caudillo? ¿Un acto de desesperación casi suicida? ¿Estuvo
relacionada la invasión con alguna conspiración mitristas? No hay explicaciones
satisfactorias que expliquen los motivos que tuvo López Jordán para iniciar
esta tercera intervención que ineludiblemente terminaría en un fracaso ya que
no estaban dadas las condiciones políticas para tamaña aventura.
El caudillo vivía exiliado en Montevideo vigilado por la policía. Burlando la vigilancia y sin despertar sospechas, él solo atraviesa el río Uruguay. Del lado entrerriano lo esperaban algunos fieles, aunque no tantos como suponía. Honestamente, su nombre ya no despertaba el antiguo eco y solo alcanza a movilizar 500 gauchos prácticamente desarmados. La pequeña montonera se interna en la provincia hacia el noroeste. La reducida fuerza revolucionaria fue sorprendida por tropas nacionales del Ejército del Paraná al mando del Coronel Juan Ayala que la derrotan completamente en menos de una hora en un único y último combate librado en “Alcaracito” al sur de La Paz.
El coronel Juan Ayala es el mismo experimentado
fusilador de “Don Gonzalo” y en ésta oportunidad también será implacable
persiguiendo a los últimos jordanistas en el desbande. Nadie se deja apresar,
porque saben que le va la vida. No todos los derrotados logran huir, algunos
son capturados y les espera la misma suerte inclemente: “El coronel Berón fue capturado después de Alcaracito. No
era un prisionero ni se encontraba con las armas en la mano. Estaba enfermo y
fue delatado. Conducido a presencia del coronel Ayala con una barra de grillos
a los pies y los brazos atados por la espalda, fue mandado fusilar
inmediatamente. No hubo defensa ni proceso. El coronel Berón pidió algunos
momentos para despedirse de su esposa, y no le fue permitido este último
consuelo. La esposa concurrió con sus pequeños hijos al lugar de la catástrofe
y reclamó el cadáver. El verdugo disputó aquellos tristes restos. “Mejor es que
se lo coman los perros y los caranchos”, fue su respuesta.” (“
López Jordán logra escapar de la
matanza, conseguirá huir de las manos del inclemente Ayala y llega a Corrientes
entregándose al coronel Cáceres, que, bajo su responsabilidad, lo pasa al juez
de Paraná donde por encontrarse bajo jurisdicción judicial logra el caudillo
salvar su vida al menos por el momento. ([ix]) Y así, con más pena que
gloria finaliza la última y tercera guerra jordanista ocurrida durante la presidencia
de Avellaneda.
Desaparece así, del escenario político, “uno de los hombres más representativos,
caracterizados y discutidos. Con él se va la tradición, un resabio del pasado heroico
y turbulento. Mañana será una leyenda”([x]). Fue el jefe de las
últimas montoneras que intentó fijar un curso nacional para la patria argentina,
defendió la soberanía de Entre Ríos y fue derrotado por fuerzas militares
superiormente armadas por el gobierno “civilizador” de Sarmiento.
[i] Fermín Chávez, “Vida y Muerte de López Jordán”, pág. 130, Ed.
Hyspamerica, 1986
[ii] Fermín Chávez, op. cit, pág. 129.
[iii] Jorge Abelardo Ramos, “Revolución
y Contrarrevolución en la Argentina”, Tomo II, “Del Patriciado a la Oligarquía”,
pág. 75, Ed. H. Senado de la Nación, 2006.
[iv] Aníbal S. Vásquez, “Caudillos
Entrerrianos. López Jordán”, pág. 91. Ed. Pauser, 1940
[v] Aníbal S. Vásquez, op.
cit., pág. 108.
[vi] Jorge Abelardo Ramos, op.
cit, pág. 74.
[vii] Fermín Chávez, op. cit, pág. 206.
[viii] Fermín Chávez, op. cit, pág. 214 y 215.
[ix] A López Jordán se le tramita un proceso penal donde se le imputa el
asesinato de Urquiza. Primero el juicio se tramita en Paraná donde permanece
preso y luego es trasladado a Rosario donde espera la sentencia detenido en la
Aduana. Los abogados defensores de López Jordán logran demostrar
fehacientemente que Urquiza cae muerto al resistirse a un grupo de
revolucionarios que pretendía capturarlo. La causa penal se demora y el
caudillo se fuga de la cárcel rosarina y se asila en Fray Bentos, Uruguay. En el
año 1888 lo alcanza una amnistía otorgada por el entonces presidente Juárez
Celman y se instala en Buenos Aires, donde al otro año es asesinado (el 22 de
junio de 1889). La historia oficial hace aparecer el hecho como una venganza
por motivos personales llevada a cabo por el hijo de un supuesto oficial de
López Jordán, pero en verdad, está demostrado en cartas comprometedoras, que el
matador es un sicario de la familia Urquiza.
[x] Aníbal S. Vásquez, op.
cit., pág. 232.
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