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Fidel Castro. |
La noticia de la muerte de Fidel sacudió al mundo. Fue una figura central de la política mundial de los últimos 60 años, una verdadera leyenda. Representó como ningún otro líder la lucha contra el imperialismo, la explotación y la dependencia.
Se podría decir
mucho de Fidel, de su vida y obra política, pero de eso están llenos los medios
y abundan los análisis. Los hay reivindicativos (como el que yo hago) y los hay
críticos, ambos tipos con infinidad de matices.
Por eso quería
detenerme y esbozar aunque sea teóricamente otra mirada del tema, y que tiene
que ver con la primera sensación que tuve cuando me enteré de la triste
noticia. ¿Fue acaso Fidel el último de los grandes líderes mundiales? ¿Es la
muerte del cubano el fin de los grandes hombres políticos de la modernidad?
¿Hay política después de Fidel, al menos como la modernidad la entendió? ¿Hemos
dejado atrás con el fallecimiento de Castro la política moderna y nos
sumergimos ya sin referencias que nos contengan en las aguas de la
posmodernidad política? ¿Puede aparecer otro Fidel, otro Perón, otro “Dios”
político que haga girar la rueda de la historia para el lado de las mayorías populares? ¿La política puede prescindir de estos hombres providenciales? ¿Puede la política de hoy hacer lo que hizo Fidel? ¿El siglo XXI tiene un lugar para líderes políticos como Perón, Fidel, Mao, etc.,?
En definitiva, lo que me preguntaba era, no con la mirada en Cuba sino puesto aquí en la política argentina, si la partida de Fidel podría ser el punto final de una forma de hacer política, de entenderla, de vivirla y sentirla. Si puede entenderse como el fin de un paradigma. Y lo quiero reflexionar desde la sociología política contemporánea. Me preguntaba si se abre una nueva etapa, si puede haber marcha atrás o más de lo mismo que se insinúa cada vez más en todos lados.
Naturalmente, como militante político, conservo integras mis certezas de que vamos a vivir en un mundo mejor del que hoy vivimos, pero ayer temprano me pregunté: ¿Fue Fidel el último gran líder político de la modernidad?
Escribe: Alejandro Gonzalo García Garro
De Dioses y Política
Cuando era un adolescente y comenzaba a tener
inquietudes sociales propias y desarrollar mi conciencia política personal, más
allá del contexto familiar en el que crecí, revolvía la voluminosa biblioteca
de mi padre buscando lecturas. Una vez di con un número de la Revista Unidos
(de años anteriores por aquel entonces) en la que hay un inteligente texto de Mario
Wainfeld. En la nota, en términos metafóricos, Wainfeld compara a Perón con Dios,
explicando las dificultades que tiene hacer un análisis “humano” del líder del
Justicialismo.
En ese artículo hay una cita (la cual fui a
buscar inmediatamente ayer a la mañana) que refleja en forma cabal esta idea
que tengo sobre el carácter supra terrenal que tienen los grandes lideres de
las modernidad política, ese ser en el mundo que tenía Fidel. Me permito
transcribirla:
"Cuando un dirigente sacralizado muere de ancianidad en el mundo, los
pueblos desamparados consideran sin embargo, esta muerte, una muerte violenta.
Cuando los estudiantes del año 3000 abran sus libros de Historia en
las páginas del Siglo Veinte leerán quizá: URSS Stalin; Yugoslavia Tito; Gran
Bretaña Churchill; Francia De Gaulle; China Mao.
Preguntarán entonces: ¿Eran los nombres de las capitales? Se les
responderá: No, eran los nombres de los dioses de ese siglo.
Y los niños de las escuelas del futuro sacudirán la cabeza pensando
qué difícil sería para los hombres vivir en un tiempo en que los dioses
habitaban entre ellos".
Bernard Chapuis en "Le Monde", refiriéndose a la muerte de
Mao–Tse Tung.
Esa sensación es la que me generaba Fidel. La
de un ser supra terrenal, una figura que está más allá del resto. Un ser
celestial entre mortales. Lo mismos crecí pensando de Perón, pese a nacer
varios años después de su muerte. Un aura heroica, como la que siempre imaginé de
los militantes de la Resistencia Peronista y los asesinados y desparecidos por
la última dictadura genocida. Fidel, y los que fueron como él, no solo eran
lideres políticos, eran líderes de su tiempo histórico.
Soy peronista y creo que el sujeto de la
Historia es el pueblo, su autor y creador. Pero con hombres como Perón o Fidel
uno no puede dejar de recordar al menos lo que decía Carlyle en "Los
Héroes" acerca de que la Historia Universal “es en el fondo la historia de los Grandes hombres que han actuado en el
mundo”. Al menos dejo un reconocimiento especial a los hombres y
mujeres, como lo hacía Cooke siguiendo a Plejanov en “El rol del Individuo en
la Historia”.
Ayer imaginé, siguiendo este juego metafórico,
que Fidel era el último “Dios” que habitaba entre nosotros y que su muerte era
el final de una etapa. Con él se fue la política tal como la pensaban
generaciones y generaciones. Y esa política ya no existiría más. Es más, pensé que buena
parte de la generación del peronismo que comenzó militando en los 70´ hoy
perdía la última gran referencia que los acompañó desde entonces al presente.
Seguramente es exagerado, pero esa fue la primera sensación que tuve. Ayer por
la tarde me llegó un correo de un histórico dirigente de la JP que, casi
confirmando esa intuición, decía: “no habrá ningun@ igual”, “tod@s murieron”.
Una cosa es lo que Fidel hizo en Cuba y otra,
muy ligada pero no igual, es lo Fidel significa para la política argentina y para cada rincón de planeta. Analizar la revolución cubana no es lo que quiero aquí,
sino, por el contrario, quiero ver cual es el mundo político en que Fidel fue
una leyenda y que fue o será de ese mundo y como repercute eso para nosotros acá.
Fidel y el mundo
en el que fue leyenda
Fidel es la expresión quintaesencia de la
modernidad política. El marxismo (el latinoamericano incluido) es tan o más
hijo de la modernidad como lo fueron Smith, Ricardo, Keynes o Friedman.
El mundo político en el cual Fidel impone
toda su gravedad, y nosotros interpretamos desde aquí, es fruto del crecimiento
de la población, la urbanización y el desarrollo económico e industrial que
hicieron emerger nuevos actores sociales como los trabajadores, la clase media,
nuevos contextos y relaciones internacionales, el colonialismo primero y el
imperialismo después, y así podemos seguir y seguir.
Fidel expresa la modernidad política de
posguerra, de mediados del siglo XX, que se enlaza con la modernidad política
de masas que nace con la Lenin en la Revolución de 1917, se ata a los
movimientos fascistas de entre guerras y le sigue con los movimientos de
liberación, marxistas y nacionalistas, del siglo XX. En el mundo político de
mediados del siglo pasado el Estado cobra centralidad en la sociedad y las
decisiones estatales para la vida de los ciudadanos se volvieron fundamentales.
Es un sociedad mucho más populosa que las incipientes naciones del siglo XIX,
que se complejiza, y donde se entrecruzan distintos intereses vinculados a
clases sociales, aspectos religiosos o culturales,
La política y la representación buscaban una
“homología estructural” como decía Bourdieu, así los partidos y dirigentes debían ser el
reflejo de las divisiones, clases y fuerzas sociales. La conducción política (y
partidaria) era vertical, pero racional y orgánicamente justificada y
desplegada. La argumentación política incorporaba, por un lado, el sentido de
pertenencia sociológica de la cultura de masas; con, en otro orden, la evaluación
de programas y políticas que resulten más afines a los intereses del ciudadano
y su situación social.
El ciudadano perdía individualidad, los
partidos y movimientos políticos ocuparon el centro de la escena. Allí
emergieron liderazgos fuertes, de “semi dioses” que se destacaban por sus
virtudes personales como la inteligencia, capacidad oratoria, compromiso,
carisma, etc. Esas virtudes que tanto parece que faltan hoy…
Este es el mundo político de representaciones
del peronismo histórico, tanto el del 45 como el del 73. Es el peronismo se
seres providenciales como Juan y Eva, el peronismo de pro hombres como Valle,
Cooke, Rearte, etc. El mismo mundo de Fidel. Allí en el cual la política y las
ideologías son centrales, donde el compromiso y la entrega definen a los dirigentes
y donde la formación política era imprescindible y marcaba la diferencia.
Fidel y el mundo político
en el que falleció
El mundo de hoy no es el mismo que el que se
veía hace más de 60 años desde Sierra Maestra. Dentro de las teorías sociológicas
son los posmodernos quienes mejor explican esto (con resistencias y detractores
por supuesto). Así, autores como Beck, Bauman, Lash, entre otros, sostienen que
la política no es lo mismo para la sociedad contemporánea que lo que fue para
la modernidad del siglo XX. Aclaro que no apruebo ni repruebo, sólo describo el
mapa teórico actual a través de algunos de los autores más “consagrados” por la
academia.
La individualización de los intereses, fruto
de la desmembración tradicional de las clases sociales que dividían la
sociedad, hace que cada vez sea más difícil reconstruir esas grandes fuerzas
políticas cohesionadas y vertebradas en torno a liderazgos.
La influencia de los medios masivos de
comunicación, las redes sociales, etc., lleva la política a las casas de los
ciudadanos terminando con un modo de militancia. El nuevo campo de batalla
política muda de la calle y la plaza a la TV e Internet. La Video política
(Sartori) y la Tecno política (Stefano Rodotá) establecen las reglas de la
disputa.
A la política le cuesta expresar los
intereses sociales de la era industrial. No presentan propuestas claras a sus
electorados. La relación entre los políticos y los ciudadanos es volátil ahora. El marxismo leninismo como
programa ya no concita la adhesión de millones de obreros. Lo cierto es que en
buena medida los partidos y políticos se transforman en agencias electorales
capaces de adoptar cualquier programa. Las encuestas y su manejo, las
estrategias electorales, los consultores y la construcción del discurso
mediático son centrales hoy.
Según estas teorías el ciudadano no busca las
propuestas del partido de masas ni sigue liderazgos caudillescos. Las
identidades colectivas se fueron perdiendo. Las unidades programáticas
homogéneas vertebradas en torno a los partidos o movimientos de masas no pueden
representar cabalmente a votantes de una sociedad cada día más heterogénea,
donde la individualización destruye el modelo anterior de hacer política.
Representar lo social parece volverse imposible para los partidos y esquemas
políticos tradicionales ya que, el individuo posmoderno es, prácticamente, la
fragmentación de un “yo” que busca alejarse de los relatos colectivos.
Ulrich Beck, en “La Individualización. El
individualismo institucionalizado y sus consecuencias sociales y políticas”
(2003), explica esto de la siguiente manera:
“Todas las viejas concepciones de la clase y
de la política presuponían (en la primera modernidad) que el individuo y la
individualización eran una falsa idea básica que tenía que superarse para poder
reconstruir identidades colectivas, organizar la vida política y representar al
individuo en la democracia política. Yo creo que esto es un gran error. Es
necesario más bien lo contrario. Los partidos políticos tienen en nuestro tiempo
que reconocer la individualización, y no como algo que superar, sino como nueva
forma de democratización cultural y de autoconciencia de la sociedad. Una nueva
forma de sociedad en la que la política se relaciona con la libertad individual
y con las libertades y derechos políticos de los grupos en la vida cotidiana.
Si los partidos políticos no consiguen comprender esta situación sino que se
empeñan en volver la vista a una colectividad o clase dadas, no serán capaces
de comprender las fuerzas e ideas políticas de esta sociedad.”
Parece que hoy “no están para morir por una
ideología” de la primera modernidad, ni nadie se inmola “siguiendo algún
caudillo”. No hay Sierra Maestra, ni se que quiere “tomar el cielo por asalto”,
al menos como la política del siglo XX lo imaginó. Nada puede ser más
posmoderno en la política local que el asesor estrella de Mauricio Macri, Jaime
Durán Barba. Cuando le consultan al ecuatoriano sobre como es este nuevo votante
políticamente posmoderno, Durán Barba lo define así:
“Lo que quieren es que lo político se ponga
al servicio de su vida, de su hedonismo, de su placer. No quieren dar la vida
por un ideal. Su ideal es que su vida sea hermosa. Cambiamos de la lucha por la
revolución a lo que se llama la búsqueda de ´La aventura a la vuelta de la
esquina´([1]). Del marxismo viejo a
una perspectiva anarquista. Finalmente, es más interesante tener una aventura a
la vuelta de la esquina que cambiar el mundo. Esa es la postura actual. La
juventud que yo viví pensaba lo inverso, o al menos lo decíamos, de hecho no
nos movimos”([2]).
Fidel fue una referencia central de la teoría
política que proponía una alternativa al capitalismo. Era la antítesis, el otro
lado de la moneda de la modernidad política. En su libro, “En Busca de la Política” (2001), Zygmunt Bauman explica el
derrotero del liberalismo, como ideología política quintaesencia de la
modernidad, a la luz de la actualidad, lo que entiende como “modernidad líquida”.
Así resume la idea de la impotencia actual de política para cambiar el estado
de cosas, de la inviabilidad de entronar la antítesis, ese otro
gran relato que la modernidad construyó, que fue el marxismo:
“Un siglo atrás, la fórmula política del
liberalismo era la ideología desafiante y audaz del "gran salto hacia
adelante". Hoy es tan solo una auto-disculpa de su derrota: "Este no
es el mejor de los mundos posibles, sino el único que hay. Además todas las
alternativas son peores, deben ser peores y demostrarán ser peores si se las
lleva a la práctica". El liberalismo de hoy se reduce al simple credo de
"no hay alternativa". Si se desea descubrir el origen de la creciente
apatía política, no es necesario buscar más allá. Esta política premia y
promueve el conformismo. Y conformarse bien podría ser algo que uno puede hacer
solo: entonces, ¿para qué necesitamos la política para conformarnos? ¿Por qué
molestarnos si los políticos, de cualquier tendencia, no pueden prometernos
nada, salvo lo mismo?”
Fidel dando un discurso. |
Y, ¡que decir del discurso, la argumentación
política! Fidel fue un gigantesco orador, sus intervenciones fueron
catedráticas. Su lógica implacable del marxismo era articulada con una cultura
general sorprendente y una flexibilidad teórica que le permitía adaptarse a
todos los escenarios discursivos. Ahora, ¿eso persuade hoy? ¿Tiene el mismo
peso? Quienes estamos racionalizados en la política de la modernidad pensamos
que si, pero ¿para el resto de la sociedad también? Los autores contemporáneos
entienden que la cultura política posmoderna basada en el desarrollo explosivo
de las nuevas tecnologías de la comunicación e información trastocan el
equilibrio que la modernidad había dado a esta lógica. El discurso
racional-argumentativo de la política moderna no tiene la misma incidencia en
este orden cultural. En “Crítica de la Información” (2005), Scott Lash
argumenta:
“El cambio cultural no comprende ideas claras
y distintas, elecciones racionales o actos de habla legitimados por el
discurso, sino un arsenal de símbolos, a veces vacíos, a veces afectivamente
cargados, que a menudo actúan en el nivel del inconsciente o, a lo sumo, de un
preconsciente de supuestos de fondo tácitos en un horizonte implícito…. Esto
es, el desarrollo cultural se guía menos por el lenguaje de la identidad, la
diferencia, el silogismo, la causa y la sustancia, y más por el lenguaje
retórico de la metáfora, la metonimia, sinécdoque y el oxímoron”.
Mientras la política que expresaba Fidel se
desplazaba en el terreno del pensamiento racional, los programas, las
estrategias, las elecciones racionales; la cultura política posmoderna no puede
hablar ese idioma, “la cultura no actúa
en ese nivel. Sus símbolos proveen las imágenes de los sueños, los mitos
implícitos de las identidades comunitarias y nacionales, el horizonte no
enunciado de las acciones, los hábitos y las tecnologías tácitas de los cuerpos”
(Lash: 2005). La lógica argumentativa es distinta. Basta ver los spot de los
distintos partidos políticos para las elecciones primarias abiertas y
simultaneas (PASO) del 2015, especialmente los más cortos, para constatar que
la argumentación ha dejado de ser racional ideológica para mezclar ideas con
criterios de orden sentimental, emotivos, de impacto visual o artístico.
En fin, podríamos seguir enumerando puntos de
distancia entre la política contemporánea y la política del siglo XX, pero la
muestra alcanza como para diferenciar claramente como era la política cuando
Fidel encabeza la Revolución en Cuba y como es la política hoy cuando Fidel
deja este mundo. El modo de ser posmoderno le cierra la puerta a hombres
providenciales como Fidel.
Trump y una
despedida que abre puertas
Pero nada es más difícil de predecir que los
comportamientos políticos. Y las Ciencias Sociales han demostrado enormes
problemas para predecir las conductas de las sociedades. Así que mucho de lo
que aquí se repite está por verse...
Pero volviendo a la nuestro, lo que sin dudas
llamó la atención fue el violento y chocante comunicado de prensa del
presidente electo de EE.UU., Donald Trump, fue la nota destacada y disonante en el
plano político mundial. Trump se despachó con una fiereza sorprendente
diciendo: “Hoy, el mundo marca el
fallecimiento de un brutal dictador que oprimió a su propio pueblo por cerca de
seis décadas. El legado de Fidel Castro es uno de escuadrones de fusilamiento,
robo, sufrimiento inimaginable, pobreza y la negación de los derechos humanos
fundamentales”.
Esta “despedida” de Trump a Castro, este
presidente electo que es un outsider político, empresario que expresa el
capitalismo salvaje, figura de un Realty Show en que se hizo famoso por
despedir empleados, entre tantas singularidades solo encuadrables en la más
rancia tradición liberal de la anti política, es un retrato de época impactante.
Parece casi el epílogo soñado del libro de Francis Fukuyama, “El fin de la Historia y el último hombre”
(1992), en el cual desarrolla su tesis acerca de que la Historia, como lucha de
ideologías en clave de la dialéctica hegeliana, ha terminado, y el triunfador
es la democracia liberal del capitalismo que se ha impuesto con el fin de la
Guerra Fría.
Fidel era un sobreviviente de la Guerra Fría
y la caída del Muro de Berlín. Trump parece asumir esta idea del fin de la
historia cuando le habla al pueblo cubano diciéndole: “Aunque las tragedias, muertes y dolor causados por Fidel Castro no
puedan ser borrados, nuestro gobierno hará todo lo posible porque el pueblo
cubano pueda finalmente iniciar su viaje hacia la prosperidad y la libertad”.
Es la locomotora del capitalismo pasando por encima al marxismo.
Más allá de su perfil bizarro, de su
cuestionado y polémico discurso y su falta de anclaje en la política clásica,
el de Trump es un mensaje moderno, centrado en la política y en la batalla por
las ideas. Ya se extinguen los dioses de la política pero su esencia agonística
parece subsistir, al menos parece claro que existe un territorio de disputa.
Es posible que ya esos hombres y mujeres
sobrenaturales que imprimieron su paso en la Historia no existan más. La
política es lo que hay, con las personas que hay, con los dirigentes que
existen. Y bueeee, es así. Seguramente estarán lejos de ser idealizados como los
semidioses de la política moderna.
Tal vez no se repitan los Fidel, los Mao, los
Perón. Pero aún sin lugar para nuevos Prometeos, Hermes, Atlas o Hércules, la
política sigue siendo la herramienta que tienen los pueblos para transformar
sus realidades.
Será la inteligencia, la voluntad y el compromiso de quienes
hacen política desde el campo popular las herramientas para construir las respuestas a nuevos
escenarios, con nuevas formas organizativas, mensajes y discursos para el
momento histórico, persiguiendo el mismo fin: de vivir en un mundo socialmente
más justo, donde reine la paz, la igualdad y la libertad.